El fuego que acechaba bajo la superficie estalló y empezó a consumirlo. El deseo creció hasta no dejarle otra opción que rendirse. La tomó de la mano y la llevó hacia un pequeño hueco escondido tras los pilares ornamentados.
– La música no ha acabado -dijo ella-. ¿No podemos acabar el baile?
En vez de responderle, Reyhan la atrajo hacia él y la besó.
Ella se fundió con sus brazos, separando los labios al instante y aferrándose a él. Recibió su lengua con la suya y gimió suavemente, mientras le deslizaba las manos bajo la chaqueta y le acariciaba la espalda.
– Esto es mejor que el baile -susurró cuando él la apartó para besarla en la mandíbula y el cuello-. Renunciaré a bailar para besarte en cualquier momento.
Él le mordisqueó la piel bajo la oreja, haciéndola gemir, y ella le agarró las manos y se las puso sobre sus propios pechos.
Mientras él moldeaba las generosas curvas, la miró a los ojos y vio en ellos la pasión.
– Hazme el amor-suplicó ella. Reyhan sabía cómo sería. Sabía que Emma estaba preparada, excitada, húmeda… Sabía que podía tomarla y hacerla suya. Y sabía el precio que pagaría si lo hacía.
Sin decir palabra, dejó caer las manos a sus costados, se dio la vuelta y se alejó. El grito ahogado de Emma lo hizo detenerse, pero sólo por un segundo. Enseguida reanudó sus pasos y salió del salón de baile sin mirar atrás.
Capítulo 11
Emma no sabría decir si el dolor era por la resaca del champán o por la humillación. No sólo era que Reyhan la hubiera dejado sola en la fiesta, sino que lo había hecho después de besarla, tocarla y hacerle creer que la deseaba.
Se sentó a la mesa del comedor e intentó que el desayuno le despertara el apetito, pero no fue así. Había dado un paseo por la terraza que rodeaba el palacio y tampoco eso había ayudado. Tal vez debería darse una ducha a ver si así conseguía borrar la sensación de haber sido una completa estúpida.
Se levantó y se estiró. La buena noticia era que sus padres iban a irse aquella tarde en el crucero. No habían visto su humillación, no tendría que explicarles nada.
Se dirigió hacia el cuarto de baño. ¿Qué había salido mal? Había sido Reyhan quien la llevó a un rincón apartado para besarla y quien había empezado a tocarla… Salvo cuando ella se puso sus manos en los pechos. ¿Le habría parecido demasiado agresiva? ¿Necesitaba Reyhan llevar la iniciativa?
Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se percató del vapor y el calor que emanaban del cuarto de baño. Sólo cuando vio a Reyhan saliendo de la ducha se dio cuenta de que no estaba sola.
En menos de dos segundos, pasó del dolor y la resaca al deseo. Quería tocarlo por todo el cuerpo y que él la tocara. Vio su erección creciente, como si él estuviera excitándose tanto como ella.
– ¿Qué haces aquí? -Le preguntó ella, lamiéndose los labios-. Normalmente te vas mucho antes de que yo me levante.
– Me fui a montar al amanecer y he vuelto para darme una ducha.
Estaba totalmente erecto. Obviamente la deseaba. Entonces, ¿por qué no hacía nada?
Reyhan alargó un brazo. Por un breve instante Emma pensó que iba a tirar de ella hacia él, pero entonces agarró una toalla y le dio la espalda.
– Habré acabado en unos minutos.
Era una invitación muy educada para marcharse.
Emma agachó la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas y corrió a su dormitorio. Cerró con un portazo y se apoyó contra la puerta.
Diez días antes había visto la insistencia del rey en que se quedara como un golpe de buena suerte. Ahora era una tortura. Una sentencia que la condenaba a estar encerrada con un hombre que no quería saber nada de ella.
Reyhan leyó su e-mail sin entender nada de lo que decía. En vez de palabras veía los ojos inundados de lágrimas de Emma. Dos horas y tres reuniones después, aún no había podido borrar el recuerdo de su rostro afligido.
Él le había provocado ese dolor. Y no importaba cuánto quisiera negarlo o escapar de la verdad. Ésta permanecía. Nunca había pretendido hacerle daño a Emma, y la necesidad de compensarlo era demasiado fuerte.
Pensó en volver a sus aposentos y ofrecerle lo que ambos querían. Eso aliviaría su tensión y con suerte le daría placer a Emma. Pero no podía arriesgarse, ni podía hacer promesas que no tenía intención de cumplir.
Decidido a perderse en el trabajo, devolvió la atención al e-mail. Una hora más tarde, su ayudante lo llamó para anunciarle que Will estaba al teléfono.
– Ha habido un cambio en la situación -le dijo su jefe de seguridad.
– ¿Qué? -espetó Reyhan.
– He detenido a Fadl, el hijo menor de Bihjan – respondió Will.
– ¿Qué ha pasado?
– Lo sorprendieron robando un equipo de perforación. Había otros dos hombres con él.
– ¿Ha dicho por qué quería el material? -preguntó Reyhan frunciendo el ceño.
– No ha dicho nada. Tengo unas cuantas teorías. Podría venderlo en el mercado negro y sacar una buena tajada.
– Eso sería mucho trabajo para él y sus colegas.
– Estoy de acuerdo. También podría sabotear el material y luego devolverlo. Cuando las piezas fueran puestas en funcionamiento, se produciría un desastre.
Reyhan sacudió la cabeza. ¿Era posible que los chicos hubieran decidido pasar a la acción?
– Vamos a inspeccionar todo lo que se haya utilizado en los últimos meses.
– Ya me he encargado de eso -dijo Will-. También estoy buscando a todos sus amigos, pero están tan desperdigados que puedo tardar un tiempo.
– Sigue en ello. Estaré ahí en un par de horas.
– Bien. Tal vez Fadl te hable a ti. Yo no he conseguido sacarle nada.
– Veré lo que puedo hacer. Como príncipe, puedo amenazar a su familia de un modo que a ti jamás te creería.
Colgó y pensó en sus opciones. Había querido mantener el trato con los ladrones hasta cierto punto, pero ahora las reglas habían cambiado. Si Fadl estaba robando, o peor, saboteando, había que detenerlo a él y a sus amigos. Ser jóvenes e hijos de jefes no los protegería más.
Llamó a su ayudante e hizo los cambios pertinentes en su agenda. Una vez que el helicóptero y los pilotos estuvieron preparados, fue a las oficinas de su padre.
– Reyhan -lo saludó el rey-. ¿Qué te trae por aquí esta hermosa mañana?
– Will ha detenido a Fadl, el hijo de Bihjan. Le resumió lo que le había contado Will, lo cual no gustó nada al rey.
– Si hay que inspeccionar todo el material, la producción se detendrá durante unos días.
– Pero volvería a reanudarse al final de la semana – dijo Reyhan, que ya había hecho los cálculos-. Cabe la posibilidad de que ésta fuera la intención de Fadl. Infundir temor para que detuviéramos la producción. En cualquier, caso, no me arriesgaré. Todas las piezas y los pozos serán examinados.
– ¿Y las consecuencias internacionales?
– Mínimas. Haremos una declaración diciendo que es una inspección rutinaria y que la producción del mes próximo se incrementará para compensar las pérdidas.
– Bien pensado -dijo el rey-. ¿Cuándo te marchas?
– En cuanto hayamos acabado aquí.
– Estoy seguro de que a Emma le encantará el viaje.
– No hablarás en serio, ¿verdad? -Dijo Reyhan-. No puedo llevarla conmigo.
– Por supuesto que puedes. Ya tienes bajo custodia al líder de los rebeldes, y pronto tendrás al resto. Emma no correrá ningún peligro. Si de verdad te preocupa llevarla, haz que se vista con ropas nativas. Seguro que estará muy atractiva con ellas.
Reyhan miró el gato que dormía en el sofá y pensó el arrojárselo a su padre a la cara. Pero reconocía la mirada testaruda de su padre y sabía que no tenía elección. Llevarse a Emma… Era una petición absurda, y se negó a admitir que en el fondo le gustaba.
Dejó a su padre y se dirigió hacia sus aposentos. Al menos las actividades de Fadl no habían llegado a la violencia. No tendría que preocuparse de que Emma se viera atrapada en medio de un tiroteo.
Hizo acopio de fuerza y determinación para no reaccionar al verla. Emma estaba sentada en el sofá, leyendo, y levantó la mirada cuando él entró.
– Tengo que irme al desierto -dijo-. Estaré fuera un día o dos. El rey ha sugerido que me acompañes.
Emma lo miró con ojos muy abiertos. Parecía dolida, como si su alma hubiera sufrido demasiadas heridas mortales.
Reyhan se avergonzó. Era culpa suya, por rechazarla una y otra vez. Agarró el teléfono y marcó un número. Mientras esperaba a que respondieran, se preguntó si habría algún modo de explicárselo todo a Emma, de hacerle ver que no era por ella, sino por él mismo. Aunque dudaba de que nada pudiese consolarla.
Tras hacer su petición por teléfono, colgó y se fijó en ella. Emma no se había movido.
– ¿Son para mí? -le preguntó, refiriéndose a la ropa tradicional que él había encargado.
– Sí. Las necesitarás mientras estemos en el campamento. No creo que haya ningún problema, pero te ayudarán a pasar desapercibida por si acaso.
– No quieres que vaya contigo.
– Lo que yo quiero no importa.
– A mí sí me importa.
– Son negocios -dijo él, apoyando las manos en el respaldo de un sillón-. Ha habido un arresto y no estoy seguro de que todo vaya a salir bien. Preferiría que no fueras.
– Entonces, ¿sólo quieres que me quede para mantenerme a salvo?
Él asintió.
– No te creo -dijo ella-. Hay algo más -se levantó y lo encaró-. Quiero hablar con el rey y decirle que mi presencia te resulta intolerable. No hay razón para quedarme y torturarnos a los dos. No creo que sea ése su propósito. Cuando vea que no hay esperanza para una reconciliación, accederá al divorcio y podrás librarte de mí.
Hablaba con una firmeza y seguridad que sorprendieron a Reyhan. La niña asustada que fue en su día había desaparecido, y su lugar lo había ocupado una mujer autosuficiente que, erguida ante él, le ofrecía su libertad. Y todo lo que él quería era estrecharla entre sus brazos y reclamarla como suya para siempre.
– Cuando volvamos, hablaremos los dos con el rey -dijo.
La luz se apagó en los ojos de Emma, como si la última llama de su espíritu se hubiera extinguido. Reyhan quería acercarse y tocarla, decirle que las razones no eran las que ella pensaba… Pero permaneció donde estaba y clavó los dedos en el sillón.
– Supongo que debería hacer el equipaje -dijo ella con voz inexpresiva-. ¿Qué me pongo bajo esa ropa?
– Lo que te resulte más cómodo. Los días son calurosos, pero las noches son frías. Unos vaqueros te darán libertad de movimiento.
Emma asintió y se marchó a su dormitorio. Él fue al suyo a recoger unas cuantas cosas. Cuando volvió al salón, ya habían traído la ropa tradicional, que estaba sobre el sofá.
Emma no reconocía a la mujer del espejo, pero no sabía si era por toda la tela que la cubría de la cabeza a los pies, o por la puñalada mortal que la desgarraba por dentro.
Reyhan quería que se fuera. Ella había confiado en hacerlo reaccionar con la amenaza de hablar con el rey, pero él había estado de acuerdo. Iba a conseguir lo que quería y ella iba a pasarse el resto de su vida enamorada de un hombre que no la amaba.
Emma no sabía cuándo se había enamorado de él. Quizá lo había estado durante seis años, sin saberlo. ¿Acaso importaba? Lo único importante era que había perdido a Reyhan por segunda vez.
Él la llevó al helicóptero y le hizo abrocharse el cinturón y ponerse los auriculares. Cuando los motores empezaron a moverse, Emma sintió que los nervios aliviaban parte del dolor en su corazón.
– Vamos a adentrarnos cientos de kilómetros en el desierto -dijo él por el micrófono-. Hasta el borde occidental de los yacimientos petrolíferos.
El helicóptero empezó a elevarse y Emma se aferró a los brazos del asiento. La sensación era muy distinta a la de un avión, pero no era desagradable. Pronto dejaron atrás la ciudad y ante ellos se abrió la inmensidad vacía del desierto.
– Un joven ha sido arrestado hoy -le explicó Reyhan-. Estaba robando piezas de repuesto para las torres de perforación. No estamos seguros de si planeaba venderlas en el mercado negro o sabotearlas para luego devolverlas.
– Supongo que unas piezas defectuosas provocarían un desastre económico y ecológico.
– Exactamente. Sus amigos están siendo acorralados y también serán detenidos. Tenemos a su jefe, Fadl, pero no quiere decirnos nada. Voy a hablar con él a ver si puedo convencerlo para que colabore.
– ¿Irá a prisión? -preguntó ella, recordando lo que Reyhan le había contado sobre la necesidad de los nómadas por ser libres.
– Probablemente. Dependerá de la gravedad de su crimen. En este caso, sería un alivio para todos que sólo estuviera robando.
Emma se volvió hacia la ventanilla y contempló en silencio el paisaje.
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