– Oh, no -musitó.

¿Sería aquel el dormitorio de Will? ¿Había pasado la noche en su cama? Miró bajo las sábanas y suspiró aliviada. Todavía estaba vestida, aunque tenía la blusa mal abrochada.

– Así que no hice ninguna estupidez -frunció el ceño-. ¿Y por qué no hice ninguna estupidez?

Llamaron a la puerta y Claire se levantó inmediatamente de la cama. Intentó alisar las arrugas de la blusa y se pasó la mano por el pelo antes de abrir y descubrir a Will al otro lado, con una bandeja.

– Te he preparado un café -le dijo-. He pensado que podrías necesitarlo.

Claire se frotó la sien, repentinamente consciente de que le dolía.

– ¿Qué hora es?

– Las doce. Las seis de la mañana en Chicago. Pero si lo prefieres, puedo traerte el café más tarde. Te he dejado las maletas en el pasillo.

Claire hizo un gesto, invitándole a pasar, y se sentó al borde de la cama. Will colocó la bandeja en una mesita y se la acercó. Le sirvió café en la taza.

– Tienes leche y azúcar -dijo, señalando la bandeja.

– Lo prefiero solo -bebió un sorbo, mirándole por encima del borde de la taza-. ¿Qué pasó anoche?

– ¿No te acuerdas?

– Vagamente. Pero no bebí tanto. Sólo un par de copas de vino.

– Creo que estabas más cansada que bebida -dijo Will-. Te quedaste dormida, te traje a esta habitación y…

– ¿Y?

– Y te metí en la cama.

– ¿Y eso fue todo?

– Sí. Bueno, no del todo. Estuvimos tonteando un poco antes de que te quedaras dormida.

– Define «tontear». No quiero que haya malentendidos.

Will le tomó la mano y jugueteó con sus dedos mientras hablaba.

– Nos besamos, nos acariciamos y allí acabo todo. Tú me invitaste a pasar la noche contigo, pero no quise aprovecharme.

– Qué noble por tu parte.

– No, no tan noble. Créeme, consideré seriamente la posibilidad de aceptar tu ofrecimiento. Y me he pasado la noche deseando abofetearme por no haberlo hecho. Vivo en una maldita isla. No se ven mujeres tan guapas por aquí todos los días.

– Lo siento -dijo Claire.

– ¿Qué es lo que sientes?

– Haberle alentado. La verdad es que no he venido aquí para… Bueno, aunque te encuentro muy… -Claire bebió rápidamente otro sorbo de café.

¿Por qué le costaba tanto decirle que no le deseaba?, gimió Claire para sí. ¿Quizá porque deseaba a Will Donovan más de lo que jamás había deseado a un hombre en su vida?

– Has venido a la isla a pasar unas vacaciones -dijo Will. Se levantó lentamente-. Si quieres, puedo llevarte hoy a recorrerla.

– Gracias, pero pensaba ir al pueblo dando un paseo y hacer algunas compras.

– Procura abrigarte. Hace mucho frío.

Claire le observó atentamente mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras él. Soltó entonces la respiración. La verdad era que le habría encantado pasar el día entero con Will, acurrucada frente a la chimenea, bebiendo vino y aprendiendo a conocerse… más íntimamente. Pero había viajado hasta Trall con intención de encontrar el manantial del Druida. Y si quería lograr su objetivo, tendría que realizar algún trabajo de investigación. La primera persona a la que debería ver era la sacerdotisa druida que el capitán Billy había mencionado.

Cuando terminó el café, deshizo el equipaje. Siguiendo el consejo de Will, se puso un jersey y unos pantalones de pana. A continuación, se lavó los dientes, se peinó y decidió prescindir del maquillaje. No tenía sentido arreglarse para parecerle a Will más atractiva.

Al bajar, lo encontró sentado a la mesa del comedor, con un montón de documentos frente a él. Le miró desde el marco de la puerta del comedor, admirando sus atractivas facciones, la firmeza de su mandíbula y la sensualidad de su boca.

Tenía el pelo de un color indefinido, entre el castaño y el negro, y suficientemente largo como para que rozara su cuello. Claire apretó las manos al recordar su tacto. Su perfil era casi aristocrático. Tenía una nariz perfecta, la frente alta y la barbilla fuerte. Claire siempre había pensado que Eric era el hombre más atractivo que había conocido nunca, pero, comparado con Will, le resultaba casi corriente.

¿Cómo era posible que un hombre como Will continuara soltero? Tenía una personalidad encantadora, era atractivo, educado e incluso tenía un cierto aire de chico malo. Y había estado a punto de seducir a una completa desconocida sin ni siquiera intentarlo.

Claire se aclaró la garganta al adentrarse en la habitación. Will alzó la mirada lentamente.

– Hola -le saludó.

– Siento interrumpirle -dijo Claire-. Esperaba que pudieras darme alguna información.

– ¿Sobre?

– El capitán del barco del correo me habló de una sacerdotisa druida que vive en la isla. Me gustaría conocerla -dijo Claire.

– ¿Quieres conocer a Sorcha? ¿Por qué?

– No sé. Cuando el capitán me habló de ella, me pareció… interesante. ¿Tiene alguna tienda en el pueblo?

– Sí, se llama El Corazón del Dragón. Vende bisutería y baratijas relacionadas con los druidas. La verdad es que Sorcha es un poco… -se interrumpió-, excéntrica, llene tendencia a prometer más de lo que puede conseguir. Si quieres conocerla, puedo acompañarte.

– No, no te preocupes. ¿Qué otras visitas podrías sugerirme? Me gustaría verlo todo antes de marcharme.

Will se echó a reír.

– No te hará falla hacer una lista. No hay muchas cosas que ver. Está la iglesia, que tiene algunas reliquias en el interior y unas cruces celtas en el cementerio. También hay un museo sobre la isla en la parte de atrás de la oficina de correos. Y en la calle Parsons tienes algunas tiendas de antigüedades y cosas por el estilo. También se puede hacer un recorrido de la isla en carro de caballos, empieza a las doce en la plaza del mercado. A la mayoría de los turistas les gusta.

– ¿Y a ti qué le parece especialmente digno de ver?

– Está el círculo de piedras, por ejemplo -le informó Will-. No es muy grande, pero es interesante. Puedo llevarte si quieres. Ya he terminado con esto. Y después, podemos parar a almorzar en el pueblo.

Claire se lo pensó durante varios segundos y asintió. ¿Qué daño podía hacerle? A pesar de que pretendía guardar las distancias, pasar el día con Will sería infinitamente más interesante que pasear sola por la isla. Y a la luz del día le sería mucho más fácil controlar sus impulsos cuando estaba con él.

– De acuerdo -dijo.

Will le tendió la mano y ella se la tomó vacilante. Pero en el instante en el que se tocaron. Claire se arrepintió de haber aceptado su ofrecimiento. El tacto de sus dedos, cálidos y fuertes, le hizo imaginárselos deslizándose sobre su piel desnuda, acariciando rincones demasiado íntimos para mencionarlos siquiera. Apartó la mano y comenzó a juguetear con los botones de la chaqueta.

– En cuanto agarre el abrigo podremos marcharnos -dijo Will.

Salieron por la puerta de la cocina. Will la ayudó a montarse en una camioneta, que después rodeó para ocupar el asiento del conductor. Cuando comenzó a conducir. Claire se arriesgó a mirarle y sonrió para sí. Estaba prohibido tocar, se dijo, pero mirar no le haría ningún dallo.

Salieron del pueblo y llegaron hacia las colinas del centro de la isla. Una vez allí, tuvieron que parar y esperar a que un rebaño de ovejas cruzara por la carretera. Will le señaló las casas de piedra de la zona y los restos de un castillo, del que apenas quedaban un montón de piedras.

Llegaron a la cumbre de la colina y, unos segundos después. Claire pudo ver de nuevo el mar. Will detuvo entonces el coche.

– A partir de ahora, tendremos que ir andando. Pero no estamos lejos.

Claire abandonó el vehículo y se reunió con él en el inicio de un sendero estrecho. Durante la mayor parte del camino. Will le sostuvo la mano y cuando el camino se hizo más rocoso, se adelantó y se volvió para sujetarla por la cintura y ayudarle a subir los desvencijados escalones de piedra que permitían salvar los muros que separaban los prados. Llegaron a una pequeña elevación y de pronto apareció ante ellos una verde pradera sobre la que se alzaban orgullosos hacia el cielo unos pilares de piedra colocados en círculo.

Claire contuvo la respiración.

– Es precioso -musitó.

Will se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Alargó la mano para acariciarle la mejilla y Claire se estremeció ante aquel contacto.

Y entonces, Will se inclinó hacia delante y la besó. Claire entreabrió los labios mientras él profundizaba su beso: su cuerpo comenzó a palpitar presa de las más deliciosas sensaciones. Pero el beso terminó tan rápidamente como había empezado.

Will miró hacia el cielo.

– Será mejor que nos demos prisa. Parece que va a llover.

Bajaron corriendo hasta el círculo de piedras. Era como una versión en miniatura de Stonehenge; las piedras no medían más de tres metros de alto y uno veinte de ancho. El diámetro del círculo era de unos quince metros.

Claire lo recorrió por fuera, acariciando cada pilar al pasar, sorprendida por la magia del lugar: podía sentirla vibrar en el aire, en la esencia del viento.

– Es un lugar con mucha fuerza. ¿Qué hacían aquí?

– Dicen que era como una especie de calendario. Los druidas celebraban diferentes épocas del año, como los solsticios y los equinoccios. Beltane y Samhain y un par de fechas más que no soy capaz de recordar. Si todavía estás para entonces aquí, Sorcha piensa celebrar el Samhain el viernes. Toda la isla viene a ver el ritual.

– ¿Se hacen sacrificios?

– ¿Te refieres a cosas como sacrificar vírgenes? -se echó a reír-. Cuando yo era adolescente, solía venir aquí con algunas chicas. Pensábamos que la magia nos daría suerte.

– ¿Y funcionaba? -preguntó Claire.

– A veces.

– ¿Y alguna vez has vuelto con una mujer siendo adulto?

– Ahora mismo estoy aquí contigo -respondió con una sonrisa maliciosa.

Claire se echó a reír.

– ¿Y esperas tener suerte conmigo?

Will la agarró por la cintura, la hizo apoyarse en una de las piedras y la atrapó con sus brazos. Presionó los labios contra los suyos y la miró a los ojos.

– Los tiempos han cambiado. A lo mejor eres tú la que tienes suerte conmigo -la hizo volverse hasta que fue él el que quedó apoyado contra la piedra.

– ¿Y me permitirás pasar de la primera base? -bromeó Claire.

Will frunció el ceño.

– ¿De la primera base? ¿Estás hablando de béisbol?

– Sí -respondió Claire-. Ésa era una forma de decir hasta dónde estabas dispuesta a llegar con un chico cuando era más joven, la primera base es un beso, la segunda, meter las manos por debajo la blusa. En la tercera, ya pueden llegarse a las bragas y un home run es tener sexo completo.

– No me extraña que a los estadounidenses les guste tanto el béisbol. Es mucho más interesante que el criquet. Bueno, así que nosotros ya hemos llegado a la segunda base -dijo Will.

– ¿Ah, sí?

– Sí, ayer por la noche -deslizó la mano bajo la blusa, entrando en contacto con su piel caliente.

Claire se estremeció ante aquel contacto, pero inmediatamente imitó el gesto. Deslizó la mano bajo el jersey de Will y la posó en su pecho.

– Sí, supongo que podría considerarse que estamos en la segunda base.

Will cubrió el seno de Claire con la palma de la mano y acarició el pezón con el pulgar. Claire suspiró suavemente, cerró los ojos y, un segundo después, sus labios se encontraron en un beso duro y demandante.

De pronto. Claire ya no era capaz de dejar de tocarle. Le empujó contra la piedra y le alzó el jersey, mostrando los músculos cincelados de su abdomen. Impaciente. Will se quitó la cazadora y se sacó después el jersey por la cabeza. El contacto con el viento le puso la carne de gallina. Al verle. Claire presionó los labios contra su pecho. Todavía estaba completamente vestida y Will no hacía ningún intento de desnudarla, aunque continuaba con las manos bajo su blusa.

Lentamente, ella le acarició el pezón con la lengua, rodeándolo varias veces hasta hacerle erguirse. Will gimió suavemente y hundió los dedos en su pelo.

Claire descendió hasta el cinturón de Will y siguió bajando, palpando la tela de los vaqueros y sintiendo su erección bajo sus dedos. En otras circunstancias, habría vacilado. Pero aquel lugar mágico la hacía sentirse abierta y desinhibida, como si hubieran accedido a un mundo sin normas, regido solamente por impulsos y deseos.

Claire comenzó a desabrocharle el cinturón mientras Will se apoyaba contra el pilar de piedra. La observaba desabrocharle el cinturón con la respiración contenida, como si bastara aquel contacto para llevarle al límite. Claire ya se lo había desabrochado casi por completo cuando cayó la primera gola de lluvia.

Un segundo después, los cielos parecieron abrirse. Claire alzó la mirada y descubrió a Will mirándola, sonriendo y diciendo: