– Eres una chica muy desconfiada, ¿sabes? -contestó Toby con una sonrisa-. Sigúeme y no hagas ruido.

Tillie abrió unos ojos como platos cuando entró en los aposentos del duque de Norfolk y admiró el lujo de las estancias pero no dijo nada. Toby llamó a una puerta cerrada y cuando ésta se abrió indicó a la muchacha que entrara. Nyssa la esperaba envuelta en una colcha, tal y como Toby había dicho.

– ¿Qué hacéis aquí, señora? ¿Por qué no estáis en la habitación de las damas?

– Soy una mujer casada, Tillie -respondió Nyssa-. Deja mi ropa sobre la cama y di a Toby que vaya a buscar agua caliente. Te lo contaré todo mientras me visto pero deseo hablar con su majestad antes de que los chismes malintencionados se extiendan por palacio. Tillie ordenó a Toby que trajera el agua y se sentó en la cama para escuchar la increíble historia de su señora. A una muchacha buena y sencilla como ella el plan del duque de Norfolk se le antojó poco menos que malvado pero se alegraba de que Nyssa hubiera decidido confiar en ella y le hubiera contado la verdad. Así sería más fácil cerrar la boca a las lenguas viperinas de la corte. Naturalmente, prometió a Nyssa guardar el secreto. A pesar de ser sólo una simple campesina, era una mujer muy inteligente y sabía que podía comprometer seriamente a su señora si contaba lo que ésta acababa de revelarle.

– El conde y vuestra madre se pondrán furiosos cuando se enteren -dijo-. No les gustará que os hayáis casado obligada y rodeada del escándalo y las suspicacias de los cortesanos. Insististeis hasta que os prometieron que podríais escoger a vuestro marido y ahora me pregunto cómo vais a explicar vuestro precipitado matrimonio. ¿Cómo es él, señora? -preguntó, incapaz de dominar su curiosidad-. ¿Es guapo? Algunas criadas dicen que es un seductor incansable pero sospecho que la mitad de esas historias son pura invención y la otra mitad, exageración.

– No sé qué pensar, Tillie -confesó Nyssa-. Ha sido amable y considerado conmigo pero no sé si puedo confiar en él. El tiempo dirá…

– ¿Dónde viviréis?

– De momento nos quedaremos en palacio pero dentro de unas semanas nos trasladaremos al castillo del conde, al otro lado de Riverside. Gracias a Dios tendremos a nuestra familia y amigos muy cerca. Lord De Winter está cansado de la vida de palacio y desea instalarse en el campo definitivamente.

– Entonces no debe ser tan malo como dicen -concluyó Tillie.

En ese momento Toby entró en la habitación arrastrando una tina de madera.

– ¿Dónde la dejo? -jadeó.

– Junto al fuego, tonto -contestó Tillie-. ¿Dónde la vas a dejar? ¿Quieres que mi señora muera de un resfriado?

– Eres bonita como un día de verano pero un poco descarada -rió el muchacho-. Voy a buscar el agua.

– Será mejor que te ayude o nos llevará toda la mañana -dijo Tillie, en absoluto intimidada por el ingenioso cumplido que acababa de recibir.

La bañera no tardó en llenarse con la ayuda de algunos de los criados del conde. Tillie echó a Toby de la habitación sin demasiados miramientos y cerró la puerta con llave antes de ayudar a Nyssa a desvestirse y a meterse en la bañera. La joven se ruborizó al descubrir los restos de sangre en la parte superior de sus muslos y agradeció el silencio discreto de su doncella.

– ¿Dónde está vuestro marido, señora? -se atrevió a preguntar Tillie mientras la secaba.

– Se ha ido -contestó Nyssa. La verdad era que no tenía ni idea de dónde se encontraba. Él no le había dicho a dónde se dirigía a aquellas horas de la mañana y ella no se había atrevido a preguntar. Ahora debo concentrarme en la reina, se repitió mientras Tillie le ponía un vestido de seda color rosa bordado en plata y le cepillaba el cabello. En vez de dejárselo suelto, la doncella se lo recogió en un moño bajo sujeto con una redecilla plateada.

Nyssa contempló su imagen en el espejo y suspiró apesadumbrada.

– Me siento tan vieja, Tillie.

– Este nuevo peinado os sienta muy bien, señora -aseguró la doncella.

– Debo ir a ver a su majestad cuanto antes.

– ¿Qué queréis que haga con vuestras cosas ahora que ya no sois dama, de honor de la reina? ¿Vais a vivir en estas habitaciones hasta que nos marchemos?

– No deseo compartir mis aposentos con un hombre como el duque de Norfolk -contestó Nyssa, muy digna-. Lleva mis pertenencias a casa de mis tíos. Toby te ayudará.

– ¿Qué dirá vuestro marido, señora?

– No lo sé, Tillie -suspiró la joven antes de abandonar la habitación.

Ana de Cleves ya se había levantado cuando Nyssa llegó a sus habitaciones y sus compañeras interrumpieron su animada charla al verla entrar. Parecían asustadas y la contemplaban con los ojos abiertos como platos. Lady Rochford dominaba la situación y apenas podía contener una sonrisa triunfante. Demasiado tarde, se lamentó Nyssa. Lo saben.

– Ya no sois dama de honor de la reina, lady Wynd-ham… quiero decir lady De Winter -se apresuró a decir lady Browne, quien parecía incómoda.

– El rey me aseguró que podré seguir sirviendo a la reina mientras ella necesite a sus amigos a su lado.

– Si lo ha dicho el rey… -murmuró lady Browne bajando la mirada, avergonzada.

– Quiero ver a la reina -pidió Nyssa.

– ¡Descarada! -siseó alguien a su espalda.

– Diré a su majestad que estáis aquí-intervino Cat Howard saliendo en defensa de Nyssa.

Nyssa hizo un esfuerzo para no estallar en carcajadas. Sus compañeras se sentían superiores y creían saber lo ocurrido pero en realidad no tenían ni idea de lo que se estaba tramando en la corte. De momento le resultaba divertido pero no quería seguir siendo objeto de las miradas suspicaces de todo palacio. Estaba deseando abandonar la corte y no regresar nunca más.

Cat volvió minutos después con los ojos brillantes y una sonrisa en los labios.

– Su majestad os espera, lady De Winter -anunció haciéndole una reverencia y guiñándole un ojo.

– Gracias, señora -contestó Nyssa devolviéndole la reverencia.

Afortunadamente, la reina había pedido que las dejaran a solas para poder hablar con libertad. Nyssa se arrodilló frente a ella.

– ¡Mi querida amiga! -saludó Ana de Cleves corriendo a abrazarla-. ¡Siento tanto lo ocurrido! Lady Rochford me ha contado todo.

– Ha sido obra del duque de Norfolk -empezó Nyssa levantándose y sentándose junto a lady Ana-. Él sólo deseaba desacreditarme a los ojos del rey y vos sabéis por qué. Lady Rochford es cómplice del duque y le informa de todo cuanto ocurre aquí. ¿Sabíais eso?

– Lo sospechaba -asintió la reina-. ¡Nunca habría creído al duque capaz de obligar a su nieto a violarte! -añadió indignada.

– No fui violada, majestad -replicó Nyssa-. Lady Rochford puso un somnífero en la bebida que nos ofreció anoche.

Cuando hubo terminado de relatar su historia, la reina negó con la cabeza apesadumbrada.

– No puedo creer que se hayan ideado tantas intrigas y maquinaciones sólo para folfer a casar a Hendrick -murmuró-. Compadezco a Cat pero ella parece feliz. ¡No sabe lo que le espera!

– Tiene buen corazón pero es ambiciosa como el resto de los Howard. Es algo que se hereda de padres a hijos.

– ¿Y tu marido, Nyssa? ¿También corre por sus fe-nas la ambición de los Howard?

– Mi marido es un De Winter, majestad, y espero que de ahora en adelante se comporte como tal -respondió Nyssa-. En cuanto a nuestro matrimonio, Varían parece un buen hombre pero es.un completo desconocido. Espero aprender a amarle.

– A juzgar por cómo hablas de él, yo diría que ya has empezado a amarle. ¿Le habías visto alguna vez?

– Bailé con él el día de vuestra boda.

– Quizá el arzobispo acceda a anular vuestra unión cuando se haya solucionado el asunto de mi divorcio y Hendrick se haya casado de nuevo.

– No hay razón para anular este matrimonio, señora -confesó Nyssa-. El rey ordenó que fuera consumado inmediatamente y el duque de Norfolk se ofreció a llevarle la prueba de que así había sido.

– Una vez me diguiste que el rey ser despiadado e implacable pero yo resistí a creerte porque a mí siempre me había tratado bien. Sin embargo, su comportamiento en este asunto prueba que es hombre sin corazón.

– La escena que encontró era tan chocante que se puso furioso -replicó Nyssa saliendo en defensa de su monarca-. Prometió a mi madre cuidar de mí como si fuera su propia hija y no sospecha que Thomas Ho-ward maquina a sus espaldas. Al ver que mi reputación podía quedar manchada para siempre hizo lo que creyó mejor para limpiar el nombre de mi familia. Ordenó que el conde y yo nos casáramos inmediatamente y si insistió en que el matrimonio se consumara esta misma noche lo hizo para evitar una anulación o un divorcio posterior. Recordad que soy una heredera.

– Esos Howard están tan ambiciosos… -se lamentó la reina.

– Así es, señora.

– ¿Cuándo te vas?

– En cuanto su majestad se encuentre instalada en su nuevo hogar y no necesite de mis servicios -contestó Nyssa-. El rey me ha dado permiso para seguir a vuestro lado. No pienso dejaros cuando más me ne cesitáis. ¡Habéis sido tan buena conmigo! -exclamó tomando la mano de lady Ana y besándola.

Aunque había sido educada para ocultar sus sentimientos, la reina sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Todos sus subditos y los nobles de palacio la habían recibido calurosamente pero Nyssa Wyndham era especial.

– Ja, -dijo estrechándole la mano cariñosamente-. Te quedarás conmigo hasta que todo se haya solucionado, ¿verdad? Será mejor que llame al resto de las damas. A partir de ahora serás la encargada de mis joyas hasta el día que Hendrick diga que ya no soy reina de Inglaterra.

Nyssa le hizo una reverencia y salió en busca de las damas encargadas de ayudar a su majestad a vestirse. Cuando éstas hubieron desaparecido en el interior de la habitación de la reina, las damas de honor se agolparon a su alrededor quitándose la palabra de la boca y acribillándola a preguntas sobre su precipitado matrimonio.

– Ya conocéis la versión oficial -contestó Nyssa-. No puedo decir nada más pero os pido que seáis amables con mi marido. No es tan malvado como algunos pretenden hacer creer.

– ¿Es un buen amante? -preguntó Cat Howard con una sonrisa maliciosa.

– El dice que sí -contestó Nyssa muy seria.

– ¿Y qué dices tú? -insistió Cat-. ¿Se te curvaron los dedos de los pies y gemiste de placer?

– Nunca había estado con un hombre antes, así que no puedo hacer comparaciones. No tengo más remedio que creerle.

– Yo creo que ha estado enamorado de ti desde el día que te conoció -intervino Elizabeth Fitzgerald-. Solía mirarte cuando creía que nadie le veía.

– Los irlandeses sois unos románticos incurables -replicó Nyssa-. Además, ¿cómo sabes que no dejaba de mirarme? ¿Le mirabas tú a él?

– Sí-confesó Bessie enrojeciendo hasta la raíz del cabello-. Los hombres atractivos con un pasado dudoso me parecen cien veces más interesantes que los que son simplemente atractivos. Dicen que nosotras, las irlandesas, sentimos debilidad por ese tipo de hombres.

– ¿Vas a dejarnos? -preguntó la pequeña Kate Carey.

– El rey me ha dado permiso para seguir sirviendo a la reina hasta que ésta deje de necesitarme. A partir de ahora me encargaré de sus joyas.

– Sospecho que muy pronto ninguna de nosotras estará aquí -repuso Kate-. Supongo que tú volverás al campo, ¿verdad, Nyssa? Tengo la impresión de que no vas a echar de menos la vida de palacio.

– Tienes razón, Kate. Me ha gustado servir a la reina y me alegro de haber hecho tan buenas amigas pero, al igual que mi madre, soy una mujer del campo. El río Wye separa las tierras de Varian de las mías y doy gracias a Dios porque no tendré que separarme de mi familia.

– ¿Crees que con el tiempo aprenderás a amar a tu marido? -preguntó Bessie.

– Poco importa si le amo o no -replicó Nyssa poniéndose seria de repente-. La cuestión es que estamos unidos en matrimonio hasta que la muerte nos separe. Pero no temáis por mí, mis queridas amigas. Reservad vuestra compasión para otras menos afortunadas que yo.

– Me gustaría hablar con Nyssa a solas -intervino Cat Howard-. Será mejor que vayáis a atender a la reina antes de que el resto de las damas empiece a preguntarse dónde estamos y salga a curiosear.

Bessie y Kate se apresuraron a obedecer.

– ¿Qué quieres ahora, Cat? -preguntó Nyssa cuando estuvieron solas-. ¿No crees que ya he hecho suficiente por ti?

Catherine Howard tuvo la decencia de ruborizarse al recibir el amargo reproche de su amiga.

– Ya conoces a mi tío -se defendió-. ¿Te atreverías a desafiarle? Es un adversario temible y yo no tengo el poder ni el valor necesarios para desobedecerle. Quiere a otra Howard en el trono de Inglaterra y esa Howard soy yo.