– Los humores del amor han empezado a fluir -murmuró mientras le besaba una oreja-. Ya estás lista para recibirme -añadió mientras su dedo encontraba su clítoris y lo frotaba con suavidad.

Nyssa ahogó un grito. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Las caricias de su marido se habían hecho muy atrevidas y cada vez le proporcionaban más placer. Gimió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

– Ya no puedo más, señor -sollozó.

– Yo tampoco -contestó Varían tumbándose sobre ella.

Nyssa volvió a sentir miedo y luchó por librarse de su abrazo pero el conde sujetó sus manos con firmeza y la obligó a separar las piernas.

– No te resistas ahora, cariño.

– ¡No! -gritó Nyssa apartando el rostro para esquivar los besos de su marido-. ¡Quiero casarme con el hombre a quien yo ame!

– ¡Entonces ámame! Somos marido y mujer, Nyssa, y el rey ha ordenado que nuestro matrimonio sea consumado esta misma noche. ¡No te resistas ahora, maldita sea!

Nyssa sintió algo penetrando en su cuerpo y de repente comprendió la utilidad de la llamada herramienta de los hombres. ¡Las mujeres tenían un pasadizo escondido entre las piernas y cuando un hombre lo atravesaba se creaba una nueva vida! Aunque se sentía engañada y ultrajada, advirtió que Varian estaba tratando de ser delicado por lo que trató de dominar el miedo que la poseía y se abrió para él como una flor.

Varian cerró los ojos mientras penetraba a Nyssa con toda la suavidad que podía. El rey había ordenado que hiciera de Nyssa una mujer aquella misma noche pero habría dado cualquier cosa por que la muchacha le amara tanto como él. De repente tropezó con un obstáculo que detuvo su avance. Cuando Nyssa protestó y arqueó la espalda Varian supo que el himen estaba tan firmemente sujeto que no había forma de atravesarlo con delicadeza.

– ¡Me haces daño! -gimió Nyssa-. ¡Suéltame, por favor!

Como toda respuesta, Varian la penetró con fuerza. Nyssa gritó y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. El conde de March se sentía como un monstruo pero era demasiado tarde para echarse atrás. Sus embestidas se hicieron más rápidas y fuertes hasta que creyó morir de placer.

¿Cómo puede ser tan cruel?, se preguntó Nyssa sin dejar de sollozar. El vientre y la parte superior de los muslos le ardían y le dolían por lo forzado de la postura. Durante unos minutos se debatió entre los brazos de su marido tratando de huir de aquella tortura pero el dolor desapareció de repente tal y como había aparecido. En su lugar sintió la sensación del cuerpo de Varian dentro del suyo y, volvió a llorar, esta vez de placer. Permanecieron abrazados hasta que, exhausto y casi sin respiración, Varian de Winter se separó de Nyssa y se tendió a su lado. Ninguno de los dos podía hablar pero él le apoyó la cabeza en su pecho y le acarició el cabello para recordarle que la amaba más que al principio de la noche.

Nyssa sentía bajo la mejilla los latidos acelerados del corazón de su marido. Todavía estaba desconcertada por lo que acababa de ocurrir entre ellos. Estaba furiosa con su madre por no haberle hablado nunca de la pasión entre esposos pero admitía que no debía ser fácil hablar a una hija de un acto tan íntimo.

¿Se encuentra bien? ¿Me perdonará algún día?, se preguntaba el conde de March, angustiado.

– Nyssa, ¿estás…? Ya sé que te he hecho daño pero te aseguro que sólo ocurre la primera vez.

– Yo no sabía…

– ¿Me perdonas?

– Sé que habéis sido muy paciente conmigo, señor -contestó Nyssa mirándole a los ojos-. Os pido disculpas por haberme mostrado tan cobarde. Normalmente no soy así. La pasión es un sentimiento muy poderoso, ¿verdad? -añadió acariciándole una mejilla-. ¿Ocurre siempre así?

– Si el hombre y la mujer se desean, sí '•-contestó él tomando la mano de Nyssa entre las suyas y besándole la palma.

– ¿Era esto lo que quería el rey?

– Sí, querida.

Nyssa guardó silencio y poco después se quedó profundamente dormida. Varian permaneció despierto unos minutos escuchando su acompasada respiración pero no tardó en unirse al sueño de su esposa.

Se despertaron sobresaltados cuando pocas horas después alguien llamó a la puerta. Sin dar tiempo a Varian de Winter a salir de la cama, Thomas Howard entró en la habitación.

– Está amaneciendo. ¿Has hecho lo que debías? -preguntó a su nieto sin más preámbulos.

Varian cubrió a su esposa con la colcha. La joven dirigió una mirada furiosa al duque de Norfolk. No sólo se atrevía a irrumpir en el dormitorio de unos esposos sino que la miraba de arriba a abajo sin mostrar el más mínimo pudor.

– ¿Sí o no? -se impacientó él ignorando la mirada de Nyssa-. La joven es lo bastante bonita para excitar a cualquier hombre.

– Si sales de la habitación yo mismo te daré la prueba que el rey necesita, abuelo -contestó Varian con frialdad.

– Primero tenemos que hablar de un pequeño asunto. Deja de mirarme como si quisieras clavarme un puñal en el corazón, muchacha -añadió dirigiéndose a Nyssa-. Lo hecho, hecho está y ahora es momento de pensar en una explicación convincente que silencie las lenguas viperinas de la corte.

– Ya que contar mentiras se os da tan bien, dejaré que seáis vos mismo quien invente la historia -res pondió Nyssa, en absoluto intimidada-. ¿Qué habéis pensado? Mi virtud y mi decencia son conocidas en una corte donde las infidelidades y los escándalos están a la orden del día. ¿Diréis que de repente sufrí un ataque de pasión por vuestro nieto o contaréis que nos hemos fugado juntos?

– Lo tengo todo pensado -respondió el duque de Norfolk-. Todo cuanto tenéis que hacer es escuchar con atención y comprometeros a no contradecir mi versión. He hablado con vuestros tíos y creen que es lo mejor y el rey también está de acuerdo. A pesar de vuestro deplorable comportamiento, no os desea ningún mal.

– ¿Mi deplorable comportamiento? -gritó Nyssa, furiosa-. ¡Ya he oído suficiente! Conozco vuestros planes de convertir a Cat en la próxima reina de Inglaterra y sé cómo llegué hasta la cama de vuestro nieto.

– ¿Ah, sí? Entonces, espero que seas lo bastante sensata como para mantener la boca cerrada. Si no lo haces, tu marido y tú acabaréis vuestros días decapitados en la Torre.

– ¡Si no fuera por lady Ana, me marcharía de Gre-enwich ahora mismo!

– Sois libre de hacerlo, señora.

– ¿Y dejar a su majestad sola e indefensa? Ni hablar. El rey me ha dado permiso para seguir sirviéndola y pienso permanecer a su lado hasta el final.

– Está bien, pero ahora debéis escucharme con atención -se impacientó Thomas Howard-. Diremos que anoche Varian os raptó, os trajo a su habitación y allí os violó. Vos conseguisteis escapar y corristeis a contárselo a vuestros tíos. Ellos protestaron al rey y éste ordenó que la boda se celebrara inmediatamente. De esta manera, vuestra reputación queda intacta y os convertís en la víctima inocente. ¿Estáis satisfecha?

– ¡Es que yo soy la víctima inocente!:-protestó Nyssa-. Lo siento, señor, pero no voy a permitir que difaméis a mi marido de esta manera. ¿Es que no tenéis corazón? ¿Vais a manchar la reputación de vuestro nieto todavía más?

– Si tenemos en cuenta su fama de amante sin escrúpulos y la vuestra de dama virtuosa, ésta es la explicación más convincente -contestó Thomas Howard-. Y por la cuenta que os trae, vos la corroboraréis palabra por palabra.

Nyssa abrió la boca para decir al duque que sabía que su marido se había acusado de un crimen que no había cometido para salvar la reputación de los Howard, pero Varian de Winter la hizo callar apretándole la mano con disimulo bajo la colcha. Nyssa se mordió el labio inferior y se volvió para mirarle. El se llevó un dedo a los labios y negó con la cabeza. Las dudas volvieron a asaltarla: ¿la había engañado para ganarse su confianza o había dicho la verdad?

– Espero que por lo menos digas que fue mi amor por lady Nyssa lo que me llevó a hacer algo tan despreciable, abuelo -bromeó.

– Toda la corte murmura que el rey se ha encaprichado de mí -intervino Nyssa-. A todos les extrañará que su majestad no haya encerrado a mi marido en la Torre por apropiarse de algo que deseaba y casi consideraba suyo.

– No olvidéis que el rey todavía es un hombre casado -replicó el duque de Norfolk, admirado por la viveza y la inteligencia mostrada por la muchacha-. Nunca admitiría en público que ama a otra mujer.

– Lo hizo antes de casarse con vuestra sobrina Ana.

– Tened cuidado con lo que decís, señora -gruñó Thomas Howard-. Quizá debería pedirte disculpas por haberte dado como esposa a una mujer con una lengua tan viperina -añadió dirigiéndose a su nieto.

– Eso es exactamente lo que deberíais hacer -con testó Nyssa-. Deberíais disculparos inmediatamente. Sois el hombre más cruel que he conocido.

– Cállate, querida -murmuró Varian.

– Ya sabes lo que tienes que hacer -contestó el duque-. Esperaré fuera pero date prisa. El rey se despertará de un momento a otro y quiero acabar con esto cuanto antes.

Dicho esto, se dio la vuelta y salió de la habitación dando un portazo.

– ¿Cómo puedes serle tan leal? -preguntó Nyssa cuando estuvieron a solas de nuevo-. Vendería a su propio padre con tal de conseguir sus propósitos.

– Te prometo que es la última vez que me rebajo por él -aseguró el conde de March. Quería a su abuelo pero admitía que esta vez Nyssa tenía razón: había ido demasiado lejos. No podía permitir que la vergüenza de una violación cayera sobre Nyssa.

– ¡Le odio! -gritó Nyssa-. ¡Es un hombre malvado y cruel!

– ¿De qué otra manera podríamos explicar nuestro precipitado matrimonio? -se lamentó Varian-. Todo el mundo sabe que hasta anoche apenas habíamos cruzado palabra. No hay más remedio que aceptar la versión de mi abuelo y te pido perdón por la vergüenza y la humillación que su historia te reportará.

– ¿No podríamos decir que me sedujiste? -propuso Nyssa-. ¿Es necesario hablar de violación? Prefiero que me acusen de ser una cabeza de chorlito a que se diga que me he casado con un villano. ¿Por qué no mantenemos nuestro matrimonio en secreto? Después de todo, el rey…

– ¿Y si has quedado embarazada después de lo de anoche? -la interrumpió Varian-. ¿Cómo explicarías eso? Es mejor que hagamos público nuestro matrimonio cuanto antes. Tu primer hijo no será un bastardo

– añadió besándola con suavidad-. Levántate.

– Necesito que venga Tillie.

– ¿Quién es Tillie?

– Mi doncella personal. Necesito que me traiga algo de ropa.

– Envuélvete en la colcha -contestó el conde-. Mi abuelo espera que le dé la sábana.

– ¿Para qué? -quiso saber Nyssa apresurándose a obedecer.

El conde deshizo la cama y señaló una mancha de sangre en mitad de la sábana.

– ^¿Lo ves? -preguntó antes de arrancarla de un tirón-. Eso prueba que anoche eras virgen y que esta mañana ya no lo eres.

Abrió la puerta de la habitación, tendió la sábana a su abuelo sin mediar palabra y volvió a echar la llave.

– Pediré a Toby que vaya en busca de tu doncella. Supongo que duerme en la habitación destinada a los criados de las damas de la reina, ¿verdad? Descríbemela para que Toby pueda encontrarla.

– Es una joven de mi edad, no muy alta y lleva el cabello recogido en una trenza -contestó Nyssa-. ¡Por favor, dile que sea discreto! -suplicó-. No quiero ni pensar en el escándalo que se organizará cuando todo se sepa.

El conde llamó a su criado y se apresuró a ponerle al corriente de lo ocurrido aquella.noche.

– Ayer me casé con esta dama -explicó al desconcertado muchacho-. No creas las habladurías que se extenderán por palacio dentro de pocas horas. Ahora vete y busca a Tillie, la doncella de mi esposa -ordenó.

– Dile que me traiga algo de ropa -añadió Nyssa-. La reina me espera pero no puedo ir a ninguna parte sin ropa.

– Sí, señora -dijo Toby haciendo un esfuerzo por apartar la mirada de la hermosa joven envuelta en una colcha y apresurándose a abandonar la habitación.

Le costó bastante convencer a Tillie de que su señora se encontraba en los aposentos del conde de March.

– No te creo -aseguró la joven negando con la cabeza-. Lady Nyssa está en la habitación de las damas, como debe ser.

– Te digo que no -replicó Toby tratando de no levantar demasiado la voz-. Está en la habitación de mi amo envuelta en una colcha y dice que no puede ir a ninguna parte sin su ropa. Quiere que tú se la lleves. Si no me crees, entra en el dormitorio de las damas y compruébalo tú misma. Nadie llama mentiroso a Toby Smythe.

Tillie recorrió la habitación donde creía haber dejado a Nyssa durmiendo pero no vio a, su señora por ninguna parte. Corrió al vestidor, tomó un vestido, un par de zapatos y un cepillo para el cabello y regresó junto al muchacho.

– ¡Deprisa, llévame a la habitación de tu amo! -le apremió-. Si descubro que me has tomado el pelo, me aseguraré de que tu señor te dé tu merecido. Yo misma estaré encantada de propinarte unos cuantos azotes.