– Muy bien, entonces, no haremos planes. ¿Pero hay algo que podría apetecerte hacer durante el próximo par de meses?

– Me gustaría ir a Chicago. Necesito sacar todas las cosas de mi apartamento. Y me gustaría presentarte a mi familia.

– No es mala idea. Aunque a tu abuela ya la conozco.

– ¿Te ha llamado? -Claire se sentó en la cama-. Hablé con ella hace unos días, y no se puso muy contenta.

– Ahora parece que está bien -dijo Will-. Le he dado la mejor habitación y está descansando un poco. Le he dicho que irías a verla en cuanto te vistieras.

– ¿Mi abuela está aquí? -preguntó estupefacta.

– Ha llegado en el primer ferry. Me ha dicho que había venido para llevarte, pero le he explicado que no va a poder hacerlo tan fácilmente. Así que hemos llegado a un acuerdo y, siempre y cuando mis intenciones sean honradas, no intentará convencerte de que te vayas.

– ¿Y lo son?

– Algunas. Las demás son completamente indecorosas -la agarró de la mano-. Vamos, vístete. Tu abuela ha hecho un largo viaje para convencerle de que soy una especie de sinvergüenza sin escrúpulos. Y creo que tú deberías convencerla de todo lo contrario.

– Siempre se ha preocupado mucho por mí. Siempre he sido su favorita.

La vio levantarse de la cama y recoger su ropa. Mientras se duchaba. Will estuvo hablando con ella. Y cuando salió de la ducha, la envolvió en una toalla y la ayudó a secarse.

En eso consistía la vida, reflexionó Will. En disfrutar de las pequeñas cosas, sabiendo que estaba con la única persona que lo significaba todo para él. Fueran cuales fueran las circunstancias que les habían unidos, se habían encontrado el uno al otro. Y tenía que comenzar a construir una vida en común.

Epílogo

Claire permanecía en una de las abarrotadas calles de Chicago, en el barrio de Wicker Park. Will y ella llevaban ya una semana en los Estados Unidos, visitando a su familia, conociendo los lugares de interés de la ciudad y disfrutando de una preciosa suite en el hotel Drake.

Will había estado fuera durante toda la mañana y Claire había recibido un mensaje telefónico en la recepción del hotel en el que Will le pedía que se encontrara con él en aquella dirección. Pero ella imaginaba que sería la dirección de un restaurante, y no de un almacén de ladrillos abandonado.

Desde que Claire se había instalado oficialmente en Irlanda, iban a los Estados Unidos por lo menos una vez cada dos o tres meses. Aunque Claire adoraba Trall, en ocasiones echaba de menos su ciudad natal.

Sin embargo, eran muchos los beneficios de vivir con Will. Cada día era una aventura, algo nuevo y excitante, aunque estuvieran haciendo cosas tan sencillas como pintar el salón. Viajaban con frecuencia y Will le había enseñado sus lugares favoritos de Nueva Zelanda y Japón en dos ocasiones en las que había tenido que desplazarse hasta allí por motivos de trabajo. Habían pasado unas vacaciones en el Caribe y tenían planeado un viaje a Egipto para el próximo mes.

Claire adoraba aquella vida tan libre, pero cada vez pensaba más en instalarse en algún lugar, en casarse y comenzar a formar una familia.

– ¡Claire!

Claire dio media vuelta y vio a Will en una puerta situada en una esquina del edificio.

– ¿Por qué me has pedido que viniera aquí? -le preguntó con extrañeza.

– Tienes que ver este lugar. ¡Es perfecto! -salió a grandes zancadas y le dio la mano-. Vamos, sé que te va a encantar.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.

– Espera, ya lo verás.

Caminaron juntos hasta el oscuro hueco de la escalera interior del edificio. La luz entraba por unas ventanas altas situadas en la parte más alta de cada una de las paredes, iluminando el polvo que Claire y Will levantaban a su paso. Al parecer, no había mucho que ver, sólo un edificio viejo y polvoriento con un espacio abierto en el segundo piso.

– ¿Qué le parece? -preguntó Will.

– ¿El qué?

– Este lugar.

– Está hecho un desastre. ¿Por qué querías que viniera?

– Porque quería saber tu opinión. ¿Crees que servirá?

– ¿Para qué tiene que servir?

– Para nosotros. Necesito un local en los Estados Unidos. Y tú necesitas un espacio para pintar. Además, necesitaremos una casa. Y podemos convertir la parte de arriba en un piso y utilizar la de abajo para trabajar.

– ¿Vamos a quedarnos en Chicago?

– Sólo si tú quieres. Sé lo mucho que echas de menos a tu familia, Claire, y no hay ninguna razón por la que no podamos pasar más tiempo aquí. Puedo vivir en cualquier parte, siempre y cuando tengamos un aeropuerto cerca. Y creo que aquí podré ser muy feliz.

Parecía desesperado por contar con su aprobación.

– Y ya lo has comprado -dijo Claire con una sonrisa.

– He firmado los papeles esta misma mañana. Había otro comprador, de modo que no me quedaba otra opción. Así que, por favor, dime que te gusta.

Claire le rodeó el cuello con los brazos y le besó.

– Me encanta, es perfecto. Y si tenemos una casa aquí, podremos ir y venir cuando queramos. Y podremos olvidarnos de los hoteles.

– Sí, tendremos un hogar -dijo Will.

Un hogar, pensó Claire. Llevaban juntos un año y medio y cualquier lugar en el que dormían era para ellos su hogar. No sabían nunca dónde iban a estar de una semana para otra. Pero a lo mejor había llegado el momento de dar un giro en su relación.

– Me gusta nuestra vida. Es perfecta en todos los sentidos.

– Pero podría ser más perfecta todavía -dijo Will, dándole un beso en la frente.

Claire se echó a reír y le dio un beso en la barbilla.

– ¿Cómo podría ser más perfecta?

Will la miró a los ojos.

– Podrías casarte conmigo -sugirió.

¿Cómo era posible que supiera siempre lo que estaba pensando, a veces incluso antes que ella? Claire llevaba tiempo esperando a que Will volviera a pedirle que se casara con él. De vez en cuando. Will dejaba caer la pregunta, pero hasta entonces, ella siempre le había pedido que esperara.

– ¿Y bien? ¿Vas a darme una respuesta?

– Sí -contestó Claire.

– ¿Sí vas a darme una respuesta, o la respuesta es sí?

– Las dos cosas. Sí, me casaré contigo. Will Donovan. Y sí voy a responder.

Una enorme sonrisa cruzó el rostro de Will mientras parpadeaba con incredulidad.

– De acuerdo entonces. Vamos a casarnos, ese es el plan.

– Sí -contestó Claire-. Creo que ahora podemos decir que tenemos un plan sin que eso suponga ningún peligro.

Will la agarró por la cintura, la levantó del suelo y la abrazó con fuerza.

Claire apoyó las manos en sus hombros y lo miró a los ojos, a aquellos ojos tan llenos de deseo y amor.

– Y ahora, tengo una sorpresa para ti -anunció Claire.

– ¿Qué sorpresa puede ser?

– Busca en el bolsillo de atrás de mis vaqueros.

Will la dejó en el suelo, hizo lo que le pedía y sacó dos entradas del bolsillo.

– ¿Los Chicago Cubs?

– Es un partido de béisbol. Creo que ya va siendo hora de que vayas familiarizándote con el juego.

Will examinó las entradas con detenimiento.

– Cariño, conozco el juego perfectamente. He estado haciendo home runs desde la primera vez que nos metimos en la cama.

– Éste es un juego perfectamente diferente. Y si vas a casarte con una chica de Chicago, tendrás que elegir. O eres de los Cubs o eres de los Sax. Los perritos calientes, con mostaza o con ketchup. Y si pretendes hacerme feliz durante el resto de nuestras vidas, tendrás que saber de esas cosas.

– ¿Y los Bulls?

– Los Bulls son un equipo de baloncesto.

– Pues estaba pensando que, ahora que ya soy un as del béisbol, quizá podría comenzar con un deporte diferente -miró a su alrededor-, uno en el que haya que driblar, meterla en un agujero y gritar.

– Nunca dejas de pensar en el sexo, ¿verdad?

– Claro que sí. Durante al menos unos minutos al día procuro pensar en el trabajo -miró a su alrededor-. Y hablando de sexo, ahora somos dueños de este lugar. ¿Qué te parece si lo estrenamos?

Claire se llevó la mano a los botones de la blusa y comenzó a desabrochárselos lentamente.

– De acuerdo. Pero si quieres que te explique cómo se juega al baloncesto, tendremos que empezar con el tiro libre.

Will gruñó mientras la ayudaba a desabrocharse la blusa.

– Cariño, me encantan los deportes estadounidenses.

Kate Hoffmann

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