Varían de Winter abandonó el rincón oscuro en el que se había refugiado y avanzó hacia la cama. Va a odiarme durante el resto de su vida, se dijo apesadumbrado. Habría preferido cortejarla y ganarse su cariño como hacen los hombres decentes; le habría gustado que su familia le considerara digno de la joven y le aceptara pero eso no iba a poder ser gracias a su turbio pasado. Los Wyndham no iban a tener más remedio que aceptarle a la fuerza. Tendría que ganarse también su confianza. ¡Si por lo menos supiera cómo hacerse perdonar! Sabía que Nyssa nunca le amaría, pero habría dado cualquier cosa por no tener que sufrir su desprecio durante el resto de sus días.

Con mucho cuidado apartó el edredón que la cubría, lo dobló y lo escondió en un armario. Se acercó a la chimenea, echó otro leño al fuego y se despojó de su bata de terciopelo. Las llamas iluminaron su esbelto cuerpo. Algunas de sus amantes habían asegurado que parecía una escultura griega, un cumplido que le sorprendía y le halagaba a la vez.

Regresó a la cama y se dispuso a preparar la escena de manera que resultara inequívoca a ojos de Enrique Tudor. Desabrochó las cintas que cerraban el camisón de Nyssa y empezó a quitárselo. La joven gimió y cambió de postura. La tela del camisón era suave como la seda y se deslizaba con facilidad sobre su piel de melocotón. Varían le apoyó la cabeza en la almohada y luchó por apartar la mirada del cuerpo de la joven pero no pudo resistir la tentación. Nyssa Wyndham era la mujer más hermosa que había visto en su vida: tenía unas piernas largas y delgadas y un torso esbelto rematado por unos pechos pequeños pero bien formados. Su largo cabello oscuro destacaba sobre su piel de alabastro y la hacía parecer frágil y vulnerable. Su conciencia protestaba a gritos pero era demasiado tarde para echarse atrás. ¡Que Dios nos ayude a los tres!, pensó. A ti, Nyssa Wyndham, a mi pobre prima Ca-therine y a mí.

Volvió a tomar a Nyssa entre sus brazos, la metió en la cama y se acostó a su lado. La joven volvió a gemir y Varían se dijo que su abuelo no tardaría en aparecer acompañado por el rey para descubrirla en brazos de su amante. Se incorporó sobre un codo y contempló a su inocente víctima. Ante su sorpresa, Nyssa abrió sus hermosos ojos azules y frunció el ceño mientras miraba de un lado a otro y se preguntaba dónde estaba.

– ¿Es esto un sueño? -preguntó al descubrir al conde de March a su lado.

– Ojalá lo fuera, querida -contestó él.

Nyssa abrió ojos como platos y metió la cabeza bajo el edredón.

– ¿Qué…? -balbuceó al descubrir que estaba desnuda.

En ese momento se oyeron voces en el exterior de la habitación y Varían de Winter sujetó a Nyssa por la nuca.

– ¡Perdonadme, Nyssa Wyndham! -siseó antes de besarla en la boca. Mientras lo hacía, oyó que alguien abría la puerta de la habitación y la voz de su abuelo:

– ¿Veis como tenía razón, majestad?

Enrique Tudor no daba crédito a sus ojos. Allí estaba Nyssa Wyndham sentada sobre la cama, mostrando su cuerpo desnudo y las huellas de los besos de Varían de Winter en su boca. ¡Nyssa Wyndham, la hija de su fiel amiga Blaze, no era una muchacha buena y decente como su madre, sino una viciosa y una perdida!

– ¿Qué significa esto? -rugió-. ¡Quiero una explicación!

– Majestad, yo… -balbuceó Nyssa, desconcertada. ¿Dónde demonios estaba y cómo había llegado hasta allí? El roce de la pierna de Varían sobre la suya le hacía cosquillas pero no era el momento de pensar en tonterías.

– ¡Silencio, muchacha! -la interrumpió el duque de Norfolk volviéndose hacia su nieto-. Varían, me has defraudado. ¿Cómo has osado seducir a una niña inocente y de buena familia como lady Nyssa? Esta vez has ido demasiado lejos. Sólo se me ocurre una solución para evitar el escándalo y salvar la reputación de la muchacha.

– ¡Eso es, a la Torre con ellos! -gritó Enrique Tudor.

– Tranquilizaos, majestad -intervino el obispo Gardiner, que había permanecido detrás del duque y había observado la escena sin despegar los labios-. No os conviene organizar un escándalo, sobre todo ahora que se rumorea que lady Nyssa es una de vuestras preferidas.

– ¡Naturalmente que es una de mis preferidas! -replicó el rey-. ¡Es la hija de mi amiga Blaze Wyndham! Prometí a sus padres que cuidaría de ella como si fuera mi propia hija. ¡Por el amor de Dios, Gardiner!

¿De verdad creíais que deseaba…? ¡Si es así, es que sois tonto de remate!

– No, majestad, yo os aseguro que no… -se apresuró a contestar el obispo. Una vez más, la reacción del rey había sorprendido a todo el mundo.

– ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! -sollozó Nyssa, pero nadie excepto el arzobispo de Canterbury prestó atención a sus palabras.

Thomas Cranmer creía que la joven decía la verdad. Parecía realmente desconcertada y el conde tenía una expresión tan preocupada que inmediatamente sospechó que se trataba de una conspiración. Sin embargo, no imaginaba de qué se trataba y por prudencia decidió no expresar en voz alta sus pensamientos. Lo más importante era proteger la reputación de lady Nyssa. Saltaba a la vista que la muchacha era inocente pero no iba a resultar fácil convencer a Enrique Tudor, un hombre que sólo creía lo que veía.

– Majestad, sólo se me ocurre una solución -dijo con voz suave. El rey le dirigió una mirada inquisitiva-. Lady Wyndham y lord De Winter deben casarse esta misma noche, antes de que se sepa lo ocurrido. Estoy seguro de que el duque y el obispo Gardiner estarán de acuerdo conmigo, ¿verdad, señores?

– Así es -asintió el obispo.

– Aunque no suelo coincidir con el arzobispo, creo que esta vez tiene razón -añadió Thomas Howard-. Es una buena forma de acallar los rumores. Diremos que el conde se enamoró de la muchacha, que su majestad dio permiso para que se casaran y que, debido a las dificultades que atraviesa el matrimonio de su majestad, los jóvenes decidieron casarse en secreto para no tener que abandonar a sus majestades en estos tiempos tan difíciles.

– Si pudierais convertiros en un animal, apuesto a que escogeríais ser un zorro, Tom -gruñó Enrique Tudor. Se volvió hacia la joven pareja y preguntó al conde-: ¿Cuánto tiempo hace que dura esto?

– Es la primera vez que me encuentro con lady Nyssa a medianoche, señor -contestó Varían de Winter.

– ¿Y habéis llegado hasta el final o aún estamos a tiempo de salvar la reputación de la muchacha? -añadió, rabioso. No sabía con quién estaba más enfadado. Era cierto que Nyssa Wyndham era una de sus favoritas pero le había decepcionado comprobar que las nuevas generaciones no sabían estar a la altura de sus padres.

– ¡Soy virgen! -gritó Nyssa mirándoles desafiante-. ¡No sé qué hago aquí ni cómo he llegado hasta la habitación del conde! ¡Tenéis que creerme, majestad!

– Señora, vuestra madre jamás me mintió. Me apena comprobar que no os parecéis a ella en nada.

– ¡No estoy mintiendo! -sollozó Nyssa.

– ¿Me tomáis por tonto? -rugió Enrique Tudor-. Os encuentro desnuda en compañía de un hombre igualmente desnudo, ¿y todavía os atrevéis a negar la evidencia? ¿Pretendéis hacerme creer que llegasteis aquí por arte de magia? Si no habéis venido por voluntad propia, decidme: ¿qué hacéis en la cama del conde de March?

– ¡No lo sé!

– Majestad -intervino el arzobispo-, propongo ir a buscar a la tía de lady Nyssa. Salta a la vista que la muchacha se siente culpable y quizá algo de compañía femenina le haga reflexionar. Mientras tanto el obispo Gardiner y yo prepararemos la capilla de palacio para que la boda pueda celebrarse cuanto antes. Estoy seguro de que nuestros tortolitos sienten mucho haber disgustado a su majestad.

– Está bien, podéis marcharos -accedió el rey mirando a la joven pareja con gesto hosco-. Les quiero casados antes de una hora. El duque y yo mismo seremos los testigos. Lord De Winter, mañana a primera hora quiero una prueba de que el matrimonio ha sido consumado, ¿me habéis entendido? No voy a permitir que esta unión se anule.

– Sí, majestad -contestó Varían de Winter-. Os aseguro que me siento muy feliz por casarme con kdy Nyssa y prometo ser el mejor de los maridos. ¿Dais vuestro permiso para que le pongamos vuestro nombre a nuestro primer hijo?

– ¡Pero yo no quiero casarme con este hombre!

– protestó Nyssa-. ¡No le conozco y no le amo! ¡Yo sólo me casaré por amor!

– ¿Cómo podéis decir que no le conocéis? -exclamó Enrique Tudor volviendo a montar en cólera-. ¡Os he encontrado desnuda en su cama! Me temo que sois más tonta de lo que parecéis. ¿Quién creéis que aceptará casarse con vos cuando se sepa lo ocurrido esta noche? En este palacio las paredes oyen y os aseguro que a los ojos de la corte sois una perdida. Prometí a vuestra madre que cuidaría de vos como si fuerais mi hija, pero debéis aceptar las consecuencias de vuestros actos. No tenéis elección, lady Nyssa: os casaréis con lord De Winter porque yo, vuestro rey, así lo ordeno. Atreveos a desobedecer mis órdenes y seréis acusada de traición. Vuestra madre siempre ha sido mi subdita más fiel y no espero menos de vos. Por lo menos vuestro marido es un hombre de sangre noble -se consoló-. Espero que os guste este hombre porque no tenéis elección. Os casaréis con él dentro de una hora

– concluyó antes de dar media vuelta y abandonar la habitación seguido por el duque de Norfolk.

Los dos jóvenes se miraron durante unos segundos sin saber qué decir.

– ¿Os importaría explicarme cómo he llegado hasta aquí, señor? -preguntó Nyssa finalmente.

– No es el mejor momento para…

– ¡Tengo derecho a saberlo! -insistió ella apartando la mirada de los ojos de Varían de Winter-. Me acosté en la habitación de las damas y me he despertado en vuestra cama.

– Prometo que os lo explicaré con todo detalle más tarde -dijo el conde-. Sé que no tengo derecho a pediros nada, pero confiad en mí, por favor. No os haré ningún daño.

– ¿Que confíe en vos, señor? -exclamó Nyssa volviéndose para mirarle-. ¡Dadme una buena razón para hacerlo! Tenéis una malísima reputación y, sea lo que sea lo que ha ocurrido esta noche, apuesto a que no se trata de algo noble y respetable. Mis padres me prometieron que podría escoger a mi marido y ahora un hatajo de indeseables a quienes no conozco han tomado esa decisión por mí. ¡Os odio por ello y exijo una explicación!

– La tendréis, pero ahora no es el momento. Debéis tener paciencia.

– ¡La paciencia no es una de mis virtudes! -espetó-. Todavía tenéis que aprender muchas cosas de vuestra nueva esposa.

– ¿Cuántos años tenéis? -preguntó Varian de Winter.

– Cumplí diecisiete años el último día del mes de diciembre -contestó Nyssa-. ¿Y vos?

– Cumpliré treinta el última día de este mes -contestó él esbozando una sonrisa. Nyssa tenía razón: apenas se conocían.

Tiene una sonrisa bonita, pensó Nyssa. Casi me gusta. Casi.

– ¿Dónde vivís cuando no estáis en la corte?

– Mis tierras están junto al río Wye, al otro lado de vuestro hogar de Riverside -contestó-. Mi casa está en lo alto de una colina situada a unos mil quinientos metros de la orilla del río. Mi propiedad se llama Win-terhaven y limita con las tierras de vuestro tío, lord Kingsley.

– ¿Y por qué no os había visto hasta que llegué a la corte? -preguntó Nyssa, extrañada.

– Porque he vivido en la casa del duque de Norfolk desde que tenía seis años. Mi padre, Enrique de Winter, murió cuando vos erais muy pequeña. Sólo paso en Winterhaven unas semanas cada verano y no salgo mucho cuando estoy allí. Si me hubiera relacionado con mis vecinos nos habríamos conocido mucho antes. Espero no decepcionaros, pero deseo abandonar la corte y trasladarme al campo. Imagino que palacio debe ser un lugar fascinante para una joven como vos, pero yo estoy cansado y deseo cambiar de aires.

– Estaba deseando que el rey resolviera sus problemas con lady Ana para regresar a mi casa. No me da ninguna pena abandonar la corte -añadió antes de advertir que estaba temblando. ¿Era frío lo que sentía o temblaba de rabia?

Alguien llamó a la puerta y, antes de que Varían de Winter pudiera decir «Entre», Bliss Fitzhugh irrumpió en la habitación. Cuando descubrió a su sobrina desnuda junto al conde de March abrió unos ojos como platos.

– ¿Cómo has podido hacer algo así, Nyssa? -se lamentó con lágrimas en los ojos-. El rey acaba de propinarme una severa regañina y se ha empeñado en que os caséis. Y vos… -masculló entre dientes volviéndose hacia el conde-. Sois un miserable. Habéis seducido a una niña inocente ¡pero esta vez no podréis huir si queda embarazada!

– Ya que vamos a ser parientes, no tendré en cuenta vuestras ofensivas palabras -contestó Varían de Winter con toda la dignidad con que puede hablar un hombre medio desnudo-. Me temo que la informa ción que habéis recibido de vuestra chismosa amiga, lady Marlowe, no es del todo exacta. Cuando nos conozcamos mejor os daré mi versión de los hechos y confío en que sabréis distinguir la verdad de los comentarios malintencionados, lady Fitzhugh.