– ¿Qué has hecho, niña estúpida? -espetó lady Rochford-. ¡Acabas de dar al arzobispo una buena razón para anular tu matrimonio con el rey!
– Pero él dijo que Enrique me perdonaría si confesaba -replicó Catherine, estupefacta por la falta de respeto que acababa de sufrir.
– ¿Por qué iba el rey a perdonar a suputa? -repuso Jane Rochford, que estaba disfrutando enormemente torturando a la reina-. Sí, eso es lo que eres: la puta del rey. Si reconoces que tuviste relaciones con Francis Dereham dejarás de ser la reina de Inglaterra y te convertirás en una de sus numerosas amantes. Tu prima Ana era una mujer muy inteligente pero tú ni siquiera eres consciente del error que acabas de cometer.
– ¿Y qué voy a hacer ahora? -gimió Catherine-. ¡No quiero ser la puta del rey!
– Llamad al arzobispo y decidle que estabais tan asustada que habéis olvidado decirle que Dereham os forzó.
– ¿Me creerá?
– ¿Y por qué no iba a hacerlo? -replicó lady Rochford, empezando a impacientarse.
Pero Thomas Cranmer no creyó a la reina cuando ésta le contó que había sido violada por Francis Dereham. Estaba seguro de que mentía y se preguntaba qué la había llevado a cambiar su confesión.
– Antes de decir nada pensad que es vuestra vida lo.que está en juego. Su majestad ha prometido perdonaros, pero sólo se compadecerá de vos si decís la verdad.
– ¡Juro que no miento! -insistió Catherine-. Dereham me violó.
– ¿Todas las veces? -preguntó el arzobispo, incrédulo.
– ¡Todas la veces! Le pedí que me dejara en paz pero él hizo caso omiso de mis súplicas.
– Vuestra vida está en manos de su majestad. Os aconsejo que midáis vuestras palabras.
Pero Jane Rochford había convencido a Catherine de que si aseguraba haber sido violada nadie la haría responsable de su vergonzoso comportamiento antes de su boda con Enrique Tudor. La reina se mantuvo inflexible y Thomas Cranmer no consiguió persuadirla para que dijera la verdad. En su primera confesión había asegurado que Dereham le había pedido que se casara con él en numerosas ocasiones pero que ella le había rechazado. Sin embargo, cuando el arzobispo le había dicho que María Hall la había oído jurar amor eterno a su amante, Catherine había negado haber pronunciado aquellas palabras. Era su palabra contra la de María Hall pero el rey la amaba a ella, así que ¿por qué no iba a creerla? Lady Rochford aseguraba que no tenía nada que temer y ella confiaba ciegamente en su compañera de encierro.
El duque de Norfolk confió sus temores a su nieto: si Catherine se negaba a confesarse culpable la desgracia caería sobre los Howard.,
– ¿Cómo puedo hacerle comprender que si confiesa haber estado comprometida con Francis Dereham el rey considerará su matrimonio nulo y, por lo tanto, nunca podrá acusarla de haber cometido adulterio?
– Pero ¿alguien puede probar que la reina ha cometido adulterio? -quiso saber Varían.
– No -admitió el duque-. Pero Cranmer sospecha que Catherine y Dereham volvieron a las andadas el pasado verano. ¿Quieres saber por qué ha puesto tanto empeño en llegar al fondo de este asunto? Nuestra familia es católica ortodoxa y, aunque no es un fanático, el arzobispo es un reformista convencido y vería con buenos ojos un matrimonio entre Enrique Tudor y una mujer que compartiera la ideología reformista. El príncipe Eduardo ha sido educado según los postulados de la Reforma y se dice que el rey está pensando en volver a pedir la mano de Ana de Cleves. El pueblo la adora y nunca ha podido entender por qué el rey apartó de su lado a una princesa de sangre azul y puso en su lugar a una vulgar jovencita como Catheri-ne. Estoy convencido de que Cranmer y sus cohortes no descansarán hasta acabar con la vida de la reina. Incluso como amante sería peligrosa, ya que en cualquier momento podría recuperar su posición y llevar a cabo su venganza contra aquellos que quisieron destronarla.
– No os preocupéis, abuelo -le tranquilizó Va-rian-. Lady Ana asegura que no tiene intención de volver a casarse con Enrique Tudor. Además, su madre era católica y la princesa María ha conseguido «devolverla al rebaño», como ella dice. Ana de Cleves no conviene a los partidarios de la Reforma.
– El Consejo celebrará una reunión secreta mañana por la mañana -reveló Thomas Howard a su nieto-. Trataré de averiguar algo más. Hasta entonces, debemos tener mucho cuidado.
Aquella misma noche Francis Dereham, Enrique Manox y otros caballeros que habían servido a lady Agnes durante la estancia de la reina en el castillo de Lambeth fueron detenidos y encerrados en la Torre. Cuando la noticia llegó a oídos de Catherine, la reina sufrió un ataque de nervios. Tenía tanto miedo de que confesaran que decidió dar su versión de los hechos antes de que ellos la comprometieran. Exigió la presencia del arzobispo y el paciente Thomas Cranmer escuchó estupefacto un tercer relato nada parecido a los dos anteriores. Esta vez la reina aseguró que Dereham y ella habían intercambiado algunos regalos. Catherine le había obsequiado con una camisa de seda pero a él le había parecido poco y, aprovechando un descuido, le había robado una pulsera de plata. A cambio, había recibido flores de tela que Dereham traía de Londres y un retal de seda que la costurera de lady Agnes había convertido en una cofia símbolo del amor. Según Ma ría Hall, el día que Catherine la había estrenado, Dereham había exclamado: «¡Precioso: nudos de fraile para tu enamorado!» Cuando el arzobispo insinuó que el intercambio de regalos y las palabras pronunciadas por su amante podían ser consideradas un contrato de matrimonio, Catherine negó vehementemente con la cabeza.
– Sólo lo hacíamos para divertirnos -aseguró antes de explicar que a partir de aquel día el comportamiento de Dereham había empezado a inquietarla-. Temía que lady Agnes me enviara de vuelta a Horsham si descubría lo que había entre nosotros.
– ¿Por qué no le dijisteis que ese caballero os molestaba y que se tomaba demasiadas libertades con vos? -preguntó Thomas Cranmer.
– Sé que habría sido lo más sensato -admitió la reina-. ¡Pero me estaba divirtiendo tanto! Si mi abuela lo hubiera sabido nos habría encerrado y no habría permitido que volviéramos a vernos.
– ¿Y no pensasteis que estabais desobedeciendo las leyes de la santa madre Iglesia? ¿No os remordía la conciencia, señora?
– ¡No sabía lo que hacía! -se defendió Catherine poniendo hociquito-. Yo era joven e inocente.
– Os acostasteis con él, ¿verdad? Habladme de esos encuentros.
– ¡Dios mío, qué vergüenza! -sollozó la reina escondiendo el rostro entre las manos.
Nos habríamos ahorrado muchos disgustos si entonces os hubierais mostrado tan arrepentida -pensó el arzobispo armándose de paciencia-. Esta niña va a traernos muchos problemas.
– No tengáis miedo, hija mía -dijo con voz suave-. Confesad la verdad y quedaréis libre de todo pecado.
– Casi siempre llevaba puestos los pantalones pero visitaba cuando la duquesa se había retirado y solía premiarme con vino, fresas o barquillos si era buena con él y hacía lo que me decía. Una vez me trajo la manzana más hermosa que he visto en mi vida.
– ¿Y qué habría ocurrido si la duquesa os hubiera sorprendido con las manos en la masa?
– Una vez entró en el dormitorio cuando estábamos juntos -rió Catherine-. Tuve que esconder al señor Dereham en la galería.
Catherine Howard mentía. Unas horas antes había asegurado que Francis Dereham la había forzado y ahora confesaba ente risas que había escondido a su amante para evitar que fuera sorprendido en su cama.
– Cuando supe que mi tío me había conseguido un puesto en palacio, me volví loca de alegría. También me compró montones de ropa nueva… ¡a mí, que a mis dieciséis años no sabía qué era estrenar un vestido!
– ¿Y qué pasó con el señor Dereham? ¿No se disgustó cuando se enteró de que le abandonabais?
– Sí, pero yo estaba demasiado ocupada con los preparativos del viaje a palacio para prestarle atención. Le dije que si de verdad quería pedir mi mano al duque primero debía emigrar a Irlanda en busca de fama y fortuna. Naturalmente, yo ya no quería casarme con él y ésta me pareció una forma excelente de deshacerme de él. El adivinó que deseaba romper nuestro compromiso y se puso furioso, así que le dije que me olvidara y se fuera al infierno. La corte me esperaba y sabía que mi tío me encontraría un buen marido. Entonces Dereham dijo que corría el rumor de que iba a casarme con mi primo, Tom Culpeper. ¡Estaba muy celoso! -añadió con una risita.
– ¿Y qué contestasteis vos?
– Le dije que estaba mejor informado que yo y que nadie me había hablado de un posible matrimonio con pero entonces el rey empezó a toarse en mi y… bueno, ya conocéis el resto de la historia.
La reina y su primo se conocían desde que eran unos niños y Tom Culpeper se había convertido en un personaje importante en muy poco tiempo. Thomas Cranmer palideció. ¿Era el atractivo Tom Culpeper otro de los amantes de la reina? Oportunidades no le habían faltado pero ¿las había aprovechado? El arzobispo se despidió de la reina y ordenó que Tom Culpeper fuera arrestado. Aunque no tenía pruebas para acusarle, deseaba interrogarle.
Culpeper había llegado a palacio siendo casi un niño y era un tipo ambicioso, atractivo e ingenioso a quien el rey adoraba. Quizá accediera a decir la verdad para salvar la vida pero, ¿cómo iba a distinguir la verdad de la mentira en una corte donde todo el mundo actuaba por interés? ¿Había cometido la reina adulterio con Francis Dereham? ¿Lo sabía Tom Culpeper? ¿Se lo había dicho a su prima?
– Tom Culpeper ha sido detenido y llevado a la Torre -anunció el conde de March en cuanto entró en las habitaciones del duque de Norfolk-. Me lo han dicho mientras jugaba un partido de tenis con lord Melton. Todo Hampton Court lo sabe a estas horas.
– ¿De qué se le acusa? -preguntó Nyssa, muy pálida.
– Todavía no se ha formulado ninguna acusación contra él pero el arzobispo desea interrogarle.
– Si yo descubrí lo que había entre él y Cat, cualquiera puede haberlo hecho. ¡Que Dios ayude a Catherine Howard!
– Quizá no sea lo que imaginas -trató de tranquilizarla Varían estrechándola entre sus brazos-. Sabes que Cranmer removerá Roma con Santiago hasta descubrir la verdad. Hasta ahora sólo puede acusar a Cat de confiar demasiado en los hombres y de ser demasiado amiga de los placeres de la vida.
– ¡No hables así! -le regañó Nyssa-. Éste es un asunto muy serio.
– El destino se encargará de resolver lo que nosotros hemos empezado. Ni tú ni yo podemos hacer na4a para cambiar el curso de los acontecimientos y prefiero tomarme la situación a broma. Si no lo hago así, caeré en una depresión de la que me será muy difícil salir. El plan de mi abuelo de llevar a la familia Howard a lo más alto está a punto de fracasar y ése es motivo más que suficiente para estar contento. Siento pena por él, pero tenemos que empezar a vivir nuestra vida. ¿Desde cuándo no pasamos un rato a solas?
– Últimamente he estado tan preocupada por Cat que no he tenido tiempo de pensar en ello -confesó Nyssa.
– Ya me he dado cuenta pero me temo que, como mi prima, yo también soy demasiado amigo de los placeres de la vida -rió Varian antes de besarla en la frente-. ¿Tú no?
– Sois muy malo, señor -murmuró Nyssa apretándose contra él y empezando a desabrocharle la camisa. Apoyó las manos en su pecho desnudo y frotó la mejilla contra su piel ardiente mientras inhalaba la fragancia que desprendía. Le abrió la camisa y le lamió los pezones hasta que se endurecieron. Se arrodilló y empezó a desabrocharle el pantalón mientras Varian se quitaba la camisa y la arrojaba al suelo.
– Las botas -dijo Nyssa de repente. Varian se sentó en una silla e hizo que Nyssa le sujetara un pie entre sus piernas.
– Tira -ordenó mientras la empujaba hacia adelante. Cuando la joven le hubo quitado una bota, repitieron la misma operación con la otra.
Nyssa se dio la vuelta para mirarle y se desabrochó el corpino y la falda mientras se humedecía los labios con la punta de la lengua. Se quitó las enaguas de seda, lana y algodón que vestía debajo y se soltó el cabello. Varían la contemplaba desde su sillón.
– ¿Y si entra alguien y nos sorprende?
Como toda respuesta, Nyssa se quitó la ropa interior y se acarició los pechos. Atravesó la habitación vestida sólo con las medias de seda y los elegantes zapatos y cerró la puerta con llave. Varían contempló su espalda recta y sus nalgas redondeadas. Cuando se volvió, la imagen de sus pezones erectos emergiendo de sus pequeños pechos hizo que la sangre le empezara a hervir. Nyssa se arrodilló entre sus piernas, le cubrió el torso de besos y le introdujo la lengua en el ombligo. La joven apoyó una mano entre sus piernas y apretó la protuberancia, que había ido aumentando con el paso de los minutos.
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