«Tengo un cabello precioso y no encuentro por qué tengo que esconderlo bajo esas caperuzas tan poco favorecedoras -solía decir-. A Owen le gusta que lo luzca», concluía, como si la opinión de su marido le importara.

Aquella mañana observó a su sobrina largamente antes de dar su aprobación. Nyssa y Tillie no pudieron contener un suspiro de alivio.

– Estás perfecta, sobrina -declaró-. Pareces la viva imagen de la inocencia; elegante, pero discreta; una joven de buena familia y firmes principios. Nada que ver con esas tontitas que tratan de llamar la atención de los hombres a toda costa.

– Creía que mi misión en la corte era atraer a los hombres y hacer una buena boda -repuso Nyssa esbozando una sonrisa picara mientras su tío se volvía de espaldas, incapaz de contener la risa.

– Tu misión en la corte será servir a la reina -replicó su tía-. Si de paso encuentras a un caballero que te agrada, te roba el corazón, pide tu mano en matrimonio y resulta un buen partido, mejor que mejor.

– ¿Es así como cazaste al tío Owen? -rió Nyssa.

– Conocí a tu tío en casa de tu padre.

– Fue el día que tu madre cumplió dieciséis años -intervino Owen Fitzhugh-. Bliss, Blythe y Delight fueron a Riveredge a felicitar a Blaze. En cuanto miré a tu tía no tuve ojos para otra mujer y lo mismo le ocurrió a Nick Kingsley con tu tía Blythe.

– ¿Fue un amor a primera vista? -preguntó Nyssa, que no había oído nunca aquella historia tan romántica.

– Exacto -asintió su tío-. ¿Verdad, gatita?

– Sí-suspiró Bliss, cuyos ojos brillaban cuando se volvió hacia su marido-. ¿Qué hacemos aquí parados perdiendo el tiempo? -exclamó cuando volvió a recuperar el dominio de la situación-. ¡Llegamos tarde! Te felicito, muchacha -añadió volviéndose hacia Tillie-. Has hecho un buen trabajo. Daré buenos informes sobre ti a mi hermana cuando le escriba y le diré que has aprovechado las enseñanzas de Heartha.

– Gracias, señora -murmuró Tillie haciendo una reverencia antes de ayudar a Nyssa a ponerse el abrigo y el sombrero.

– ¿Dónde están los chicos? -preguntó la joven.

– Nos esperan en el coche -contestó su tía-. Ed-mund y Owen irán en el pescante junto al cochero.

Cuando ambas mujeres llegaron al coche, los dos primos se apresuraron a trepar al pescante. Nyssa entró y advirtió que Philip, un muchacho moreno de ojos claros que guardaba un gran parecido con su padre, y Giles, rubio como su madre, vestían ropas tan caras y elegantes como las suyas. Las calzas eran de terciopelo negro y el brillo oscuro de la tela destacaba sobre el blanco de las medias que calzaban debajo. Los zapa tos eran de cuero negro y brillante y sus jubones de terciopelo negro estaban bordados con pequeñas perlas. Un abrigo de piel de liebre que les llegaba hasta las rodillas y una cadena dorada de la que pendía un medallón de oro con el escudo de armas de la familia completaban el conjunto. Un par de dagas con pequeñas piedras incrustadas pendían de sus cinturones y se cubrían la cabeza con sendos sombreros de terciopelo adornados con una pluma de avestruz.

– ¡Estáis guapísimos! -exclamó Nyssa.

– Y tú también, hermanita -respondió Philip devolviéndole el cumplido.

– ¡Mira, Nyssa! -gritó Giles mostrándole su arma, orgulloso-. ¡Tengo una espada!

– Recuerda que no debes desenvainarla nunca delante del rey o el príncipe -repuso Nyssa-. Mamá dice que eso es traición.

– No lo olvidaré -prometió solemnemente.

– No es necesario que repitas las mismas cosas cien veces -gruñó Philip, irritado-. Con una vez es suficiente.

– Usted perdone, señor mío -se mofó Nyssa arreglándose la falda-. ¿Cómo he podido olvidar que el vizconde de Wyndham es un modelo de perfección? Le ruego que acepte mis disculpas.

Giles estalló en carcajadas y Philip se volvió hacia la ventanilla, enfurruñado.

– ¿No podéis dejar de pelearos? -les regañó su tía.

Nyssa cruzó las manos sobre el regazo y se sumió en sus pensamientos mientras el coche echaba a andar camino de Hampton Court. El intenso tráfico pronto indicó que se encontraban cerca del palacio. Nyssa asomó la cabeza por la ventanilla y comprobó que muchos de los otros coches eran más elegantes que el suyo. Los que no viajaban en coche esquivaban los vehículos con sus monturas pero todos parecían dirigirse al mismo lugar.

Hampton Court había sido construido por orden del cardenal Wolsey, el consejero real, y ocupaba parte de las tierras que habían pertenecido a los Caballeros Hospitalarios de San Juan. La orden se había mostrado reacia a vender sus posesiones al cardenal y había preferido arrendarlas durante 99 años por cincuenta libras. La construcción del palacio se había iniciado en 1515 y, aunque el rey Enrique y su primera esposa, Catalina de Aragón, habían pasado una temporada allí en el mes de mayo de 1516, se había tardado varios años en concluir las obras.

El edificio se levantaba alrededor de tres patios: el patio principal, el patio del reloj y el claustro y estaba construido con ladrillo rojo y azulejos azules y negros en forma de diamante. Las torres estaban rematadas por medias cúpulas y los muros habían sido decorados con el escudo de armas del cardenal y molduras de terracota, regalo del Papa. Se decía que el cardenal solía dar largos paseos por la larga galería cubierta y que, cuando el tiempo lo permitía, le gustaba pasar un rato a solas en el cuidado jardín por las noches. Había unas cien habitaciones en el palacio, treinta de las cuales eran dormitorios para invitados, y dos cocinas. Entre las dos había una habitación desde la que el cocinero jefe, vestido como un cortesano, daba órdenes a sus pinches mientras blandía su cucharón de madera.

Bliss explicó a sus sobrinos la historia del palacio mientras sorteaban el denso tráfico.

– Mamá dice que una vez vio al cardenal -dijo Nyssa.

– Lo sé -asintió Bliss-. En su día, el cardenal fue una persona influyente a quien todos temían. Llegó muy alto pero su caída fue fulminante.

– Mamá dice que siempre fue fiel al rey -insistió Nyssa-. ¿Por qué fue ejecutado?

– El rey le acusó de traición porque el cardenal no logró obtener el permiso del Papa para divorciarle de su primera esposa. Wolsey sabía que el rey Enrique deseaba casarse con Ana Bolena pero él prefería a la princesa Renée de Francia. Estaba seguro de poder convencer a Catalina de Aragón de que cediera su puesto a la princesa francesa con la excusa de dar un heredero a Inglaterra pero de ninguna manera estaba dispuesto a mover un dedo por la hija de Tom Bolena. Como todo hombre poderoso, el cardenal tenía numerosos enemigos -siguió explicando Bliss a su sobrina, que escuchaba el relato atentamente-. Sus oponentes aprovecharon este roce con el rey para poner en tela de juicio los extravagantes métodos del cardenal y hundirle. Los chistes y los comentarios malintencionados no tardaron en extenderse por la corte y el rey empezó a preguntarse si era él o el cardenal quien gobernaba Inglaterra. A nuestro monarca no le gusta que sus colaboradores le hagan sombra y…

– ¡Mamá me habló de una canción que se cantaba en palacio durante esos días! -exclamó Nyssa recordando la graciosa poesía-: «¿Por qué no venís a la corte? ¿A qué corte: a la corte del rey o a Hampton Court? ¡A la corte del rey! En la corte del rey debería estar su excelencia pero Hampton Court tiene preferencia.»

– El autor de esta rima tuvo que refugiarse en West-minster -intervino el conde de Marwood-. El rey se puso furioso cuando un fraile franciscano visitó el palacio y, admirado por el lujo y el esplendor del que Wolsey se había rodeado, exclamó: «Sólo un hombre tan influyente y poderoso como un rey podría vivir en un palacio así.» Yo mismo le oí pronunciar estas palabras y los que estaban conmigo corrieron a contárselo al rey, quien se sintió herido en lo más profundo de su orgullo. Llamó al cardenal y le preguntó por qué se había construido un palacio tan suntuoso para él solo. El astuto Wolsey se apresuró a contestar: «Para ponerlo a vuestro servicio siempre que gustéis, majestad.»

– ¿Y qué me dices de los tapices? -rió Bliss-. Al cardenal le gustaban tanto que en un año encargó ciento treinta. Cada entarimado, cada mesa y cada ventana del palacio estaban cubiertos por una alfombra o un tapiz. Dicen que una vez llegó un barco de Venecia cargado con sesenta alfombras a nombre del cardenal Wolsey. ¡Era un auténtico sibarita!

– Pero ¿por qué fue acusado de traición y ejecutado?-insistió Nyssa.

– Cuando estés en palacio no debes repetir esto -le advirtió su tía-: Wolsey no cometió traición; simplemente tenía demasiados enemigos en la corte. Cuando cayó en desgracia fue nombrado arzobispo de York y, si se hubiera quedado quieto y calladito allí, habría terminado sus días en paz, pero el viejo Wolsey no era de ésos. Enseguida empezó a rodearse de una corte tan lujosa e influyente como la que había disfrutado en palacio, provocando la ira del rey, quien se había dejado convencer de que el cardenal se había aliado con las naciones enemigas. Enrique Tudor estaba seguro de que había impedido su divorcio con la reina Catalina a propósito y le encerró en el castillo de Cawood. El cardenal murió en la abadía de Leicester cuando iba de camino a Londres.

– El rey es un hombre tan poderoso que a veces me da miedo -murmuró Nyssa.

– Haces bien en temerle -respondió su tío-. Enrique Tudor es fiel y generoso con sus amigos, pero es un enemigo temible. Tu madre sobrevivió en la corte porque actuó como una mujer inteligente y no se dejó tentar por el poder ni se aprovechó de su privilegiada situación. Tenia siempre como modelo.

– Quizá sea mejor que vuelva a casa -gimió la joven, asustada, mientras sus hermanos estallaban en carcajadas.

– ¡Tonterías! -replicó Bliss-. Has sido elegida por el rey para ser dama de honor de la nueva reina. Vivirás en la corte, escogerás a un buen partido entre los muchos pretendientes que se acercarán a ti, te casarás y vivirás feliz el resto de tus días. Para eso has venido a palacio y no quiero ni oír hablar de regresar a casa. ¡Por el amor de Dios, Nyssa! Estás a punto de cumplir diecisiete años. ¿Tengo que recordarte cada cinco minutos que eres demasiado mayor para permanecer soltera por más tiempo? Blaze tiene demasiado trabajo en Rive-redge cuidando de tus hermanos pequeños y encontrando esposas ricas para ellos como para echarte de menos. Giles, Philip y tú estáis aquí para iniciar vuestra vida de adultos, así que ¡basta de tonterías!

Philip y Giles sofocaron sus risas mientras su hermana se ponía colorada como un tomate ante la severa regañina de su tía.

– ¡No soy una cobarde! -protestó la joven-. Lo que ocurre es que tanta novedad me asusta, eso es todo. Recuerda, tía, que la primera vez que pusiste los pies en palacio te acompañaba tu marido. Tú viniste a divertirte y yo estoy aquí para servir a la reina. Nunca he salido de mi casa, no tengo experiencia y temo dejar en mal lugar a mi familia, ¡pero no soy una cobarde!

– Nyssa tiene razón -intercedió su tío-. Recuerdo la primera vez que llegué a palacio. Sólo tenía seis años y había sido escogido como paje del príncipe Enrique, hoy nuestro rey. Yo también estaba muy asustado y me sentía desorientado, por lo que durante los primeros días no hice más que observar con atención y preguntarlo todo. Nunca temas preguntar demasiado, Nyssa -aconsejó a su sobrina-; siempre es mejor pecar de preguntona que cometer un error imperdonable en presencia del rey. Además, la reina Ana todavía tardará unas semanas en llegar, así que tendrás tiempo de sobra para prepararte. Estoy seguro de que la esposa de sir Anthony Browne pondrá todo su empeño en instruir a las damas perfectamente; después de todo, ella es la responsable.

– Gracias por tus palabras, tío Owen -sonrió Nyssa, algo más tranquila-. Tú sí me entiendes -añadió dirigiendo una mirada ceñuda a su tía, quien fingió no verla.

El coche se detuvo a las puertas de palacio y los lacayos se apresuraron a abrirles la portezuela y a ayudar a las damas a descender antes de retirar el vehículo. Mientras Bliss se alisaba las arrugas de la falda se oyó un grito a sus espaldas.

– ¡Bliss! -exclamó una dama gruesa de cabello oscuro y brillantes ojos castaños-. ¿Sois vos? ¡No puedo creerlo!

– ¿Adela? -gritó Bliss volviéndose y abrazándola efusivamente-. ¡Adela Marlowe! ¡Qué alegría!

– Me he puesto gorda como una vaca, ¿verdad? ¡Sin embargo vos estáis tan maravillosa como siempre!

– Sólo una buena amiga sería tan benevolente -rió Bliss devolviéndole el cumplido-. Ya no soy la niña que conocisteis.

– Y ésta es vuestra hija, ¿verdad? -aventuró Adela Marlowe reparando en Nyssa y escrutándola con la mirada. Joven, inocente y rica, se dijo.

– Es mi sobrina -contestó Bliss-. Es la hija de Blaze y ha sido nombrada dama de honor de la reina. Nyssa, te presento a lady Adela Marlowe. Adela, ésta es lady Nyssa Catherine Wyndham y aquéllos son Philip, vizconde de Wyndham, y su hermano Giles. También han sido nombrados pajes -añadió a la vez que los muchachos hacían una reverencia a la dama, que parecía impresionada.