Pero allí estaban. Al entrar en un inmenso salón, vio a sus padres junto al rey, todos guardando un silencio obviamente incómodo.

Antes de que la vieran, aprovechó para observarlos. Su madre era pequeña y un poco encorvada, con unos espesos cabellos más grisáceos que rojizos. Su padre era mucho más alto y delgado. Ambos parecían viejos, frágiles y fuera de lugar. Emma había vivido siempre con el temor a desafiarlos y cuestionar sus reglas. Su único acto de rebelión había sido enamorarse de Reyhan y fugarse con él, y ya había pagado por eso. Ahora veía que sólo eran personas. Personas mayores, fuera de su elemento, y que estaba preocupados por ella. Habían actuado por amor, aunque erróneamente.

– ¡Emma! -exclamó su madre al verla. Sus padres corrieron hacia ella y la abrazaron efusivamente. Reyhan se apartó.

– ¿Estás bien? -le preguntó su padre-. ¿Te han hecho daño?

– ¿Qué? Estoy perfectamente. Todos me han tratado muy bien.

– No deberías haberte ido de Dallas -dijo su madre-. Sabes que no eres fuerte. Una situación como ésta te confunde.

– Yo creo que descubrir que eres una princesa confundiría a cualquiera -dijo Emma.

Intentó separarse, pero sus padres la sujetaron con fuerza y se volvieron hacia el rey.

– Hemos presentado una queja oficial al Departamento de Estado por el secuestro de nuestra hija – dijo su padre.

– No, papá. No me han secuestrado. Estoy aquí como invitada del rey para solucionar mi matrimonio con Reyhan. Estáis exagerando.

– ¿Exagerando? -repitió él, perplejo-. Desapareces de repente y nos mientes sobre tu paradero. Por lo que nosotros sabemos, te han lavado el cerebro.

Por el rabillo del ojo Emma vio que Reyhan daba un paso adelante. La indignación se reflejaba en su rostro.

– Nadie me ha lavado el cerebro -protestó ella.

– Como marido de su hija, es mi deber cuidar de ella -dijo Reyhan rígidamente-. Les aseguro que su bienestar y seguridad son mis principales preocupaciones.

– No me hables de preocupaciones -espetó su madre-. Tú eres la razón de que esté aquí. Si no te la hubieras llevado aquella vez, nada de esto habría pasado. Sólo era una niña.

– Tenía dieciocho años -le recordó Emma-. Y lo amaba.

– No sabes lo que es el amor -replicó su madre, sin dejar de mirar furiosa a Reyhan.

– La sedujiste y luego te largaste -añadió su padre-. ¿Qué clase de preocupación es ésa?

– Intenté contactar con ella en varias ocasiones – dijo Reyhan-. Fuisteis vosotros los que me impedisteis acercarme.

– Y menos mal que lo hicimos. ¿Quién sabe lo que hubiera pasado si no?

Que ella se habría ido a Bahania, pensó Emma. Que habría sido la mujer de Reyhan y habrían tenido hijos.

– Con esto no vamos a conseguir nada -le dijo a sus padres-. Me casé con Reyhan y ahora tenemos que solucionarlo. No quiero que os entrometáis. Ya os interpusisteis una vez entre nosotros. No quiero que vuelva a pasar.

– Dijiste que venías para divorciarte -dijo su madre.

– Sí, pero…

– Y no hay nada que te lo impida, ¿verdad?

– No, pero…

– Nos llevaremos a nuestra hija esta tarde -la interrumpió su madre-. Que alguien vaya haciendo su equipaje.

– No voy a marcharme -dijo Emma-. Aún no.

– ¿Por qué no? -Preguntó su padre-. No puedes estar pensando en…

– Silencio -ordenó el rey.

Su voz no era especialmente poderosa, pero algo en su tono captó la atención de todos.

– Son ustedes mis invitados de honor por todo el tiempo que deseen permanecer en Bahania -les dijo a los padres de Emma con una sonrisa-. O pueden irse cuando quieran, igual que su hija.

Aquello sorprendió a Emma. Y también Reyhan pareció desconcertarse.

– El divorcio -dijo él.

– Eso es un asunto aparte -respondió el monarca.

Emma sintió que el pánico atenazaba su corazón. De repente no quería oír lo que el rey tenía que decir. ¿Estaba dispuesto a conceder el divorcio unos días antes? Parecía lo más sensato, pero Emma no quería que lo hiciera. Las cosas estaban demasiado confusas entre Reyhan y ella. Necesitaba entender lo que había significado la otra noche y por qué él estaba tan frío aquella mañana. Y quería saber lo que significaban esas violentas palpitaciones cuando él estaba cerca. ¿Sería sólo atracción sexual o era algo más?

Tiempo. Necesitaba tiempo.

El rey la miró y fue como si pudiera leer su mente. Sus ojos parecían decirle que todo saldría bien. Que confiara en él. Ella respiró hondo e intentó relajarse.

– A pesar del interés de Reyhan por divorciarse, no estoy seguro de que sea la opción adecuada -dijo el rey.

– ¡No!-protestó su madre.

– Esto es un escándalo -dijo su padre.

Reyhan permaneció en silencio, y Emma sólo pudo sentir alivio.

– Es mi decisión que Reyhan y Emma vuelvan a conocerse el uno al otro. Algo los juntó y los impulsó a casarse. ¿Fue pasión juvenil o amor verdadero? Sólo el tiempo lo dirá. Por tanto, deben pasar dos meses en mutua compañía. Ni un día ni una noche separados. Al cabo de ese tiempo, volveremos a hablar. Si aún quieren divorciarse, contarán con mi aprobación y será como si el matrimonio nunca hubiera existido.

Capítulo 9

Emma se sintió aliviada y aterrorizada al mismo tiempo al oír la sentencia del rey. Dos meses en compañía de Reyhan. Si había más noches como la anterior, no sería un trabajo muy duro.

Miró al hombre con quien se había casado. Era como si su rostro estuviese esculpido en piedra. No podía leer su expresión ni ver nada en sus ojos oscuros. Pero una cosa estaba clara: no estaba precisamente contento.

Sin decir nada, Reyhan se dio la vuelta y salió del salón. Emma lo vio alejarse e intentó ignorar el nudo que se le había formado en el estómago.

Mientras tanto, sus padres volvieron a la carga.

– Tiene que haber algún tribunal donde podamos tratar esto -exclamó su padre.

El rey pareció más divertido que ofendido.

– Señor y señora Kennedy, por favor -abrió los brazos en un gesto de bienvenida-. Son invitados de honor en mi país. Me gustaría que se quedaran en palacio todo el tiempo que quieran. Que hagan turismo con su hija. Que conozcan a mi pueblo. Estoy seguro de que les encantará. Y en cuanto a su hija… -le sonrió a Emma-, es una joven encantadora. Deben de sentirse muy orgullosos.

Su madre soltó un bufido.

– Pues claro que estamos orgullosos. Es una chica estupenda.

Emma se sintió como una mascota incorregible que al final hubiera sido bien enseñada.

– No quiero parecer poco razonable -dijo el rey-. Tiene razón. Hay tribunales y leyes. Y todos estipulan que los matrimonies reales deben ser aprobados por el rey. Reyhan me desafió cuando se casó con su encantadora hija. Pero después de conocer a Emma puedo perdonarlo por su impulsividad. ¿Quién podría culparlo?

– Pero éste no es su mundo -insistió la madre de Emma-. Pertenece a su hogar, con nosotros.

– Es una mujer adulta -respondió el rey-. Tal vez sea el momento de que ella diga adonde pertenece. En dos meses tendrá la oportunidad de hacerlo.

Le hizo un gesto a alguien que estaba al fondo del salón. Emma vio a varios criados acercándose.

– Muéstrenles a los Kennedy sus aposentos -ordenó el rey. Asintió y se marchó.

La madre de Emma soltó otro bufido y miró a Emma.

– ¿Así de simple? ¿Acaso ha olvidado el rey que tienes unas responsabilidades que cumplir? ¿Qué pasa con tu trabajo?

Emma parpadeó sorprendida. Sinceramente, se había olvidado de todo eso.

– Tienes razón. Tendré que pedir un permiso.

– En el hospital no se quedarán muy contentos – dijo su padre-. Ni siquiera llevas un año trabajando allí.

– Tendré que explicar la situación -dijo Emma, sin saber cómo. ¿La creería alguien?-. Si me despiden, encontraré otro trabajo cuando vuelva a casa.

– Ésa es una actitud muy arrogante -la reprendió su madre-. Te educamos mejor que eso.

– Mamá, sé que estás preocupada. Y lo aprecio. Pero tengo veinticuatro años. Es hora de que me permitáis vivir mi vida. Si cometo errores, aprenderé de ellos.

Su madre se quedó boquiabierta, y también su padre. Emma se aprovechó del silencio y le sonrió a uno de los criados.

– Indíqueles el camino -le pidió, y entrelazó los brazos con los de sus padres-. Os va a encantar este sitio. Las habitaciones son increíbles. Y las vistas… son mejores de las que teníamos en Galveston.

Su madre suspiró.

– Esto no me gusta, Emma. No eres tú.

– Lo sé. Pero por lo que puedo decirte, no tengo elección. El rey tiene que dar su permiso para que un príncipe se divorcie. Así que estoy atrapada en este lugar hasta entonces.

Dos meses con Reyhan. ¿Qué depararía ese tiempo? ¿Aprendería a comprender al hombre con quien se había casado por impulso? ¿Estaría ansiosa por marcharse cuando llegara el momento? ¿O se encontraría a sí misma enamorada? Y en este último caso, ¿sentiría él lo mismo o aún querría librarse de ella para poder casarse con otra mujer?


Reyhan no volvió a sus oficinas, sino que se dirigió hacia los garajes y salió a dar una vuelta en un todoterreno. Una hora más tarde, rodeado por el desierto, salió del vehículo y elevó el rostro al cielo ardiente de la tarde.

Quería gritar de frustración, romper algo, lo que fuera. Quería viajar hacia el norte, internarse en la tierra hostil y convertirse en otra persona.

Dos meses. Era una eternidad. ¿Cómo podría sobrevivir pasando sus días y noches con ella? ¿Cómo podría estar a su lado y no tocarla?

La noche anterior había sido sublime. Un milagro. Cuando la dejó en la cama por la mañana, sólo podía pensar en lo mucho que la deseaba. Tenerla sólo había incrementado su necesidad. Y cuando ella entró en su despacho, él tuvo que aferrarse a su fuerza de voluntad para controlarse. Unos minutos más y…

– ¡Soy el príncipe Reyhan de Bahania! -Le gritó al cielo-. Soy un hombre de poder.

Y sin embargo, en presencia de una sola mujer era débil. Sería capaz de hacer lo que fuera, de ir a donde fuera, de arriesgar su vida incluso, por Emma.

Se apoyó en el costado del vehículo. Tenía que haber una solución en alguna parte. Una respuesta, un modo para sobrevivir dos meses junto a ella sin volverse loco. No podía ceder al deseo y llevársela a la cama. Si lo hacía, nunca podría dejarla marchar. Y si ella se quedaba…

Aspiró hondo y consideró la posibilidad. Hacer que se quedara era amarla. Entregarle su corazón y su alma. Y si eso ocurría, sería tan sólo la cáscara de un hombre. Una criatura sin espíritu… un parásito.

¡No! Eso nunca sucedería. Conseguiría dominar la situación. Encontraría las fuerzas para apartarse de ella. Y cuando llegara el momento, la dejaría marchar. Era el único camino. La alternativa era impensable.


Emma fue con sus padres a la suite de invitados. Era similar a la que ella había ocupado, e incluso los conservadores George y Janice Kennedy quedaron asombrados.

– Se puede ver el océano desde aquí -dijo su madre, mirando por las puertas del balcón.

– Es el Mar de Arabia -le dijo Emma-. Bahania tiene unas playas preciosas. El turismo es una importante fuente de ingresos.

Su padre abrió la maleta que uno de los criados había dejado sobre la cama.

– No puedo creer que quieran deshacer el equipaje por nosotros. Como si fuéramos inválidos o algo parecido.

– No es porque crean que sois incapaces -respondió Emma-. Es parte del servicio.

– Siempre me he ocupado de cocinar y limpiar – le recordó su madre-. Nunca he entendido a esas mujeres que pagan a otra persona para que les limpie su suciedad. No está bien -presionó los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas-. Nada de esto está bien.

Emma la tomó de la mano y la llevó a la sala de estar. Su padre las siguió. Los dos se sentaron en el sofá y ella se acomodó en la butaca, frente a la mesa baja de cristal.

– Tenemos que hablar de ello.

Su madre sacó un pañuelo con bordes de encaje de la manga.

– No hay nada que decir. Ese hombre fue un problema antes y lo es ahora.

– No te angusties, Janice -le dijo George suavemente-. Ahora estamos aquí y nos aseguraremos de que nuestra niña esté a salvo.

– Lo sé. Es sólo… Este lugar. Es tan grande y lujoso…

– El palacio es totalmente increíble -dijo Emma, intentando no dejarse afectar por las lágrimas de su madre. El rey Hassan tenía razón. Debía empezar a tomar decisiones por sí misma-. Todo esto está sucediendo ahora porque no aclaramos las cosas hace seis años.

Su padre soltó un suspiro.

– Eso ya está superado, gatita.

El apelativo familiar la hizo ponerse rígida. Siempre le había encantado que su padre la llamara así, pero ahora no estaba tan segura. Una gatita no era alguien a tener en cuenta.