Catherine, que escuchó la lectura de la acusación en su encierro de Syon, no dio muestras de desolación al saber que ya no era reina de Inglaterra.

– ¿Voy a morir? -preguntó a Nyssa cuando los miembros del Consejo se hubieron retirado.

La pregunta era tan clara y directa que lady Bayton dio un respingo y Kate y Bessie rompieron a sollozar.

– Si te declaran culpable, me temo que sí -respondió Nyssa-. Sabes perfectamente que la traición al rey se castiga con la muerte.

– Ya… -musitó Cat-. Sólo cuentan con el testimonio de mis camareras y yo soy una Howard -añadió para animarse-. ¡Lo negaré todo!

– Lady Rochford, Francis Dereham y Tom Culpe-per son los testigos más importantes y todavía no han sido llamados a declarar -repuso Nyssa-. ¿Cómo pudiste confiar en lady cara de comadreja sabiendo cómo se portó con tu prima Ana? Siempre me he preguntado por qué Thomas Howard no le dio su merecido.

– Porque es una mujer tan débil y vulnerable que puede manipularla a su antojo -contestó Cat-. ¿Conque lady cara de comadreja, eh? -rió-. ¡Qué mote tan acertado!

– Así es como la llamaban mis hermanos.

– ¿Cómo está Giles? -preguntó Catherine, cambiando de tema-. ¿Sigue siendo paje de lady Ana?

– Sí.

– Nyssa, si no nos apresuramos las Navidades se nos echarán encima. He visto un magnífico grupo de árboles detrás de la casa, en dirección norte. Lady Bayton, ¿creéis que podemos arrancar unas cuantas ramas para adornar las habitaciones? También necesitaremos velas y un gran árbol de Navidad.

¡Así que Cat daba por zanjada la cuestión de su traición al rey y su posible muerte! Como de costumbre, cambiaba de tema cuando llegaba el momento de tratar cuestiones desagradables, pero Nyssa sabía que su amiga era consciente de todo cuanto ocurría a su alrededor y del peligro que corría su vida. Aquellas serían sus últimas Navidades juntas y no había nada de malo en hacer de esos días los más felices de la corta vida de la reina.

– Y una gran jarra de cerveza con especias y frutas y manzanas asadas -dijo-. Las manzanas asadas nunca faltan en Riveredge en Navidad.

– Me gustaría comer jabalí servido con una manzana en la boca -intervino Kate Carey-. ¡Ofrece un espectáculo tan impresionante en la mesa!

– Pues yo quiero música -añadió Bessie.

– ¡Tienes razón, la música no puede faltar! -exclamó Cat.

– ¿Ha perdido el juicio? -preguntó lady Bayton, asombrada por el entusiasmo mostrado por Catherine a la hora de organizar los preparativos-. ¿No se da cuenta de que su reputación está arruinada, de que el rey se va a divorciar de ella y de que es una mujer condenada a muerte?

– Ya lo creo que se da cuenta -respondió Nyssa-. Pero es demasiado orgullosa para mostrar miedo o inquietud delante de sus damas. Además, Cat es de esas personas que huyen de los problemas en lugar de enfrentarlos y me temo que es demasiado tarde para hacerla cambiar. Mientras duren los preparativos y las fiestas se sentirá feliz; después… ¿quién sabe?

– Dicen que el rey va a volver a casarse con lady Ana de Cleves -dijo la mujer del chambelán bajando la voz-. A mí me parece una buena idea; lady Ana es una dama encantadora y muy discreta.

Lady Bayton sentía predilección por Nyssa. Como ella, estaba casada, tenía hijos y hacía gala de un gran sentido común. Kate y Bessie le parecían buenas chicas, pero eran demasiado jóvenes e ingenuas.

– No creo que su majestad vuelva a casarse con lady Ana -replicó Nyssa-. Son buenos amigos y se tienen un gran respeto, pero no se llevan bien como pareja.

– ¡Qué lástima! -se lamentó lady Bayton sin atreverse a contradecir a Nyssa. Sabía que una gran amistad la unía a la anterior reina y que su hermano menor era uno de sus pajes.

– ¿Sabéis cuándo piensa el Consejo interrogar a lady Rochford?

– Mi marido asegura que lo harán mañana. No comprendo cómo una dama de su edad y experiencia no supo aconsejar mejor a esta jovencita. ¡Cualquiera diría que la empujó a echarse en brazos de su amante! Las camareras aseguran que no hizo nada por evitar esos encuentros y yo las creo. ¡Yo, en su lugar, estaría muerta de miedo!

Pero lady Rochford no temía a los miembros del Consejo. Los días pasados en soledad le habían ayudado a recuperar la cordura y el dominio de sí misma. Se presentó ante el Consejo vestida con sus mejores galas: un vestido de terciopelo negro y una cofia bordada con perlas. Se sentó ante ellos muy rígida y fijó la mirada en el vacío.

– Parece una cuerda de laúd a punto de romperse -susurró lord Audley a sir William Paulet, que había regresado a Inglaterra para entregar a Enrique Tudor la carta del rey de Francia. Sir William miró a lady Rochford y asintió.

– ¿Podríais decir al Consejo cuándo empezó Ca-therine Howard a ser infiel al rey, señora?

– La pasada primavera -respondió ella sin vacilar.

– ¿Fue Catherine Howard quien buscó la compañía de Tom Culpeper o ocurrió al revés?

– Al principio era él quien buscaba la compañía de la reina. Siempre estuvo loco por ella y cuando eran unos niños hablaban de casarse, pero Enrique Tudor dio al traste con el idilio. Sin embargo, Tom es un joven muy testarudo y nunca dejó de importunarla. La reina solía echarle con cajas destempladas pero cuando su majestad cayó enfermo y la echó de su lado, empezó a sentirse sola.

– ¿Estáis segura de que ocurrió la pasada primavera? -insistió el duque de Suffolk.

– Sí. Si no recuerdo mal, corría el mes de abril.

– ¿Dónde se producían los encuentros secretos?

– En mis habitaciones -contestó lady Rochford sin poder contener una sonrisa-. Yo hacía guardia en la puerta para evitar que fueran sorprendidos.

– Está completamente loca -susurró el conde de Southampton.

– Pues yo la veo muy tranquila -replicó el duque de Suffolk-. Además, su declaración tiene sentido. Cualquiera diría que se siente orgullosa de ser cómplice de esta traición. Podéis continuar, señora -invitó.

– Como bien han dicho las camareras, mi misión era hacer de correo entre los amantes. ¿Sabíais que la reina llamaba a Culpeper «mi pequeño tontito»? ¡Ella sí que se estaba comportando como una tonta! Cada vez que Culpeper se negaba a complacerla le recordaba que había otros esperando ocupar su lugar. ¡Se volvía loco de celos!

– ¿Sabéis si Catherine Howard y Tom Culpeper mantuvieron relaciones?

– Desde luego que sí -asintió lady Rochford-. Este verano, mientras viajábamos hacia el norte, no siempre podía abandonar mis habitaciones sin despertar sospechas, así que fui testigo de su pasión en numerosas ocasiones.

El duque de Norfolk estaba aturdido como si hubiera recibido un mazazo en la cabeza.

– ¿Por qué permitisteis que mi sobrina siguiera adelante con esa locura? -espetó-. ¿Por qué no vinisteis a contarme lo que estaba ocurriendo?

– ¿Y por qué tendría que haberlo hecho? -replicó lady Rochford dirigiéndole una mirada cargada de odio-. ¿Recordáis la última vez que fui llamada a declarar ante este Consejo? Malinterpretasteis mis palabras y asesinasteis a mi esposo. Gracias a su sacrificio, su majestad pudo divorciarse de su esposa y casarse con otra. ¡Qué se le rompa el corazón en mil pedazos como él rompió el mío! -exclamó, histérica-. Por eso permití que Catherine Howard se lanzara de cabeza al precipicio. ¿Por qué tendría que haberlo evitado? Incluso si yo no hubiera estado allí para encubrirla, habría acabado traicionando al rey. Es una ramera.

El Consejo Real guardó silencio durante unos momentos mientras lady Rochford estallaba en estridentes carcajadas. Un escalofrío recorrió la espalda de los presentes.

– Llévensela -ordenó el duque de Suffolk a los guardias antes de volverse hacia sus compañeros-. Aunque necesitamos testimonios que confirmen el adulterio de la reina, propongo que el contenido de la declaración de esta dama no salga de esta habitación. ¿Están de acuerdo, señores?

Todos los miembros del Consejo asintieron. Se acabó, pensó el duque de Norfolk, un hombre poco dado a mostrar sus emociones en público. El testimonio de lady Rochford acababa de hundir definitivamente a la familia Howard y se sentía demasiado abrumado para luchar.

– Creo que hemos tenido suficiente por hoy -dijo el duque de Suffolk dando la reunión por concluida-. Les espero aquí mañana a la misma hora para interrogar al señor Tom Culpeper.

Todos asintieron, abandonaron la sala y se dirigieron al embarcadero. Thomas Howard advirtió que nadie quería acompañarle en su barca. Sonrió para sus adentros y ordenó al barquero que se dirigiera a Whi-tehall a toda velocidad. Una vez allí, se encerró en su habitación y llamó a su nieto.

– Se acabó -dijo-. Lady Rochford nos ha hundido -añadió antes de relatarle la dramática confesión de la dama.

– ¿Cuánto tiempo crees que le queda a Catherine?

– Culpeper y Dereham todavía tienen que ser juzgados. Serán declarados culpables, condenados a muerte y ejecutados antes de las fiestas de Navidad. El Consejo reanudará los interrogatorios después del día de Reyes y no los interrumpirá hasta conseguir que Catherine sea condenada a muerte y ejecutada en la Torre. Lady Rochford morirá con ella.

– ¿Y qué les ocurrirá a Nyssa y al resto de las damas que acompañan a Cat? -quiso saber Varían.

– Permanecerán con ella hasta el día de su ejecución.

– ¿Saben lo que está ocurriendo?

– Sólo saben lo que les cuentan.

– Quiero ver a Nyssa -declaró el conde de March-. Sé que los Howard han perdido el favor del rey, pero ¿crees que existe alguna posibilidad de que me dejen verla?

– Será mejor que esperes hasta que terminen los in terrogatorios -aconsejó Thomas Howard-. Quizá logre convencer a Charles Howard de que te permita hacerle una corta visita.

– ¿Qué os ocurrirá al resto de los Howard que vivís en palacio?

– Volveremos a caer en desgracia, tal vez para siempre -contestó el duque de Norfolk esbozando una sonrisa triste-. Dos mujeres de nuestra familia han sido reinas y ninguna de las dos ha sabido estar a la altura de las circunstancias. No es una buena propaganda, ¿no te parece? Considérate afortunado por ser un De Winter.

– Mi madre era una Howard y estoy orgulloso de ello -replicó Varían.

– Voy a echarme un rato -murmuró Thomas Howard con lágrimas en los ojos-. Será mejor que descanse mientras pueda.

Adiós a sus sueños de poder, se dijo el conde de March mientras le veía alejarse. Recordó que Nyssa había dicho una vez que Thomas Howard le había arrebatado sus sueños más anhelados y seguramente pensaría que el cabeza de la familia Howard había recibido su merecido al probar un poco de su propia medicina, pero también sabía que no era tan mezquina como para regocijarse con la caída de los Howard.


Thomas Culpeper compareció ante el Consejo vestido con un sencillo traje negro, como correspondía a un hombre de su posición en una ocasión como aquella. Sus ojos azules brillaban intensamente y miraban desafiantes a los miembros del Consejo.

– ¿Estáis enamorado de Catherine Howard, la mujer que hasta hace poco tiempo era reina de Inglaterra?

– inquirió el duque de Suffolk.

– Sí, lo estoy.

– ¿Desde cuándo?

– Desde que éramos niños, señor.

– A'pesar de que era una mujer casada y su marido era vuestro rey y el hombre que os trajo a la corte y os educó, la sudujisteis, ¿no es así?

– Para mí sólo era un juego, un pasatiempo más

– se defendió Tom Culpeper-. Nunca pensé que me correspondería. Al principio me rechazó y, cuanto más empeño ponía yo en acercarme a ella, más se resistía. Pero un día el rey se puso enfermo y se negó a ver a su esposa durante semanas. Catherine se sentía muy sola y, casi sin querer, empezó a prestar atención a mis tentativas de acercamiento. Yo me sentía el hombre más afortunado de la tierra: la mujer a quien siempre había amado por fin me correspondía.

– ¿Y cómo manifestasteis el amor que sentíais por ella? -preguntó el duque de Suffolk mientras daba gracias a Dios por haber conseguido evitar que el rey presenciara la declaración de aquel traidor.

– Yo temía que el rey nos descubriera y trataba de ser discreto, pero Cat aprovechaba cualquier oportunidad para estar a solas conmigo. ¡Me parecía una locura pero era magnífico!

– ¿La besasteis?

– Sí, señor.

– ¿La acariciasteis?

– También la acaricié donde sólo su marido podía haberlo hecho.

– ¿Os acostasteis con ella?

– Aunque lo hubiera hecho, nunca lo admitiría públicamente. No sería honrado.

– ¿Cómo os atrevéis a dar lecciones de moral a este tribunal? -intervino el duque de Norfolk, lívido de ira-. ¿Quién es honrado? ¿Vos, pedazo de alcornoque? Confesáis haber besado y acariciado a mi sobrina, una mujer casada, la esposa de vuestro rey, y ¿os consideráis honrado? Si lo que pretendéis es proteger a Ca-therine, sabed que Jane Rochford ha confesado haber sido testigo de vuestros encuentros secretos.