– ¡Sabía que me ocultabas algo importante! -exclamó Adela Marlowe con aire triunfante-. Tranquilízate, Bliss. Tu secreto está a salvo conmigo -prometió-. Sólo quería que me contaras todo. Me divierte saber lo que los demás no saben, nada más.
Los recién casados pasaron la última noche de su luna de miel casi en vela. A la mañana siguiente, los hermanos de Nyssa se presentaron en casa de sus tíos para conocer a su cuñado. Los rumores que corrían por palacio habían llegado a oídos de Philip y el joven se había disgustado mucho. Giles, un diplomático nato de carácter conciliador a pesar de su corta edad, aconsejó a su hermano que no juzgara al conde de March tan a la ligera.
– No debes creer ni la mitad de lo que has oído -había dicho el sensato niño-. ¡Ni siquiera la cuarta parte! ¿No has aprendido nada durante los meses que hemos pasado sirviendo a lady Ana? El más inocente parpadeo da pie a un escándalo de proporciones desmesuradas.
– ¡Pero Nyssa es una mujer casada! -había replicado Philip-. Los mismísimos Enrique Tudor y lady Ana aseguran que es verdad. Temo por Nyssa y exijo saber qué ha ocurrido. Lord De Winter no tiene una buena reputación.
– Sólo se le conoce un desliz y ocurrió hace muchos años. Lo que pasa es que lady Marlowe y sus amigas no tienen nada mejor que hacer que criticar a todo el mundo. Apuesto a que si lord De Winter no fuera un hombre tan atractivo nadie se acordaría del suicidio de la hija del granjero.
– Pues yo quiero saber qué ha ocurrido -insistió el testarudo Philip-. Si Nyssa hubiera planeado casarse con ese caballero nos lo habría dicho. Además, ella siempre ha querido casarse en Riveredge.
Cuando Philip llegó a casa de sus tíos no le gustó lo que vio. Enseguida advirtió que Nyssa había cambiado y se había convertido en la mujer más hermosa y seductora que había visto en su vida. Y lo que era más extraño, parecía feliz. Él y Giles se apresuraron a hacer una reverencia a la joven pareja.
– Buenos días, Nyssa -saludó a su hermana entre dientes-. Buenos días, señor.
– Hermanos, os presento a Varian de Winter, mi marido -respondió Nyssa.
– ¿Y cómo demonios se ha convertido este hombre en tu marido? -estalló Philip, ante el disgusto de Giles-. ¿Qué piensas decir a nuestros padres? He oído toda clase de habladurías, hermanita, y exijo una explicación.
– ¡Philip! -exclamó Nyssa, furiosa-. ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Quién eres tú para pedirme cuentas? Soy cuatro años mayor que tú. ¿Lo has olvidado o se te han subido los humos a la cabeza?
A Giles se le escapó una risita que se apresuró a contener cuando sus hermanos le dirigieron una mirada furiosa.
– A pesar de los años que nos separan, soy el futuro conde de Langford y es mi deber vigilar tu comportamiento. Se te acusa de buscona.
– Philip, eres un pedante y un idiota -replicó Nyssa-. ¿Quién dice eso? ¿No has aprendido nada en estos meses? Para tu información, te diré que me casé en la capilla real hace dos días. El obispo Gardiner.celebró la ceremonia y la tía Bliss y el tío Owen estuvieron conmigo. Eso es todo. ¿Desde cuándo es pecado casarse?
– Dicen que os encontraron juntos en la cama y que este caballero te forzó -acusó Philip-. Me da igual que sea un Howard. ¡Le mataré con mis propias manos si es verdad!
– Yo no forcé a vuestra hermana -intervino Varían de Winter tratando de aplacar la ira del joven vizconde-. Y aunque mi madre era una Howard, yo soy un De Winter.
– Me llamo Giles Wyndham y es un placer conoceros, señor -dijo Giles adelantándose y tendiendo la mano al conde.
– ¿Cómo estáis, Giles? -preguntó Varían estrechándosela-. Yo también estoy encantado de conoceros.
– Estoy muy bien, gracias. La reina me ha pedido que permanezca a su lado después de la anulación de su matrimonio. La corte me gusta mucho, ¿sabéis? -añadió esbozando la mejor de sus sonrisas y tratando de suavizar la violenta situación. Philip adoraba a Nyssa y parecía a punto de llorar. ¿Es que no se da cuenta de que está haciendo un ridículo espantoso?, se preguntó.
– Entonces, ¿estás bien? -preguntó Philip a su hermana.
– Estoy perfectamente -contestó Nyssa abrazándole.
– ¿Por qué te casaste con él?
– No puedo contestar a esa pregunta, pero te ruego que confíes en mí -respondió ella-. El conde es un hombre amable y bondadoso y me trata como merezco. Sé que estás sorprendido y confundido pero no debes volver a hablarme en ese tono ni a criticar mi comportamiento -le regañó-. Sabes que nunca haría nada para desacreditar el buen nombre de nuestra familia. Si hubiera nacido hombre yo sería el próximo conde de Langford y no tu padre. No lo olvides, Philip. Y ahora, dame un beso y saluda a mi marido como el muchacho bien educado que eres.
El vizconde de Wyndham besó a su hermana y tendió la mano a Varían de Winter.
– Felicidades, señor -dijo muy serio-. Os habéis casado con una mujer excelente.
– Gracias -contestó Varían. Saltaba a la vista que estaba furioso y confundido, pero esperaba ganarse su confianza.
– ¿ Ha ocurrido algo interesante en palacio durante los últimos días? -preguntó Nyssa-. ¡Parece que hace años que salimos de allí! La reina me espera esta mañana. ¿Vendréis a casa con nosotros?
– Yo sí -contestó Philip-. Estoy cansado de tanta corte, aunque ha sido una experiencia muy educativa.
– Yo me quedaré junto a lady Ana -dijo Giles-. ¿No me escuchabas cuando se lo he dicho a lord De Winter?
– Podéis llamarme Varían -intervino el conde de March-. Y vos también, Philip. Después de todo, somos cuñados.
– ¿Quieres saber el último rumor que corre por palacio? -preguntó Philip dirigiéndose a su hermana e ignorando a Varían de Winter-. Dicen que se ha visto a Catherine Howard paseando cogida del brazo del rey. Lady cara de comadreja les vio y le faltó tiempo para decírselo a todo el mundo. Me temo que ha metido la pata. ¡Sería una excelente alcahueta! A pesar de la importancia de su familia, no es muy inteligente.
– ¿Quién es lady cara de comadreja? -preguntó Varían de Winter-. ¡Ah, sí, lady Rochford! ¡Qué mote tan ingenioso! Siempre le he encontrado un gran parecido con ese animal o con un hurón. Os felicito por vuestro agudo sentido del humor, señor.
– Esa dama nunca ha sido santo de mi devoción
– confesó Philip, más apaciguado-. Siempre está con la oreja pegada a las paredes.
– A mí tampoco me gusta -asintió Varían.
– Varían dice que alguien debería hacer un nudo en la lengua a lady Marlowe -intervino Nyssa.
Todos se echaron a reír y la tensión desapareció. Una criada entró trayendo vino y pasteles y los hermanos Wyndham prolongaron su visita durante una hora. Cuando se marcharon apretaban en sus manos la moneda de oro con que Varían les había obsequiado.
– ¡Es una lástima que no tengamos más cuñados!
– se lamentó Giles.
– Quizá no sea tan malo como dicen -admitió Philip.
– Lo has hecho muy bien -felicitó Nyssa a su marido-. Giles es muy dócil, pero Philip es un quisquilloso.
– Yo creo que te adora.
– Cuando nació, yo tenía casi cuatro años y enseguida se convirtió en mi juguete preferido. Durante tres años y medio sólo nos tuvimos el uno al otro. Le duele que no haya querido contarle la verdad sobre nuestro matrimonio pero sería una locura hacerlo. Philip es demasiado impulsivo y no dudaría en pedir explicaciones a tu abuelo. Eso no haría ningún bien a nadie. Además, si es cierto que el rey se ha enamorado de tu prima, no le gustará que un mocoso de trece años dé al traste con sus planes de casarse con ella. Mi hermano acabaría encerrado en la Torre y mi madre tendría que venir a suplicar el perdón del rey.
– ¿Es costumbre en tu familia meter las narices en los asuntos de los demás? -quiso saber Varían, divertido.
– Me temo que sí. Tú no te has casado con Nyssa Wyndham; te has casado con los Wyndham de Lang-ford, lo que incluye a lord James Alcott y a sus hijos el marqués de Beresford, el marqués de Adney y a un tal O'Brien de Killaloe, sin olvidar a los abuelos Morgan de Ashby, a la tía Bliss y al tío Owen, a lord y lady Kingsley y a mis primos. Nunca más volverás a estar solo. ¡Sospecho que dentro de poco te arrepentirás de haberte casado con una mujer con una familia tan numerosa y metomentodo como la mía! Ya verás cómo se pone Riveredge el día de Navidad.
No puedo imaginar una vida más agradable que ésta, se dijo Varían de Winter. Sus nuevos parientes le ayudarían a poner sus tierras en condiciones y a sacar rendimiento de ellas. Los primos de Nyssa también se casarían y la familia seguiría aumentando. Las nuevas generaciones crecerían rodeadas de los sabios consejos de su familia, pasarían las vacaciones juntos, celebrarían las bodas y bautizos y compartirían las penas y alegrías de la vida. Recordó algo que lady Elizabeth, su abuela, le había dicho en una ocasión: «No dejes que Thomas Howard te convenza de que lo más importante en esta vida es el poder y el brillo del oro. La familia es lo mejor que tenemos porque es la única que permanece a nuestro lado en los tiempos difíciles. No lo olvides, Varían.» Aunque nunca había conocido el calor de una familia, Varían siempre había tenido presentes las palabras de su abuela. Ahora que su espera se había visto recompensada y tenía lo que siempre había deseado, se sentía el hombre más afortunado del mundo.
Cuando Nyssa regresó a palacio, se dirigió directamente a las habitaciones de la reina.
– No dega de hacer regalos a Catherine Howard -empezó lady Ana-. Le ha dado tierras y una almohadón bordado en oro. Me temo que mis días aquí están contadas. Tienes mi permiso para regresar a tu casa cuando quieras.
– Me quedaré con vos hasta el final -respondió Nyssa negando con la cabeza-. Giles me ha dicho que queréis que siga a vuestro servicio. Está loco de alegría.
– Es un bien muchacho -sonrió la reina-. Hans y él se llevan de maravilla. A partir de ahora mis propiedades y apariciones en público se reducirán y sólo necesito dos pagues.
– Lo siento, señora.
– Nein -replicó lady Ana-. No sientas. Odio la pompa y el ostentación de esta corte. Me gustan los fes-tidos, bailar y gugar a cartas pero estaré bien en Rich-mond. Hendríck me dará una casa o dos. ¡Que haga lo que quiera! Richmond está un pueblo precioso y el río recuerda a mí al Rin. Me llefaré a la princesa María. Nos hemos hecho amigas y Hendrick ha prometido que la pequeña Bess fendrá a fisitarme de vez en cuando. ¡Está una niña encantadora y muy inteligente!
– Entonces, ¿estáis contenta a pesar de que tendréis que permanecer en Inglaterra? -preguntó Nyssa-. ¿No echáis de menos a vuestra familia?
– Prefiero mil feces fifir en Inglaterra que regresar junto a mi familia -respondió la reina-. Mi padre estaba un hombre muy sefero pero tenía sentido del humor. Mi hermano Wilhelm, en cambio, ha confertido la corte de Clefes en el paraíso de los aburridos. Se asegurará de que estoy bien y me olfidará para siempre. Seré más libre y mejor feliz aquí. Además, no tendré que volver a casarme. Pero ¿y tú? -inquirió-. ¿Eres feliz con tu marido?
– Afortunadamente, Varían se toma las cosas con sentido del humor -contestó Nyssa con una sonrisa.
– ¿Y te gustan sus…?-titubeó lady Ana.
– ¿Sus atenciones? -añadió Nyssa terminando la frase por ella-. Aunque por razones evidentes no puedo hacer comparaciones, debo decir que lo pasamos bien en la cama.
– No está mal para empezar -replicó la reina.
La conversación no tardó en volver a Catherine Howard. Las constantes atenciones del rey habían hecho que las chismosas de la corte se olvidaran del precipitado matrimonio a medianoche de Nyssa y Varían de Winter. Cromwell había ordenado la detención de lord Lisie, el padre de las hermanas Basset, y las muchachas estaban aterrorizadas. El obispo Sampson, el mejor aliado de Gardiner, había sido encerrado en la Torre y la inestabilidad aumentaba. Para colmo, el comportamiento del rey era más propio de un joven de veinte años que de un hombre de cincuenta.
El rey y la reina aparecieron juntos en público con motivo de los torneos celebrados en Westchester y Durham. Se permitió asistir a todo el mundo a los banquetes ofrecidos tras los torneos, ocasión que los subditos más fieles aprovecharon para ver a sus soberanos juntos por última vez. El pueblo adoraba a Ana de Cleves y Ja tenía por una princesa digna y encantadora y, aunque Enrique Tudor conocía el cariño que su esposa despertaba, fingía no darse cuenta. Ofreció un suculento banquete a los participantes en los torneos y recompensó a los ganadores con cien marcos de oro y una casa para cada uno.
El mes de mayo pasó muy deprisa. Catherine Ho-ward, todavía dama de la reina, cada vez dedicaba menos tiempo a sus ocupaciones y lady Ana empezaba a sentirse incómoda. Había prometido a su marido comportarse como si no supiera qué ocurría a su alrededor, pero era imposible ignorar que los acontecimientos se precipitaban hacia un enredo final. Finalmente, el 10 de junio el jefe de la guardia interrumpió la reunión que mantenían los consejeros del rey, presididos por Tho-mas Cromwell.
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