– Por desgracia, yo sólo tenía dos años cuando murió y no le recuerdo -contestó Nyssa-. Anthony Wyndham es el único padre que he conocido. Riveredge es el lugar más maravilloso del mundo y últimamente no dejo de preguntarme por qué tuve que marcharme. Tengo cinco hermanos y dos hermanas gemelas que nacieron hace seis meses. ¡Apuesto a que se han convertido en unos bebés preciosos! -añadió orgullo-sa-. Mis mejores amigos eran los potros, los caballos, los perros y mi prima María Rose. En verano solíamos atravesar los campos descalzas y en invierno nos encantaba hacer excursiones a caballo. Como veis, tuve una infancia de lo más sencilla.
– Te equivocas, Nyssa -replicó Varían-. Eres una mujer afortunada. Tienes un padre y una madre que te adoran, muchos hermanos y tíos, primos y abuelos que viven cerca de tu casa y están ahí cuando les necesitas.
– ¿Y vos, señor? -preguntó Nyssa sospechando que el pobre huérfano criado por su poderoso abuelo no debía haber tenido una infancia muy feliz. En casa del duque de Norfolk no debía haber habido lugar para el amor cuando incluso la duquesa había hablado mal de Thomas Howard tras separarse de él-. ¿Tuvisteis una infancia feliz?
– ¿Feliz? -replicó él esbozando una amarga sonrisa-. Siempre fui un niño muy solitario. Yo no era el heredero del conde de March, sino el hijo de la hija bastarda de Thomas Howard. A pesar de ello, crecer junto a un hombre como mi abuelo fue una experiencia de lo más educativa y nunca tuve tiempo de compadecerme de mí mismo. Es un hombre cruel y despiadado pero también tiene muchas virtudes. Sin embargo, me he dado cuenta de que no me quiere tanto como yo creía. Sabe que no apruebo sus métodos y, ahora que soy un hombre casado y con responsabilidades, no se atreverá a impedirme que regrese a Winterhaven y comience una nueva vida. Mis tierras son extensas pero están muy descuidadas. ¡Tendremos que trabajar duro para sacarlas adelante, querida! -suspiró-. Come algo más -ordenó al advertir que la joven había dejado de comer-. Necesitas recuperar fuerzas; no pienso dejarte salir de esta cama en toda la noche.
– ¿Es por eso que no dejáis de comer ostras? -preguntó Nyssa-. ¿Es cierto que son un reconstituyente excelente? Así lo afirman las damas de la corte.
– Enseguida lo verás -contestó Varían esbozando una sonrisa picara-. Te aconsejo que comas ahora que puedes.
Nyssa saltó de la cama en absoluto avergonzada por su desnudez y se acercó a la mesa. Sonrió cuando oyó a su marido contener la respiración y volvió a maravillarse al advertir el efecto que la sola visión de su cuerpo desnudo ejercía en él. Tomó un trozo de capón, una alcachofa y un poco de pan con matequilla y se volvió hacia su marido.
– ¿Vino o cerveza, señor? -ofreció con voz suave y un guiño malicioso.
– Cerveza, por favor -consiguió articular él. Saltaba a la vista que Nyssa había descubierto el poder de la seducción y lo utilizaba sin piedad. La joven le sirvió una copa y se la tendió-. Nunca había sido servido por una camarera desnuda -rió-. ¿Va a ser siempre así?
– Si queréis…
– Come, Nyssa -ordenó Varían-. Yo casi he terminado pero se me empieza a despertar otra clase de apetito que deseo satisfacer cuanto antes.
– Primero debéis bañaros -contestó Nyssa mor diendo delicadamente el pedazo de capón que se había servido.
– Lo haré si tú me ayudas -replicó él-. Siempre he querido tener una esposa que me bañara. Después, yo te bañaré a ti.
– Yo ya me he bañado -le recordó Nyssa sonriendo al rememorar cómo había terminado el baño. Nunca había imaginado que un hombre y una mujer pudieran tentarse el uno al otro de esa manera, pero disfrutaba haciéndolo. Terminó de comerse el pollo y cogió el pedazo de pan untado en mantequilla. Sin dejar de mirarle, frotó el dedo índice en la mantequilla y se lo llevó a la boca. Hasta ahora no se había dado cuenta de que los hombres no son más que niños grandes y que, como a éstos, les encanta jugar. Sin embargo, los juegos de los niños mayores parecían más peligrosos y también más satisfactorios. Cuando se hubo comido todo el pan, se puso en pie y se dirigió a la mesa para servirse una copa de vino. Sentía la mirada de Varían clavada en su espalda y empezaba a preguntarse si no habría sido mejor cubrir su desnudez con la colcha. Avergonzada, empezó a juguetear nerviosamente con las hojas de una alcachofa.
Es una criatura adorable, se dijo Varían. No acababa de creerse que Nyssa fuera su esposa. No hacía ni veinticuatro horas que eran marido y mujer y la deseaba más que nunca. La belleza, inteligencia, prudencia, sensualidad y sentido del humor de la joven le fascinaban y despertaban su admiración. Hasta ahora, las mujeres con las que había estado no habían sido más que cuerpos bonitos. En el fondo, él sabía tan poco sobre las mujeres como Nyssa sobre los hombres. Se preguntaba si su abuelo era consciente del maravilloso regalo con que le había recompensado; Thomas Howard no era considerado un hombre desprendido y generoso precisamente.
– Estoy lista para bañaros, señor -dijo Nyssa rompiendo el silencio.
Varían se puso en pie y se despojó de sus pantalones. Nyssa se encendió hasta la raíz del cabello y Varían contuvo una sonrisa. A pesar de que empezaba a tener experiencia, seguía ruborizándose cada vez que le veía desnudo. La joven se inclinó para comprobar la temperatura del agua y Varían tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse.
– ¿Cómo está, señora? -preguntó-. No me gusta el agua muy caliente; se me arruga la piel.
– Yo la encuentro perfecta, pero si lo deseáis podéis comprobarlo vos mismo.
– No es necesario -replicó Varían acomodándose en la bañera-. Me fío de tu palabra. Ven aquí -añadió tendiéndole la mano-. En esta bañera caben dos personas y he ordenado a Toby que no la llene demasiado.
– ¿Habéis dicho a Toby que íbamos a bañarnos juntos? -exclamó Nyssa, incrédula-. ¿Cómo habéis podido hacer algo así? ¿Qué pensará ahora de nosotros?
– No le pago para que piense.
– Lo creáis o no, los criados piensan -aseguró Nyssa-. Y también hablan. Casi todas los comentarios maliciosos que se extienden por palacio han sido iniciados por los criados. Si queréis averiguar los detalles de cualquier escándalo no tenéis más que preguntar a cualquier criado.
Varían la miró perplejo como si nunca se hubiera hecho aquella reflexión. Los hombres son tan tontos, se dijo ella. No se dan cuenta de las cosas hasta que no les cuelgan delante de las narices. Seguramente nunca se le había ocurrido preguntar a Toby de dónde sacaba la información que le daba sobre otros caballeros de la corte. Incluso su leal y discreta Tillie aprovechaba las oportunidades de intercambiar jugosas habladurías que se le presentaban.
– Ya que hagas lo que hagas vas a ser acusada de libertina, métete en la bañera de una vez -insistió el conde-. Quiero que me enjabones la espalda.
Los ojos de Varían brillaban con tanta intensidad que Nyssa no supo resistirse a sus deseos. Hasta ahora sus juegos no le había proporcionado más que placer y se sentía tan acalorada y sudorosa que le apetecía tomar otro baño. Su marido insistió y Nyssa se apresuró a meterse en la bañera sentándose frente a él.
– ¿Estás bien? -preguntó Varían.
– Sois el hombre más descarado y peligroso que he conocido en mi vida -respondió Nyssa-. ¿Cómo voy a frotaros la espalda desde aquí?
– Me daré la vuelta -replicó él levantando grandes salpicaduras al hacerlo.
Nyssa tomó la pastilla de jabón, la pasó sobre la espalda de su marido y le frotó con una esponja suave. Su columna era más larga y sus hombros más anchos de lo que le había parecido la noche anterior.
– Ten cuidado -dijo Varían sacándola de sus cavilaciones-. Tengo la piel muy delicada.
– Dejad de tomarme el pelo -protestó Nyssa mientras le enjuagaba la espalda-. Ya he terminado.
– Ahora el pecho -ordenó dándose la vuelta y situándose frente a ella.
– ¡Caprichoso! -exclamó Nyssa. Obedientemente, tomó la pastilla de jabón y se la pasó por el pecho realizando suaves movimientos circulares-. Ya está. ¿Satisfecho?
– Ahora me toca a mí -dijo él quitándole la pastilla de jabón y jugueteando con sus pechos.
– ¡Así no vale!
– ¿Por qué no? -replicó Varían sofocando una carcajada y adoptando la expresión más inocente de su repertorio. Le enjuagó el torso, le besó sus pequeños pechos y, levantándola a peso, la sentó en su regazo-. Ahora la espalda.
Nyssa ahogó un grito. ¡Nunca había pensado que dos personas pudieran hacer el amor en la bañera! Las manos de Varían recorrían su espalda mientras le introducía su miembro haciéndola estremecer de placer. Tomó el rostro de Nyssa entre sus manos y lo cubrió de besos mientras sus cuerpos se enredaban.
– Échate de espaldas -susurró Varían.
Nyssa obedeció y Varían le besó la garganta y los pechos mientras sus embestidas se hacían más intensas y rápidas. Estaba trastornado de deseo y Nyssa no pudo evitar clavarle las uñas en un hombro.
– Zorra… -siseó él antes de rodear un pezón de su pecho con sus labios y succionar con fuerza.
– ¡Varían! -gimió Nyssa-. ¡Esto es una locura!
– No me canso de tenerte entre mis brazos -contestó él-. ¿Por qué, Nyssa? -sollozó mientras la besaba apasionadamente-. ¿Por qué?
Nyssa se dio cuenta de que no era capaz de resistirse a los besos y caricias de su marido. La pasión es una droga tan estimulante como el chocolate, se dijo mientras abría los brazos para acogerlo, y lloró de placer cuando Varían se vació en ella. Nunca había imaginado que las parejas hicieran el amor con tanta frecuencia y en lugares tan curiosos como aquél.
– Te adoro -dijo Varían besándola en los labios con suavidad-. Eres maravillosa.
– No puedo evitarlo -confesó Nyssa ruborizándose-. Me gusta que me hagas el amor.
– Hemos mojado el suelo. ¿Quieres que llame a alguien para que recoja toda esta agua o prefieres que volvamos a la cama? Podemos beber una copa de vino y descansar un poco y quizá esta noche volvamos a pasar un buen rato.
– El agua se secará sola -replicó Nyssa con tono práctico-. Tillie quitará las manchas del suelo mañana. ¡Vuelvo a tener apetito! -exclamó divertida-. ¿Ocurre siempre así?
Ambos salieron de la bañera y se secaron. Nyssa cortó algunas rebanadas de pan, las untó con mantequilla y colocó un pedazo de ternera sobre una de ellas. Le dio un bocado, la saboreó y se la tendió a su marido.
– ¿Quieres un poco? Está delicioso.
– Me prepararé uno yo mismo y tomaré una tartaleta de pera como postre.
– Yo había pensado en otro postre -replicó Nyssa esbozando una sonrisa picara.
– Señora, debéis darme algo de tiempo para recuperar las fuerzas.
– Entonces, ¿no podéis…?
– No lo he hecho desde que tenía diecisiete años -rió Varian-. No te preocupes, Nyssa; pienso cumplir como marido. Me excitas más que cualquier otra mujer pero estoy a punto de cumplir treinta años y necesito más tiempo que antes para recuperarme. Tú eres joven y prometo complacerte en todo lo que me pidas… siempre y cuando no busques la compañía de un amante y me rompas el corazón.
– ¡Yo nunca haría algo así! -aseguró ella-. Soy tu esposa y te debo fidelidad.
– Eres una mujer noble y generosa -repuso Varian, admirado-. Apenas hace veinticuatro horas mi familia arruinó tu reputación y te obligó a casarte conmigo. ¿Es un buen motivo para serme fiel? Espero ganarme tu amor y tu confianza pero entiendo que me odies.
– Varian, ¿no acabas de decirme que no veías con buenos ojos el plan de tu abuelo pero accediste a tomar parte en él cuando amenazó con entregarme a otro hombre? -replicó Nyssa sentándose en la cama y mordisqueando el pedazo de pan con mantequilla que sostenía en la mano-. Ésa es razón más que suficiente para serte fiel. Me has salvado de Dios sabe cuántos horrores.
– Pero tú no me amas.
– Eso es verdad, pero debes darme tiempo para aprender a hacerlo. Aunque no te prometo nada, sólo llevamos un día casados y creo que ya empiezas a gustarme -confesó-. Eres bueno y tienes sentido del humor. Quizá cuando te conozca mejor…
– Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?
– Estoy furiosa con tu abuelo -contestó Nyssa-. Por su culpa hemos tenido que casarnos a medianoche y a escondidas. A pesar de que no somos nobles influyentes, siento haber enojado al rey. Enrique Tudor ha sido muy generoso con mi familia y me apena que piense que he traicionado su confianza. ¡Ojalá pudiera explicarle la verdad y hacerme perdonar! -suspiró-. Mi madre tampoco conocía a Edmund Wyndham cuando se casó con él. Antes de la boda sólo le vio en una ocasión: fue a través de una rendija el día que fue a pedir la mano de una de las hermanas Morgan. ¡No sabía cuántas hijas tenía mi abuelo ni tampoco la edad de cada una! -rió-. Mi abuelo se lo tomó como una ofensa.
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