– Fue en junio -aseguró la joven.

– ¿Y te parece normal que no haya vuelto a tenerla desde entonces? -exclamó la condesa de Langford-. ¿Por qué no me lo dijiste en cuanto llegasteis?

Tillie parecía desconcertada. ¿Por qué tendría que haber comentado algo así con su señora? De repente, abrió unos ojos como platos y se llevó una mano a la boca.

– ¡Oh…!

– ¡Sí, oh! ¿Dónde está Nyssa, Tillie?

– Está acostada -contestó la doncella-. Se ha vuelto a marear.

Blaze entró en la habitación de su hija seguida de Varian de Winter. Nyssa estaba muy pálida y aspiraba el aroma de un pañuelo empapado en agua de lavanda.

– ¿Cómo es posible que hayas vivido en esta casa durante diecisiete años y ni siquiera sospeches lo que te ocurre? -espetó-. Por el amor de Dios, Nyssa, ¡tienes siete hermanos!

– ¿De qué estás hablando? -repuso Nyssa con voz débil.

– ¿Cómo he podido criar a una hija tan despistada?

– se exasperó Blaze-. ¡Estás embarazada, Nyssa! Está más claro que el agua. Si mis cálculos son correctos tendrás un bebé hacia finales del mes de marzo. ¡Qué alegría! ¡Voy a ser abuela!

Nyssa palideció todavía más. Buscó a tientas la palangana que había dejado junto a la cama y vació el contenido de su estómago en ella.

– Me siento tan mal… -gimió dejando la palangana en el suelo y enjugándose el sudor que perlaba su frente con el pañuelo-. Nunca te vi mareada cuando estabas embarazada. Pensaba que me había sentado mal el pescado que cenamos ayer. No puede ser -añadió negando con la cabeza-. Es demasiado pronto.

– Teniendo en cuenta las horas que pasáis juntos en esta cama, es lo más natural -replicó Blaze-. Lo extraño sería que no estuvieras embarazada. Las mujeres de esta familia tenemos fama de ser las más fértiles de la comarca. Tu abuela tuvo gemelos cuando tú tenías tres meses.

– Vamos a tener un hijo -murmuró Varian, fascinado-. Nyssa, ¿cómo podré agradecértelo?

– Entonces, ¿estoy…?

– Ya lo creo -aseguró su madre-. Créeme, sé de qué estoy hablando.

– Esperaba que mi primer hijo naciera en Winter-haven, pero prefiero que Nyssa no viaje en su estado

– dijo el conde de March-. Me temo que tendremos que abusar de vuestra hospitalidad durante una buena temporada.

– ¡Tonterías! -replicó Blaze-. Dentro de un par de semanas dejará de sentirse mareada y estará en condiciones de viajar. Ya es hora de que conozca su nuevo hogar y de que empiece a ocuparse de los quehaceres propios de una esposa. Winterhaven ha permanecido cerrada durante tanto tiempo que tendrá que instruir a los criados y decorar la casa.

– ¡Pero yo nunca he estado embarazada!-protestó Nyssa-. No quiero estar sola en Winterhaven. Por favor, mamá, deja que me quede aquí -suplicó.

– Estaré a tu lado cuando llegue la hora -prometió su madre-. Además, Winterhaven está muy cerca de Ashby y si hay alguien que conoce a la perfección los secretos del embarazo y el parto, ésa es tu abuela. Ahora debo dejaros solos -añadió abriendo la puerta y saliendo de la habitación-. Tengo que dar las buenas noticias a Tony.

– ¡Lo has hecho a propósito! -acusó Nyssa a su marido.

– Te juro que no es así. Yo soy el más sorprendido. ¿De verdad no sospechabas nada?

– No -confesó ella-. Nunca presté atención a mamá cuando estaba embarazada. Un día aparecía de repente con un estómago enorme y nos decía que pronto tendríamos otro hermanito. Durante ocho años Philip y yo sólo nos tuvimos el uno al otro. Los perros, los gatos y mi caballo eran mis únicas preocupaciones.

– A mí me ocurría lo mismo. Nunca me fijé en lady Elizabeth, la segunda esposa de mi abuelo. Si alguien me hubiera preguntado si estaba embarazada o no, no habría sabido qué responder.

– ¡Tengo que preguntar tantas cosas a mamá! -exclamó Nyssa animándose de repente y bajando de la cama-. ¿Crees que tendremos que dejar de hacer el amor? No me gustaría, pero no quiero hacer daño al bebé. Por lo menos no tendremos que regresar a la corte -sonrió-. Por muy pesada que se ponga Cat, el rey no permitirá que pongamos en peligro la vida de nuestro hijo.

– Tienes razón -rió Varían-. Cuando te encuentres mejor nos encerraremos en Winterhaven como dos conejitos en su madriguera. Sólo recibiremos las visitas de tu familia y no volveremos a palacio si tú no quieres. Cat estará tan atareada con sus obligaciones como reina que se olvidará de nosotros.

– ¡Varían, soy tan feliz! -dijo la joven abrazando a su marido y besándole apasionadamente-. Eres el mejor marido del mundo.

Varían sonreía radiante de felicidad. Aquélla era la primera vez que Nyssa expresaba sus sentimientos. Estaba convencido de que aprendería a quererle pero de momento se conformaba con aquella expresión de afecto. Nyssa le consideraba un buen marido e iba a tener un hijo suyo.

– Si es un niño, ¿podemos llamarle Thomas?

– ¡Ni hablar! -contestó Nyssa-. No permitiré que mi hijo lleve el nombre de un hombre tan cruel y desalmado como tu abuelo. Si es un niño se llamará Ed-mund Anthony de Winter, como sus abuelos maternos. Estoy segura de que mi familia estará de acuerdo.

– Si te empeñas en consultar a la familia, salta a la vista que los Wyndham sois muchos más que los De Winter -rió Varían-. Llamaremos Thomas al segundo, ¿de acuerdo?

– Nuestro segundo hijo se llamará Enrique, como tu padre -aseguró la joven.

– Entonces llamaremos Thomas al tercero -insistió Varían.

– Está bien -accedió Nyssa esbozando una dulce sonrisa-. Le llamaremos Thomas, como nuestro querido arzobispo… ¡Pero lo haremos por el arzobispo, no por tu abuelo!

– ¿Estás segura de que estás embarazada? Si no lo estuvieras te daría una paliza ahora mismo.

– Si mi madre dice que estoy embarazada, es que estoy embarazada. Además, tú no vas a ponerme una mano encima.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque no podrás cogerme -rió Nyssa deshaciéndose del abrazo de su marido y echando a correr. Varían la siguió sin dejar de reír.


Winterhaven se encontraba en lo alto de una colina y había sido construida en el siglo xm. Era una sólida construcción rematada por cuatro torres y coronada por cuatro almenas, lo que le confería la apariencia de un castillo señorial, una apariencia que contrastaba con su interior confortable y acogedor. La edificación estaba rodeada de un pequeño foso, poblado de maleza desde que había dejado de ser necesario utilizar el puente levadizo para proteger el castillo. El conde y la condesa de March atravesaron el puente de piedra y se detuvieron frente a la entrada principal.

Las gruesas paredes de piedra gris impresionaron a Nyssa. Aliviada, comprobó que hacía poco tiempo que se habían cambiado las ventanas: las construcciones de aquella época solían ser demasiado lúgubres y oscuras. El edificio era hermoso, pero saltaba a la vista que había estado descuidado durante muchos años. Había mucho que hacer y se preguntaba si Varían podía permitírselo. Anthony Wyndham había ofrecido una generosa dote a Varían pero había insistido en que Nyssa conservara la casa de Riveredge y una parte de su dinero.

– Nyssa parece tenerte cariño y no dudo de que tu amor por ella sea verdadero, pero prefiero que mi hija conserve algunas propiedades -había dicho el conde de Langford-. Nunca se sabe qué puede ocurrir. Además, ni Nyssa ni yo os escogimos como marido y yerno. Cuando nos conozcamos un poco mejor quizá cambie de opinión.

Varian se había sorprendido al conocer las reservas de su suegro pero no le había parecido prudente expresar sus pensamientos en voz alta. La idea de que su esposa conservara sus propiedades resultaba chocante para un hombre que esperaba recibir la dote de su esposa de la manera tradicional. Sin embargo, se ponía en el lugar de Anthony Wyndham y comprendía su decisión. Quizá él hubiera hecho lo mismo si la felicidad de su hija hubiera estado en juego.

– No soy un hombre rico -había reconocido a su suegro-, pero tampoco soy pobre como una rata. Por primera vez en mi vida voy a ocuparme de mis propiedades y la verdad es que no sé por dónde empezar.

– ¿Tenéis arrendatarios?

– Sí.

– Entonces lo primero que debéis hacer es aseguraros de que el administrador haya cobrado las rentas y averiguar dónde ha ido a parar todo ese dinero -le había aconsejado Anthony Wyndham-. Si no está en vuestras arcas, comprobad que haya sido invertido en la propiedad. Tendréis que visitar cada una de las granjas y fincas y ver si están bien cuidadas. Si no es así, deberéis decidir si expulsáis a sus habitantes o les dais la oportunidad de rectificar sus malos hábitos. Todo cuanto necesitáis es un poco de sentido común -había añadido-. Habéis vivido en la corte el tiempo suficiente para aprender a juzgar a las personas. Mis trabajadores crían caballos pero antes también criaban ovejas. Si podéis permitíroslo, intentad las dos cosas. Las ovejas son un negocio muy rentable a menos que una plaga acabe con el rebaño. Mi suegro se arruinó así, pero eso ocurrió hace muchos años y la verdad es que la lana se paga a muy buen precio.

Perplejo, Varian de Winter se rascó la cabeza.

– ¿De dónde creéis que salen el oro y la plata que gastáis a manos llenas? -había preguntado el conde de Langford tratando de contener la risa-. Habéis vivido tanto tiempo en la corte que lo habéis olvidado. Se nota que durante todo este tiempo habéis vivido de la generosidad de vuestro abuelo, pero imagino que el dinero necesario para mantener a su familia debía salir de algún sitio. Apuesto a que tiene deudas. Los hombres acostumbrados a la buena vida de la corte suelen tenerlas, pero nosotros no podemos permitirnos tantos lujos. Tenemos que pagar los impuestos, dotar a nuestras hijas, mantener a nuestros hijos y alimentar a nuestros empleados. El bueno de Enrique Tudor no podría mantener a los parásitos de su corte sin los elevados impuestos que pagamos.

– Esto va a ser más complicado de lo que imaginaba -se había lamentado Varian.

– Obedeced a vuestra intuición y confiad en Nyssa. Se ha criado en el campo y es una mujer muy juiciosa.

Varían recordó las palabras de su suegro mientras ayudaba a Nyssa a desmontar.

– Comparada con Riveredge, Winterhaven debe parecerte horrible y pasada de moda, ¿verdad? -se adelantó el conde de March a modo de disculpa. La casa no le había parecido nunca tan triste e inhóspita como ahora.

– Será divertido ponerla en condiciones -contestó Nyssa-. Mientras las ventanas cierren bien y las chimeneas funcionen, lo demás tiene fácil solución. Tenemos tiempo de sobra para hacer de esta casa un hogar acogedor -concluyó besándole en la mejilla.

Una pareja de ancianos habían salido a recibirles y sus rostros arrugados estaban iluminados por una amplia sonrisa de bienvenida.

– Bienvenidos a casa -dijeron a coro, felices de ver a sus señores.

– 'Nyssa, te presento al señor y a la señora Browning. Ésta es mi esposa, la condesa de March -añadió dirigiéndose a los criados-. Es la hija de los condes de Langford. ¿Dónde están el resto de los criados? -inquirió.

– Se han ido, señor -contestó Browning-. El señor Smale, el administrador, dice que mantener criados en una casa deshabitada es un gasto innecesario.

– Hace mucho frío -intervino Nyssa-. ¿Por qué no entramos y continuamos esta conversación junto al fuego?

Los Browning siguieron a su nueva señora dócilmente mientras Varían de Winter sonreía complacido al ver que los criados no dudaban en acatar las órdenes de Nyssa. El comedor principal de Winterhaven era una amplia estancia de forma rectangular con dos chimeneas en los extremos. La joven condesa de March se quitó el abrigo y se lo tendió a Browning.

– ¿Sois vos quien se ocupa de la cocina, señora Browning? -preguntó, consciente de sus obligaciones-. A partir de hoy se servirá el desayuno después de la misa de la mañana. A menos que tengamos invitados importantes, será una comida muy sencilla: cereales, huevos duros, pan, jamón, queso y frutas confitadas. El almuerzo se servirá a las dos en punto y una ligera cena, a las siete.

– Sí, señora -asintió la señora Browning-. Necesitaré ayuda en la cocina.

– Vos conocéis a las familias de los alrededores, así que seréis la encargada de elegir a vuestras ayudantas. Deberán ser muchachas trabajadoras y bien dispuestas. Escoged a tantas como necesitéis. Yo misma las entre vistaré una por una y les asignaré diferentes quehaceres. Las que no sepan cocinar realizarán los trabajos domésticos y se ocuparán de la ropa. Soy una mujer justa y bondadosa pero no estoy dispuesta a mantener sirvientes perezosos e inmorales. Y ahora, acompañad a mi doncella a sus habitaciones y ayudadla a instalarse

– concluyó.

– Sí, señora -dijo la señora Browning haciéndole una reverencia. Es muy joven para ser tan severa, pensó. Saltaba a la vista que venía de una buena familia. La anciana señora Browning había oído hablar de la hospitalidad de los habitantes de Riveredge. Sus criados eran la élite de la servidumbre de la comarca y era evidente que la joven señora estaba acostumbrada a lo mejor. ¡Ya era hora de que Winterhaven tuviera una señora como Dios manda! Habían tenido que pasar treinta años pero aquel parecía el principio de una nueva y próspera era.