– Deberíais haberme contado lo que estaba pasando – dijo tranquilamente-. Tenía derecho a saber que Reyhan había intentado verme.

Su madre se dispuso a replicar, pero Emma alzó una mano para detenerla.

– Si era lo bastante mayor para casarme, también lo era para saber la verdad.

– Pero te habrías fugado con él -chilló su madre-. Y nunca te habríamos visto.

– ¿De eso se trata? ¿De mantenerme cerca de vosotros?

Sus padres se miraron entre ellos y luego a ella.

– Sólo queríamos lo mejor para ti -dijo su padre-. Te queremos.

¿Por qué durante tanto tiempo había temido desafiarlos?, se preguntó Emma. Sólo eran personas. Desencaminadas, tal vez, pero habían hecho lo que consideraban correcto. Sus motivaciones habían sido egoístas, pero sólo porque la querían mucho.

– Emma, deberíamos haberte dicho lo del dinero -admitió su madre-. Era una fortuna. No se trata de que Reyhan fuera una mala persona; simplemente, no nos gustaba. Estabas muy triste y deprimida. Y cuando volviste a ser feliz, quisimos que lo siguieras siguiendo. Por eso no te lo contamos.

Emma no sabía qué sentir. Dolor por lo que podía haber sido. Aunque, ¿habrían tenido Reyhan y ella alguna oportunidad seis años atrás? A los dieciocho años apenas era capaz de cuidar de sí misma. ¿Cómo habría podido tratar a un marido, y quizá a un hijo?

– Ya esta hecho -dijo, deseando seguir adelante-. No podemos cambiar el pasado, y ahora tenemos que enfrentarnos a una nueva situación.

– No puedo creer que el rey quiera retenerte aquí durante dos meses -se quejó su madre-. Eso es propio de bárbaros. Emma sonrió.

– Puedes llamarlos muchas cosas, pero eso no. Además, quiero tener la oportunidad de conocer a Reyhan de nuevo.

Sus padres intercambiaron una mirada de angustia y pánico.

– ¿Te parece que es tan buena idea, gatita? -le preguntó su padre.

– No lo sé. Una vez lo amé.

– Sólo eras una cría.

– Legalmente era una mujer adulta -respondió ella, aunque en el fondo sabía que sólo había sido una cría-. Pero ésa no es la cuestión. Como el rey Hassan ha dicho, hubo algo que nos impulsó a casarnos.

– Todos sabemos cuál fue la razón de Reyhan. Ese hombre es un animal.

Emma pensó en la noche anterior. La verdad era que no le importaba nada que fuese un poco animal.

– Vosotros os habéis amado durante cincuenta años. ¿No queréis lo mismo para mí?

– No con él -dijo su padre-. ¿No puedes buscar a un buen chico en casa? Emma, sólo tienes veinticuatro años. Falta mucho tiempo para que debas casarte.

– Ya estoy casada. Voy a quedarme aquí dos meses y voy a aprovechar ese tiempo para conocer a Reyhan de nuevo.

Los ojos de su madre volvieron a llenarse de lágrimas.

– Pero ¿y si te enamoras de él?

– Ése es un riesgo que estoy dispuesta a asumir.

– Oh, Emma. Ya te rompió el corazón una vez. ¿Qué le impedirá volver a hacerlo?

Buena pregunta.

– Tengo que arriesgarme. Lo siento. Sé que queréis protegerme, pero esta vez no podéis. Tengo que hacerlo sola. Así que voy a pediros que confiéis en mí.

Sus padres la miraron y ella sintió sus recelos y sus miedos. Pero entonces se miraron el uno al otro y asintieron.

– De acuerdo, gatita -dijo su padre-. Si es lo que realmente quieres, apoyaremos tu decisión.

– Cuando él te destruya, estaremos aquí para recoger los pedazos -añadió su madre-. Te llevaremos a casa y podrás quedarte en tu habitación.

Qué motivación para que las cosas funcionaran con Reyhan, pensó Emma irónicamente. Pero no iba a permitir que sus padres la desanimaran. El rey le había garantizado un tiempo para intentarlo, y ella tenía intención de aprovecharlo.

Emma pasó la tarde con sus padres. Los llevó a dar una vuelta por el palacio, los jardines y la capilla. Lo que más pareció gustarles fueron las docenas de gatos. Una hora antes de la cena, volvió a la habitación que ahora compartía con Reyhan y llamó a su jefe en Dallas. Quince minutos después había conseguido un permiso indefinido y los mejores deseos de su jefe para que todo saliera bien.

Ojalá así fuera, pensó mientras colgaba el teléfono.

Se recostó en el sofá y pensó en qué hacer a continuación. Iba a cenar con sus padres. Al día siguiente había otra cena formal con el rey y varios ministros, y una fiesta estaba prevista para el fin de semana.

– Un aluvión de eventos sociales -se murmuró a sí misma, intentando no ponerse nerviosa mientras miraba el reloj y aguardaba el regreso de Reyhan. Por mucho que quisiera evitar el tema, tenían que hablarlo, y cuanto antes mejor.

Treinta minutos después había desistido en su intentó de leer un libro. Sesenta minutos después estaba recorriendo la habitación como un atleta preparándose para una final olímpica. Cuando finalmente se abrió la puerta de la suite, Emma casi se tropezó por el shock.

La euforia, la emoción y los nervios se arremolinaron en su estómago mientras examinaba el rostro de Reyhan, intentando leer sus pensamientos, sin éxito.

– Buenas tardes -la saludó él al verla-. ¿Tus padres están instalados?

No eran precisamente las palabras de un hombre dominado por la pasión y el deseo, pensó Emma tristemente, intentando sofocar sus propias reacciones viscerales.

– Sí, les encantan sus aposentos -respondió, exagerando la verdad-. ¿Qué tal estás tú?

– Muy bien.

Pasó a su lado y entró en el dormitorio. Ella lo siguió, deseando que le dijera algo más.

– Esta noche voy a cenar con mis padres. Serás bien recibido, pero no tienes por qué venir. Sé que te hacen sentirte incómodo.

– Yo creo que sería más bien al contrario -respondió él, quitándose la chaqueta.

– ¿Te importaría acompañarnos? Recuerda lo que dijo tu padre.

– La intención de mi padre era evitar que me fuera en viaje de negocios. No estamos obligados a pasar juntos cada segundo del día.

Lástima, pensó ella, entrelazando las manos.

– No sabía qué hacer al respecto. ¿Debo quedarme en esta habitación? ¿O quieres que me vaya a otra parte?

Reyhan se aflojó la corbata y se la quitó del cuello de la camisa.

– No. Quédate aquí. Yo dormiré en el otro dormitorio.

Una alegría inmensa estalló en el interior de Emma.

– ¿Hay otro dormitorio? -preguntó.

– Tengo un pequeño despacho al otro lado de la suite. Haré que traigan una cama. Tendremos que compartir el salón y el cuarto de baño, pero me esforzaré por no entrometerme en tu camino.

– Pero yo… Nosotros… -tragó saliva y avanzó un paso hacia él-. Reyhan, ¿qué está pasando? ¿Por qué te comportas así?

El se sacó los faldones de la camisa de los pantalones. Emma le miró el cinturón y tuvo la repentina fantasía de que iba a desnudarse delante de ella.

– Sólo serán dos meses -dijo él-. Seguro que puedes soportar mi compañía ese tiempo.

– El problema no es soportar tu compañía. Anoche… – carraspeó -. Reyhan, anoche hicimos el amor.

Él se giró y fue hacia las puertas del balcón.

– No volverá a pasar.

Sus duras palabras se le clavaron a Emma en el corazón.

– ¿Porque no me deseas?

¿No había sido buena en la cama? ¿No lo había complacido? La noche anterior había estado segura, pero ahora…

Se le hizo un nudo en la garganta y otro en el pecho. Sentía las piernas muy pesadas, como si pertenecieran a otra persona.

– Dos meses, Emma -dijo él, asintiendo brevemente-. Eso es todo. Después de ese tiempo, podrás volver a Texas, adonde perteneces.

Y él se quedaría allí, se casaría con otra mujer y tendría hijos.

– Pero yo creí que…

Él se volvió hacia ella y le clavó la mirada. Emma nunca había visto tanta frialdad en los ojos de un hombre. Ni tanto rechazo.

– Creíste mal.


– Debería haber una ley que permitiera a las esposas de los príncipes encerrar a sus maridos una vez al mes -dijo la princesa Sabrina, sonriendo.

– ¿Y también para zurrarlos? -preguntó Cleo, tomando una tajada de melón.

– Sólo cuando me ponga realmente furiosa. Una vez cada tres meses, más o menos.

– A mí me parece estupendo -dijo la princesa Zara-. No es que quiera hacerle daño a Rafe, pero amenazarlo de vez en cuando me haría muy feliz.

Las tres mujeres se echaron a reír. Emma sonrió, sabiendo que las tres estaban locamente enamoradas de sus maridos. Lo había sabido nada más conocerlas.

Cleo la había invitado aquella mañana a almorzar con ellas.

– Sin tus padres -había insistido-. Son maravillosos, pero necesitas un descanso.

Sabrina y Zara, las hijas del rey aunque de madres distintas, habían recibido a Emma con los brazos abiertos.

– Así que tú eres la misteriosa mujer con la que Reyhan se casó -dijo Sabrina mientras pasaba un plato con sándwiches. Estaba embarazada de siete u ocho meses, y la tonalidad rojiza de su piel realzaba la belleza de sus ojos oscuros y cabellos castaños.

Zara, de una belleza más suave, también estaba embarazada, pero no de tanto tiempo.

– No me considero a mí misma misteriosa -dijo Emma, lo cual era cierto. Comparada con la vida de una princesa, la suya era bastante aburrida.

– Reyhan nunca dijo una palabra -dijo Sabrina-. No es que mis hermanos sean muy dicharacheros, pero una esposa… Eso sí que es un secreto -inclinó la cabeza y sonrió-. Y de repente apareces de la nada. Supongo que estás alucinada.

– Bastante.

– Yo también lo estaría -dijo Zara-. Sabrina creció entre todo esto, así que está acostumbrada, pero para las demás ha sido un desafío. Cleo se echó a reír.

– Es cierto. Zara se resistió a ser una princesa durante muchísimo tiempo.

– Igual que tú -le recordó Zara.

– Pero por otras razones. Tú eras princesa de nacimiento. Sadik quiso que yo lo fuera mediante el matrimonio.

Emma estaba confundida.

– ¿No querías casarte con él? Pareces estar muy enamorada.

– Es una historia muy complicada -respondió Cleo-. La dejaremos para otro momento -se inclinó sobre el respaldo del sofá de su suite y observó a Calah-. Es la mejor niña del universo. Nunca llora y duerme como los ángeles, y estoy segura de que su coeficiente de inteligencia es de doscientos, por lo menos.

Sabrina y Zara pusieron una mueca de resignación. Emma se echó a reír.

– Es muy lista -dijo Cleo, ofendida-. Esperad a que nazcan vuestros bebés y entonces me entenderéis.

– Desde luego, Cleo -dijo Sabrina-. Seguro que nos volveremos tan tontas como tú.

– Búrlate de mí lo que quieras, pero ya verás.

– Ten cuidado -le advirtió Sabrina a Emma-. Hay algo en este palacio. Toda la mujer que entra se queda embarazada.

Las tres mujeres se echaron a reír. Emma intentó unirse a ellas, pero no lo consiguió. Era difícil bromear cuando acababa de recordar que Reyhan y ella no habían usado protección al hacer el amor.

Aspiró hondo e intentó calmarse. Sólo lo habían hecho una vez. Un rápido cálculo mental le dijo que la fecha había sido relativamente segura. No era probable que estuviera embarazada.

Y viendo cómo él la estaba evitando, tampoco era probable que tuviera una segunda oportunidad para estarlo.

Debería alegrarse por no tener que enfrentarse a un embarazo inesperado. Lo malo era que podía imaginarse muy fácilmente con el bebé de Reyhan. Abrazándolo y henchida de amor. Sería algo maravilloso.

Sabía que Reyhan quería hijos, pero no con ella. Pero ¿por qué? Años atrás había estado más que dispuesto a casarse con ella. ¿Por qué ahora no? Emma no creía que hubiera otra mujer en su vida. El mismo había dicho que aceptaría un matrimonio de compromiso. ¿Entonces…?

– La Tierra llamando a Emma -dijo Zara-. ¿Sigues con nosotras?

Emma parpadeó y vio a las tres mujeres mirándola.

– Lo siento. Estaba perdida en mis pensamientos.

– Apuesto a que sé quién protagonizaba esas fantasías -dijo Sabrina en tono burlón-. Sería muy romántico si no fuese mi hermano. Emma sintió que se ponía colorada.

– No, en serio. No pensaba en nada en particular. Nunca se le había dado bien mentir, así que no se sorprendió de que ninguna la creyera.

– Tal vez haya algo más que no sabemos -dijo Cleo-. Podría ser interesante.

– Nos encantaría que formaras parte de nuestra hermandad de princesas -le dijo Zara-. Piénsalo.

– Gracias.

Apreciaba esa invitación más de lo que podía decir. Siempre había querido tener una hermana. Pero quedarse o no en el palacio no dependía sólo de ella. Reyhan tenía la última palabra, y parecía demasiado ansioso por echarla de su vida.

Capítulo 10

Dos días más tarde, Emma acompañó a sus padres a las caballerizas. El rey le había sugerido a Reyhan que los llevara al desierto para enseñarles la belleza natural de Bahania. Emma estaba segura de que su marido había accedido sólo porque no tenía elección. Desde aquella única noche que compartieron había dejado claro que estar en su compañía le resultaba tan agradable como una operación a corazón abierto.