El conde de Overstein la acompañó hasta el altar y, aunque apenas entendió las palabras que el arzobispo les dirigió, cuando Enrique Tudor le tomó la mano y le puso el anillo de oro rojo en el dedo, Ana de Cleves supo que era la nueva esposa del rey de Inglaterra. Mientras Thomas Cranmer concluía la ceremonia leyó las palabras grabadas en la alianza: «Hasta que la muerte nos separe.» Sintió unas incontenibles ganas de reír.
Acabada la ceremonia, el rey la tomó de la ínano y la arrastró pasillo abajo hacia su capilla privada. La pobre princesa dio un traspiés y casi cayó al suelo mientras se decía furiosa que no tenía por qué sufrir aquella humillación el día de su boda. Aunque no le gustara, ella era su esposa. Haciendo un esfuerzo, recuperó la calma y se dispuso a asistir a la misa que estaba a punto de celebrarse y al banquete nupcial.
Fue un día de grandes celebraciones. Después de la ceremonia el rey se encerró en su habitación y cambió su traje de boda por otro de seda bordado en terciopelo rojo. Cuando salió, una procesión de nobles le esperaba para acompañarle al banquete nupcial. A media tarde la reina se retiró a su habitación para cambiarse de ropa y ponerse un vestido con mangas por encima del codo. Sus damas también se vistieron con trajes adornados con cadenas de oro, tal y como se estilaba en Alemania.
Cat Howard estaba muy agradecida a Nyssa Wynd-ham. La joven no tenía mucho dinero y había obtenido su puesto de dama de honor gracias a su tío, Thomas Howard, quien no era tan generoso con su oro como con sus influencias. Se veía obligada a hacer combinaciones imposibles con los pocos vestidos que poseía y se sentía muy desgraciada al verse peor vestida que sus compañeras. Su familia más próxima se reducía a una hermana y tres hermanos y el poco dinero que su padre había dejado debía ser para su hermano mayor. Por esta razón no había dejado de preguntarse de dónde iba a sacar el dinero para hacerse un nuevo vestido adornado con cadenas de oro.
– Será mi regalo de Reyes -había ofrecido Nyssa-. Me ha sobrado algo de dinero después de hacerme el mío. ¿Para qué sirve el dinero si no puedes compartirlo con tus amigos?
– Eres muy generosa, pero es un regalo demasiado valioso -había protestado Cat, aunque saltaba a la vista que se moría de ganas de aceptar.
– ¡No digas tonterías! -había insistido Nyssa-. ¿Existe alguna norma en la corte que prohiba a las amigas hacerse regalos? Si la hay, estoy dispuesta a saltármela porque tengo regalos para todas.
– Nyssa Wyndham, sois una mujer buena y generosa -había intervenido lady Browne-. Catherine, sois muy afortunada por tener una amiga tan espléndida. Aceptad el regalo; si no lo hacéis vuestro tío se ofenderá.
– En ese caso, acepto -había dicho Catherine Howard esbozando una sonrisa radiante-. Gracias, lady Nyssa.
– Así está mejor -había asentido lady Browne.
– No tengo nada que ofrecerte -se había disculpado Cat-, pero así como nunca olvido una ofensa, tampoco olvido un favor. Algún día te devolveré con creces todo cuanto has hecho por mí. A pesar de que soy pobre como una rata, nunca me has despreciado por ello y todo cuanto he encontrado en ti ha sido bondad y generosidad. Prometo que te recompensaré.
Cuando regresaron al salón, los invitados saludaron su entrada con una estruendosa ovación y numerosas exclamaciones de admiración. Se representaron las mascaradas y pantomimas preparadas para la ocasión y a continuación empezó el baile. Tratando de disimular su desgana, el rey sacó a bailar a su nueva esposa, pero ante su sorpresa, lady Ana resultó ser una excelente bailarina. En su empeño por agradar al monarca, la joven princesa había aprovechado las lecciones de sus damas. Cuando Enrique Tudor la levantó en el aire y ella rió alegremente el rey se dijo que quizá se había precipitado al juzgarla sólo por su aspecto.
– Nyssa…
Nyssa se volvió al oír su nombre y se encontró frente a Cat Howard, que había acudido en su busca acompañada de… ¡de él!
– Nyssa, te presento a mi primo, Varian de Winter, conde de March. El pobre no tiene pareja y he pensado que quizá tú te compadecerías de él. Sé que te encanta bailar.
Sus ojos eran del verde oscuro de las aguas del río Wye cuando el sol de la mañana acariciaba las orillas bordeadas de setos.
– Es un placer conoceros, señora -dijo el conde haciendo una reverencia.
– Lo mismo digo, señor -contestó Nyssa recordando las normas de educación más elementales y devolviéndole la reverencia a pesar de que los escalofríos recorrían su espalda. Varian de Winter tenía una voz grave y musical y su rostro serio de mirada penetrante hizo que el corazón le diera un vuelco.
– Baila con él, Nyssa -insistió Cat antes de desaparecer en busca de su pareja.
– He oído decir que vuestra reputación deja bastante que desear -dijo Nyssa cuando estuvieron a solas-. Lady Marlowe asegura que el simple hecho de intercambiar unas palabras con vos puede comprometer seriamente la mía.
– ¿Y vos la creéis? -replicó él. A juzgar por el tono de su voz, Nyssa habría jurado que se estaba divirtiendo a su costa.
– Pienso que lady Marlowe, quien por cierto es la mejor amiga de mi tía, es una chismosa y una cotilla -respondió Nyssa-. Sin embargo, ya conocéis el dicho: cuando el río suena, agua lleva. Estamos en un lugar público y rodeados de gente, así que no creo que mi reputación sufra un daño irreparable. Acepto bailar con vos. Mi tía dice que ante todo hay que conservar las formas y los buenos modales.
Varian tomó la mano que la joven le tendía y Nyssa sintió los latidos de su corazón en la garganta. Ambos se unieron al resto de las parejas y bailaron hasta que al final del segundo baile Nyssa advirtió que su tío se había acercado a ellos.
– Nyssa, querida, tu tía desea hablar contigo -dijo mientras le sujetaba con fuerza por el brazo y la separaba de Varían de Winter-. Con vuestro permiso…
– Naturalmente, señor -contestó el conde de March haciendo una reverencia y esbozando una sonrisa sardónica antes de abandonar la pista de baile.
– ¿Cómo te has atrevido…? -siseó Nyssa, furiosa, golpeando el suelo con un pie-. ¡Me has avergonzado delante de toda la corte!
– Mi querida niña, tengo una fe ciega en tu sentido común y tu sensatez, pero ni tu tía ni Adela Marlowe opinan lo mismo. Guarda tu regañina para ellas.
– Me van a oír -murmuró Nyssa entre dientes apartando la mano de su tío de su brazo y avanzando con paso firme hacia el lugar ocupado por su tía y su chismosa amiga.
– ¡Nyssa! -la reprendió Bliss en cuanto la tuvo a su lado-. ¡Te dije que no te acercaras a ese hombre!
Gracias a Dios, Adela os ha visto bailando y ha corrido a avisarme. ¡Cuando pienso en lo que podría haber ocurrido…!
– ¿Qué podía haber ocurrido? -replicó Nyssa-. Estamos en un salón atestado de invitados. ¡En mi vida había pasado tanta vergüenza! Mi amiga Cat Howard me ha presentado al conde y me ha pedido que fuera su pareja de baile. ¡Si me hubiera negado todo el mundo me habría tachado de descortés y maleducada!
– Mi querida niña -intervino Adela Marlowe-, no es extraño que una criatura tan inocente como tú no alcance a imaginar hasta dónde pueden llegar la maldad y la crueldad de un hombre como Varían de Winter, pero recuerda que estás aquí para encontrar un marido de familia decente y respetable. Ningún hombre de buena familia querrá comprometerse con una mujer de reputación dudosa -añadió esbozando una sonrisa que pretendía ser amable pero que a Nyssa le pareció arrogante y desdeñosa.
– ¿Cómo os atrevéis a criticar mi comportamiento y mis modales, señora? -replicó Nyssa con los ojos brillantes de ira-. Vos sois mayor que yo, pero yo soy superior por nacimiento y posición. Si fuera la cabra loca por la que me habéis tomado, quizá me dignara a tener en cuenta vuestros inoportunos comentarios y a aceptar vuestros consejos. Pero no soy ninguna irresponsable y me horroriza pensar que ejercéis una influencia tan maligna sobre mi tía que ésta ha llegado a olvidar de quién soy hija. Sé perfectamente cómo debo comportarme en público. Vos no dejáis de decir que el conde es un hombre malvado y miserable, pero todavía no me habéis dicho en qué basáis vuestras acusaciones. Por lo que he visto esta tarde, Varían de Winter es un caballero amable y educado y un excelente bailarín. ¡Y a pesar de haber bailado con él, yo sigo siendo una dama de reputación intachable! Si tenéis algo que decir a eso, ha blad ahora y si no, no volváis a meteros en mis asuntos.
– ¡Debes decírselo,. Bliss! -exclamó Adela Marlowe volviéndose hacia su amiga-. Si no lo haces tú, lo haré yo.
– ¿Decirme qué? -replicó Nyssa con tono burlón.
– El hombre a quien defendéis con tanto ardor sin conocer su oscuro pasado es un auténtico corruptor de menores -reveló lady Marlowe-. Hace muchos años sedujo a una joven y la dejó embarazada. Cuando la muchacha acudió a él desesperada, el conde le dio con la puerta en las narices y la pobre niña se suicidó. ¿Todavía estáis dispuesta a defenderle, jovencita?
Nyssa estaba impresionada por la historia y se sentía estúpida. Sin embargo, se preguntaba cuánto había de verdad en el relato que acababa de escuchar de labios de la dama más amiga de las murmuraciones de toda la corte.
– Señora -dijo solemnemente-, sois la mujer más chismosa que he conocido en toda mi vida.
escandalizada-. ¡Dis-
– ¡Nyssa! -exclamó Bliss cúlpate ahora mismo!
– Es lady Marlowe quien debe disculparse -replicó Nyssa-. Y tú también, tía Bliss -añadió antes de dar media vuelta y correr en busca de sus amigas. El corazón le latía con fuerza. No habían sido las críticas a Varían de Winter, a quien apenas conocía, lo que le había molestado, sino que su tía y lady Marlowe la trataran como a una niña a pesar de que ya había cumplido diecisiete años.
Adela Marlowe estaba muy pálida y tardó un buen rato en recuperarse de la impresión producida por las palabras de Nyssa.
– ¡Jamás me habían faltado al respeto así! -espetó indignada-. Si esa descarada fuera hija mía le daría una paliza y la mandaría de vuelta a su casa. ¡Es una cabra sin cencerro y terminará mal!
– Nyssa ha sido algo brusca -admitió Bliss-, pero tiene parte de razón. Es una muchacha inteligente y responsable y se ha adaptado muy bien a la vida de palacio. Sabe cuánto esperamos de ella y nunca hará nada que ponga en peligro su reputación. Además, adora a la reina y se nota que es feliz sirviéndola.
– Supongo que su dote hará olvidar sus deslices a su futuro marido -repuso Adela Marlowe dirigiendo una mirada rencorosa a su amiga.
– ¡Quince horas de oscuridad! -se lamentó Enrique Tudor mientras 'se preparaba para recibir a su nueva esposa en su habitación-. La próxima vez que me case con una mujer tan fea como lady Ana lo haré la noche de San Juan, la más corta del año.
– La próxima vez que se case -murmuró el duque de Norfolk poniendo los ojos en blanco-. ¿Habéis oído, Cromwell?
– Vamos, majestad, la noche acaba de empezar
– le consoló el primer ministro-. Apuesto a que al amanecer seréis el hombre más feliz del mundo -añadió tratando de mostrar una seguridad en sí mismo que estaba muy lejos de sentir. El duque de Norfolk sonreía y parecía estar de un humor excelente. ¿Qué tramaba?
En esos momentos la reina estaba desvistiéndose ayudada por sus damas de honor, quienes corrían de aquí para allá llevando y trayendo ropas y adornos. Lady Ana era una mujer alta y ancha de caderas, de piernas delgadas, cintura estrecha y pechos demasiado pequeños para una mujer de su estatura. Las damas de honor intercambiaron miradas de inquietud mientras ayudaban a su señora a ponerse un sencillo camisón de seda blanco y cepillaban su hermoso cabello rubio.
Lady Lowe, la antigua ama de cría de la reina y su pervisora de las damas alemanas, se atrevió a expresar sus inquietudes en voz alta:
– ¿Qué vas a hacer con ese mastodonte con quien te han casado, mi niña? -preguntó en alemán-. Gracias a Hans, que escucha las conversaciones de los caballeros imprudentes que le ignoran porque es sólo un niño, sabemos que el rey ha dicho a todo el mundo que no le gustas. Tu madre nunca te habló de lo que ocurre entre un hombre y su esposa, pero yo sí lo he hecho. ¿Qué vas a hacer, hija mía? Temo por ti.
– No tengas miedo -la tranquilizó lady Ana-. Todavía no sé cómo voy a salir de ésta. Si consigo encontrar la manera de anular este matrimonio estoy salvada. Estoy segura de que si el rey hubiera dado con una excusa para no casarse conmigo no habría dudado en suspender la ceremonia. He oído decir que es uno de esos hombres a quienes no se les puede llevar la contraria. Se ha casado conmigo en contra de su voluntad y no encuentra la manera de divorciarse, pero ha dicho a todo el mundo que desea deshacerse de mí cuanto antes. Debo actuar con rapidez o tomaráStel camino más fácil: cortarme la cabeza. Pero yo no vine a Inglaterra a morir sino para escapar de la opresiva corte de Cleves. Reza para que Dios me ayude a tomar las decisiones correctas.
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