Estaba en un país extranjero y, por supuesto, eso favorecía el que encontrara interesante a un tipo como Will Donovan. Quizá incluso un poco exótico. Aquel acento, el sonido de su nombre en los labios, la forma en la que había fijado la mirada en su boca y en sus ojos… Pero desear a otro hombre en aquel momento sería una pérdida de tiempo. Había ido hasta allí para salvar su relación con Eric. Al fin y al cabo. Eric y ella estaban hechos el uno para el otro.
Claire lo había sabido desde el primer momento. Durante toda su vida, había estado esperando que llegara el hombre perfecto. Incluso había hecho una lista de todos los atributos que debería encontrar en un hombre, y Eric cumplía hasta el último requisito.
La planificación y las listas detalladas habían sido una de las especialidades de Claire desde que era adolescente. Probablemente, cualquier psicólogo le diría que aquélla había sido su manera de enfrentarse a su caótica infancia. Habla crecido en una casa diminuta con cinco hermanos mayores y unos padres que apenas controlaban a los chicos.
De modo que Claire buscaba refugio muchas veces en casa de su abuela, en la que todo estaba limpio y ordenado. Una casa en la que era posible hablar de asuntos importantes, como los planes que tenía para su vida. Su abuela la había animado a escribir un diario.
– Sólo cuando las escribes, las cosas se hacen realidad -le había dicho su abuela.
Más adelante, a medida que hablan ido realizándose cada uno de sus sueños. Claire había ido poniéndoles una marca en el diario, indicando que ya estaban cumplidos.
Dejó el frasco de loción en la cama y se puso a deshacer el equipaje. Encontró las píldoras anticonceptivas en el bolsillo de unos pantalones y se metió una en la boca. Eric y ella volverían a estar juntos. No podía perder la fe en ello.
Al pasar por los ventanales de una de las paredes, la corriente la hizo estremecerse. Tomó una cerilla de la repisa de la chimenea y prendió el papel arrugado que habían dejado preparado bajo los troncos. El calor del fuego comenzó a caldear su piel y un intenso olor a madera quemada se extendió en el aire. Pero, al mismo tiempo, la habitación comenzó a llenarse de humo. Claire comprendió que no había abierto el tiro de la chimenea y buscó rápidamente un tirador o una palanca.
No encontró nada en la parte exterior de la chimenea y era imposible verla por dentro por culpa del humo. Corrió a la ventana, la abrió y se quitó la toalla en la que estaba envuelta para comenzar a ventilar la habitación.
Pero continuaba saliendo humo de la chimenea, así que comenzó a golpear el fuego con la toalla húmeda. Y ya casi había conseguido apagarlo cuando se activó la alarma.
Un segundo después, Will Donovan entraba en la habitación con un extintor en la mano. Claire soltó un grito mientras intentaba ocultar su cuerpo desnudo detrás de la toalla achicharrada.
– ¿Qué demonios está pasando aquí? -con tres grandes zancadas, Will se acercó hasta la chimenea y apagó los restos del fuego con el extintor. Se volvió preocupado hacia ella-. ¿Está usted bien?
– Sí -contestó Claire-. Pero… ¿cómo se les ha ocurrido dejar la chimenea preparada sin abrir el tiro?
Will la miró fijamente, y comenzó a deslizar la mirada por su cuerpo. Claire apretó la toalla con fuerza contra su pecho.
– ¿Cómo se le ocurre a alguien encender una chimenea sin comprobar antes si estaba el tiro abierto?
– Hacía… mucho frío -replicó ella.
– La ventana está abierta.
Cruzó la habitación y la cerró. Claire fue correteando hasta la pared más cercana para apoyarse contra ella. Will agarró la colcha de la cama y se la tendió. Vacilante. Claire dio un paso al frente. Will la cubrió con la colcha.
– Supongo que tendré que darle otra habitación -musitó mientras le frotaba delicadamente los brazos-. No puede dormir aquí.
– Lo siento -contestó ella, arriesgándose a mirarle.
Las lágrimas de frustración que habían comenzado a acumularse en sus ojos amenazaban con desbordarse. Estaba cansada, tenía frío, su vida se había convertido en un auténtico desastre y lo único que de verdad le apetecía era arrastrarse hasta la cama y pasarse dos días llorando.
Will bajó la mirada y sus ojos se encontraron. Claire abrió la boca para hablar, para disculparse por su estado emocional, pero de pronto, era incapaz de recordar lo que pretendía decir. Se oyó tomar aire mientras la mirada de Will descendía hasta sus labios. Supo lo que estaba a punto de pasar y, sencillamente, se limitó a esperar.
– ¿Está segura de que está bien? -preguntó Will, inclinándose hacia ella.
A Claire comenzó a latirle violentamente el corazón. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. Pero Will interpretó su reacción como un gesto de aliento y, casi inmediatamente, cubrió sus labios. No fue el típico primer beso, torpe y un poco vacilante, sino que la besó como si llevara años haciéndolo. Se apoderó de su boca como si siempre le hubiera pertenecido, acariciándole la lengua con la suya e invitándola a responder.
El beso pareció prolongarse durante una eternidad. Iba haciéndose más apasionado y más profundo a medida que continuaba. Claire no podía recordar la última vez que la habían besado de aquella manera, con tan temerario abandono y desinhibida intensidad. Sintió sus manos deslizándose por sus hombros y caderas y gimió mientras presionaba las caderas contra él. Will enmarcó su rostro con las manos. Ella no quería que aquello terminara, no quería que el placer que brotaba de lo más profundo de su cuerpo se detuviera, pero, al mismo tiempo, sabía que besar a un desconocido llevando solamente una colcha encima era un error.
Cuando por fin se apartó, tragó saliva, tomó aire y abrió los ojos. Descubrió a Will mirándola fijamente, con expresión de absoluta perplejidad.
– Dios mío -musitó. Retrocedió y se pasó la mano por el pelo-. Qué demonios…
Claire tragó saliva y sujetó con fuerza la colcha contra ella.
– ¿Por… por qué ha hecho eso?
– No lo sé -contestó-. Sólo… -maldijo suavemente-. No lo sé. ¿No quería que lo hiciera? Porque tenía la sensación de que sí. ¿O acaso me he equivocado?
– No -respondió Claire-. Quiero decir, sí. Solamente me ha sorprendido, eso es todo. No… no me lo esperaba.
– ¿Pero le ha gustado? Por favor, dígame si le ha gustado.
Claire pensó durante unos segundos la respuesta. ¿Debería decirle la verdad?
– Sí -dijo por fin.
– Estupendo -una sonrisa curvó sus labios-. Supongo que tendré que dejar que se vista -miró a su alrededor-. No va a volver a encender ningún fuego, ¿verdad, señorita O'Connor?
Claire negó con la cabeza.
– No, ahora no. Y no me llame señorita O'Connor. Porque teniendo en cuenta que acaba de… bueno, ya sabe. Llámame Claire -le tuteó.
– De acuerdo. Bueno, deja el fuego para más tarde. Claire -le dijo y asintió-. Si tienes hambre, tengo preparada la cena. Y después te daré otra habitación. Más caliente -arrugó la nariz-. Y que no huela a humo.
– Gracias -contestó Claire.
Will retrocedió, pero antes alargó la mano para retirarle un mechón de pelo de los ojos. Cuando la puerta se cerró tras él. Claire se dejó caer en la cama. La habitación continuaba oliendo a humo y, por un instante, se preguntó si lo que había pasado no habría sido una mala pasada de su fantasía.
Se llevó la mano a los labios y los encontró húmedos. ¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar ante aquel inquietante giro de los acontecimientos? No se sentía indignada ni ofendida. Y tampoco culpable o avergonzada. La verdad era que había experimentado una sensación muy agradable, una sensación que llevaba mucho tiempo sin experimentar.
Definitivamente, había una fuerte atracción entre ellos. ¿Pero qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él? Will Donovan era innegablemente atractivo. Y muy distinto de… bueno, de Eric.
Su relación con Eric no había sido del todo perfecta. La verdad era que últimamente era una relación bastante rutinaria. Hacía meses que no se le aceleraba el corazón al verle, hacía meses que no la besaba con aquella pasión. Y de pronto, un irlandés desconocido conseguía las dos cosas en sólo unos minutos.
Además, había ciertas cosas de Eric que habían comenzado a fastidiarle. Como su vanidad, por ejemplo. O su egoísmo. No podía recordar la última vez que había hecho el amor con él y había quedado completamente satisfecha. Probablemente. Will Donovan era la clase de hombre que dejaba a las mujeres satisfechas y exhaustas.
Claire se levantó de la cama y buscó en la maleta algo bonito que ponerse. No había anticipado ninguna experiencia de aquel tipo en aquel viaje, de modo que sólo se había llevado pantalones, camisetas y jerséis. Se decidió al final por un par de pantalones negros y una blusa blanca casi transparente. Para añadir un toque de interés, se puso un sujetador negro debajo. Sacó el secador y se metió en el baño para prepararse.
Media hora después, se miraba con ojo crítico en el espejo y suspiraba ante la imagen que éste le devolvía. ¿Qué demonios estaba esperando? ¡Aquello era una locura! ¿Pretendía seducir a ese hombre durante la cena? Agarró un pañuelo, se limpió el lápiz de labios y se recogió el pelo con un pañuelo de seda.
– Estás enamorada de Eric -se recordó-. Y él todavía te quiere, aunque no lo sepa.
La posada estaba en completo silencio mientras bajaba las escaleras. El fuego crepitaba en la chimenea del salón, que cruzó buscando el comedor. Pero cuando lo encontró, lo descubrió vacío y a oscuras.
– He pensado que podríamos comer en la cocina. Hace más calor que aquí.
Claire alzó la mirada y descubrió una silueta en sombras en el marco de la puerta. El corazón se le aceleró en el pecho y maldijo para sí por aquella reacción. Muy bien, reconoció, definitivamente, había chispa entre ellos. Pero eso no quería decir que hubiera que provocar un incendio.
– Por supuesto. Y gracias.
– ¿Gracias por qué?
– Por haberme invitado a cenar.
– Todavía no has probado mi comida -contestó él riendo.
A diferencia del resto de la casa, la cocina era una habitación luminosa y moderna, con encimeras de granito y electrodomésticos de acero. Pero una antigua chimenea de piedra albergaba un fuego resplandeciente alimentado con turba. Claire se acercó hasta la chimenea y extendió las manos.
– ¿Por qué hace tanto frío aquí? Los inviernos de Chicago son terribles, pero nunca he pasado tanto frío.
– Vivimos rodeados de mar. Es la humedad -le explicó Will. Sacó un taburete de debajo de la mesa que ocupaba el centro de la cocina e hizo un gesto con la cabeza-. Siéntate.
Claire se sentó en el taburete y miró a Will, que comenzó a moverse por la cocina. Se alegró de ver que se había limitado a preparar unos sándwiches.
– ¿Siempre cocinas para los huéspedes? -le preguntó.
Will negó con la cabeza.
– Nunca. Guando tenemos huéspedes, Kalie Kelly se encarga de preparar los desayunos. No servimos más comidas.
Claire apoyó la barbilla en la mano.
– ¿Entonces por qué lo estás haciendo ahora?
Will alzó la mirada hacia ella y le dirigió una sonrisa devastadora.
– Después de todo lo que has pasado hoy, imaginaba que lo necesitabas. Y la única alternativa que tenías era ir al Jolly Farmer, un pub ruidoso, cargado de humo y lleno de tipos que no han visto a una mujer tan guapa como tú desde hace años.
Claire se sonrojó intensamente. Estaba tan poco acostumbrada a los cumplidos, que no supo cómo tomarse aquél.
– ¿Qué te ha traído por aquí? -le preguntó Will.
Claire vaciló un instante. No quería decirle la verdad.
– Una historia familiar -le respondió rápidamente-. Mi abuela, Orla O'Connor, vino a la isla hace muchos años. Me habló de ella y decidí venir a conocerla.
– En realidad, no hay mucho que ver -contestó Will-. Hay algunas tiendas en el pueblo y un círculo de piedras en el oeste de la isla. Pero la mayor parte de la gente viene por el manantial del Druida.
– Sí, mi abuela también me habló de él -alzó la mirada y le descubrió mirándola fijamente.
– Más allá del círculo de piedras, es lo único que le da alguna fama a Trall.
– Tenía entendido que también tú eras famoso. Por lo menos eso es lo que me dijo el capitán Billy.
– Eso son tonterías -replicó Will-. En cuanto a lo de manantial, es una leyenda estúpida que trae turistas a la isla. Por eso nadie la discute.
– Pero todo el mundo la conoce.
– Supongo que sí -dijo Will-. Todo el mundo saca algún beneficio de ella. No somos muchos habitantes en la isla, así que agradecemos las visitas. Ahora mismo sólo viven aquí unas quinientas personas. Somos como una gran familia. Una familia un tanto disfuncional, pero familia al fin y al cabo -le tendió un plato con un sándwich y una taza de sopa-. ¿Te gusta la cerveza? También tengo vino, o agua.
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