La reina tenía los ojos hinchados por el llanto y el cabello en desorden. Thomas Cranmer advirtió que la única joya que lucía era su alianza de matrimonio, algo inusual en una mujer que sentía debilidad por las piedras preciosas. Catherine Howard era la viva imagen de una mujer pillada en falta: el' miedo la traicionaba y las huellas de la culpa se reflejaban en su rostro.
– Aunque sé que no lo merezco, doy gracias a Dios por haberme dado un marido tan bondadoso -murmuró la joven.
– Entonces, ¿estáis dispuesta a confiar en mí?
Catherine asintió y trató de hablar pero los ojos se le llenaron de lágrimas y volvió a estallar en sollozos. El arzobispo esperó pacientemente hasta que la joven se hubo serenado.
– ¡Doy gracias a Dios por estar viva! -hipó la reina-. No es el miedo a la muerte lo que me hace llorar, sino el recuerdo de mi bondadoso marido. Cada vez que pienso cuánto me quería se me saltan las lágrimas, pero este acto de amor es mucho más de lo que esperaba y hace que mis ofensas me parezcan mucho más graves de lo que en realidad son. Y cuanto más pienso en la compasión que muestra por mí más me arrepiento de haberle traicionado.
Thomas Cranmer supo que no sacaría nada en claro de aquella entrevista y se despidió de la reina tras anunciar que volvería al día siguiente.
Cuando se hubo marchado, lady Rochford abandonó el oscuro rincón desde el que había oído toda la conversación entre la reina y el arzobispo y se sentó junto a ella.
– Supongo que no estaréis pensando en hacer una tontería, ¿verdad? -dijo con tono amenazador-. Si confesáis, seréis condenada y acabaréis vuestros días como vuestra prima Ana. ¿De verdad creéis que alguien va a tomar en serio las acusaciones de un hatajo de criadas celosas?
– El arzobispo dice que el rey ha prometido perdonarme si confieso -repuso Catherine-. Tengo miedo, lady Rochford. ¡No quiero morir! Confesaré que fui amante de Dereham antes de casarme con Enrique Tu-dor y seré perdonada.
– Catherine Howard, escuchadme con atención: si confesáis dejaréis de ser reina de Inglaterra en el acto porque Enrique Tudor os repudiará. Conociendo al muy sátiro, apuesto a que ya ha echado el ojo a otra rosa sin espinas dispuesta a calentarle la cama.
– ¡Enrique nunca haría algo así! -exclamó Catherine saliendo en defensa de su marido.
– ¿Que no? -rió lady Rochford-. Mientras vuestra prima Ana estaba siendo juzgada, el rey trataba de engatusar a Jane Seymour. ¿Y qué me decís de lady Ana de Cleves? Todavía era la esposa de su majestad cuando éste deshojaba la margarita entre vos y lady Nyssa Wyndham. Quizá sea ella la candidata a sustituiros.
Furiosa, Catherine Howard propinó una sonora bofetada a lady Rochford.
– No os atreváis a hablar mal de la esposa de mi primo -siseó-. Nyssa de Winter es la única persona en quien puedo confiar y rezo por que mi imprudente comportamiento no haya puesto en peligro su vida, la de Varían o la de sus hijos. Haré cualquier cosa por proteger a su familia -prometió-. Vos también deberíais rezar, Jane Rochford. Si el rey descubre lo mío con Tom Culpeper, vos seréis acusada de cómplice y moriréis conmigo. Si, por el contrario, salgo de ésta con vida dedicaré el resto de mis días a hacer feliz a Enrique Tudor. Si el Consejo no me concede otra segunda oportunidad aceptaré mi castigo y daré gracias a Dios por conservar la vida.
– ¡Qué noble os habéis vuelto de repente, majestad! -se mofó lady Rochford acariciándole una mejilla-. Se nota que enfrentáis a la muerte cara a cara por primera vez. ¿Cómo sabéis que vuestro marido ha escrito esa carta? ¿Desde cuándo Enrique Tudor se muestra compasivo con las mujeres que le traicionan? Quizá la haya escrito el arzobispo -insinuó.
– El arzobispo no haría nunca algo así -replicó Catherine, muy pálida-. ¡Es un ministro de Dios!
– Os recuerdo que Enrique Tudor también es rey de los ministros de Dios y que, por la cuenta que les trae, hacen más caso de sus órdenes que de sus conciencias. El rey es un ser real con quien deben convivir cada día, mientras Dios no es más que una entidad nebulosa..
La reina sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Tenía razón lady Rochford? ¿Quería Thomas Cranmer traicionarla? Jane Rochford sonrió para sus adentros mientras la joven reina trataba de contener el llanto.
Los miembros de la familia Howard que vivían en palacio, muy aficionados a dejarse ver por Hampton Court, desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra. Todos los espectáculos y diversiones fueron suspendidos y, aunque nadie acertaba a explicarse por qué, todos sabían que la reina había caído en desgracia. El rey pasó aquellos primeros días del mes de noviembre cazando o reunido con los miembros del Consejo Real. En cuanto a Catherine, no se le permitía recibir visitas y los guardias encargados de llevarle la comida aseguraban que estaba muy pálida y que había perdido el apetito.
Una tarde, Nyssa se encontraba en uno de los salones del duque de Norfolk bordando las iniciales de su marido en una de sus camisas. Parecía tranquila, pero no lo estaba. Thomas Howard la observaba en silencio. Cuando había fijado su matrimonio con Varían, todo cuanto sabía de ella era que se había convertido en una seria amenaza para su/poderosa familia pero ahora que debían pasar largas horas recluidos en aquel salón había descubierto que era una mujer inteligente y leal y que Varían estaba loco por ella. Por lo menos, algo ha salido bien, se dijo con amargura.
– ¿Ocurre algo, señor?-quiso saber Nyssa levantando la mirada de su labor.
– Todavía no, pero ocurrirá si el arzobispo no deja de interrogar a Catherine. Juraría que sospecha que hay algo más y me terno que si lo descubre mi sobrinita recibirá su merecido. Espero que desista antes de que se derrumbe y confiese.
– ¡Pobre Cat! Deberíais haberle hablado de las responsabilidades y dificultades que una reina debe enfrentar en lugar de engatusarla con historias sobre poder, joyas y dinero. No estaba preparada para ser la esposa de Enrique Tudor y…
– ¡Tonterías! -la interrumpió Thomas Howard-. Naturalmente que estaba preparada para ser reina de Inglaterra. ¡Es una Howard!
– ¿Y eso qué tiene que ver? -rió Nyssa-. Cualquiera diría que los miembros de la familia Howard no sólo poseen atractivo físico, elegancia y distinción, sino también sensatez, buen juicio y una habilidad innata para superar cualquier dificultad. Me consta que vuestro apellido es uno de los más nobles y antiguos del país, pero no creo que Dios diera a los Howard más armas para hacer frente a las dificultades de la vida que al resto de los mortales.
– ¡Descarada! -exclamó furioso el duque de Norfolk poniéndose en pie y saliendo de la habitación.
Nyssa esbozó una sonrisa de triunfo y siguió cosiendo. Hacer rabiar a Thomas Howard era uno de los placeres más agradables que conocía. Minutos después, una doncella anunció la llegada de lady Ana de Cleves. Nyssa se apresuró a recoger su labor y a saludar a la antigua reina.
– Bienvenida, señora. Sentaos junto al fuego.
– He oído que Hendrick y Catrine tienen problemas -dijo lady Ana sin más preámbulos-. ¡Vaya con Catrine; a eso le llamo yo aprofechar la gufentud! Supongo que la negligente duquesa de Norfolk tufo parte de culpa. Me imaguino a todos esos hombres entrando y saliendo de los habitaciones de las muchachas a medianoche. ¿Es verdad que se ha vuelto loca? -preguntó mientras alisaba las arrugas de su falda de tercio pelo color amarillo. Una doncella les sirvió una copa de vino y se retiró discretamente.
– Somos afortunadas por haber recibido una educación más esmerada que la pobre Cat -contestó
Nyssa.
_ja-asintió Ana de Cleves-. Dios es el único que puede ayudarla ahora. Alguien debería haberle dicho que reina no es ningún ganga.
– Corre el rumor de que su majestad volverá a pedir vuestra mano cuando se divorcie de Cat.
– Gott una Himmel, nein! -exclamó lady Ana, muy pálida-. ¡No pienso folfer a casarme con ese oso en celo! Gracias, pero no tropezaré dos veces con la misma piedra. Hendrick se niega a admitirlo, pero tiene una problema. No es posible que no exista una mujer capaz de hacerle feliz. Es una lástima que la única que lo consiguió muriera al dar a luz a su higo. Hendrick se ha hecho fiejo. ¿Para qué quiere otra esposa?
– Sabéis que él se tiene por un príncipe joven y apuesto -respondió Nyssa-. Además, el príncipe Eduardo es su único heredero legítimo. ¿Qué será de nosotros si le ocurre algo? El Consejo Real insiste en que es necesario que vuelva a casarse y engendre más hijos.
– ¿Cuándo se darán cuenta estos hombres de que una muguer es perfectamente capaz de gobernar un país? -suspiró Ana de Cleves-. Hendrick tiene dos higas muy inteliguentes, sobre todo la pequeña Bess. Sería una reina excelente, pero estos bárbaros no le darán la oportunidad de demostrarlo -se lamentó-. La pobrecilla está muy preocupada por Catrine. Como sabes, son primas por parte de la madre de Bess y la reina es una de las pocas personas que han tratado con cariño a esa niña. Es una barbaridad hacer pagar a los hijos los pecados de sus padres. Estoy aquí para que me cuentes qué está ocurriendo, Nyssa -añadió bajando la voz y acercándose a ella-. Se oyen toda clase de rumores y ya no sé qué creer. Mi confesor asegura que, por muy inapropiado que fuera el comportamiento de Catrine antes de su boda con Hendrick, ésa no es razón suficiente para anular su matrimonio. ¿A qué fiene tanto interrogatorio? ¿Sospechan que oculta algo? Tú fifes rodeada de miembros de la familia Howard y he pensado que, como su destino está ligado al de la reina, sabrías mejor que nadie qué ocurre.
– Los Howard están tan asustados como el resto de los que vivimos en palacio -explicó Nyssa-. El duque asegura que no conocía el pasado de su sobrina y pasa el día rezando por que el rey no le haga responsable de su desgracia.
– Thomas Howard es un malfado -bufó lady Ana-. Exhibió a Catrine delante de narices del rey y se aprofechó de que necesitaba una muguer desesperadamente. ¡Y lo que hizo a ti no tiene nombre!
– Es cierto que se portó muy mal, pero afortunadamente todo ha salido bien. Varian estaba enamorado de mí y yo he aprendido a quererle. Éramos muy felices en Winterhaven con nuestros hijos pero la reina se empeñó en que pasáramos el verano con ellos. ¡Dios, cómo odio la corte! -exclamó-. Por cierto, ¿por qué no nos acompañasteis en el viaje al norte?
– No pecar de inmodestia, pero el pueblo me adora -sonrió Ana de Cleves-. Todafía no han perdonado a Hendrick que me apartara de su lado. Quizá hayan sido subditos más fieles quienes han extendido el rumor de que el rey desea folfer a pedir mi mano. Hendrick pidió que me quedara aquí porque quería presentar a su nuefa esposa y yo obedecí encantada. Este fe-rano me he difertido muchísimo. Bess solía fenir a fisitarme pero la pobre María tuvo que acompañar a padre. María y Catrine no se llefan demasiado bien,; sabes?
– La princesa María apenas se dejó ver durante el viaje -recordó Nyssa-. Salía a cazar con su padre todos los días pero se negó a participar en las celebraciones y banquetes. Sin embargo, el rey la obligaba a hacer acto de presencia cuando deseaba ofrecer la imagen de familia unida y feliz.
Las amigas charlaron durante toda la tarde sobre temas tan diversos como la situación de Catherine Howard y las próximas vacaciones de Navidad. Nyssa explicó a lady Ana que habían tratado de abandonar la caravana al llegar a Amphill pero que el rey no se lo había permitido para no contrariar a Catherine.
– Ya sabéis que odio pasar unas fechas tan señaladas lejos de Riveredge -suspiró resignada. No se atrevió a hablarle de la verdadera razón por la que habían mostrado tanta prisa por regresar a casa.
Finalmente lady Ana se marchó y Nyssa volvió a concentrarse en su labor. El invierno se acercaba y los días cada vez eran más cortos pero la luz del fuego era más que suficiente para sus jóvenes ojos. No podía dejar de pensar en Cat. ¿Se descubriría su adulterio o conseguiría escapar impune y salvar, la vida?
El arzobispo seguía visitando a Catherine cada día y finalmente logró convencerla de que confesara por escrito sus escandalosas aventuras prematrimoniales. La reina estaba convencida de que su relación con Francis Dereham no la comprometía pero Thomas Cranmer creía poseer las pruebas necesarias para acusarla de haberse casado con Enrique Tudor estando comprometida con otro hombre, razón más que suficiente para anular el matrimonio de los reyes. Catherine no era virgen cuando se había casado y la pareja no había tenido hijos, por lo que la situación podía resolverse sin que terceras partes resultaran perjudicadas. Sin embargo, el arzobispo no estaba satisfecho e intuía que Catherine ocultaba algo.
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