Thomas Howard se había puesto furioso al enterarse de la verdad. A pesar de sus defectos, era un hombre justo y se enorgullecía de haber apoyado a su prima Bess cuando ésta se había encontrado en las mismas circunstancias, aun sabiendo que no podía casarse con ella porque estaba comprometido con otra mujer. Su hijo se había comportado como un cobarde pero entonces había aparecido su nieto ofreciéndose a cargar con toda la culpa y a limpiar el nombre de la familia. Se olvidó que el joven Varian de Winter se encontraba en casa de su padre el verano en que la hija del granjero fue seducida y se recordó de repente que la difunta madre del conde de March había sido la hija bastarda del duque. Todos hablaban de su atractivo y las mujeres imaginaban en secreto que se convertían en sus amantes. Algunas lo hicieron y no sólo disfrutaron con la experiencia sino que se lo contaron unas a otras. Las madres de buena familia empezaron a apartar a sus hijas de su lado y pronto adquirió una reputación de seductor sin escrúpulos.
Pero hacía tiempo que Varian de Winter deseaba casarse y formar una familia. Era el último descendiente de la familia De Winter y debía tener hijos si quería perpetuar el apellido de su padre. Sin embargo, el escándalo le perseguía allá a donde fuera. Ningún padre de familia estaba dispuesto a entregar a su hija a un villano que había abandonado a su amante embarazada.
Empezaba a pensar que no debería haber sido tan generoso con su abuelo. Si Enrique se hubiera atrevido a confesar la verdad, se le habría perdonado su pequeño desliz y se habría culpado a su juventud e inexperiencia, pero Varian tenía veintiún años cuando había confesado ser el amante de la hija del granjero y todos habían convenido en que a esa edad un hombre debe aceptar sus responsabilidades, sobre todo un descendiente de la rama bastarda de los Norfolk. Incluso su abuelo estaba de acuerdo en que aquella no había sido la mejor solución. Ahora era demasiado tarde. Cuando se despertara al día siguiente estaría casado por muy repulsivo y despreciable que le pareciera el método empleado por su abuelo para conseguirle una esposa. Suspiró resignado y llamó a su criado personal. El joven acudió a su llamada presuroso.
– ¿Cuándo fue la última vez que cambiaste las sábanas de mi cama, Toby? -preguntó el conde.
– ¿Vamos a tener visitas esta noche, señor? -repuso el muchacho esbozando una sonrisa picara-. Dejadme pensar… por lo menos hace dos semanas. Tenéis razón; ya es hora de cambiarlas. Estoy seguro de que la dama lo merece. Iré a pedir sábanas limpias al ama de llaves del duque.
– Antes de irte prepárame el baño -pidió Varian de Winter.
– Debe tratarse de una dama muy especial -dijo Toby enarcando una ceja antes de abandonar la habitación.
Tiene suerte de ser un simple criado, pensó el conde March. El pobre no imagina lo difícil que resulta vivir en la corte cuando se es el nieto del duque de Norfolk. Había dicho especial… Sí, sin duda Nyssa Wynd-ham era una mujer muy especial. Ella tampoco imaginaba la trama que se tejía alrededor de su inocente persona. ¡Dios mío!, suspiró. Espero que el rey tenga piedad de nosotros y no nos mande a morir a la Torre.
Su abuelo le había dorado la pildora todo cuanto había podido, pero ambos sabían que el rey era un hombre de carácter imprevisible. Si a Enrique Tudor se le había metido en la cabeza que Nyssa debía ser la próxima reina de Inglaterra, pagarían con sus vidas. Ni siquiera su primita Catherine sería capaz de aplacar la ira del rey.
¿Por qué había aceptado tomar parte en el plan de su abuelo? ¿Por qué no había tratado de convencerle de que no valía la pena provocar a su majestad? ¿Es que no había aprendido nada del fracaso de Ana Bolena? Saltaba a la vista que no. Se las había arreglado para conservar su puesto de tesorero mientras que el resto de los implicados en el escándalo lo habían perdido todo, incluso sus vidas. La mejor virtud y el peor defecto de Thomas Howard eran su amor infinito por el poder.
Varían de Winter sabía por qué se había comprometido a obedecer a su abuelo. Lo había hecho por Nys-sa. La idea de que la metieran por la fuerza en la cama de otro hombre le revolvía el estómago, pero ¿por qué? Apenas la conocía pero la joven le había robado el corazón. Tenía que admitirlo: se había enamorado de ella. ¿Cómo podía haberse enamorado de una mujer con quien apenas había cruzado palabra? Y sin embargo, estaba decidido a enamorarla.
Aquella noche Nyssa, que no sospechaba la consternación que estaba causando en la mente y el corazón de Varían de Winter, cenó con sus tíos. No se la esperaba de vuelta en la corte hasta el anochecer, por lo que había pasado el día con su familia. El contrato de alquiler de la casa de Greenwich vencía a final de mes y se preguntaban si debían renovarlo.
– No me parece una buena idea -opinó Nyssa-. Aunque se hace la tonta, hasta la reina sabe que su matrimonio está a punto de ser anulado. Todavía no se sabe si el rey optará por una anulación o un divorcio pero mi trabajo en la corte está a punto de finalizar. Volved a casa, tía Bliss; yo me reuniré con vosotros en cuanto su majestad se deshaga de lady Ana.
– ¿Y si te elige como esposa? -repuso su tía, inquieta-. En palacio no se habla de otra cosa. Creo que no deberías quedarte sola.
– Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con mi esposa -intervino Owen Fitzhugh.
– El rey también mira a Cat Howard con buenos ojos -replicó Nyssa-. Su familia es más importante que la mía. Además, recordad el comprometido puesto que ocupó mi madre mientras duró su estancia en la corte. ¿Cómo va a hacer reina a la hija de una antigua amante?
– María Bolena también fue su amante y se casó con su hermana Ana -le recordó su tía-. Catalina de Aragón era la viuda de su difunto hermano y no tuvo reparos en casarse con ella. El rey comete los mismos errores una y otra vez y nunca aprende. Si realmente se ha encaprichado de ti, la relación que tuvo con tu madre no será suficiente para disuadirle.
– ¡Ojalá te equivoques, tía Bliss! -suspiró Nyssa-. ¡Prefiero morir a casarme con ese hombre! ¿Qué diría mi madre? ¡Se moriría del disgusto y mi padrastro también! Si no fuera porque lady Ana me necesita, volvería a casa hoy mismo.
– No te preocupes, Nyssa -la tranquilizó su tío-. Diré al propietario que prolongue el contrato hasta junio. Ni tú tendrás que abandonar a lady Ana ni nosotros te abandonaremos a ti.
Nyssa regresó a palacio al anochecer. Aquella noche no debía celebrarse ninguna fiesta, por lo que se dirigió directamente al dormitorio de las damas. La reina se había acostado muy temprano y las muchachas charlaban animadamente mientras jugaban a las cartas.
– Está muy triste porque sabe que el rey culpa al viejo Cromwell del fracaso de su matrimonio -explicó Bessie Fitzgerald-. ¡Tiene un corazón de oro!
– Cromwell no podía durar mucho como primer ministro -reflexionó Kate Carey-. Tanto él como Wolsey proceden de familias poco importantes y, aunque ambos han sido leales al rey y han llegado muy alto, han sido presas fáciles para conspiradores como el duque de Norfolk o el duque de Suffolk. Los hombres sin amigos influyentes están condenados a caer en picado. ¿Quién va a interceder por ellos?
– El rey debería ser leal a aquellos que han trabajado duro por él -intervino Nyssa-. Es muy fácil exi gir lealtad sin dar nada a cambio. Cromwell es un reptil, pero ha dedicado todos sus esfuerzos a hacer la vida más agradable al rey. Quizá ése haya sido su error. Me da mucha pena.
– Al rey no le gusta que las personas de su confianza cometan errores -replicó Cat Howard.
– Tengo ganas de que todo esto termine para irme a casa ^-suspiró Nyssa-. Echo de menos a mi familia y me muero de ganas de ver a mis padres. Como mi madre, soy una mujer de campo.
– Sospecho que el rey no te dejará escapar tan fácilmente -rió Kate Carey.
– ¡No digas eso! -protestó Nyssa.
– ¿No te gustaría ser reina, Nyssa? -preguntó Cat Howard sonriendo astutamente-. ¡A mí sí! Me encantaría tener decenas de personas pendientes de todos mis caprichos y ver a todos aquellos que me despreciaban haciendo cualquier cosa por ganarse mi favor.
– Pues a mí no me gustaría -replicó Nyssa-. Quiero casarme con el hombre de quien me enamore, vivir con él en las montañas y tener muchos hijos. Es evidente que no compartimos nuestros gustos, Cat.
– Sin embargo, todavía no has encontrado a tu príncipe azul -intervino Bessie Fitzgerald.
– Tienes razón -sonrió Nyssa-. He estado tan ocupada sirviendo a la reina que no he tenido tiempo de fijarme en los caballeros de la corte. Tampoco hay muchos que se hayan acercado a mí. Quizá no me encuentran atractiva…
– ¡Nyssa, eres una tonta! -rió Cat Howard-. ¿No te has dado cuenta de que mi primo Varían sólo tiene ojos para ti?
– ¡Es tan guapo! -suspiró Kate Carey.
– Mi tía y lady Marlowe aseguran que es un desalmado y que ninguna muchacha de buena familia debería acercarse a él.
– Los villanos son más interesantes que los santurrones -replicó Cat. El resto de las muchachas sofocaron unas risitas.
– Me alegro de veros tan contentas -dijo lady Rochford entrando con una bandeja-. ¿Puedo saber de qué os reís o es un secreto?
– Hablamos de hombres -contestó Cat.
– ¡Qué malas sois! -exclamó Jane Rochford esbozando una sonrisa indulgente-. ¿Dónde están las demás?
– Las hermanas Basset pasarán la noche en casa de su tía y a Helga y María les toca dormir en la habitación de su majestad -contestó Kate Carey-. La reina está muy triste y se ha retirado temprano.
– Perfecto -sonrió lady Rochford-. ¡Mis pobres niñas! Trabajáis duro durante todo el día y apenas tenéis tiempo para distraeros. Mirad lo que os he traído como premio por portaros tan bien -añadió empezando a servirles una bebida-: es un licor de cereza recién traído de Francia. ¡A vuestra salud, mis pequeñas damas!
– ¿No nos acompañáis, lady Rochford? -preguntó Bessie.
– Ya he bebido dos copas -confesó la dama ahogando un hipido-. Si pruebo una gota más empezaré a decir tonterías. ¿A que está bueno?
Las jóvenes asintieron mientras bebían de sus copas.
– Se ha hecho tarde. Es hora de prepararse para ir a dormir. Mientras lo hacéis yo me llevaré las copas antes de que lady Lowe o lady Browne nos descubran y nos regañen. Aprovechad esta oportunidad de acostaros pronto. Apuesto a que dormiréis como troncos… a menos que alguna de vosotras planee encontrarse con su amante a medianoche.
Las muchachas estallaron en alegres carcajadas.
– ¡Vamos, lady Rochford; ninguna de nosotras tiene un amante! -aseguró Kate.
– No estés tan segura, pequeña. Dicen que las apariencias engañan. Quizá seas tú quien planea un encuentro furtivo a medianoche.
– ¿Yo? -rió la joven:-. ¡Qué disparate! ¡Ojalá fuera verdad!
– ¿Podemos tomar un poco más de licor, lady Rochford? -preguntó Bessie-. Lady Browne pasará la noche con su marido y lady Lowe duerme con su majestad. No se enterarán.
– Ni hablar, Elizabeth Fitzgerald -contestó lady Rochford fingiéndose enojada-. ¿Quieres terminar borracha como una cuba? ¡Y ahora, a la cama todo el mundo! -añadió dando una fuerte palmada-. Esta noche hay espacio de sobra, así que podéis ocupar una cama cada una.
Nyssa, que había encontrado el licor demasiado dulce y apenas lo había probado, ofreció su copa a Bessie disimuladamente. Gracias a Dios, aquella noche tendría una cama para ella sola. Siempre había dormido sola y no acababa de acostumbrarse a compartirla con otra persona. Cat Howard había dormido acompañada de sus hermanas durante toda su vida, Bessie estaba habituada a las costumbres de la corte y Kate también solía dormir con su hermana. Bostezó ruidosamente. De repente le había entrado mucho sueño y sus compañeras también parecían cansadas. Se cubrió con el edredón y se quedó dormida antes de apoyar la cabeza en la almohada.
Lady Rochford se instaló en una silla junto al fuego y trató de mantenerse despierta. Una hora después, se acercó a las camas y comprobó que todas las damas dormían profundamente. Se dirigió a la ventana que daba al jardín y levantó un candelabro encendido. Regresó a su silla junto al fuego y esperó hasta que alguien llamó a la puerta débilmente minutos después. Corrió a abrir y señaló la cama de Nyssa.
– ¡Ésa es la muchacha! -siseó-. ¡Deprisa, deprisa!
Un robusto mocetón envolvió a Nyssa en el edredón, la tomó en brazos y salió de la habitación a toda prisa. El otro esperaba fuera y vigilaba que nadie les viera. Los dos recorrieron los pasillos oscuros de puntillas y dieron un largo rodeo para evitar a la guardia real. Los captores de Nyssa eran dos de los hombres de confianza del duque de Norfolk a quienes se había ordenado que llevaran a la joven a la habitación del conde March. Aunque hubieran deseado saber qué tramaba el duque, no se habrían atrevido a preguntar. Eran sirvientes y sabían que los sirvientes se limitan a cumplir órdenes sin hacer preguntas comprometedoras. Cuando llegaron a su destino, dejaron a Nyssa sobre la cama del conde y abandonaron la habitación.
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