– Te deseo -murmuró tendiéndose en el suelo y separando las piernas.
Varían abrió unos ojos como platos cuando Nyssa se introdujo los dedos en su sexo y empezó a acariciarse sin dejar de mirar a su marido. Varían de Winter se puso en pie, se despojó de su ropa y se tendió junto a ella. La atrajo hacia sí y comprobó que su piel ardía.
La besó lentamente disfrutando de la suavidad de aquellos labios que se deshacían bajo los suyos y de su apasionada respuesta. Cuando empezó a dolerle la boca, la besó en los párpados, las mejillas y el lóbulo de la oreja.
– ;¡Por favor! -gimió Nyssa arqueando la espalda y alargando una mano para acariciar su miembro erecto.
– Todavía no -replicó Varian obligándola a tenderse sobre el estómago. Le recorrió la espalda con los labios y sus besos se hicieron más profundos al llegar a las nalgas y los muslos. Volvió a tenderla sobre la espalda y se aplicó a besarle los pechos sintiendo los latidos de su corazón bajo sus labios.
Varian sabía que Nyssa deseaba dar rienda suelta a su pasión tanto como él pero estaba dispuesto a torturarla con sus caricias y a hacerla esperar hasta que no pudiera soportarlo más.
– ¡Ahora! -suplicó la joven mordiéndole en un hombro.
– No seas tan impaciente -gruñó él dándole una palmada y rodeándole un pezón con los labios mientras introducía su mano entre sus mulos.
Nyssa gimió. ¡Aquello no era suficiente! Ella quería tenerle dentro llenándola de pasión.
– ¿A qué esperas, maldita sea? -exclamó, impaciente, golpeándole la espalda con los puños cerrados.
Varian la soltó y la obligó a tenderse de espaldas. Cuando Nyssa separó las piernas, la sujetó por los tobillos y hundió el rostro entre sus muslos. Nyssa contuvo la respiración y se estremeció.
– ¡Basta, Varian, por favor! -gimió-. ¡Me estás matando!
Haciendo caso omiso de sus súplicas, Varian siguió torturándola hasta que Nyssa creyó que estaba a punto de perder el sentido. Entonces se tendió sobre ella y la penetró lentamente.
– Ahora, Nyssa -le susurró al oído-. Vamos, pequeña.
Nyssa estaba exhausta, pero la excitación volvió a surgir cuando sintió a Varian en su interior. Sentía que su cuerpo se deshacía y que su espíritu se elevaba hacia el cielo. Rodeó el torso de Varian con las piernas y cerró los ojos cuando él se vació en su interior. Ambos se estremecieron y se abrazaron con fuerza hasta que la intensidad de la pasión compartida empezó a disminuir. Nyssa estalló en sollozos.
– ¡Oh, Dios mío! -hipó apoyando la cabeza en el hombro de Varian-. Nunca había sido tan maravilloso como esta vez. Siempre nos hemos llevado bien en la cama, pero esto…
– A mí me ha ocurrido lo mismo -confesó él acariciándole el cabello-. Te quiero más que nunca.
– Creo que deberíamos vestirnos -propuso Nyssa tras una breve pausa-. Si alguien trata de entrar en el salón y lo encuentra cerrado con llave tendremos que dar explicaciones. Apuesto a que no se ha visto nunca un escándalo así en las habitaciones de tu abuelo.
– Seguro que no -rió Varian-. Vístete, Nyssa, y vamos a nuestra habitación.
– ¿Para qué? -preguntó ella, todavía con los ojos llenos de lágrimas.
– Aún no he terminado contigo, pequeña. Además, no se me ocurre nada mejor que hacer mientras el rey está cazando, la reina está encerrada y el resto de la corte corre de aquí para allá tratando de averiguar qué demonios ocurre. Tenemos una habitación muy acogedora y una cama enorme… ¿qué más necesitamos? Propongo que nos metamos en ella y no salgamos de allí en toda la tarde. Ya que no podemos regresar a casa, prefiero pasar el tiempo jugando contigo en lugar de discutir los problemas de la corte con los demás.
– Además, todo el mundo nos evita por ser familiares directos de Thomas Howard -añadió Nyssa esbozando una sonrisa traviesa-. No creo que nadie nos eche de menos. ¿Venís, señor? -preguntó cubriendo su desnudez con una enagua y sonriendo seductoramente.
Los miembros del Consejo que simpatizaban con Thomas Howard ayudaron a la reina a redactar una carta en la que pedía perdón al rey. Catherine no era demasiado inteligente, pero sabía que su vida estaba en manos de su marido y que el amor que le había declarado en numerosas ocasiones era su tabla de salvación. Tenía que lograr que Enrique Tudor se compadeciera de ella y ordenara al arzobispo que detuviera la investigación. Su tío le había explicado cuan grave era la situación y Catherine había decidido empezar a actuar con sensatez. Si se mostraba asustada no conseguiría salvar a su familia. Para colmo, Dereham se había tomado muy en serio su papel de amante despechado y estaba celoso de Tom Culpeper. Estaba segura de que intuía lo que había habido entre Tom y ella, por lo que decidió concentrar todos sus esfuerzos en sacar de la cárcel a Dereham y a Tom antes de que fueran torturados y confesaran la verdad. La carta que escribió rezaba así:
«Yo, vuestra subdita más afligida, que no merece la consideración de su majestad, deseo confesar mis pecados. Y, aunque no soy merecedora de vuestro perdón, me arrodillo ante vos para pediros que tengáis conmigo la compasión que habéis mostrado para con otros en parecidas circunstancias. A pesar de que no encuentro palabras para expresar mi arrepentimiento, apelo a vuestra bondad y os suplico que tratéis de comprender que mis errores han sido fruto de mi juventud, mi inexperiencia y la fragilidad de mi carácter.
»Empezaré diciendo que cuando era sólo una niña sufrí el acoso del señor Manox, quien acarició aquellas partes de mi cuerpo que una mujer decente no permite que nadie toque ni un hombre de bien osa acariciar.
»En cuanto a Francis Dereham, logró persuadirme para que le permitiera tenderse sobre la cama junto a mí. Después insistió en meterse en la cama conmigo y terminó tratándome como un marido a su esposa. Aquello duró unos tres meses, hasta un año antes del matrimonio de su majestad y lady Ana de Cleves.
«Humildemente suplico a su majestad que tenga en cuenta que esos caballeros consiguieron sus propósitos aprovechándose de la ignorancia y fragilidad de carácter de una muchacha joven e inexperta. Cuando me propusisteis matrimonio, tenía tantos deseos de agradar a su majestad y el deseo de poseer poder y riqueza me cegaba de tal manera que no me detuve a pensar que cometía un grave error al ocultaros estos hechos. Me casé con vos con el firme propósito de seros fiel hasta que la muerte nos separe y doy gracias a Dios por haberme dado con un marido cuya bondad aumenta con el paso del tiempo en lugar de disminuir. Por esta razón pongo mi vida en vuestras generosas manos para que hagáis lo que creáis justo. Sé que merezco un severo castigo pero confío en vuestra infinita bondad y vuestra compasión y os pido perdón una vez más.»
Enrique Tudor suspiró aliviado cuando leyó la carta. ¡Ahora lo comprendía todo! Aquellos sátiros sin escrúpulos se habían cruzado en el camino de su pobre-cita Catherine y se habían aprovechado de su juventud e inexperiencia. Desde luego, no podía continuar casa do con una mujer que había dado palabra de matrimonio y entregado su virginidad a otro hombre, pero por lo menos no iba a tener que decapitarla como a su prima Ana. Sonrió al pensar que Catherine no podía seguir siendo su esposa, pero sí su amante. Después de todo, era una excelente compañera de cama. Un criado que le anunció la llegada del arzobispo Cranmer interrumpió sus pensamientos.
– ¿Qué hay, Tom? -saludó.
– No hay duda, majestad -contestó Thomas Cranmer-: Catherine Howard dio palabra de matrimonio a Francis Dereham antes de venir a palacio. Vuestro matrimonio deberá ser anulado.
– Lo sé -replicó el rey tendiéndole la carta de la reina-. Aquí lo confiesa todo. Me da lástima deshacerme de ella -se lamentó-. Es una muchacha encantadora… la más alegre y bonita de todas las esposas que he tenido. Pero tenéis razón: hay que anular este matrimonio inmediatamente.
– Me temo que todavía hay más, majestad.
– ¡Basta, Tom! -le interrumpió Enrique-. No deseo saber nada más. He querido mucho a esta mujer, más que a ninguna otra, pero nuestra historia de amor debe terminar. Estoy satisfecho con los resultados, así que se acabó la investigación.
El rey regresó a Hampton Court y celebró un gran banquete en el que se hizo acompañar por veintiséis de las damas más hermosas de la corte. No quiso ver a su mujer y se mostró tan alegre y galante con las mujeres como en sus mejores tiempos.
Dos días después, abandonó palacio diciendo que iba a cazar pero en realidad se dirigió a Whitehall, donde celebró una reunión secreta con su Consejo que duró hasta altas horas de la madrugada. Se acostó, comió un poco y reanudó el encuentro, que se prolongó durante el resto del día.
Por su parte, Thomas Cranmer estaba convencido de que podía probar que la reina había cometido adulterio durante los meses que había durado su matrimonio con Enrique Tudor. No tenía nada en contra de Catherine Howard, pero sentía escalofríos cada vez que pensaba que la joven habría podido engendrar un hijo bastardo que algún día habría ocupado el trono de Inglaterra. Logró convencer a la mayoría del Consejo (casi todos enemigos de Thomas Howard) de que era necesario proseguir con la investigación hasta descubrir toda la verdad y de que la reina debía recibir su merecido. El rey, que no deseaba hacer sufrir a Catherine, se opuso, pero acabó accediendo a la petición del Consejo.
Horas después, llegó la corte proveniente de Hamp-ton Court. El duque de Norfolk estaba contrariado porque la reina no había obtenido permiso para abandonar su encierro. Cuando Catherine Howard supo que toda la corte había abandonado palacio dejándola sola volvió a asustarse. A la mañana siguiente recibió la visita del arzobispo Cranmer.
– Exijo saber por qué me han dejado aquí sola -dijo en cuanto le vio.
– No permaneceréis mucho tiempo aquí -replicó Thomas Cranmer-. Pronto seréis trasladada a Syon, hasta que el Consejo decida cuál será vuestra residencia definitiva.
– ¿A Syon? -exclamó Catherine, estupefacta-. ¡Pero si eso está en el campo! ¿Es que no podré volver a vivir en palacio? ¿Qué ha dicho su majestad sobre la carta que le escribí? ¿No me va a perdonar? ¿Es este mi castigo: el exilio en una aburrida casa de campo? ¿Cuánto tiempo deberé permanecer allí?
– Señora, no puedo responder a vuestras preguntas. Todo cuanto puedo deciros es que pronto dejaréis palacio. Se os permitirá viajar acompañada de cuatro don celias y dos criadas y recibiréis trato de reina. Debéis estar preparada para partir dentro de dos días.
– Dos días es muy poco tiempo -protestó la reina-. ¿Cómo voy a hacer el equipaje sin la ayuda de mis damas?
– No es necesario que llevéis todas vuestras pertenencias; encontraréis ropa nueva en Syon. Sir Thomas Seymour se ocupará de vuestros vestidos y los meterá en los baúles junto con las joyas para devolvérselos a su majestad.
Al oír esto, lady Rochford contuvo la respiracióri y la reina abrió unos ojos como platos.
– En cuanto a vos, lady Rochford -añadió el arzobispo-, seréis llevada a la Torre, donde seréis interrogada. Sospecho que no nos habéis contado todo cuanto sabéis sobre el comportamiento de vuestra señora durante estos últimos meses.
– Si os lleváis a lady Rochford, ¿quién me hará compañía? -gimoteó Catherine-. ¿Me quedaré completamente sola?
– Están vuestras camareras.
– ¿Podré escoger a las damas que me acompañarán a Syon?
– Me temo que no, señora.
– ¡Sólo a una, por favor! -suplicó-. ¡Deseo que Nyssa de Winter, la esposa de mi primo Varían venga conmigo! ¡Por favor!
– Veré qué puedo hacer para complaceros -prometió el arzobispo.
Finalmente, Catherine Howard pudo escoger a tres de las cuatro damas que debían acompañarla. La cuarta era lady Bayton, esposa del chambelán de la reina. Catherine eligió a Nyssa de Winter, Kate Carey y Bessie Fitzgerald.
Varían de Winter montó en cólera cuando supo que su prima se llevaba a su esposa a Syon, pero Nyssa salió en defensa de la reina:
– Cranmer está buscando una excusa para condenarla a muerte y acabará encontrándola, aunque para ello tenga que deformar la verdad -aseguró-. Durante los últimos meses he aprendido que aquí todo el mundo acaba obteniendo lo que desea. Tu abuelo y eL obispo Gardiner deseaban que la sucesora de lady Ana fuera católica ortodoxa y lo consiguieron. Ahora Cranmer quiere deshacerse de Catherine y no desistirá hasta lograr su propósito. La muy cabeza de chorlito ha firmado su propia sentencia de muerte. El Consejo no tardará en encontrar pruebas de su adulterio y ése será el fin de Catherine Howard. ¡Si el rey se hubiera conformado con divorciarse de ella quizá le hubiera perdonado la vida! -se lamentó-. Enrique Tudor ha querido a Cat más que a cualquiera de sus otras esposas, pero los reformistas no permitirán que tenga compasión de ella. Cat está condenada a muerte y, aunque se niega a admitirlo, lo sabe. Por eso quiere que sean sus mejores amigas quienes la acompañen en sus últimos momentos. Me siento orgullosa de haber sido escogida pero todavía estoy furiosa con ella por habernos metido en un lío tan gordo y haber puesto en peligro nuestras vidas.
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