Nottingham había arrebatado su importancia a la ciudad de Lincoln, pero esta última seguía presumiendo de castillo y catedral majestuosa. Los condes de March llegaron allí antes que los reyes pero los carros que transportaban las tiendas se habían adelantado. Los criados se encontraban armando las tiendas a las afueras de la ciudad y Varían corrió a preguntar cuál era el lugar que él y su esposa debían ocupar. Uno de ellos señaló hacia una esquina del campamento.

– Yo no llamaría a esto un lugar de honor precisamente -comentó Nyssa, divertida-. Después de todo, sólo soy amiga de la reina y tú, su primo.

– Por lo menos estamos apartados del bullicio de las otras tiendas -se consoló Varían-. Nadie nos molestará. Además, la vista es excelente.

El conde de March ayudó a los criados a montar las plataformas de madera sobre las que debían levantar las tiendas, una grande para él y su esposa y otra más pequeña para los sirvientes, esta última dividida por una cortina de manera que hombres y mujeres pudieran preservar su intimidad. La tienda de los condes de March era de lona a rayas rojas y azules y el estandarte de la familia De Winter pendía de un asta colocada sobre la entrada. En su interior, gruesas alfombras cubrían el suelo de madera y una cortina separaba el salón y el dormitorio. Nyssa había decidido incluir algu nos braseros en el equipaje porque, aunque estaban en el mes de agosto, en el norte hacía frío durante todo el ano.

En el salón destacaban una gran mesa y varias sillas, mientras que en el dormitorio una hamaca de piel cuyos cuatro extremos habían sido atados a cuatro estacas firmemente clavadas en el suelo hacía las veces de cama. Junto a ella se encontraban los baúles que guardaban sus efectos personales y varios candelabros de bronce y lámparas de cristal que colgaban del techo iluminaban la estancia. Los criados hicieron una hoguera en el exterior de la tienda y se acercaron al río a buscar agua que calentaron sobre el fuego para que los condes pudieran tomar un baño antes de la llegada de los reyes.

Nyssa y Varían compartieron la pequeña bañera que habían traído de Winterhaven y se secaron el uno al otro sin que al parecer el frío les importara. Tillie y Toby se habían mostrado sorprendidos y escandalizados cuando sus señores habían rechazado su ayuda.

– Me preguntó a dónde vamos a llegar -resopló Tillie, disgustada-. Nunca pensé que llegaría el día en que viera a mi señora bañar a su marido.

– A mí tampoco me gusta, pero me temo que nuestra opinión les trae al fresco -repuso Toby.

– ¡Tillie, te necesito! -llamó Nyssa en ese momento-. Estoy en el dormitorio. Lord De Winter quiere que Toby acuda al salón con sus ropas. ¡Daos prisa!

– ¿Lo ves? -sonrió Toby, satisfecho-. No pueden vivir sin nosotros.

Los condes se vistieron con sus mejores ropas y, cuando la caravana real llegó al campamento, se encontraban listos para presentarse ante Enrique Tudor y su esposa. El vestido de Nyssa era de terciopelo azul oscuro con perlas y cuentas plateadas bordadas en el corpino y sobrefalda de brocado plateado y azul. El escote era bajo y de forma cuadrada y las mangas, vueltas en los puños, tenía forma de campana. Lucía una doble sarta de perlas alrededor del cuello y llevaba el cabello peinado en un moño recogido en una redecilla plateada. Un cinta de la que colgaba un zafiro atada alrededor de la cabeza completaba el conjunto.

El conde vestía un traje de terciopelo color vino y

camisa de seda adornada con chorreras en el cuello

y las mangas. Los pantalones eran a rayas de color gra

nate y dorado y la chaqueta estaba bordada con perlas

y cuentas doradas. Lucía un sombrero adornado con

plumas de avestruz y una gruesa cadena de oro alrede

dor del cuello.

Los nobles se instalaron en sus tiendas y los condes de March esperaron a ser llamados por el rey, como exigía el protocolo. El duque de Norfolk se acercó a saludarles. A pesar de tener setenta años, el anciano no había querido perderse el viaje. Nyssa y Varían no habían vuelto a verle desde el día de su boda.

– ¿Queréis sentaros, señor? -preguntó Nyssa desempeñando a la perfección su papel de anfitriona, aunque Varian advirtió que estaba haciendo un gran esfuerzo por mostrarse amable-. ¿Os apetece una copa de vino?

Thomas Howard se derrumbó en un sillón y aceptó con un gruñido la copa que Nyssa le ofrecía.

– Buen vino, sí señor -alabó tras beber un sorbo-. ¿Cómo están mis bisnietos?

– Preciosos, abuelo -contestó Varian mientras se decía que el duque había envejecido mucho en sólo un ano.

– Estarían mucho mejor si sus padres no hubieran tenido que abandonarles para recorrer a caballo medio país -añadió Nyssa-. ¡Y todo para satisfacer el capricho de una niña mimada!

– Conque ésas tenemos, ¿eh? -dijo el duque de Norfolk ignorando a Nyssa y dirigiéndose a su nieto-.¿Todavía no has conseguido domar a esta fierecilla? Es una deslenguada, pero por lo menos te ha dado dos hijos en un año. ¡Ojalá tu prima Catherine fuera tan fecunda como ella!

Nyssa abrió la boca para protestar, pero Varian hizo un gesto autoritario y la obligó a guardar silencio.

– ¡Cállate, Nyssa! -la reprendió-. ¿Es cierto que sufrió un aborto a finales de la primavera?

– ¿Quién sabe? -respondió Thomas Howard-. No hay quien le saque una palabra sobre el tema. ¡Tu prima tiene el cerebro de un mosquito! -se lamentó-. Sólo le preocupa divertirse, pero el rey la adora… de momento. Me alegro de que hayas venido, jovencita -añadió dirigiéndose a Nyssa-. La reina está inquieta y se aburre y eso no es bueno. Tiene todo cuanto una muchacha de su edad puede desear pero no deja de repetir que echa de menos a su mejor amiga. Aunque no alcanzo a comprender los motivos, parece que tienes el honor de ostentar ese título. Quiero que trates de calmarla y la hagas entrar en razón.

– Cat es una de las personas más testarudas que conozco -replicó Nyssa-. Deberíais saber que no hay forma de hacerla entrar en razón si ella se niega a ser razonable.

– El futuro de nuestra familia está en tus manos, Nyssa -insistió el duque.

– ¿De qué familia estáis hablando? -bufó Nyssa, furiosa-. Varian y yo somos De Winter, jno Howard. El poder y el dinero nos traen sin cuidado y todo lo que queremos es vivir en paz en Winterhaven con nuestros hijos.

– ¡Ojalá fueras una Howard, pequeña! Pareces delicada y frágil como una rosa pero en el fondo eres dura como el hierro. ¿Eres feliz a su lado, Varian? -preguntó a su nieto-. Apuesto a que sí. Es joven y bonita y te quiere.

– Yo también la quiero, abuelo -respondió Varían-. La quiero de.sde el día que la conocí en Hamp-ton Court. Todavía te guarda rencor por haberla engañado, pero en el fondo te está agradecida porque, a pesar de que te importaba un comino lo que le ocurriera, fuiste el artífice de nuestro matrimonio. Por esta razón Nyssa hará todo cuanto esté en sus manos por ayudarte, ¿verdad, querida? -aseguró clavando sus ojos en los de ella.

Varían haría cualquier cosa por mí, se dijo, triunfante. Si le pidiera ahora mismo regresar a casa no dudaría en hacerlo porque me quiere.

– Como bien ha dicho mi marido, nos quedaremos junto a la reina cuanto tiempo sea necesario -dijo con frialdad-. Trataré de ser una buena influencia para ella.

Si tuviera diez años menos haría todo lo posible por conseguir a una mujer como ésta, pensó Thomas Ho-ward esbozando una sonrisa astuta. Nyssa era lista y orgullosa y el duque envidiaba el placer que debía proporcionar a su nieto una mujer que era toda fuego y hielo, una rosa con muchas espinas.

– La reina te espera con impaciencia. Varían, deberías aprovechar que el rey está de un humor excelente para acercarte a presentarle tus respetos.

Varían y Nyssa siguieron al duque de Norfolk hasta la magnífica tienda a rayas doradas y plateadas situada en el centro del campamento junto a la que decenas de cocineros uniformados preparaban la cena.

– La reina está allí -indicó Thomas Howard a Nyssa señalando una pequeña tienda.

Nyssa se despidió del duque con una reverencia y, cuando levantó la mirada, descubrió que su marido estaba haciendo grandes esfuerzos por contener la risa.

– Señores… -dijo antes de desaparecer en el interior de la tienda.

– ¡Daos prisa! -la apremió lady Rochford saliendo a su encuentro-. Su majestad empieza a impacientarse.

La condesa de March siguió a lady Rochford y ésta la condujo hasta la habitación de la reina. Cat, vestida con un vestido de color rosa, saltó de su asiento y corrió a abrazarla ante la estupefacción de sus damas.

– ¡Por fin! -exclamó, radiante de alegría-. ¡Me alegro tanto de verte! Ya verás qué bien lo vamos a pasar.

Nyssa observó a su amiga. Saltaba a la vista que estaba tensa como una cuerda de laúd. Le hizo una reverencia y le dirigió una sonrisa.

– Contadme cómo os sienta ser reina -pidió con voz suave.


La reina Catherine estaba loca de alegría y se sentía más libre que nunca. De repente, se había encontrado rodeada de jóvenes cuya única ocupación era disfrutar de la vida y tenía a su lado a su mejor amiga para compartir con ella diversiones y secretos. Cazaban durante el día y bailaban por la noche. Enrique la acompañaba por las mañanas pero después de comer prefería echarse un rato, por lo que Catherine sólo debía pasar medio día pendiente de él.

Nyssa no estaba tan contenta como Cat. Nunca se había sentido tan desgraciada y se preguntaba si se estaba haciendo vieja. ¿Por qué no disfruto con la música y el baile como antes?, se decía. Quizá sería diferente si no estuviera casada ni tuviera hijos. Pero había algo más. En el campamento había otras parejas recién casadas y todos parecían disfrutar. Pero Nyssa no podía dejar de pensar en el jabón, el perfume y las conservas que debía preparar antes de que el invierno se les echara encima. La nuera de la señora Browning era una joven muy capaz pero habría dado cualquier cosa por poder supervisar aquellas tareas.

– ¿Por qué no me divierto como antes? -preguntó a su marido.

– Por la misma razón que yo también estoy harto de cazar y divertirme como si no tuviera nada más que hacer -respondió Varian-. Nosotros somos gente de campo, no cortesanos. Sé que el señor Smale se ocupará de la cosecha y el esquileo de las ovejas, pero me gustaría estar allí.

– Estoy preocupada por Cat -confesó Nyssa-. No sé de qué se trata, pero apuesto a que lady cara de comadreja tiene algo que ver.

– ¿Qué quieres decir?

– Si Cat no fuera la reina de Inglaterra, diría que hay otro hombre en su vida -contestó la joven.

Varian de Winter se estremeció. ¡Catherine tenía un amante! ¡Ojalá no fuera cierto! La anterior reina Ho-ward había perdido la cabeza por culpa de sus infidelidades y, si se confirmaban las sospechas de Nyssa, Catherine no tardaría en ser descubierta y castigada. En palacio, las paredes tenían ojos y el adulterio de una reina era considerado traición al rey.

– Trata de averiguar qué ocurre -pidió a su esposa-. Hablaré con mi abuelo cuando confirmes tus sospechas y obtengas alguna prueba.

– Para eso tendré que pasar más tiempo con ella

– protestó Nyssa-. Preferiría quedarme aquí contigo

– añadió besándole y recorriéndole un muslo con un dedo-. Siempre nos hemos entendido bien en la cama.

– ¿Cómo puede tener tan poco sentido común?

– se lamentó Varian muy serio-. Si es verdad que tiene un amante y el rey les descubre, que Dios nos ampare.

– ¿Por qué dices eso? -quiso saber Nyssa-. Nosotros no somos Howards. ¿Por qué iba el rey a echarnos en cara los deslices de Catherine?

– Tú no conoces a Enrique Tudor, pero yo crecí en palacio y sé cómo se comporta cuando las cosas salen mal. Si descubre que Cat le ha traicionado no aceptará su parte de culpa. Nunca admitirá que un hombre de su edad no debería haberse casado con una muchacha en la flor de la vida y que mi prima no es una rosa sin espinas, como él asegura, sino una cabeza de chorlito que sólo piensa en su propia conveniencia. El rey acusará de traición a todos los que le rodean, especialmente a mi abuelo. Te recuerdo que mi madre era una Howard y que yo soy su único nieto. Cat nos ha puesto entre la espada y la pared al comportarse de una manera tan irresponsable.

– Trataré de sonsacarla -prometió Nyssa visiblemente inquieta-. Si es cierto que hay otro hombre, estoy segura de que se trata de un coqueteo sin importancia. Cat es incapaz de romper la promesa de fidelidad que le hizo al rey cuando se casó con él.

– Espero que tengas razón -suspiró Varian estrechándola entre sus brazos y besándola.

A partir de aquel día, y ante el regocijo de la reina, Nyssa se propuso no dejarla sola ni a sol ni a sombra. La joven estaba encantada con su compañía y daba gracias al cielo por que hubiera dejado de hablar de sus hijos a todas horas. ¡Las conversaciones sobre los hijos de las amistades le resultaban tan aburridas!