– Es cierto que la vida de una dama de honor no es fácil, Nyssa -se apresuró a replicar su tía-, pero debes pensar en las ventajas que la corte ofrece a una muchacha de tu edad y posición: poder, diversión… y hombres -añadió quitándose el sombrero, tomando la mano que el cochero le tendía y disponiéndose a descender del coche-. ¿Qué es esto? -exclamó disgustada al ver la residencia escogida por su marido-. ¡Pero si es una cabana!
Nyssa descendió del coche detrás de su tía y le estrechó una mano.
– Tenemos suerte de haber encontrado una casa, aunque sea modesta -se defendió Owen Fitzhugh-. No es fácil instalarse en esta población en circunstancias normales y mucho menos ahora que la reina está a punto de llegar. Sé de gente que está durmiendo en un granero. Si preferís dormir con las vacas, señora, no tenéis más que decirlo.
Nyssa ahogó una carcajada. El tío Owen podía ser muy mordaz pero la verdad era que la tía Bliss hacía y deshacía a su antojo sin contar con él.
– A mí me parece una casa preciosa -intervino conciliadora-. Estoy impaciente por vivir en la ciudad.
– Estoy segura de que es el mejor alojamiento que has podido encontrar, Owen, querido -se apresuró a rectificar Bliss-. ¡Vamos, no te quedes como un pasmarote y veamos en qué estado se encuentra!
Tras una rápida inspección, la condesa advirtió que, aunque la casa no se encontraba en las penosas condiciones que había temido, distaba mucho de ser el lujoso palacio que habría preferido. Del vestíbulo arrancaba una escalera que iba a dar al piso superior.
– La biblioteca está en la parte de delante y el comedor, atrás -indicó el conde-. La cocina se encuentra en la planta baja pero podemos traer la comida del comedor público si no deseas cocinar. Hay tres habita ciones en el primer piso y los criados pueden dormir en la buhardilla. El jardín y el establo están incluidos en el precio. Siento no haber podido encontrar algo mejor -se disculpó.
– Afortunadamente no tendremos que vivir aquí durante mucho tiempo -se consoló su esposa-. Pronto tendremos que trasladarnos a Greenwich para asistir a la boda real.
– La casa de Greenwich es más espaciosa -respondió el conde animándose de repente-. Cuando llegué ya estaba comprometida, pero un miembro de la familia que la alquiló murió de repente y tuvieron que suspender su estancia allí. El contrato dura hasta el mes de abril y una casa allí nos será de gran utilidad, aunque tengamos que pasar alguna temporada en Londres. ¿Te he dicho que tiene un jardín precioso?
– No, Owen; no me lo has dicho -respondió su esposa con un suspiro resignado-. Saber que en Greenwich nos espera casi un palacio hará más agradable y llevadera mi estancia en esta casa.
Mientras hablaban habían recorrido la casa hasta llegar al comedor, donde un criado había encendido el fuego y las luces. Los muebles eran modestos pero por lo menos la habitación estaba limpia.
– ¿Cuándo iremos a palacio, tía Bliss? -preguntó Nyssa, impaciente.
– Mañana -respondió la condesa-. He oído que la encargada de seleccionar a las damas de honor es la esposa de sir Anthony Browne, una dama muy exigente pero buena y justa. Creo que también se encarga de instruir a los pajes. Vosotros dos tendréis que comportaros, ¿entendido? -añadió dirigiendo una mirada severa a sus sobrinos-. Sobre todo tú, Philip. Eres el heredero de tu familia y debes dejar en buen lugar el apellido Wyndham. El rey os ha hecho un gran favor al permitiros servir a la reina.
– Descuida, tía Bliss -la tranquilizó el muchacho-. Sé cuánto se espera de mí y lo que debo hacer.
– Estoy seguro de que no nos defraudarás -añadió Owen Fitzhugh palmeando la espalda de su sobrino y esquivando la mirada furiosa de su esposa.
– Debes ser muy prudente, Philip, y pensar dos veces antes de hablar -insistió Bliss.
– Sí, tía -contestó el muchacho obedientemente mientras fingía no ver el guiño cómplice que le dirigía su tío.
A última hora de la tarde Bliss dio de cenar a los niños y les acompañó a sus habitaciones.
– Aunque la princesa de Cleves tardará unos días en llegar, presiento que ésta será la última noche que podréis dormir a pierna suelta -dijo antes de desearles buenas noches.
Los cuatro primos compartían una habitación y Nyssa ocupaba un dormitorio en el que apenas cabían una cama y su equipaje. Su doncella personal dormiría a los pies de la cama.
– No es una habitación muy grande -comentó la joven Tillie, una muchacha bajita y desenvuelta de semblante agradable, ojos castaños y cabello liso recogido en una larga trenza, mirando a su alrededor-. Los perros de mi padre tienen más espacio en sus casetas. -El padre de Tillie era el guardabosques de Riveredge.
– Pronto nos marcharemos de aquí -prometió Nyssa.
– La condesa ha dicho que debéis estar en palacio a primera hora de la mañana para presentar vuestros respetos al rey y saludar a la dama encargada de seleccionar a las camareras de la reina. Será mejor que preparemos ahora vuestras ropas; mañana todo serán prisas.
Nyssa asintió. Tillie era una muchacha práctica y eficiente. Sólo hacía diez meses que Heartha, doncella de su madre y tía de la muchacha, la había escogido entre todas las sirvientas para atender a la joven señora de Riveredge.
– Es importante que causéis una buena impresión -dijo Tillie poniéndose manos a la obra-. Necesitamos algo elegante pero discreto… -murmuró pensativa-. ¿Qué tal el vestido color borgoña? No… ¿Y el verde manzana? No, ése tampoco.
– ¿Y el azul que hace juego con mis ojos? -propuso Nyssa-. Todo el mundo dice que es el que mejor me sienta.
– Es cierto, pero temo que llaméis demasiado la atención, señora -repuso Tillie frunciendo el ceño-. ¡Ya lo tengo! ¿Qué os parece el de terciopelo melocotón? Quedará precioso con la falda de damasco beige y dorada. Voy a sacarlos del baúl y a quitarles las arrugas. Estaréis preciosa, señora, y daréis la imagen de una dama bella y discreta. Id a dormir -ordenó-. Mañana os espera un día muy duro: tendréis que bañaros por la mañana y después yo os arreglaré el cabello. Dejad que os ayude a desvestiros y cuando estéis en la cama me ocuparé de vuestras ropas.
Nyssa creía que los nervios no le permitirían dormir en toda la noche, pero estaba tan cansada que cayó rendida en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. Cuando Tillie la despertó a la mañana siguiente todavía no había amanecido y la habitación estaba helada. Nyssa hundió la cabeza bajo las mantas mientras su doncella tiraba de ella para obligarla a levantarse.
– Tenéis el baño preparado, señora. Si no os dais prisa se os enfriará el agua.
– No me importa -gruñó Nyssa dando media vuelta y acurrucándose entre las sábanas calientes-. ¡No! -gritó cuando Tillie tiró de las mantas y las arrojó al suelo-. ¡Tengo frío!
– A la bañera ahora mismo -ordenó la muchacha-. No pienso permitir que deshonréis el nombre de los Wyndham al presentaros delante del rey con toda la mugre del camino. Maybelle, la doncella de vuestra tía Bliss, es una chismosa y no tardaría en ir con el cuento a mi tía Heartha. ¿Y qué creéis que haría ella? Vendría hasta aquí aunque tuviera que hacerlo a pie y me tiraría, de las orejas hasta ponérmelas coloradas como tomates. Y vos no deseáis que nadie haga daño a vuestra fiel Tillie, ¿verdad? -añadió con voz melosa-. Yo siempre os servido lo mejor que he sabido y…
– Está bien, está bien -rió Nyssa saltando de la cama-; tú ganas.
Se quitó el camisón y se metió en la pequeña bañera redonda llena de agua caliente mientras un escalofrío le recorría la espalda. A veces Tillie hablaba como su tía Heartha pero otras veces era realmente divertida.
– Tendré que lavaros el cabello -advirtió Tillie-. Está sucio y enmarañado -añadió y, antes de que Nyssa pudiera protestar, vertió un cubo de agua caliente sobre la cabeza de su señora-. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
– ¡Date prisa! -siseó Nyssa temblando de frío. La habitación estaba helada y los hombros y la cabeza mojados aumentaban la desagradable sensación. Tomó la pastilla de jabón y se lavó mientras Tillie le friccionaba la cabeza y vertía otro cubo de agua.
– Será mejor que salgáis o pillaréis una pulmonía -dijo cuando el agua se hubo enfriado. Tillie envolvió a su señora en una toalla y se apresuró a secarle el cabello con otra.
Nyssa se acurrucó en la toalla y se frotó los brazos para entrar en calor antes de regresar a la cama.
– Seguid secándoos el cabello, señora -ordenó su doncella alargándole una toalla-. Voy a buscaros algo de comer.
Nyssa se cubrió con las mantas y frotó con la toalla la húmeda melena de color castaño. En un rincón de la habitación las enaguas, el corpino y la falda que debía ponerse descansaban sobre una silla y ofrecían un aspecto impecable. ¡La pobre Tillie no debe haber pegado ojo en toda la noche!, se dijo empezando a sentirse culpable. ¡Con razón dice mamá que una buena doncella es un tesoro!
– ¡Ni en sueños imaginé lo que he visto en esa cocina! -exclamó la joven sirvienta, que acababa de entrar en la habitación trayendo una bandeja-. Ahí abajo hay una mujer con un solo ojo que asegura ser la cocinera. En un santiamén ha preparado una bandeja con un tazón de gachas, pan recién horneado, mantequilla, miel y un vaso de vino rebajado con agua -añadió dejando la bandeja sobre las rodillas de Nyssa-. Coméoslo todo. Maybelle dice que quizá no podáis comer nada más hasta la noche.
– ¿Y tú? -preguntó Nyssa a su doncella mientras tragaba una cucharada de gachas-. ¿Has comido algo?
– Comeré cuando os hayáis ido, señora -respondió Tillie-. Maybelle dice que se os permitirá regresar a dormir aquí hasta que la reina llegue a palacio. Es lo que suelen hacer las damas con casa y familia en el pueblo. Maybelle dice que…
– Veo que Maybelle es una fuente de información de lo más fiable -la interrumpió Nyssa esbozando una sonrisa traviesa.
– Está verde de envidia -contestó Tillie con una risita-. Todo el mundo sabe que el puesto de dama de honor está muy bien considerado entre los miembros de la corte. Y su señora, por muy condesa que sea, nunca ha servido a la reina. La pobre Maybelle no sabe si volverme la espalda o aconsejarme sobre cómo serviros. Después de todo, soy tan joven e inexperta como vos.
– Sácale toda la información que puedas y procura hacerte amiga de otras doncellas -ordenó Nyssa-. Sabes bien que es la primera vez que salgo de mi casa y que debo andar con pies de plomo si quiero sobrevivir en la corte. Mamá dice que es una oportunidad excelente que no debo desaprovechar.
– No os preocupéis, señora -dijo Tillie apoyando una mano en el hombro de Nyssa-. Ya veréis como todo saldrá bien. Ahora acabaos el desayuno antes de que vuestra tía suba a regañarnos por retrasarnos.
Nyssa se tragó el último bocado de pan y saltó de la cama. Seguía haciendo frío en el dormitorio, pero se sentía mucho mejor ahora que se había bañado y había comido algo. Tillie le puso una combinación de lino con el cuello de encaje, unas medias de lana fina, un corsé de seda y una enagua rematada por un fino alambre antes de ceñirle una falda con el fondo beige bordada con libélulas y margaritas doradas que asomaba entre las aberturas del vestido de terciopelo de color melocotón. Un corpino escotado del mismo color y bordado con encaje dorado, perlas y topacios completaba el conjunto.
La última moda de la corte era que las muchachas llevaran el cabello suelto y peinado con la raya en medio. Para que pareciera más elegante, Tillie le recogió la melena en una redecilla dorada. Cuando hubo terminado, se agachó para poner a su señora unos zapatos 'de punta redondeada de color beige. Finalmente, se puso en pie y contempló su obra satisfecha.
– Sólo faltan las joyas -dijo-. Iré a buscar el joyero.
Nyssa escogió un collar, un anillo de perlas y otro de topacios.
– Ya es suficiente -dijo cerrando la caja y tendiéndosela a Tillie-. ¿Cómo estoy?
– Preciosa, señora -contestó la doncella guardando el joyero en un baúl.
Alguien llamó a la puerta y Maybelle asomó la cabeza. Cuando vio a Nyssa abrió unos ojos como platos.
– ¡Qué hermosa estáis, señora! -exclamó admirada-. Vuestra tía os espera abajo.
Tillie tomó un cuello de piel de conejo, un abrigo de terciopelo de color marrón y un par de guantes y se los tendió a su señora.
– Daos prisa -dijo apartando a Maybelle de un empujón para que Nyssa pudiera pasar. Nyssa y Tillie intercambiaron un guiño cómplice cuando la vieja doncella les volvió la espalda, ofendida.
Nyssa descendió la escalera con cuidado y admiró el atuendo de su tía. A sus treinta y tres años, Bliss seguía siendo una mujer bellísima. Vestía un traje de terciopelo de color azul bordado con encaje dorado y plateado y adornado con perlas. Desafiando la moda de la corte, se había recogido el cabello en un moño bajo prendido con agujas doradas.
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