Algo decepcionadas, las criadas también la habían dejado en paz pero May, la doncella de lady Fitzhugh, la había llamado aparte.

– Bien hecho, muchacha -había dicho-. Tu tía Heartha estará orgullosa de ti.

Al igual que Tillie, May era considerada parte de la familia y también conocía la verdad. De repente, la puerta de la habitación se abrió y el conde de March hizo su aparición.

– Buenas noches, señoras -saludó-. Toby me ha dicho que vamos a vivir aquí hasta que nos traslademos a Winterhaven. Es una habitación muy bonita -añadió paseando la mirada por la amplia estancia-. ¿Hay sitio para Toby?

– Mi tío os dirá dónde puede alojarse -contestó Nyssa sin saber cómo continuar la conversación-. La habitación de al lado es lo bastante grande para vuestro criado y vos -añadió-. Supongo que necesitaréis espacio para vuestras cosas pero me temo que mi vestidor está lleno a rebosar. Mi tío Owen os indicará dónde debéis instalaros.

– Tillie, ¿quieres ir a hablar con el conde de Mar-wood, por favor? -dijo Varían sin poder contener una sonrisa-. Luego puedes ayudar a Toby a deshacer mi equipaje y a ordenar mis cosas. Ya te llamaremos si te necesitamos.

Tillie se volvió hacia su asombrada señora.

– Necesito que Tillie me ayude a vestirme -repuso Nyssa.

– Yo lo haré -replicó el conde-. Dicen que se me da muy bien. Márchate Tillie -añadió dirigiéndose a la doncella.

– ¡Quédate, Tillie! -ordenó Nyssa con voz firme.

– Vete, pequeña -insistió el conde tomando a la muchacha por un brazo y arrastrándola hacia la puerta.

– ¡Tillie, ven aquí ahora mismo!

El conde abrió la puerta de la habitación, empujó a Tillie fuera y volvió a cerrarla con llave. Hecho esto, se volvió a mirar a su furiosa esposa.

– ¿Cómo os habéis atrevido a hacer algo así? ¡Tillie es mi doncella y debe obedecer mis órdenes!

– Tillie es la doncella de la condesa de March y debe obdecer a su amo, que soy yo -replicó él sin perder la calma-. ¿Quieres que te ayude a salir de la bañera?

– ¡Fuera de mi habitación! -siseó Nyssa-. Si no os vais, gritaré.

– ¿Y qué conseguirás con eso? -preguntó Varían acercándose a la chimenea y tomando la toalla que Tillie había puesto a calentar junto al fuego-. Soy tu marido y puedo hacer contigo lo que me venga en gana. A los ojos de Dios y de los hombres eres mía.

– ¡Sois despreciable!

– Si no sales entraré a buscarte -dijo él haciendo caso omiso de sus insultos y empezando a quitarse las botas.

– No os atreváis…

Varian de Winter le dirigió una mirada divertí da mientras se desabrochaba la camisa y la arrojaba al suelo.

– ¿Por qué no? -replicó empezando a quitarse los pantalones.

– ¡Porque la bañera no es lo bastante grande para los dos! -gritó Nyssa poniéndose en pie-. La casa no es nuestra y debemos devolver todo el mobiliario en perfectas… ¿Por qué me miráis así? -se interrumpió. De repente advirtió que estaba desnuda-. ¡Qué vergüenza! -murmuró mientras buscaba a tientas una toalla para cubrirse.

Varian de Winter apenas podía respirar mientras recorría con ojos ávidos el cuerpo desnudo de Nyssa. Una gota de agua resbaló entre sus pechos y se perdió entre sus piernas. Incapaz de contenerse, alargó un brazo y la enlazó por la cintura. Nunca había deseado tanto a una mujer.

Nyssa sintió que la cabeza le daba vueltas al sentir los labios de Varian sobre los suyos y el calor que su cuerpo emanaba. Estaba besando a un hombre a quien apenas conocía y sin embargo, no era miedo precisamente lo que sus caricias despertaban en ella. Le acarició su pecho liso de piel ardiente y se dijo que, fuera lo que fuera lo que él sentía por ella, ella también lo sentía.

Los expertos dedos de Varian encontraron las horquillas que mantenían recogida la larga melena de Nyssa y le soltó el cabello sin dejar de besarla. Casi se le detuvo el corazón cuando sintió los dedos torpes de Nyssa tratando de desabrocharle los pantalones. Sin soltar a su esposa, se desprendió de todas sus ropas y les propinó un puntapié.

Nyssa se separó unos centímetros y trató de recuperar la respiración.

– ¿Qué es lo que siento, Varian? -preguntó mirándole a los ojos-. ¿Por qué no consigo oponerme a tus besos y tus caricias? Yo no te amo y sin embargo…

– Lo que sientes no es amor sino deseo -contestó Varian mientras recorría la espalda de la joven y le acariciaba las nalgas.

– La Iglesia dice que la lujuria es pecado -susurró Nyssa apretándose contra él-. «La cópula entre esposos tiene como fin engendrar hijos» -recitó-. Nunca había oído decir que fuera un acto agradable pero anoche me gustó, a pesar de que me dolió un poco. ¿Es pecado que me guste?

– No, querida -aseguró Varian recorriéndole la columna con un dedo-. Aunque la Iglesia se niega a admitirlo públicamente, la pasión entre un hombre y su esposa está permitida.

Mientras Varian hablaba, Nyssa apoyó la punta de la lengua en los labios de su marido. De repente había sentido un irrefrenable deseo de hacerlo. Como toda respuesta, Varian buscó su boca con insistencia y le introdujo la lengua. Ante su sorpresa, Nyssa no se apartó asustada, sino que se apretó todavía más contra él para recibir mejor aquel beso. Lentamente, Varian la obligó a darse la vuelta hasta que tuvo la espalda apoyada en su pecho y pudo ver sus figuras reflejadas en el estrecho espejo que utilizaba para arreglarse. Cubrió los pechos de la joven con sus manos y la oyó contener un gemido.

Fascinada, Nyssa contempló la imagen que el espejo le devolvía. Nunca se había mirado al espejo estando desnuda y se preguntaba si era la tenue luz del fuego que ardía en la chimenea lo que transformaba su imagen en la de un cuerpo exuberante. Las manos de Varian parecían enormes y, sin embargo, sus pechos se adaptaban a ellas a la perfección. Varian le acarició los pezones e inclinó la cabeza para besarla en el cuello y en el hombro.

– Eres preciosa, Nyssa -murmuró sin soltarle el pecho izquierdo y enterrando la otra mano en su vientre-. ¿Sabes que eres preciosa?

Nyssa entornó los ojos y permitió que los dedos de Varian encontraran su recompensa. Apretó sus nalgas contra él y gimió.

– Tus caricias hacen que me sienta atrevida -confesó.

– Me gusta -contestó él mordiéndole el lóbulo de una oreja-. Te voy a enseñar a ser muy atrevida.

Cuando sus caricias se hicieron más insistentes, Nyssa quiso cerrar los ojos pero Varian la obligó a contemplar en el espejo los cambios que se producían en su rostro mientras él la excitaba. A cada nueva caricia su cuerpo se encendía más y la imagen que le devolvía el espejo probaba que él sentía lo mismo.

– Ahora… -suplicó.

– Todavía no -replicó él tomándola en sus brazos y llevándola a la cama. Ante la sorpresa de Nyssa, no la acostó a lo largo, sino a lo ancho, de manera que sus piernas colgaban fuera. Sorprendida pero incapaz de moverse, Nyssa contempló a su marido mientras éste se arrodillaba frente a ella y le separaba los muslos. De repente, su lengua empezó a recorrer su carne sensible.

– ¡No…! -protestó débilmente-. ¡Varian, no, por favor!

Quiso pedirle que se detuviera pero no tenía fuerzas para hacerlo. La sensación que sentía era tan agradable que estaba segura que aquél tenía que ser un acto prohibido. Trató de oponerse a sus besos pero, cuando la agradable.sensación empezó a poseerla, dejó de resistirse. ¡Era maravilloso! Cuando creía que no iba a ser capaz de soportarlo más, Varian se separó de ella y vio que él también estaba a punto de estallar de deseo.

Varian se puso en pie, apoyó las rodillas en el borde de la cama, se inclinó hacia adelante y, levantando a Nyssa por las nalgas, empezó a penetrarla. Le acarició los pechos con una mano y se introdujo en su cuerpo dando furiosas embestidas que de repente le hicieron sentirse muy fuerte.

Varían le hacía daño al hundirle las uñas en los pechos pero la sensación de tenerle dentro resultaba tan agradable que ni siquiera lo notaba. Casi sin darse cuenta, rodeó el cuerpo de su marido con los brazos y las piernas y hundió el rostro en su cuello. Un sonido parecido a un gemido se escapó del fondo de su garganta. No parecía un sonido humano y estaba segura de que nunca había emitido un gruñido así. Esta vez no sintió dolor, sino una tensión creciente que se hizo tan intensa que temió no poder soportarla durante mucho tiempo.

– ¡Nyssa! -sollozó Varían hundiendo el rostro en su cabello húmedo-. ¡Dios mío, nunca había deseado tanto a una mujer!

Nyssa tuvo tiempo de oír aquellas palabras antes de quedar atrapada en una espiral de colores vivos que le arrebató el poco dominio de sí misma que conservaba. Se sentía como la mariposa que aletea desesperada atrapada en la red del cazador.

– ¡Varían…! -gimió en el momento en que él se vaciaba antes de caer entre sus brazos exhausto.

Segundos después, Varían levantó la cabeza y buscó los ojos de Nyssa. La joven estaba pálida y apenas respiraba, pero sus ojos azul violeta estaban bien abiertos.

– Te quiero, Nyssa -declaró apasionadamente-. ¡Te quiero!

– No digas eso -sollozó ella-. Yo no te amo. ¡Ni siquiera te conozco! ¡No es justo! El destino nos ha hecho marido y mujer pero yo no estoy enamorada de ti. ¿Cómo puedes amar a una mujer a quien no conoces? Esas cosas sólo ocurren en los cuentos de hadas.

– Te quiero, Nyssa -repitió Varían-. Te lo dije anoche y te lo vuelvo a repetir ahora. Te quiero desde la primera vez que te vi en Hampton Court. Ni yo mismo lo entiendo, pero es así. Cuando mi abuelo amenazó con entregarte a otro hombre si no accedía a tomar parte en su plan, supe que me moriría de celos. Eres mía, Nyssa, ¡mía! Yo te enseñaré a quererme.

Dicho esto, suspiró y apoyó la cabeza en-el pecho de Nyssa mientras ésta le acariciaba el cabello. ¿Cómo se aprende a amar a un desconocido?, se preguntó. Su madre se había casado con Edmund Wyndham sin conocerle y había aprendido a hacerlo. Y Anthony, su padrastro, siempre había amado a Blaze en secreto, incluso cuando ésta le culpó injustamente por la muerte de su primer marido. El amor era un sentimiento de lo más curioso: el mismo Varían, sin ir más lejos, aseguraba amarla aún sabiendo que ella nunca habría accedido a casarse con él.

De repente advirtió que estaba hambrienta. No había probado bocado desde primera hora de la mañana, cuando Tillie le había llevado un poco de pan y una copa de vino.

– Tengo hambre, señor -dijo-. ¿Habéis comido algo?

– Eres una muchacha muy codiciosa -rió Varían ayudándola a ponerse en pie-. ¿No basta mi amor por ti para calmar tu apetito?

– Siento el estómago vacío, señor -replicó Nyssa-. A mi tía le gusta la buena mesa y apuesto a que ha hecho trabajar duro a las cocineras.

– ¿Qué te parece si llamamos a Tillie y le pedimos que nos traiga algo de comer? -propuso Varían-. Haceros el amor me da un hambre canina.

– Será mejor que os tapéis un poco -sugirió Nyssa volviendo a la cama y ocultando su desnudez bajo la colcha-. Tillie es una buena chica y no debéis avergonzarla.

Varían de Winter se puso los pantalones y llamó a los dos criados. Ordenó a Tillie que les subiera algo de comer y a Toby que llenara de nuevo la bañera. Minutos después, Tillie regresó acompañada de dos doncellas. Las muchachas no pudieron reprimir una risita nerviosa al ver a su señor medio desnudo y descalzo. Tillie las reprendió con una mirada severa y les dio un papirotazo en la cabeza…

– ¡Cuidad vuestros modales! -siseó.

Les ordenó dejar las bandejas sobre una larga mesa de madera de roble situada junto a la ventana y ella hizo lo mismo con las copas y las jarras de vino y cerveza que traía. Hizo una reverencia a su señora y a su nuevo señor y las tres doncellas se apresuraron a abandonar la habitación. Toby terminó de llenar la bañera y también les dejó solos.

– ¿Vais a bañaros ahora o preferís comer primero? -preguntó Nyssa.

– El agua está demasiado caliente -contestó Varían mientras inspeccionaba el contenido de las bandejas-. Tenías razón: a tu tía le gusta la buena mesa. Espero que te parezcas a ella -añadió.

– No debéis preocuparos -aseguró Nyssa-. Cumpliré con mis deberes de esposa. ¿Es vuestra casa grande y distinguida?

– No; es una propiedad muy modesta. Apenas he vivido allí y quizá la encuentres algo descuidada pero tienes mi permiso para decorarla a tu gusto. Quiero pasar el resto de mis días allí, contigo y con nuestros hijos. A veces pienso que mi padre debe haberse sentido muy solo. Se casó muy mayor y mi madre murió al nacer yo. Cuando me trasladé a casa de mi abuelo apenas pasaba allí cortas temporadas durante el verano y después de su muerte sólo he vuelto cada mes de septiembre para cazar -Mientras hablaba, el conde se sirvió una generosa ración de ternera, capón, ostras crudas, pan y queso. Se sentó sobre la cama y se volvió hacia Nyssa-. Cuéntame cómo era tu vida en Riveredge. Tu padre era conocido en la corte por ser un hombre agradable y hospitalario. Hasta mi padre decía que Ed-mund Wyndham era todo un caballero.