– ¿Qué voy a hacer sin ti? -protestó Varían-. Nunca hemos estado separados desde que nos casamos. Me había acostumbrado a dormir acompañado -añadió estrechándola entre sus brazos y besándola en la frente-. ¿Quién sabe cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a vernos?

– Recuerda que el rey todavía no ha arremetido contra los Howard. Debes permanecer quieto y callado como el conejo en su madriguera cuando el zorro acecha.

– No te preocupes; me desharé del viejo zorro y esperaré impaciente tu regreso.

El duque de Norfolk entró en la habitación y se dirigió a Nyssa: -No lleves mucho equipaje. A la reina sólo se le permite llevar seis vestidos pero ninguna joya, así que escoge tu vestuario con igual discreción. Tu doncella personal puede acompañarte pero es posible que tampoco se permita al servicio entrar y salir de la casa.

– Quiero que me prometáis que Tillie será enviada de vuelta a Riveredge si a Varían o a mí nos ocurre algo -pidió Nyssa.

– Os lo prometo, pero no tenéis nada que temer. Tú y Varían sois De Winter, no Howard.

– Voy a hacer el equipaje -murmuró Nyssa a modo de despedida haciendo una reverencia y dirigiéndose a la puerta.

– ¡Espera! -la detuvo el duque de Norfolk-. Quiero decirte que eres una mujer muy valiente, Nyssa. Empiezo a pensar que hice un gran favor a mi nieto cuando arreglé vuestro matrimonio -añadió. Aquellas palabras eran lo más parecido a una disculpa que Tho-mas Howarad diría jamás.

– Me considero una mujer muy afortunada -replicó Nyssa-. Varían me ama y yo he aprendido a quererle.

Varían asistió en silencio a aquel acto de perdón entre las dos personas que más amaba después de sus hijos. Nyssa y su abuelo eran a la vez iguales y distintos y estaba convencido de que con el tiempo acabarían llevándose bien… Eso si sobrevivían al desastre provocado por Catherine Howard.

Nyssa se dirigió a su habitación y explicó la situación a Tillie.

– No tienes que venir conmigo si no lo deseas

– dijo-. Si lo prefieres, puedes regresar a casa de mi madre.

– Ni hablar -replicó Tillie negando enérgicamente con la cabeza-. Mi tía Heartha me mataría por haber abandonado a mi señora cuando más me necesita. Ade más, estaré orgullosa de poder relatar esta aventura a mis nietos dentro de algunos años.

– Para tener nietos necesitas tener hijos primero -la provocó Nyssa-. ¿Tratas de decirme que estás pensando en casarte?

– Sí -confesó la joven-. Toby y yo hemos decidido casarnos cuando regresemos a Winterhaven. Es un poco lento y bastante tímido, pero es un buen muchacho y ambos tenemos edad suficiente para sentar la cabeza.

Pobre Toby se dijo Nyssa tratando de contener la risa. ¡No se imagina dónde se ha metido! Tillie y él harían una buena pareja y estaba segura de que serían muy felices. Ordenó a su doncella que la ayudara a escoger seis de sus vestidos más sencillos y acabaron decidiéndose por seis sobrefaldas de terciopelo de colores negro, marrón, azul marino, verde oscuro, violeta y naranja y sus correspondientes faldas de satén y brocado. Con la ayuda de una modista arrancaron los adornos de pedrería de los corpinos y sólo dejaron el encaje dorado y plateado que bordeaba el escote y las mangas. Incluyó su ropa interior de algodón, lana y seda, sus medias y un abrigo con cuello de piel pero decidió dejar sus joyas excepto un crucifijo de oro y perlas y su anillo de boda.

– Necesitaréis algunas cofias -dijo Tillie-. Sabéis que a su majestad le gusta que sus damas lleven cofia.

– Tienen demasiados adornos -replicó Nyssa.

– Haremos algunas nuevas. Tenemos tiempo de sobra.

– Gracias, Tillie.

Dos días después, el nuevo guardarropa de Nyssa estaba listo y en la mañana del 13 de noviembre la joven emprendió el viaje a Syon acompañada de Kate Carey y Bessie Fitzgerald. La barca ocupada por la reina, lord Bayton y su esposa les seguía a corta distancia.

Nyssa había tenido que hacer grandes esfuerzos para no romper a llorar cuando se había despedido de Varían pero había logrado mantener la compostura. Su marido la había acompañado hasta el embarcadero, donde sus compañeras la esperaban, y Nyssa había conseguido reprimir el deseo de volver la vista atrás.

Las tres jóvenes estaban cómodamente instaladas en la cabina que un brasero mantenía caliente. Nyssa advirtió que sus amigas estaban muy calladas.

– ¿Creéis que Cat fue infiel al rey? -dijo Kate finalmente.

– Yo diría que sí -respondió Bessie-. ¿Recordáis sus huidas a medianoche del verano pasado? Solía abandonar su habitación en cuanto el rey se retiraba y pasaba horas fuera.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Nyssa, estupefacta. ¿Cómo había podido ser tan indiscreta y confiada? Al parecer, todo el mundo conocía los detalles de su relación con Tom Culpeper pero nadie se atrevía a delatarla.

– Tú no te diste cuenta porque tu tienda estaba muy alejada de la nuestra, pero casi cada noche, a eso de las once, salía y no regresaba hasta las tres o las cuatro de la madrugada. He oído que lady Rochford perdió la razón cuando la llevaron a la Torre -añadió-. No deja de murmurar incongruencias y asegura hablar con su difunto marido y su sobrina Ana. Tienen que vigilarla día y noche porque temen que se lastime.

– ¿De qué servirá el testimonio de una pobre loca?

– se preguntó Nyssa.

– Dicen que tiene algunos momentos de lucidez

– respondió Bessie-. Supongo que aprovechan esos momentos para interrogarla.

– Acabarán descubriéndolo -murmuró Nyssa, que se había quedado pensativa.

– ¿Tú sabes algo? -preguntó Kate.

– No -mintió Nyssa-. Pero salta a la vista que los días de la reina Catherine están contados. Al Consejo sólo le falta decidir si le perdona la vida.

– Eso depende de lo furioso que esté el rey -repuso Kate. La joven era hija de María Bolena, que había sido amante de Enrique Tudor antes que su hermana Ana. Las malas lenguas aseguraban que Enrique, el hermano mayor de Kate, era hijo de su majestad, pero el rey no lo había reconocido.

Las tres jóvenes guardaron silencio y se sumieron en sus pensamientos. El paisaje urbano había desaparecido y en su lugar se extendía el paisaje rural de Midd-lessex. Las ramas desnudas se recortaban sobre el cielo plomizo de noviembre y no había brisa que agitara la superficie del río. Syon era un antiguo convento y Nyssa no pudo contener una sonrisa al pensar que Catherine se sentiría completamente perdida en un lugar tan silencioso y recogido.

El mayordomo de la casa les mostró las dependencias de la reina consistentes en un dormitorio, un vesti-dor, un salón y un pequeño comedor.

– ¿Dónde vamos a dormir sus damas? -preguntó Nyssa con tono autoritario.

– En esa habitación -contestó el mayordomo señalando una puerta cerrada.

– Soy la condesa de March -dijo Nyssa-. ¿No dispondremos de un vestidor ni de una habitación para nuestras doncellas? Ya que vamos a tener que quedarnos aquí espero que seamos tratadas como merecemos.

– Es una habitación muy espaciosa y tiene chime-aseguró el mayordomo-. Hay un vestidor y

nea

una pequeña estancia para vuestras doncellas. ¿Puedo preguntaros el nombre de vuestras acompañantes?

– Os presento a Katherine Carey, la sobrina de su majestad, y a lady Elizabeth Fitzgerald.

– Bienvenidas a Syon, señoras -sonrió inclinando se cortésmente-. Venid conmigo, os mostraré vuestra habitación.

Las guió a través del oscuro pasillo, abrió una puerta de roble y las invitó a entrar en una amplia estancia de forma cuadrada con las paredes cubiertas de tela de lino y con una excelente vista sobre el río. La chimenea era magnífica y la enorme cama con colgaduras de lino del mismo color verde que lucían las pesadas cortinas de terciopelo estaba situada enfrente.

– Es una cama muy cómoda -aseguró el mayordomo dirigiéndose siempre a Nyssa-. Debajo hay un pequeño catre por si otra persona ha de dormir aquí.

– Excelente. Supongo que habrá otro bajo la cama de la reina, ¿verdad? Su majestad debe dormir siempre acompañada por una de nosotras.

– Desde luego, señora. Lord y lady Bayton tienen su propia habitación.

– Está bien -asintió Nyssa, complacida-. ¿Le importaría ayudarnos a entrar nuestro equipaje para que podamos instalarnos? Y haga el favor de avisarnos cuando aviste la barca de su majestad para que podamos salir al vestíbulo a recibirla.

– Sí, señora -contestó el mayordomo antes de retirarse.

Kate y Bessie habían decidido compartir los servicios de una doncella llamada Mavis, una mujer mayor de aspecto maternal. Ella y Tillie se apresuraron a deshacer el equipaje de las jóvenes sin dejar de charlar animadamente. Ambas se mostraron conformes con la pequeña estancia que les había sido asignada y admiraron la enorme cama que las muchachas debían compartir y la chimemea que las mantendría calientes.

Nyssa, Kate y Bessie decidieron dar un paseo por el jardín. Todavía quedaban algunas rosas en la parte sur que se habían librado de las heladas nocturnas. Recogieron algunas y las llevaron a la habitación de la reina, sabedoras de que apreciaría aquel detalle. En ese momento el mayordomo anunció que la barca de su majestad estaba a punto de llegar y las muchachas corrieron hacia el vestíbulo.

– Me pregunto cómo se siente la pobrecilla -murmuró Kate.

Nyssa también se había hecho esa pregunta cientos de veces. Por eso, cuando Catherine descendió de la barca y las saludó como si no ocurriera nada, no supo qué decir. La reina abrazó y besó a sus amigas y aseguró que estaba muy contenta de volver a tenerlas a su lado, pero en ningún momento se mostró preocupada o inquieta.

– Debes estar furiosa conmigo -dijo a Nyssa-. Sé cuánto deseabas pasar las navidades en Riveredge con tu familia.

– No estoy disgustada, sino orgullosa de serviros, majestad -contestó Nyssa.

– En cambio, Enrique está muy enfadado -repuso Cat tomando a su amiga del brazo y echando a andar-. Le escribí una carta muy bonita y estoy segura de que acabará perdonándome. Este retiro no es más que un castigo provisional, así que no debes preocuparte; ¡ya verás qué bien lo vamos a pasar! -añadió con una risita-. Será como en los viejos tiempos, cuando éramos libres y vivíamos felices.

Nyssa no daba crédito a sus oídos. Saltaba a la vista que Cat no comprendía la gravedad de la situación.

– Dicen que lady Rochford se ha vuelto loca -murmuró.

– Me alegro de haberme librado de ella de una vez por todas -replicó Catherine-. Últimamente no dejaba de importunarme. Es una pesada y no me extraña que no haya a vuelto a casarse. ¿Quién iba a querer a una mujer como ella?

Nyssa acompañó a la reina a sus habitaciones.

Cuando las vio, Catherine frunció el ceño y no tardó en protestar:

– No me gusta -dijo torciendo la boca-. No pienso vivir en un cuarto tan pequeño y destartalado. ¡Maldito seas, Enrique Tudor! -exclamó furiosa-. ¡Eres un tacaño! Señor -añadió dirigiéndose a lord Bayton-, quiero que escribáis al rey inmediatamente y le digáis que necesito más espacio.

– Su majestad piensa que ha sido más que generoso con vos -repuso Eduardo Bayton-. Me niego a transmitirle vuestras quejas.

– Muy bien -replicó Cat-. Entonces lo haré yo.

– Majestad, quizá no tengamos que quedarnos aquí demasiado tiempo -intervino Nyssa, deseosa de calmar a la reina-. Para cuando esa carta llegue a manos de vuestro marido puede que vuestras circunstancias hayan cambiado para mejor.

– Bien dicho, lady De Winter -la felicitó lady Bayton cuando estuvieron a solas-. Me temo que vos sois la única que sabe manejar a su majestad. A pesar de la difícil situación en que se encuentra, sigue siendo una jovencita orgullosa y autoritaria.

– Está asustada.

– Pues nadie lo diría.

– Nunca mostrará su miedo en público -contestó Nyssa-. Recordad que es una Howard.

Enrique Manox, el profesor de música de Catherine, fue interrogado por el Consejo y no ocultó que había tratado de seducir a la reina cuando ésta tenía doce años y medio.

– Estaba muy desarrollada para ser una niña de tan corta edad -dijo-. ¡Deberían haberla visto, señores! Tenía los pechos de una mujer de dieciséis años.

– ¿Estuvisteis juntos? -preguntó el duque de Suffolk-. Quiero decir juntos en el sentido bíblico. ¡Quiero la verdad! Vuestra vida está en juego.

– No -contestó Manox negando con la cabeza-. Yo fui el primer hombre que la tocó, pero no quise precipitarme porque era muy joven e inexperta. Iniciar a una mujer es como poner por primera vez una brida a una yegua: debe hacerse con mucho cuidado. Pero cuando la tenía a punto de caramelo apareció ese maldito Dereham y terminó el trabajo que yo había iniciado. ¡Con la cantidad de tiempo y esfuerzo que tuve que emplear en esa jovencita! -se lamentó-. A pesar de su traición, no me habría importado compartirla con él. La buena de Cat era una mujer muy apasionada. Traté de deshacerme de él con la esperanza de que Catherine volviera a mí, pero fracasé. Fui a ver a la duquesa y le dije que si visitaba el dormitorio de Catherine a medianoche descubriría algo que la escandalizaría y la sorprendería.