– Podías haberte negado, pero no lo hiciste porque en el fondo te atrae la idea de ser reina -la acusó Nyssa-. Enrique Tudor no es precisamente un marido de fiar: se divorció de la reina Catalina, decapitó a tu prima Ana, lady Jane murió tras dar a luz a su hijo y está a punto de anular su matrimonio con lady Ana. ¿Quién te asegura que no encontrará la manera de deshacerse de ti cuando se canse de tus carantoñas o una mujer más joven y bonita que tú le robe el corazón? Te has metido en la boca del lobo y me temo que ya es demasiado tarde para escapar.

– ¿Estás celosa, Nyssa?

– ¿Celosa, yo? -exclamó Nyssa, incrédula-. ¡No digas tonterías, Cat! Si me hubieran dicho que el rey estaba interesado en mí, habría salido corriendo. Tu tío cometió un error, querida: el rey no estaba enamorado de mí. Era amable y cariñoso conmigo porque prometió a mi madre tratarme como a una hija pero la ambición cegó al duque y con su malvado pían ha conseguido casarme con un hombre a quien no amo. Y no, mi querida amiga, no estoy celosa. Te quiero como a una hermana y temo por ti.

– El rey está enamorado de mí -aseguró Cat-. Él mismo me lo ha dicho. Ya sé que podría ser mi padre, pero estoy dispuesta a aprender a amarle. Su pierna enferma ya no me da asco y he aprendido a vendársela.

Dice que mis caricias le hacen más bien que las medicinas. ¡Sé que puedo ser una buena esposa! Conseguiré que cada día me quiera más y no me aparte nunca de su lado. No temas por mí, Nyssa, todo saldrá bien.

– Espero que así sea -suspiró Nyssa-. ¿Y qué me dices de tu primo Thomas Culpeper? Asegura estar enamorado de ti y has estado coqueteando con él durante meses. ¿Qué dirá cuando sepa que vas a casarte con otro hombre?

– Tom es un tonto -replicó Cat con un mohín de fastidio-. No le intereso como esposa. ¡El muy descarado sólo quiere seducirme! Las Navidades pasadas trató de comprar mi afecto con un retal de terciopelo para un vestido nuevo. Esperaba a cambio un revolcón en mi cama pero le envié a paseo con viento fresco. ¡Que le parta un rayo! Me importa un comino lo que piense o haga. Apuesto a que no tardará en encontrar a otra damita que acceda a sus caprichos.

Nyssa se dijo que el discurso de Cat resultaba demasiado vehemente para ser verdad. Quizá la joven estaba enamorada de su primo pero no estaba dispuesta a permitir que un hombre sin oficio ni beneficio se interpusiera en su camino hacia el trono. ¿Y qué hay de mí?, se preguntó apesadumbrada. ¿Quién es el hombre con el que me he casado? Cuando finalice el breve reinado de lady Ana tendré toda una vida para averiguarlo, suspiró resignada.

SEGUNDA PARTE

LA SEÑORA DE WINTERHAVEN
primavera de 1540 – primavera de 1541

– Eres muy valiente, Nyssa -dijo Ana Basset aquella tarde-. Otra en tu lugar habría preferido esconderse de la gente.

– No os entiendo, lady Ana -repuso Nyssa sin dejar de limpiar una de las magníficas gargantillas de oro y diamantes de la reina.

En realidad, sabía muy bien qué había querido decir su compañera con aquellas palabras. Durante todo el día había tenido que soportar las miradas, algunas curiosas y otras hostiles, de las damas de la reina. ¡Las muy hipócritas! Las que la criticaban con más dureza eran aquellas cuyos encuentros a medianoche con sus amantes habían dejado de ser «secretos» hacía mucho tiempo. Sabía que no tardarían en encontrar otro chisme que atrajera su atención y que entonces la dejarían en paz. Sin embargo, no estaba dispuesta a convertirse en objeto de los comentarios sarcásticos de las hermanas Basset. Ya tenía bastante con los insultos que la nuera y la sobrina del rey y las otras damas de alto rango de la corte le habían dirigido.

– Vamos, lady Wyndham, no os hagáis la tonta -insistió Ana Basset.

– Lady De Winter -la corrigió Nyssa sin apartar la mirada de su trabajo-. Lady Nyssa de Winter, condesa de March, no lo olvidéis.

– Salta a la vista que habéis recibido vuestro merecido -añadió Ana Basset esbozando una sonrisa cruel-. Ni siquiera un caballero con la reputación de Varían de Winter violaría a una mujer si ésta no le hubiera provocado antes repetidamente.

No voy a abofetearla, se repitió Nyssa tratando de no perder los estribos. No voy a rebajarme así. ¿Era Ana Basset una de esas ilusas que creen que cuando una mujer es violada ha provocado antes a su agresor o sólo pretendía hacerla rabiar?

– ¿De qué estáis hablando? -inquirió con frialdad-. ¿Cuándo me habéis visto en compañía de ese caballero, lady Ana? ¿En cuántas ocasiones he coqueteado con él o con cualquier otro? Mi reputación está intacta.

– Me temo que ya no.

– Mi primo Thomas Culpeper violó a la esposa del guardabosques el año pasado -intervino Cat Howard en defensa de Nyssa-. Yo misma la vi rechazarle en numerosas ocasiones. ¡Yo no llamaría a eso provocación! Tom esperó a que el guardabosques saliera una mañana de su cabana y, junto con tres de sus amigos, hizo con ella lo que quiso. Los hombres violan a las mujeres simplemente por placer, Ana. Harías mejor en no coquetear tanto, mi buena amiga. Dicen que hasta el rey ha forzado a alguna mujer en alguna ocasión -añadió astutamente.

– ¿Cómo te atreves a comparar a la mujer de un guardabosques con una dama? -replicó Ana Basset, muy digna-. Además, estoy segura de que no era la primera vez que le levantaban las enaguas y que disfrutó como nunca. Apuesto a que provocó a tu primo hasta que consiguió lo que perseguía. Y en cuanto al rey, Cat, ¡ten cuidado! Criticar a nuestro soberano es traición. Él es el rey y puede hacer lo que le venga en gana.

– Eres una mujer sin corazón -replicó Nyssa-.¡Ningún hombre tiene derecho a forzar a una mujer, sea cual sea su clase social!

– ¡Bien dicho! -exclamaron las otras a coro dirigiendo una mirada furiosa a Ana Basset. Todas la tenían por una muchacha presuntuosa y pagada de sí misma y convenían en que ejercía una mala influencia sobre su hermana Katherine.

– Tómate un par de días libres, Nyssa -dijo la reina aquella noche-. Incluso una dama al servicio de la reina tiene derecho a disfrutar de su luna de miel.

Las damas de honor se echaron a reír mientras las damas de más edad intercambiaban miradas de incredulidad.

– ¡Será descarada! -siseó una de ellas, escandalizada. Nyssa todavía tuvo tiempo de oír la respuesta:

– En vez de mostrarse avergonzada lleva la cabeza tan alta como si fuera la más virtuosa de las damas. ¡Perdida!

Nyssa se volvió al escuchar aquellas ofensivas palabras pero las damas guardaron silencio y forzaron una sonrisa. Aunque el comentario había llegado a sus oídos con toda claridad, no había conseguido identificar las voces. Se acercó a la reina y le hizo una reverencia.

– Gracias por vuestra generosidad, majestad -murmuró.

– Vete, muchacha, vete -la apremió la reina con una sonrisa.

Nyssa buscó a su tío y le encontró en un salón en compañía de otros caballeros.

– Llévame a casa, por favor -pidió-. La reina me ha dado dos días libres y deseo descansar un poco.

– ¿Deseas que tu tía te acompañe? Creo que está con Adela Marlowe.

– Prefiero estar sola, gracias -contestó Nyssa negando con la cabeza.

– ¿Y tu marido?

– Tillie ha explicado a su criado dónde se encuentra nuestra casa. Que venga si le apetece, pero yo me niego a vivir bajo el mismo techo que el duque de Norfolk.

– Es uno de esos hombres a quien es mejor tener como amigo que como enemigo -advirtió el conde de Marwood a su sobrina-. Ten cuidado, Nyssa, tu marido es su nieto favorito.

– Si supieras toda la verdad, tío, entenderías que actúo en interés de Varían de Winter, mientras que su abuelo sólo mira por los Howard. Mi esposo no es un Howard. Además, el duque trata a las mujeres como simples monedas de cambio: sabe que soy una heredera y que su nieto ha ganado mucho con este matrimonio. Cuando se entere de que me niego a compartir aposentos con él, pensará que se trata una rabieta de niña mimada y me dejará en paz. Se alegrará cuando sepa que vamos a trasladarnos al campo. Sus planes van viento en popa y ya no nos necesita.

– Has heredado el genio de tu tía y el sentido práctico de tu madre -rió Owen Fitzhugh-. Está bien, Nyssa; te acompañaré a casa. Es una suerte que decidiéramos prolongar el contrato hasta el mes de junio.

La casa de Greenwich era una vivienda espaciosa rodeada por un inmenso jardín que había sido construida en tiempos del rey Enrique VIL La amplia habitación de Nyssa tenía su propio vestidor y un pequeño cuarto para Tillie. Había estado tan atareada durante su estancia en Greenwich que apenas la había ocupado, pero ahora se alegraba de tener un lugar donde refugiarse del duque de Norfolk.

Grandes paneles de madera de roble cubrían las paredes. Un cómodo sillón situado junto al amplio ventanal y la cama con colgaduras de terciopelo se encontraban frente a la chimenea junto a la que había un banco de madera cubierto de almohadones. Una cómoda y una mesilla de noche completaban el mobiliario de la habitación.

– ¡Tillie, prepárame el baño! -gritó en cuanto llegó-. Me muero por un baño de agua caliente perfumada con esencia de lavanda. El olor de las lavandas me recuerda a Riveredge. Gracias a Dios, pronto volveremos a casa.

– Creía que íbamos a vivir en casa de vuestro marido -repuso Tillie.

– Primero iremos a Riveredge -aseguró Nyssa-. Quiero que mis padres conozcan a lord De Winter antes de que nos instalemos en Winterhaven. La noticia de mi matrimonio les causará una gran impresión.

– ¿Y quién se lo va a decir? -inquirió la doncella-. Seguro que mi tía Heartha me echa la culpa por lo ocurrido -se lamentó.

– ¡No digas tonterías! -rió Nyssa-. Tú no tienes ninguna culpa. Pero tienes razón: tengo que encontrar la manera de darles una noticia como ésta. Podría escribirles una carta, pero no me parece una buena idea. ¡Mi padre se pondría furioso y no tardaría en presentarse aquí exigiendo responsabilidades! Pediré a tío Owen y a tía Bliss que me aconsejen -decidió.

Tillie asintió. Como su señora, no creía que una carta fuera la mejor manera de comunicar a los condes de Langford que su hija mayor se había casado a medianoche obligada por el rey.

– Iré a buscar la bañera.

La enorme tina de madera fue llevada junto a la chimenea que Tillie había encendido. La joven atizó los carbones y añadió más madera hasta que las llamas se avivaron mientras los criados entraban y salían de la habitación cargados con cubos de agua caliente. Tillie llenó de agua una vieja tetera y la colocó sobre las brasas para añadirla al agua del baño cuando ésta empezara a enfriarse. Cuando los criados hubieron abandonado la habitación, vertió medio frasco de esencia de la-vanda y el perfume se extendió por toda la estancia.

Mientras su doncella y los criados se afanaban en preparar el baño, Nyssa se acomodó junto a la ventana y contempló el río que, como una cinta plateada, atravesaba las verdes colinas. Aquel paisaje le recordaba a su casa. Con un suspiro resignado, se puso en pie y dejó que Tillie la ayudara a desvestirse. El agua caliente y perfumada le relajó el cuerpo y la mente. Trabajar en palacio no había estado mal y, aunque las cosas no habían salido como esperaba, había cumplido su misión: volver a casa con un marido. Gracias a Dios, dentro de pocas semanas regresaría a casa; a Riveredge; a Winterhaven.

Winterhaven… ¿Sería una casa bonita? ¿Sería tan bonita como Riveredge o su casa de Riverside? ¡Pobre vieja casa de Riverside, nunca más vivirá una familia allí!, se lamentó. Lady Dorothy, la hermanastra de su padre y madre de su padrastro, había vivido allí durante mucho tiempo, pero la dama tenía casi setenta años y prefería quedarse en Riveredge con el resto de la familia.

Será para mi segundo hijo, decidió. Los segundones a menudo se quedan sin herencia. ¡Un segundo hijo, que idea tan absurda! ¿Cómo podía pensar en un segundo hijo cuando el primero ni siquiera había nacido todavía? No estaba segura de que fuera a ser feliz con un hombre a quien no amaba. ¿Y si no podía tener hijos? ¿Y si sólo tenía hijas? ¿Era justo que nacieran niños en un matrimonio construido sobre el resentimiento y la desconfianza? Varian aseguraba que la amaba. ¡Qué tontería! ¡Si ni siquiera se conocían…! Bueno, se conocían como hombre y mujer, pero sólo había ocurrido una vez y Varian había pronunciado aquellas palabras antes de tomarla. Seguramente lo había dicho para ser amable.

Mientras lavaba a su señora, Tillie advirtió que ésta estaba muy callada. ¿Pensaba en el atractivo hombre que el rey le había obligado a tomar por esposo? Aquella mañana las otras doncellas la habían seguido a todas partes en un vano intento de averiguar los detalles de la repentina boda de su señora con el misterioso lord De Winter. Hombres y mujeres que nunca le habían hecho el menor caso revoloteaban a su alrededor tratando de llamar su atención y le preguntaban cuánto tiempo llevaban lady Nyssa y el conde viéndose en secreto y si su señora era virgen cuando llegó a la corte. Pero Tillie les había mandado a paseo y había asegurado que no sabía más que ellos. ¿Desde cuándo las damas confiaban sus secretos a sus doncellas? Sus interlocutores, personas orgullosas que la despreciaban por su origen humilde, la habían creído.