– Parece algo muy emocionante -dijo Emma. Cleo tenía razón. La oportunidad de ayudar a los demás empleando unos recursos casi ilimitados sería una manera magnífica de pasar el tiempo.
– ¿Hasta cuándo vas a quedarte? -Le preguntó Cleo-. Esperaba que pudiéramos hacer un viaje juntas para que conocieras a Sabrina y a Zara. Viven en un sitio muy interesante.
– ¿No viven en la ciudad?
– No exactamente -fue lo único que quiso decirle Cleo.
Emma pensó en su pregunta.
– Me dijeron que estaría aquí dos semanas, pero no tengo una fecha exacta para mi regreso. Supongo que todo depende del rey. En realidad, no estaba especialmente ansiosa por marcharse. Estar con Reyhan había sido muy emocionante y divertido, y no le importaría que lo siguiera siendo. Pero ir con él de viaje… Dejó escapar un suspiro. Su vida sencilla se había vuelto muy complicada.
– ¿Cómo van las cosas con Reyhan? -le preguntó Cleo.
Emma se echó a reír.
– ¿Podemos referirnos al príncipe de Bahania como un hombre?
– Mmm… Buena pregunta. Puede que nos arriesguemos a acabar decapitadas. Por suerte, Calah es demasiado pequeña para delatarnos.
– Ella nunca nos traicionaría, ¿verdad, cariño? – Dijo Emma, colocándose a la niña en su regazo-. Es una de nosotras. Y las mujeres debemos permanecer unidas -miró a Cleo-. Y en cuanto a Reyhan… Sinceramente, todo es tan distinto ahora… Cuando nos conocimos, yo acababa de entrar en la universidad, y por primera en mi vida estaba lejos de mi casa. Él era un hombre sofisticado, mayor que yo, que me encandiló sin remedio. Pasé la mayor parte de nuestro tiempo juntos intentando no parecer demasiado joven o estúpida. Eso consumió casi todas mis energías, así que no puedo decir que llegara a conocerlo bien.
– ¿Y ahora?
– Es maravilloso. Y no sólo por su aspecto.
Cleo suspiró.
– Estoy de acuerdo. Sadik sería un rompecorazones aunque fuera un tonto sin cerebro. Podría pasarme la vida entera simplemente mirándolo. Pero en su interior hay mucho más. Y supongo que con Reyhan pasa lo mismo.
– Así es. Es listo y serio, pero también puede ser divertido.
Y endiabladamente sexy, añadió para sí misma recordando su mirada en la boutique. Habría jurado que la deseaba tanto como ella a él. Pero entonces, ¿por qué había desaparecido sin despedirse en persona?
– Así que como muchacha te quedaste impresionada la primera vez que lo viste -dijo Cleo-. ¿Y como mujer?
– Sigo impresionada -admitió Emma.
– No pareces muy impaciente por conseguir el divorcio.
– Pues claro que sí. Tal vez no esté ansiosa por divorciarme, pero es la razón por la que estoy aquí. Reyhan está dispuesto a seguir con su vida, y esa vida no me incluye a mí.
– No tienes por qué aceptar sin más, ¿sabes? Podrías darte un tiempo, ver lo que pasa…
Emma parpadeó con asombro. ¿De verdad podía?
– No creí que tuviera voz ni voto en esto.
– Los príncipes arrogantes prefieren que el mundo se someta a sus deseos, pero no siempre tiene que ser así. Tú eres la mitad de la pareja. Por supuesto que tienes voz y voto -tocó la mano de Emma-. En serio. Si no estás segura de lo que quieres, habla con el rey. Estoy convencida de que estará dispuesto a posponer el divorcio el tiempo que haga falta.
Emma pensó en la tentadora idea por unos segundos, pero negó con la cabeza.
– No. Es inútil. No pertenezco a este lugar.
– Oh, ¿y yo sí? -Preguntó Cleo alzando las cejas-. Cuando conocí a Sadik, era la encargada nocturna de una copistería. No estaba hecha precisamente para ser princesa -hizo un gesto con la mano abarcando la habitación-. No se trata de tender trampas ni de tradiciones. El rey quiere que sus hijos se enamoren. El príncipe Jefri ha decidido que su matrimonio sea concertado, pero es el único.
Cleo se equivocaba, pensó Emma tristemente. También Reyhan quería un matrimonio concertado. Él mismo se lo había dicho.
– Tal vez si las cosas hubieran funcionado cuando nos conocimos -dijo con firmeza-. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora somos diferentes. Yo tengo mi propia vida en Texas.
– Claro -dijo Cleo-. Si no estás enamorada de Reyhan, no hay razón para que te quedes. Bueno, háblame de tu trabajo en el hospital. Trabajas en la unidad de maternidad, ¿no?
– Sí. Es genial.
Le contó cómo era un típico día de trabajo y cuánto le gustaba lo que hacía. Pero en el fondo de su mente seguía oyendo las palabras de Cleo: «Si no estás enamorada de Reyhan».
No lo estaba, se convenció a sí misma. No lo había estado y no lo estaría. Enamorarse de él después de tantos años sería una estupidez. El hecho de que hubiera disfrutado con él era interesante, pero no significativo. No permitiría que eso le importara. No podía. Porque Reyhan había dejado muy claro que sólo quería seguir adelante sin ella.
– Otra vez están amenazando -dijo tranquilamente Will O'Rourke, el jefe de seguridad.
– ¿Lo normal? -preguntó Reyhan desde su silla junto al fuego.
– Muerte y destrucción. Interrupción de la producción de petróleo… Lo normal.
Reyhan dio un puntapié a una pequeña roca frente a él.
– Esos chicos me infundirían más respeto si tuvieran algo por lo que de verdad quejarse. Nunca les hemos arrebatado sus tierras ni los hemos echado de las mismas.
– Quieren algo a cambio de nada. Un porcentaje de las ganancias por el petróleo o empezarán a crear problemas. Son unos crios… diecisiete o dieciocho años. Para ellos es como un juego.
– La extorsión es una tradición consagrada en todo el mundo -dijo Reyhan, volviendo la vista hacia el cielo. Le costó unos segundos ajustar sus ojos a la oscuridad total, y entonces vio las miles de estrellas que brillaban en el firmamento.
Qué bonito era el cosmos, pensó. Misterioso. Distante. Igual que Emma.
Sacudió la cabeza. El objetivo de aquel viaje al desierto había sido evitarla, pero si seguía pensando en ella todo el tiempo, no soportaría su ausencia.
– Dudo de que tengan un plan -dijo Will.
Reyhan tuvo que pensar unos segundos para recordar de qué estaban hablando. Los adolescentes rebeldes.
– Se ven a sí mismos como los personajes de una película -siguió Will-. Cabalgarán en sus sementales de pura sangre hacia la victoria.
A Reyhan se le había acabado la paciencia con esos crios. Había escuchado sus quejas y estudiado sus peticiones. No habían sido despojados de sus tierras ni se habían visto perjudicados en modo alguno por la producción de petróleo. Casi todos ellos provenían de familias nómadas y trabajadoras. Al no ser los primogénitos no podían heredar, y como tampoco querían trabajar, buscaban su fortuna tomando lo que pertenecía al pueblo.
– Vigílalos -dijo Reyhan-. En poco tiempo se aburrirán y volverán a casa.
– Me contrataste para mantener la paz. Y luego no me dejas hacer mi trabajo.
– Hasta ha fecha, ha habido amenazas, pero nada más. Te tienen miedo. Yo creo que estás haciendo tu trabajo.
Will era un antiguo oficial del ejército que había crecido en las plataformas petrolíferas del Golfo de México. Sus conocimientos y habilidades lo habían convertido en uno de los colaboradores más valiosos de Reyhan. Había quienes no aprobaban que un americano fuera uno de sus hombres de confianza, pero Reyhan no delegaría en nadie más la seguridad del reino ni la suya propia.
– La familia real ha mantenido relaciones con los nómadas desde hace siglos -dijo Reyhan-. En circunstancias normales, accedería a tu plan de encerrarlos y dejar que se pudran en la cárcel durante diez años. Pero la mayor parte de esos chicos son hijos de jefes, y he dado mi palabra dé que no los castigaré sin una causa justificada. Y las amenazas no son una causa.
– Como tú digas.
El americano alto y rubio se levantó y se dirigió hacia su tienda de campaña. Reyhan lo observó marcharse. Will se iba frustrado, pero no diría nada más. Se limitaría a cumplir con su trabajo y se concentraría en su tarea.
Reyhan cerró los ojos e intentó bloquear sus pensamientos, pero la imagen de Emma llenó su mente al instante. Estar separado de ella sólo le hacía desearla más. Era como el agua para un hombre muerto de sed. Su luz iluminaba el día y la noche de Reyhan, y sin ella estaba ciego.
No por mucho tiempo más, se dijo a sí mismo para intentar consolarse, sin éxito. Sólo unos días más y Emma se iría. Y él sería libre para casarse con otra mujer. Una mujer sensata que le diera hijos. Una mujer a la que podría respetar pero nunca amar. Una mujer que no sería Emma.
Emma encontró una ocasión para ponerse uno de sus elegantes vestidos nuevos dos noches después, cuando recibió una invitación para cenar con el rey, Cleo y su marido, el príncipe Jefri y Murat, el príncipe heredero de Bahania. Los nervios le revolvían el estomago mientras se maquillaba, y deseaba fervientemente que Reyhan estuviera con ella. Con él a su lado le resultaría mucho más fácil entablar una conversación con los demás presentes en la mesa. Pero no había sabido nada de él desde que se marchó, y empezaba a temer que no volvería a verlo antes de irse de Bahania.
Cerró los ojos y se obligó a no pensar en ello. Si tenía que irse sin verlo, lo soportaría. Tal vez incluso así lo superara más rápidamente.
¿Recuperarse de qué?, se preguntó. ¿Acaso estaba enamorada de él? De ningún modo.
Tras mirarse una última vez en el espejo y alisar la parte frontal del vestido color melocotón, salió de la suite y se dirigió hacia los aposentos de Cleo. Su amiga y Sadik se habían ofrecido a acompañarla a la cena para que no se extraviara en el camino.
– Éste es Sadik -le presentó Cleo minutos después. Emma no sabía si debía hacer una reverencia o qué. Extendió la mano e intentó mostrarse más impresionada que nerviosa.
– Alteza…
Sadik sonrió. Era alto, atractivo y su aspecto intimidaba bastante.
– Siendo un miembro de la familia real, creo que podemos llamarnos por nuestros nombres de pila -dijo él, inclinándose ligeramente y besándole la mano-. Bienvenida, Emma. No sé cómo has podido soportar a mi hermano estos últimos días, pero que lo hayas conseguido dice mucho en tu favor.
Emma se sorprendió al recibir el beso. ¿Serían todos los príncipes igual de encantadores, además de atractivos y poderosos?
– Ha sido muy amable -murmuró.
– Pero es un idiota. Ningún hombre que abandone a una mujer hermosa sabe el riesgo que corre.
Cleo lo miró arqueando las cejas. Estaba espléndida en su vestido azul oscuro.
– Sadik, no estarás coqueteando con ella, ¿verdad?
– Sólo intento que nuestra nueva hermana se sienta como en casa -dijo él-. Sabes muy bien que sólo hay una mujer en mi vida.
Hablaba en un tono tan intenso y sensual que Emma sintió que estaba interrumpiendo un momento íntimo. Se apresuró a darse la vuelta, pero no antes de ver cómo Cleo le sonreía a su marido. Era una sonrisa de felicidad y seguridad, y en aquel momento Emma deseó encontrar a un hombre que la amara como Sadik amaba a su mujer.
Los tres se dirigieron al comedor.
– Jefri es muy divertido -dijo, entrelazando el brazo con el de Emma-. Es el más joven y el que tiene más sentido del humor. Murat es mucho más rígido. Supongo que será por ser el heredero.
– Murat tiene muchas responsabilidades -explicó Sadik-. El peso del país recae sobre sus hombros.
– Y aún está soltero -añadió Cleo-. ¿Te imaginas casándote con él?
– No, gracias. Ya tengo bastantes problemas con ser una princesa, aunque sea temporalmente. No quiero ni imaginarme siendo reina.
– Alguien tiene que hacerlo -dijo Cleo-. El rey ha empezado a hablar sobre la necesidad de que Murat tenga un heredero. Y hay cientos de mujeres esperando.
– Esa mujer será la madre de sus hijos -dijo Sadik-. No puede escogerla a la ligera.
– Exacto -corroboró Cleo con una sonrisa-. Pero si sólo va a tener hijas, puede casarse con cualquiera.
Sadik suspiró.
– No te burles de mí, mujer.
– Lo hago siempre que puedo -le confesó Cleo a Emma-. Es mi pasatiempo favorito.
Emma estuvo riéndose hasta que llegaron al comedor principal. No era el mismo en el que había estado durante su segunda noche en Bahania. Aquél le había resultado impresionante, pero era pequeño y acogedor. Éste era mucho mayor, con grandes ventanales ajimezados y elegantes tapices.
La mesa extensible podía acoger a más de doce personas. La madera relucía a la luz de los candelabros y arañas doradas. El suelo era de mármol, los cubiertos de oro y los platos parecían ser muy antiguos y pintados a mano. Y, lo más sorprendente, no había ningún gato a la vista.
A pesar de la calurosa temperatura exterior, en el interior hacía bastante fresco. Lo suficiente para que el fuego crepitara en la gran chimenea de madera tallada.
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