– Yo no soy ningún cazador de dotes -se defendió Varían de Winter-. Poseo tierras situadas al otro lado del río y una casa. Quizá hayáis conocido a mi padre; se llamaba Enrique de Winter. Yo me crié con mi abuelo.

– ¿Y quién demonios es ese caballero? -rugió el conde de Langford, cada vez más furioso con aquel desconocido que se había atrevido a casarse con Nyssa desafiando su autoridad.

– Thomas Howard -contestó Varían sin perder la calma.

– ¿El duque de Norfolk?

– Si no os importa, deseo escuchar las explicaciones de mi hija -intervino Blaze. Anthony Wyndham se enfurruñó más cuando oyó a su mujer referirse a Nys-sa como «mi hija».

– Lo haré con mucho gusto cuando terminéis de gritaros y pediros cuentas unos a otros -respondió la joven.

– ¡Philip! -exclamó Anthony Wyndham-. ¿Dónde demonios estabas cuando ocurrió? ¡Te pedí que cuidaras de ella! ¿Es así como me obedeces?

– No lo supe hasta que fue un hecho consumado, señor -se disculpó el atemorizado muchacho.

– Nos casamos el 21 de abril en la capilla real -empezó Nyssa-. El arzobispo de Canterbury y el obispo Gardiner oficiaron la ceremonia. El rey también estaba allí. En realidad fue él quien ordenó que debíamos casarnos.

– ¿Por qué?

– Es una historia muy larga -contestó Nyssa-. Empezaré por el principio: en cuanto su majestad vio a lady Ana de Cleves decidió que no era suficientemente bonita para ser su esposa. La princesa es una mujer inteligente y bondadosa y la actitud del rey resulta incomprensible para la mayoría de sus subditos. El caso es que ha revuelto cielo y tierra hasta conseguir que su matrimonio sea declarado nulo. Ha alegado que la unión nunca fue consumada.

– ¿Que no se consumó el matrimonio? -interrumpió el conde de Langford en tono desdeñoso-. No me lo creo. A ese sátiro le gustan todas.

– Es cierto, papá -aseguró Nyssa.

– ¿Y eso qué tiene que ver con tu matrimonio con este caballero? -se impacientó Blaze-. Nyssa, no entiendo nada.

Muy despacio, Nyssa contó a sus padres lo ocurrido aquella fatídica noche de abril.

– ¿Y vos accedisteis a tomar parte en un plan tan malvado? -interrogó Anthony Wyndham a Varían de Winter-. Sólo un miserable se avendría a hacer algo así.

– No tuve elección -se defendió el conde de March-. A mi abuelo le era indiferente quién lo hiciera con tal de apartar a Nyssa del camino de Catherine. Yo quiero a su hija y pensé que así la protegía de desaprensivos sin escrúpulos.

Anthony Wyndham estaba tan furioso que los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas y tenía la vena del cuello a punto de estallar. Sin embargo, Blaze se había quedado con las palabras que su marido había preferido ignorar: había dicho «yo quiero a su hija» y sus ojos revelaban que decía la verdad.

– La quiere, Tony -dijo con suavidad apoyando una mano en el brazo de su marido-. Tranquilízate y mírale a los ojos. La quiere de verdad.

– ¿Y ella? -replicó lord Wyndham-. ¿Le quiere ella? ¿Le amas, querida? Dime la verdad. Si te sientes desgraciada, removeré cielo y tierra hasta conseguir la separación. El matrimonio es algo muy serio; es una promesa para toda la vida. Di, ¿amas a este hombre, sí o no?

– No lo sé -confesó Nyssa-. Muchos jóvenes se casan sin apenas conocerse. Cuando tú te casaste con mamá, ella estaba furiosa contigo y te detestaba pero ahora, en cambio… Varían es un buen hombre y nos llevamos bien -añadió acercándose a su padre y besándole en una mejilla-. Ahora quiero que tiendas tu mano a mi marido y que nos des tu bendición.

– ¡Pero yo te prometí que podrías casarte con quien tú escogieras! -protestó él-. Me siento como si te hubiera defraudado. No debería haberte permitido ir a palacio pero me dejé convencer porque el rey prometió cuidar de ti como si fueras su hija. Bliss, me juraste que no le quitarías ojo -acusó a su cuñada-. ¡Me has fallado y por tu culpa mi hija se encuentra atrapada en un matrimonio desgraciado!

– Deja de decir tonterías, Anthony -le reprendió Blaze-. Su marido la quiere tanto como tú me querías a mí cuando nos casamos. ¡Mírale bien! Sólo tiene ojos para ella. Lo que pasa es que estás celoso -acusó-. Nunca la animaste a conocer a otros muchachos de su edad porque te gustaría ser el único hombre de su vida. Lo siento mucho, pero esta vez has llegado tarde. Nyssa es una mujer casada y si tú te niegas a hacerlo, seré yo quien dé la bienvenida a nuestro yerno -añadió poniéndose de puntillas y besando a Varían de Winter-. Bienvenido a Riveredge, señor. Conocí a vuestro padre en el banquete de mi boda con Edmund Wyndham. Sois igual que él pero tenéis los ojos de los Ho-ward.

Varían de Winter sonrió a su suegra y, tomando su mano, se la llevó a los labios.

– Gracias por vuestras palabras, señora. Prometo cuidar de vuestra hija lo mejor que pueda.

– Estoy segura de que cumpliréis vuestra palabra -asintió Blaze-. Tenéis mi bendición.

– ¡Ejem! -carraspeó Anthony Wyndham mientras tendía la mano a su yerno-. Tenéis mi bendición… ¡pero si oigo a mi hija proferir alguna queja contra vos tendréis que véroslas conmigo! -amenazó-. Vuestras explicaciones no me convencen pero, ya que no puedo hacer nada para anular vuestro matrimonio, os concederé el beneficio de la duda.

– Gracias, señor. Os repito que quiero mucho a vuestra hija y prometo no traicionar la confianza que habéis depositado en mí.

– Bueno… -suspiró Bliss, aliviada al ver que su cu nado empezaba a tranquilizarse-. Ahora que ha quedado todo aclarado, podemos irnos a casa.

– No tan deprisa -repuso Blaze-. ¿Dónde está Giles?

– Lady Ana se quedará a vivir en Inglaterra -contestó su hermana-. Recibirá el tratamiento de hermana del rey y sólo sus hijas y la nueva reina ocuparán un lugar más importante en la corte. Lady Ana ha pedido a Giles que se quede con ella y él ha aceptado.

– Giles se mueve en la corte como pez en el agua -añadió Nyssa-. Asegura que su futuro está en palacio y cree que el servicio de lady Ana es un buen lugar para iniciar una carrera brillante. Estoy segura de que muy pronto los nobles más influyentes se pelearán por él. Es muy popular allí.

Blaze y Anthony Wyndham intercambiaron una mirada y asintieron satisfechos. El futuro de su segundo hijo estaba decidido.

– ¿Cuándo vendrá Blaze a visitarnos? -quiso saber

– Quizá en otoño.

– Está oscureciendo -insistió Bliss-. Deberíamos ponernos en camino, Owen.

– Está bien, Bliss -accedió su hermana-. Puedes marcharte ya.

En cuanto obtuvo el permiso de Blaze, la condesa de Marwood abandonó el salón a todo correr seguida por su marido, que reía a carcajadas.

Anthony Wyndham trocó su expresión hosca por una amplia sonrisa.

– Pobre Bliss -rió-. Nunca la había visto tan asustada.

– Tenía buenos motivos -añadió Nyssa.

– Debes de estar agotada, querida -intervino Blaze-. ¿Por qué no enseñas a Varían vuestra habitación? Cenaremos a la hora de siempre.

– ¿Dónde están mis hermanos? -preguntó la joven.

– Bañándose en el río- contestó su madre-.Ya has olvidado cómo solías pasar las tardes de verano? Chapotear en el Wye es mucho más importante que recibir a la hermana que regresa de palacio.

– ¿Qué edad tienen sus hijos, señora?-preguntó Varían.

– Richard cumplirá nueve años a finales de otoño, Teddy acaba de cumplir cinco y Enrique tiene tres. Ya verás cuánto han crecido Ana y Jennie -añadió Blaze volviéndose hacia Nyssa-. Jane dice «Ma», «Pa» y «Bo» cuando quiere llamar la atención de sus hermanos. Ana es más callada y deja que sea su hermana quien hable por las dos, pero ya empieza a andar. ¿Os gustan los niños, señor? -preguntó a su yerno.

– Sí, señora -contestó él-. Espero formar una familia tan numerosa como la vuestra. Crecí con mis tíos, pero ellos eran varios años más jóvenes que yo. La verdad es que me habría gustado tener muchos hermanos.

– Si lo deseas, puedes quedarte hablando con mis padres -intervino Nyssa-. Yo voy a darme un baño; llevo pegado a la piel y al cabello todo el polvo de los caminos de Inglaterra. Además, he echado mucho de menos a mi vieja bañera. La que teníamos en Green-wich no era ni la mitad de cómoda. ¿Podré llevármela a Winterhaven, mamá?

– Ya veremos -respondió Blaze-. Vamos, ve a bañarte. Nosotros nos quedaremos charlando con tu marido… a menos que él también desee refrescarse un poco.

– Me gustaría mucho, gracias. Si me disculpan… -contestó Varían de Winter poniéndose en pie y saliendo del salón en pos de Nyssa.

– ¿Es necesario alentar un comportamiento tan li cencioso? -gruñó Anthony Wyndham cuando se quedó a solas con su esposa.

– ¡No seas aguafiestas! -rió Blaze-. A ti también te gusta bañarte conmigo.

– ¡Pero Nyssa todavía es una niña!

– Nyssa es una mujer casada y será mejor que empieces a hacerte a la idea. ¿Has pensado que podría estar embarazada? Después de todo, se casaron hace tres meses.

– No puede ser -replicó Tony negando con la cabeza-. Nyssa es demasiado joven para ser madre y nosotros, demasiado jóvenes para ser abuelos.

– Tuve a Nyssa con diecisiete años y ella está a punto de cumplir los dieciocho -repuso Blaze-. Está en la edad perfecta para ser madre. Lo que pasa es que te gustaría que siguiera siendo la niña de tus ojos. Ella siempre te querrá, Tony. Que se haya casado no significa que la hayas perdido, pero a partir de ahora tendrás que compartir su cariño con su marido y sus hijos.

– ¡El tiempo pasa tan deprisa! -se lamentó Anthony Wyndham-. La última vez que la vi era una niña y en pocos meses se ha convertido en una mujer casada, en la condesa de March.

– Los niños crecen, Tony; es ley de vida. No sé qué habría sido de nosotras sin ti -añadió besándole en la mejilla-. Te estamos muy agradecidas y estoy segura de que Edmund, que en paz descanse, no habría sido mejor padre y marido. Nyssa se ha hecho mayor y pronto nos dejará, pero todavía te quedan dos pequeñas que también necesitan de tu afecto.

– ¿Te apetece bañarte, Blaze? -preguntó de repente haciéndole un guiño travieso-. Si Nyssa acaba convirtiéndose en una mujer tan bella y buena como su madre, Varían de Winter será un hombre muy afortunado.

– Vamos a bañarnos -contestó Blaze poniéndose en pie y tendiéndole la mano.

Nyssa y su marido se quedaron en Riveredge mientras los criados de Winterhaven se afanaban por ultimar los preparativos necesarios para recibir al conde y su nueva esposa, que habían anunciado su llegada para finales del mes de agosto.

Las noticias del matrimonio de Enrique Tudor y Catherine Howard llegaron a oídos de los habitantes de Riveredge a finales de la primera semana de agosto. La pareja se había casado el 21 de julio en el pabellón de caza de Oatlands y Thomas Cromwell, el antiguo primer ministro, había sido ejecutado en la Torre el mismo día en que los Howard habían saboreado su triunfo.

– Deberíamos hacerles un buen regalo de bodas -dijo Nyssa a su marido.

Los recién casados iniciaron un viaje que debía llevarles a Windsor a través de Surrey, Berkshire, Graf-ton, Dunstable y More. Se aseguraba que el rey era feliz como un niño con zapatos nuevos y que parecía veinte años más joven. Se levantaba al alba, asistía a misa de siete y cabalgaba hasta las diez. Entonces comía, jugaba una partida de bolos o practicaba el tiro con arco y por la noche bailaba con su recién estrenada esposa. Apenas le dolía la pierna y estaba de un humor excelente.

La tranquila situación internacional no requería la atención del monarca por el momento. El reino de Cle-ves había aceptado de buen grado la nueva situación de lady Ana e incluso el duque William había comentado que su hermana había salido bastante mejor parada que sus antecesoras. Por su parte, Francia y el Sacro Imperio Romano seguían pinchándose el uno al otro, pero no había peligro de que la sangre llegara al río, por lo que aquel caluroso verano de 1540 se presentaba muy agradable para Enrique Tudor. Los duques de Suffolk y Norfolk aseguraban que hacía mucho tiempo que no veían al rey tan contento.

Nyssa se sentía indispuesta y el conde de March se vio obligado a posponer la marcha en dos ocasiones. Empezaba a pensar que se trataba de un truco para no abandonar Riveredge y así se lo hizo saber a su suegra.

– Será mejor que esperéis hasta mediados de septiembre -le aconsejó Blaze-. Para entonces Nyssa se sentirá mejor y correrá menos riesgos. Los primeros meses son los más delicados.

– ¿Menos riesgos? -se extrañó Varían-. ¿De qué estáis hablando, señora?

– Entonces, ¿no te lo ha dicho?

– ¿Decirme qué?

– Apuesto a que ella tampoco lo sabe. Ven conmigo, Varían -dijo Blaze corriendo en busca de Tillie. Encontró a la doncella de su hija en el vestidor remendando unas enaguas-. Tillie, ¿cuándo fue la última vez que mi hija tuvo la regla? -preguntó-. Piénsalo bien antes de contestar.