– Prefiero una cerveza -contestó Claire.

Will abrió una botella y se la colocó delante, después abrió otra, y bebió un largo trago. Tenía unas manos bonitas. Claire siempre había pensado que las manos aportaban mucha información sobre un hombre. Tenía los dedos largos, la clase de dedos capaces de acariciar a una mujer, de danzar sobre su cuerpo hasta hacerle…

– ¿Has dicho que eras de Chicago?

Claire tragó saliva.

– Eh… sí.

– La ciudad del viento.

– Exacto. ¿Has estado alguna vez en Chicago?

– Sí -contestó Will-. Y me acuerdo del lago. Un lago enorme. Tan grande, que no se podía ver el otro lado ni siquiera desde lo alto de un edificio.

– Sí, es el lago Michigan -dijo Claire antes de darle un mordisco a su sándwich-. ¿Y qué hacías tú en Chicago?

– Fue un viaje de trabajo -musitó él. Fijó la mirada en la etiqueta de la botella y comenzó a rascarla con el dedo-. Me pareció un lugar muy excitante.

Claire se aclaró la garganta, decidida a cambiar el rumbo de la conversación.

– Cuéntame algo más de ese manantial.

– Dicen que el agua está bendecida por los druidas -le explicó-, aunque ahora mismo sólo tenemos una druida en la isla y yo tengo serias dudas sobre sus poderes. Dicen que, si dos personas beben esa agua de la misma copa, se amarán eternamente.

– ¿De verdad?

Will asintió.

– Las parejas suelen venir aquí antes de acudir a un consejero matrimonial. Y también vienen algunas de luna de miel.

– ¿Y tú sabes dónde está el manantial? -preguntó Claire.

– En realidad, hay manantiales por toda la isla -la miró de reojo-. Ese manantial no existe. Es sólo una leyenda.

Claire bebió un sorbo de cerveza.

– Pero si no existe, ¿por qué sigue viniendo la gente?

– Si tuvieras oportunidad de conseguir el amor eterno, ¿no intentarías buscarlo? -rió suavemente.

– Así que, en realidad, nadie sabe dónde está.

– Oh, estoy convencido de que hay personas que creen haberlo encontrado. Pero yo no he visto nunca ninguna prueba de que el agua de esta isla sirva para algo más que para saciar la sed.

Sonrió y a Claire le dio un vuelco el corazón. La isla estaba comenzando a operar su magia sobre ella. Se sentía de pronto viva y desinhibida, como si fuera posible cualquier cosa. Quería levantarse de un salto y volver a besar a Will Donovan. Los dedos le dolían de las ganas de acariciar su pelo revuelto y su cuerpo anhelaba su calor. Sencillamente, había demasiadas cosas en aquel hombre que le resultaban atractivas.

– ¿Cómo está el sándwich? -le preguntó Will.

– Muy bueno -contestó, con la firme convicción de que las cosas todavía podían mejorar mucho antes de que la noche terminara.

Capítulo 2

Era preciosa. Quizá la mujer más guapa que había conocido nunca. Will la observó beber un sorbo de vino y se recostó contra el sofá en el que estaba sentado.

Después de cenar, se habían trasladado al salón. Will había abierto una botella de cabernet y había reavivado el fuego de la chimenea, agradeciendo no tener otros huéspedes a los que atender. En aquel momento, quería concentrar toda su atención en Claire.

No se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido. Después de toda la publicidad que había seguido a su elección como uno de los hombres más codiciados de Irlanda, le había costado conocer a mujeres que estuvieran realmente interesadas en él y no en su dinero.

De hecho, cuando tenía una cita, gastaba toda su energía intentando discernir los verdaderos motivos de la mujer en cuestión para salir con él.

Había conseguido mantener una relación seria con una mujer con la que había llegado a pensar que podría casarse. Pero en el momento en el que había descubierto que Will estaba pensando vender su negocio y trasladarse a Trall, ella le había dejado por un jugador de fútbol.

Para Claire, él sólo era el dueño de una posada, y eso le gustaba.

– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?

Claire bebió un sorbo de vino y respiró profundamente.

– Un día o dos. Quiero conocer la isla.

– Estoy seguro de que te sentirás bien en este lugar.

– Sí, yo también lo creo -se tapó la boca para disimular un bostezo y le miró con expresión de disculpa-. Lo siento. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Creo que debería irme a dormir.

Will no estaba ansioso por poner fin a la velada, pero sentía curiosidad por saber cómo terminaría. ¿Le permitiría darle otro beso? Se levantó y le tendió la mano.

– Vamos entonces. Te ayudaré a trasladar tu equipaje.

Will tomó su mano y la ayudó a levantarse. Claire se meció ligeramente. Will no estaba seguro de si por el cansancio o por el vino. La ayudó a mantener el equilibro y ella se inclinó contra él apoyó la cabeza en su pecho.

– Estás caliente -musitó ella-. A lo mejor debería llevarte a mi habitación y olvidarme de la chimenea.

– Sí, estoy caliente.

Y más caliente cada segundo. Aquel contacto físico entre ellos era suficiente para avivar su deseo, como reflejaba el flujo de sangre que corría hacia sus genitales.

Will la abrazó y le acarició la espalda. Notó que la respiración de Claire iba haciéndose más queda, más lenta, y comprendió que se estaba quedando dormida de pie. Cuando advirtió que comenzaban a doblársele las rodillas, la levantó en brazos.

Claire abrió los ojos de repente y preguntó sorprendida:

– ¿Qué haces?

– Te estoy llevando a tu habitación -dijo Will, comenzando a subir las escaleras-. Estás casi dormida y no sé si podrás subir por tu propio pie.

Con un suspiro. Claire se acurrucó en su abrazo.

– Creo que el servicio del hotel es realmente maravilloso -dijo, apoyando la cabeza en su hombro-. Voy a recomendárselo a todas mis amigas.

Will la llevó a una habitación situada en el otro extremo del pasillo y abrió la puerta con el pie. Había colocado un radiador en una esquina y había encendido la chimenea, de modo que la habitación estaba caliente cuando entraron. En cualquier caso, esperaba que Claire no lo notara y repitiera la invitación que le había hecho antes.

La dejó al lado de la cama, pero Claire continuaba aferrándose a su cuello. Y cuando alzó el rostro hacia él, Will hizo lo que había estado deseando hacer durante toda la noche. Cubrió su boca con los labios y disfrutó de su sabor. Claire respondió sin vacilar, deslizando la lengua en su boca y ofreciéndole en silencio mucho más que un beso.

La atracción que había entre ellos era innegable, pero Will no estaba seguro de cómo manejarla. Con cualquier otra mujer, se habría metido inmediatamente en la cama y habría hecho el amor durante toda la noche. ¡Pero Claire O'Connor era su huésped! Y estaba también el hechizo de Sorcha. Si tenía algo que ver con aquella atracción, no sabía de qué manera podía estar afectándole al juicio.

Aun así, no fue capaz de resistirse a la tentación de disfrutar con ella unos segundos más. Posó las manos sobre su cuerpo y las deslizó por debajo de la blusa de seda para acariciar su piel. Ella se inclinó hacia delante, invitándole a continuar su exploración.

Will le desabrochó lentamente los botones de la blusa, fue abriéndolos uno a uno e inclinándose para besar cada centímetro de piel desnuda que dejaba al descubierto. Cuando estaba a punto de llegar a sus senos, se sentó en la cama y la colocó entre sus piernas.

Buscó su vientre cálido y suave con los labios y abarcó la cintura con sus manos mientras la besaba. Claire hundió las manos en su pelo y fue guiando su cabeza hasta el encaje de su sujetador. Will hociqueó la carne turgente de sus senos y tiró de la copa de encaje para descubrir un pezón.

Claire echó la cabeza hacia atrás en el instante en el que los labios de Will alcanzaron aquel pico erguido Un instante después, estaban los dos en la cama, hechos un nudo de piernas y brazos. Will se concentró completamente en aquel placer, en la maravilla de explorar aquel cuerpo con labios y manos, inhalando la esencia de Claire y deleitándose en los sonidos que escapaban de su boca con cada una de sus caricias.

Entrelazó los dedos con los suyos, le hizo alzar los brazos por encima de la cabeza y fijó la mirada en su rostro:

– ¿Estás segura de que quieres que sigamos?

Claire no abrió los ojos: se limitó a sonreír.

– Sí.

– Mírame -le pidió Will. Claire obedeció y se quedaron mirándose fijamente los dos.

– ¿Te gustaría dormir? -le preguntó.

– Sí -contestó ella.

Will dio media vuelta, se levantó y permaneció al lado de la cama. Si iba a disfrutar de una noche de pasión con Claire O'Connor, quería que fuera una noche que ambos recordaran, una noche que durara más que una hora o dos. Se inclinó hacia delante para arroparla.

– Mañana me darás las gracias -susurró mientras le quitaba los zapatos-. Y no te equivoques conmigo. Me gusta el sexo, pero soy capaz de controlar mis impulsos. Aunque mentiría si dijera que no me está matando tener que salir de este dormitorio -le abrochó con mucho cuidado la blusa-. Estoy seguro de que esta noche no voy a poder dormir.

Se inclinó y rozó sus labios con un beso.

– Lo dejaremos para otro momento.

– Sí, para otro momento -susurró ella con una sonrisa.

Will abandonó el dormitorio, cerró la puerta tras él y cruzó el pasillo hasta llegar a las escaleras. Al pasar por el salón, agarró la copa de vino y la botella vacía antes de dirigirse a la cocina.

Aunque era tarde, no estaba cansado. La verdad era que estaba tan excitado, que le extrañaría ser capaz de dormir. O de pasar toda la noche encerrado en su habitación, pensando en la preciosidad que tenía en el piso de arriba y sabiendo que, si quería, podría entrar en la habitación y meterse con ella en la cama.

– ¿Ha resultado ser una mujer desenfrenada y salvaje?

Will giró sobre sus talones y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta. Llevaba una túnica blanca atada con un cinturón y una corona de acebo en la cabeza.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

– Simple curiosidad -replicó. Cruzó la habitación y se colocó en frente de él-. Quería saber si me hechizo había funcionado.

– No -mintió-. ¿De verdad esperabas que lo hiciera?

Sorcha frunció el ceño y lo miró fijamente, como si le estuviera intentado leer el pensamiento.

– ¿Por qué no crees en mis poderes, Will? Son auténticos.

– Sorcha, es tarde y necesito dormir. Vete a tu casa.

– No puedo. Tengo que ir al círculo de piedras a hacer un conjuro. Maggie Foley quiere tener nietos y me está pagando para que haga rituales de la fertilidad durante una semana para sus tres hijas.

– Pero has preferido venir aquí a molestarme.

– Si no crees en la magia, es imposible que funcione -alargó la mano hacia su bolso, sacó una botella y la abrió-. Toma, es posible que te venga bien. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas encontrar.

– ¿Qué es esto?

– Agua del manantial del Druida. Utilízala. Si no encuentras pronto a una mujer, creo que terminarás volviéndote loco. No es bueno que un hombre reprima toda esa energía sexual.

– Tanto tú como el resto de los habitantes de Trall sois los culpables. Tú fuiste la que me propuso como candidato a Soltero más Codiciado. Pensasteis que serviría para hacer publicidad de Trall, pero lo único que conseguisteis fue arruinar mi vida social.

– El agua podría cambiar eso -dijo Sorcha.

– No hay ningún manantial del Druida. Seguro que esa agua es del grifo de tu casa.

Vació la botella de agua en el fregadero y se la devolvió.

Sorcha se encogió de hombros.

– Muy bien, como tú quieras -se volvió hacia la puerta.

– ¿Vas a revocar el hechizo? -le preguntó Will.

Sorcha se volvió lentamente hacia él con una sonrisa de satisfacción.

– Crees en mis poderes, pero no quieres admitirlo. Yo ya he hecho mi trabajo, el resto, depende de ti.

Y, sin más, se marchó. Will rió para así. Así que a lo mejor había algo de verdad en el hechizo de Sorcha. Dejaría que Claire descansara del viaje y se recuperara de los efectos del vino durante esa noche. Pero al día siguiente, pensaba llegar hasta el fondo de la intensa atracción que se había despertado entre ellos. Y después averiguaría si realmente los supuestos poderes de Sorcha tenían algún efecto en él.


Claire se despertó lentamente y abrió los ojos en una habitación iluminada por el sol de la mañana. Al principio, no estaba segura de dónde estaba. Volvió a cerrar los ojos, convencida de que estaba soñando, pero se dio cuenta de que no estaba dormida. Apoyándose sobre un codo, miró a su alrededor. No, no estaba en su dormitorio. Estaba en Irlanda. Pero aquélla no era la habitación que le habían asignado. Tampoco veía su equipaje por ninguna parte… Poco a poco, fue recordando lo ocurrido la noche anterior.