– Soy el príncipe Reyhan de Bahania -la interrumpió él.

– Eso ya lo sé.

– Y tú eres mi mujer.

– Legalmente, tal vez, pero no en la realidad -replicó ella negando con la cabeza-. ¿O has olvidado que quieres el divorcio?

– ¿Y crees que después del divorcio te quedarás sin nada?

Los verdes ojos de Emma se abrieron como platos.

– No quiero nada. No soy responsabilidad tuya, y puedo cuidar de mí misma.

– Yo te mantendré -insistió él-. Podrás comprarte una casa y te pasaré una pensión, como ya hice una vez.

– No tienes por qué hacerlo.

– Lo sé.

– Pero sólo hemos estado juntos unos días.

Y deberían haber estado juntos seis años…

Aquel pensamiento pilló a Reyhan por sorpresa. Intentó borrarlo, pero fue imposible. Qué distinto habría sido todo si hubieran permanecido juntos. Cuando su tía murió, no se llevó a Emma con él porque quería evitarle el trauma de descubrir su verdadera identidad. No quería que ella entrase en la realeza sin antes darle tiempo a que se acostumbrara a la idea, ni tampoco quería que conociera a su familia en un funeral. Pero al dejarla atrás, la había perdido.

¿Qué habría pasado de haberla llevado a Bahania? Ahora sería madre, y su mujer en todos los aspectos. ¿Se habría adaptado a las tradiciones de su país? ¿Habría aceptado las responsabilidades que su posición exigía?

Nunca lo sabría. Emma no podía ser su mujer. El había elegido otro camino… Aunque tal vez pudieran fingir por un solo día.

– A todas las mujeres que he conocido les encanta comprar -dijo-. ¿También eres distinta en eso?

– No me importa ir de tiendas alguna que otra tarde -respondió ella con una sonrisa-. ¿Estás intentando tentarme para que acepte tu generosa oferta?

– En absoluto. El dinero lo recibirás, quieras o no.

– Eres un déspota, ¿lo sabías?

– Sí.

– ¿Ya está? -preguntó ella riendo-. ¿Lo admites sin más?

– Siempre consigo lo que quiero, de un modo u otro.

– Debe de ser estupendo.

– Lo es.

Salvo cuando no podía tener lo que más deseaba.

– Por aquí -la tomó del brazo y la guió por el zoco, seguidos por los guardaespaldas.

Salieron a una de las calles principales y se detuvieron frente a la fachada de una tienda. Emma vio el letrero donde se leía Aimee, antes de que Reyhan la hiciera pasar.

La temperatura en el interior era más fresca y agradable que el calor de la tarde. Emma se fijó en los adornos de color crema y el elegante muestrario de ropa y zapatos y al instante se sintió chapada a la antigua con su vestimenta de rebaja.

Una mujer alta y extremadamente delgada se acercó a ellos.

– ¿Sí? ¿En qué puedo…? -Se detuvo y se retocó su perfecto peinado-. Príncipe Reyhan. Qué honor tan inesperado. ¿En qué puedo servirlo?

– Ésta es Emma -dijo él-. Mi mujer.

La mujer la miró con ojos muy abiertos y asintió cortésmente.

– Princesa. Soy Aimee. Bienvenida a mi tienda.

Emma le dedicó una sonrisa mientras se preguntaba qué pretendía Reyhan. ¿Por qué declaraba en público que estaban casados si su divorcio era inminente?

– Necesita un vestuario completo -dijo él.

– ¿Qué? -preguntó Emma, mirándolo. Consciente del obvio interés de Aimee, se acercó a Reyhan y bajó la voz-. No necesito ropa nueva. La mía está muy bien. No quiero decir que esta señora no venda cosas preciosas, pero seguro que son muy caras, y no encajarían en mi país.

– No estás en tu país, Emma. Estás en el mío. Eres una mujer hermosa que merece cosas hermosas. Compláceme y permite que te las compre.

Emma sabía que protestar sería una estupidez y una descortesía, de modo que asintió.

– Gracias por tu amabilidad -dijo, y siguió a Aimee a los probadores.

Al fin y al cabo, ¿qué daño podían hacerle un par de vestidos? Reyhan no era el tipo de hombre al que le gustara esperar mientras una mujer se probaba ropa.

¿O sí?

Dos horas más tarde, Emma ya no estaba tan segura. Reyhan había mostrado una paciencia sorprendente mientras ella se probaba desde vestidos sencillos a elegantes trajes de noche. Todo parecía quedarle bien, y Aimee le sugirió que saliera al salón para que Reyhan la viese.

– Se supone que va a ser mi ropa -protestó Emma cuando él negó con la cabeza al verla con un traje oscuro de pantalón que a ella le gustaba.

– Muy atrevido -dijo él-. Demasiado escote.

– ¿No puedo mostrar mis encantos al mundo?

– No. Eso lo guardas para mí.

Ella se presionó instintivamente una mano contra los pechos. ¿Reyhan estaba hablando como el marido y príncipe autoritario o como el hombre? Lo miró, intentando averiguar qué estaba pensando y qué quería de ella, pero su expresión no revelaba nada.

Sin embargo, sus palabras habían vuelto a despertarle el deseo. Mientras estaba ocupada probándose ropa, había podido olvidar la tensión que acechaba bajo la superficie y lo mucho que le gustaba estar cerca de Reyhan. Pero ahora volvía a recordarlo todo.

– Esto le sentará de maravilla -dijo Aimee cuando Emma volvió a los probadores. La mujer le mostraba un vestido sin tirantes y con abalorios de bronce-. El color avivará el fuego de sus cabellos. Y puede que el príncipe le compre un collar de diamantes dorados para completar el resultado.

Por supuesto que sí, pensó Emma irónicamente. A las esposas divorciadas no se les regalaban piedras preciosas. Aunque tampoco ropa nueva…

Se quitó el traje y observó el vestido. No podía ponérselo con el sujetador. Aimee la dejó para darle intimidad y Emma siguió desnudándose, hasta quedarse en braguitas.

El vestido se deslizó por sus caderas como si estuviera hecho a su medida. Aimee volvió con unas sandalias y varios cepillos para peinarla hacia atrás.

– Excelente -dijo en tono aprobatorio-. Ahora sí parece la princesa que es.

Emma se miró en el espejo. Realmente parecía un miembro de la realeza, o al menos más elegante de lo que nunca había estado.

– Supongo que la ropa hace a la mujer -murmuró mientras salía al salón.

Reyhan levantó la vista del periódico y se puso en pie.

– Sí. Eso es cierto. Estás impresionante.

– Gracias. El vestido es precioso y me sienta muy bien, pero no puedo quedármelo.

– ¿Por qué no?

– Reyhan, ¿cuándo voy a ponérmelo? Aprecio tu interés, pero piénsalo bien. Ésta no soy yo.

Él dejó el periódico en una mesita y se acercó a ella. Cuando estuvo a menos de medio metro de distancia, se detuvo y la miró a los ojos.

Emma sintió el impacto de su intensa mirada. La temperatura de su cuerpo aumentó hasta hacerla sentirse incómoda en aquel vestido. Quería bajarse la cremallera oculta y dejar que la prenda cayera a sus pies. Quería estar desnuda frente a Reyhan. Desnuda y dispuesta a lo que fuese. Los muslos empezaron a temblarle.

– Quiero comprarte esta ropa -dijo él con voz profunda-. ¿Por qué te opones?

¿Por qué?, se preguntó ella. En aquel momento no podía negarle nada. Si tan sólo le dijera que la deseaba. Si tan sólo la tocara… Donde fuera. En los brazos, en la cara, en los pechos. Sintió cómo los pezones se le endurecían contra la suave tela del vestido.

«Tómame».

No pronunció la palabra en voz alta, pero de algún modo él la oyó, porque sus ojos despidieron llamas de deseo, su mandíbula se tensó y su respiración se aceleró.

Miró hacia la puerta de los probadores y ella supo lo que estaba pensando.

Era una locura, pero lo deseaba desesperadamente. Podía…

El ruido de unos tacones rompió el silencio erótico. Antes de que Emma pudiera decir nada, Aimee apareció y Reyhan se dio la vuelta. Fue como si el momento no hubiera existido. Emma volvió de mala gana al probador y se quitó el vestido.


Más tarde, de vuelta al palacio en la limusina cargada de bolsas y paquetes, y con Reyhan sentado lo más lejos posible de ella, Emma intentó averiguar qué estaba ocurriendo entre ellos.

Seis años atrás, después de la breve ceremonia de boda, se habían retirado a la suite de un hotel y habían pasado tres días juntos. Emma recordaba cómo habían hecho el amor. Por su parte apenas había habido deseo. Sólo vergüenza, miedo e incluso dolor; y cuando él se fue a Bahania, ella lo agradeció en el fondo. Por aquel entonces sólo había soportado los deseos de Reyhan, pero ahora los compartía. ¿Qué había cambiado? ¿Ella? ¿Había crecido lo suficiente para tratar a Reyhan como a un igual? ¿Había cambiado él? ¿Sería cuestión de química? ¿O sería un capricho del destino que tuviera que enamorarse de un hombre que quería echarla de su vida para siempre?

Emma se paseaba inquieta por la suite. Ya había desempaquetado la ropa nueva y la había admirado intentando no fijarse en las etiquetas del precio. Algunos de esos vestidos costaban más que un coche de segunda mano. No se imaginaba en qué ocasión podría ponérselos, pero ésa era la menor de sus preocupaciones. El problema era Reyhan.

¿Qué estaba pasando entre ellos? ¿Responder a la atracción mutua era algo bueno o sólo estaba ganando méritos para convertirse en la idiota del año? ¿Debería decirle algo? ¿Preguntarle si había cambiado de opinión respecto al divorcio? ¿Preguntarle si sólo la quería para el sexo? ¿Ignorarlo todo y contar las horas que faltaban para su regreso a Dallas?

– Si tuvieras un mínimo de valor, hablarías con él -murmuró para sí-. Lo pondrías todo sobre la mesa a ver qué sucede.

Aquél parecía un plan sensato.

Fue hacia el teléfono con la intención de llamarlo a la oficina, pero unos golpes en la puerta la interrumpieron.

¿Sería Reyhan? El corazón le dio un vuelco sólo de pensarlo. Dejó el teléfono y corrió a abrir.

Pero en vez de encontrarse con su guapísimo marido, vio a una joven criada. La muchacha le tendió una nota, asintió y se marchó. Emma cerró la puerta y desdobló la hoja de papel. Mientras leía, el corazón se le encogió y su ánimo cayó por los suelos.

Emma:

Muchas gracias por un día tan encantador. Por desgracia, unos problemas con el petróleo requieren mi atención. Cuando leas esto ya habré partido en helicóptero. No sé cuándo volveré, pero me aseguraré de que sea antes de que te marches de Bahania para siempre.

Emma se sintió invadida por la decepción. Reyhan se había ido y no volvería a verlo hasta la hora de regresar a Dallas. No era exactamente lo que haría un hombre dominado por la pasión. ¿O quizá ella había malinterpretado sus señales?

Cuando conoció a Reyhan, no se le dio muy bien comprenderlo. Por lo visto, ni el tiempo ni la distancia habían cambiado eso.

– Es lo mejor -susurró, triturando la nota-. Me iré a casa y todo esto quedará olvidado. Seguiré con mi vida. Encontraré a otro hombre y me casaré.

Aunque no tema ni idea de quién podría ser ese otro hombre. Reyhan había dejado el listón demasiado alto.

Capítulo 7

– Para ser una mujer con un vestuario nuevo de última moda, no pareces muy animada -dijo Cleo a la mañana siguiente.

Emma acarició la cabeza de Calah y suspiró.

– Es por el sentimiento de culpa. Reyhan se gastó mucho dinero en mí. La ropa es preciosa, pero…

– ¿Qué? -Preguntó Cleo-. ¿Acaso no te la mereces? Emma, el coste de tu ropa es calderilla para ellos.

– No necesitaba tanta ropa.

Cleo se echó a reír.

– Estás hablando como una madre. ¿No te parece divertido comprar cosas que no necesitas sin tener que preocuparte por el precio? Considéralo como la fantasía consumista de toda mujer hecha realidad. Además, sé que hiciste muy feliz a Reyhan. A todos los príncipes les gusta cuidar de sus mujeres.

– ¿Insinúas que me fui de compras sólo para hacerlo feliz?

– Si eso te ayuda a no sentirte culpable, ¿por qué no?

Emma sonrió.

– Voy a parecer ridícula con un vestido con abalorios cuando vaya a comprar al supermercado.

– No si te limitas a la sección de productos importados. Diles a todos que eres europea.

– Sí, eso podría funcionar. ¿Se celebran muchas ceremonias en el palacio?

– Dos o tres cada mes. Yo no he asistido a muchas, debido a mi embarazo, pero ahora tengo que cumplir con mis obligaciones sociales, por no mencionar las obras benéficas.

– ¿A qué te refieres?

Cleo le dio un beso a su hija y se volvió hacia Emma.

– Estoy en una posición privilegiada para ayudar a los demás. En cierto modo, es una fantasía aún mayor que las compras. He hablado con Sadik y con el rey, y voy a trabajar con niños sin hogar. No hay muchos en Bahania ni El Bahar, pero en otros países es un problema muy grave. Sé por propia experiencia lo que es estar solo y asustado. Sabrina y Zara, las otras hijas del rey, tienen cada una sus aspiraciones. Sabrina se dedica a encontrar antigüedades y devolverlas a sus países de origen para que la gente pueda disfrutar de su patrimonio. Y Zara es profesora. Está organizando un sistema de becas para las chicas que quieren ir a la universidad pero que no pueden permitírselo.