Era un sitio de ensueño… un lugar donde ella podría vivir para siempre.
Volvió a la cocina y preparó la comida. Reyhan también regresó, diciendo que pronto tendrían agua caliente y que además había encendido el generador.
– Enseguida tendremos electricidad. Tendremos que usarla con moderación hasta que los paneles solares empiecen a funcionar. El agua caliente tardará una hora, más o menos.
– No hay nada como un día en el desierto para saber apreciar los pequeños detalles -dijo ella con una sonrisa, como si fuera de aquel palacio no existiera nada más.
Al sentarse frente a él intentó no fijarse en sus rasgos. No había necesidad de memorizar su rostro. El tiempo que habían pasado juntos la había cambiado para siempre, y jamás olvidaría el aspecto de Reyhan. Incluso ahora, sin camisa, sin afeitar y menos de veinticuatro horas después de haber recibido un disparo, Reyhan seguía pareciendo poderosamente regio y varonil.
– ¿De quién es este palacio? -le preguntó, intentando buscar un tema de conversación.
– Mío. Perteneció a mi tía, que me lo dejó al morir.
– Aquí es donde viniste después de que nos casáramos -dijo ella, encajando las piezas del pasado.
– Necesitaba estar aquí para su funeral, y luego tuve que arreglar sus asuntos -perdió la mirada en el vacío, como si pensara en un tiempo muy lejano-. Mi tía y yo estábamos muy unidos. Mis padres se querían el uno al otro más que a sus hijos. A mi hermano Jefri no pareció importarle, pero a mí sí -se encogió le hombros-. Cuando las cosas se ponían difíciles, mi tía estaba aquí para mí.
Palabras simples, pensó Emma, pero que arrastraban un profundo dolor. Podía imaginarse a un príncipe joven y solitario, creciendo con todos los privilegios imaginables, pero sin afecto. La mujer que había llenado el hueco de sus padres siempre tendría un lugar especial en su corazón. No era extraño que su pérdida lo hubiese afectado tanto.
– Lo siento -dijo con voz amable-. Ojalá hubiera sabido por lo que estabas pasando.
– No habría supuesto ninguna diferencia -dijo él, tomando un sorbo de café-. Nunca te habría permitido consolarme.
– ¿Por qué no?
Él esbozó una media sonrisa.
– Soy el príncipe Reyhan de Bahania. No necesito el consuelo de nadie.
– Entiendo -dijo ella, inclinándose hacia él-. ¿Y quién se supone que puede aceptar eso?
– Tú lo aceptabas.
– Tienes razón. Es algo que una cría se puede creer. Pero yo ya no soy esa niña inocente.
Él la miró a los ojos.
– Ayer fuiste muy valiente.
– En el fondo, no. Al principio estaba furiosa por haberme dejado atrapar. Sabía que intentarían conseguir un rescate por mí. No lo consiguieron, ¿verdad?
– No. Pudimos cancelar la transferencia a tiempo. Mi jefe de seguridad tenía un plan para recuperar el dinero incluso si la transferencia se hubiese realizado. Pero, si hubiera sido necesario, habría pagado lo que fuera.
– ¿En serio? -preguntó ella. No se sentía sorprendida, pero sí muy complacida.
– Eres mi mujer, Emma. No podía permitir que te hicieran daño.
Ella no se sentía como su mujer. No se sentía como otra cosa que exceso de equipaje.
– Gracias por salvarme la vida -dijo él.
– Gracias por salvarme tú la mía.
– Estamos en paz, lo cual es mejor que no estar en deuda -sonrió. Tu visita a Bahania no debería haber supuesto ningún peligro. Después de esta experiencia debes de estar ansiosa por volver a Dallas. Mucho menos de lo que él se creía, pensó ella.
– Hay cosas de aquí que echaré de menos -respondió. Sobre todo a él, añadió en silencio. La sonrisa de Reyhan se borró de su rostro.
– Siento haberte hecho daño cuando estábamos en el palacio.
Cuando la rechazó, recordó ella. Cuando le dio la espalda y no quiso hacer el amor.
– Sí, bueno, no tiene importancia.
– No te creo -dijo él-. Sí tuvo importancia. Para los dos. Hay cosas que no entiendes.
– Entonces explícamelas.
Reyhan se volvió a mirar por la ventana.
– Hay una leyenda según la cual el manantial que fluye bajo esta casa es el resultado de una agonía. Un joven se perdió en el desierto y estuvo vagando durante días. Casi se había quedado sin agua cuando encontró una planta que florecía en solitario. Impresionado por la belleza de la flor, vertió sus últimas gotas de agua en las hojas para darle una vida más larga. En agradecimiento, la flor se convirtió en una hermosa mujer. Hicieron apasionadamente el amor, pero por la mañana el joven murió de sed. La mujer lloró desconsoladamente, y de sus lágrimas nació un río -se volvió hacia Emma-. Este jardín es un homenaje a los dos. Algunas de sus plantas se remontan a cien años atrás.
– Es una historia muy triste.
– Es una lección. Tenemos que prestar atención a lo que importa. La mujer poseía poderes mágicos. Podría haber ayudado primero al joven. Pero en vez de eso tomó lo que quería y como resultado lo perdió.
Emma negó con la cabeza.
– Yo creo que la lección es que debemos aprovechar, cualquier amor que encontremos todo el tiempo que lo tengamos.
– Quizá tengas razón -dijo él, poniéndose en pie-. El agua caliente debe de estar lista ya. Dúchate tú primero.
Por muy tentadora que le pareciese una ducha, Emma tenía otras ideas. Tal vez fuera una estupidez arriesgar su corazón, pero quería tener otra oportunidad con él.
– No tienes que dejar que me vaya, Reyhan.
El se puso visiblemente rígido y no se giró para mirarla.
– Sí, tengo que hacerlo.
– ¿Por qué? ¿Quién es esa otra mujer con la que piensas casarte? ¿Qué te dará ella que yo no pueda darte?
– Tranquilidad de espíritu.
Capítulo 14
Después de ducharse, Emma decidió explorar el resto del palacio. Reyhan estaba en la biblioteca, y después del críptico final de la conversación, ella no estaba segura de qué quedaba por decir entre ellos.
Tenía miles de preguntas, pero eso no era nada nuevo. Las había tenido desde el principio. ¿Por qué se había casado con ella y por qué había seguido casado? Preguntarle por qué tenía que casarse con otra mujer para conseguir paz de espíritu no era la primera de sus prioridades.
Subió a la segunda planta y exploró las asombrosas habitaciones. Había una enorme sala que debía de ser un salón de baile, una especie de sala de estar y cuatro dormitorios que rivalizaban en lujo y elegancia con el palacio rosa de la capital.
Aun no teniendo ningún conocimiento sobre antigüedades, Emma reconocía la belleza de los muebles tallados y los ribetes dorados de las sillas. Había aparadores, armarios y camas de columnas con escalones y altos colchones. Las paredes estaban cubiertas de bellísimos murales. En un dormitorio encontró un carruaje y seis caballos, todo hecho de cristal. En otra, una colección de soldados de madera.
En la tercera planta había habitaciones más espartanas, salvo la habitación redonda que ocupaba una torre. Los cristales tintados de las ventanas proyectaban un arco iris en el suelo de mármol. La habitación estaba completamente vacía, salvo por un escritorio con una funda en el medio.
Emma se acercó con curiosidad y abrió el estuche. Cuando vio el contenido, se quedó sin respiración.
Eran fotos. Docenas de fotos. Todas de una mujer joven. En algunas estaba riendo, en otras estaba seria. A veces miraba a la cámara, otras escondía el rostro. Una había sido tomada mientras dormía.
Emma sintió que el corazón se le encogía cuando se reconoció a sí misma en las fotos, mucho más joven. Reyhan se las había sacado mientras estaban saliendo y después de haberse casado.
Bajo las fotos había algunos recuerdos de sus citas, todas las notas que ella había escrito… y varios informes de una agencia de detectives. Reyhan la había contratado para seguirle la pista durante los primeros meses que estuvieron separados. Obviamente había querido saber que ella estaba bien. Unas cuantas fotos habían sido incluidas en los informes, y estaban tan desgastadas como las páginas del dossier.
– No lo entiendo -susurró. ¿Por qué había hecho eso Reyhan? ¿Por qué lo había conservado todo?
Si hubiera sido cualquier otro hombre, Emma habría pensado, y esperado, que se preocupaba de ella. Pero no. Era el príncipe Reyhan de Bahania, y no se permitía sentir preocupación ni afecto por nadie.
¿O quizá sí? Emma se sentó en el suelo y examinó detenidamente los informes. Reyhan era orgulloso. No entregaba su corazón fácilmente. ¿Acaso había sentido algo por ella y ella no había entendido la profundidad de sus sentimientos? Reyhan no era la clase de hombre que se casara por capricho. La había elegido a ella… sólo a ella. Y si ahora quería el divorcio no era porque amase a otra mujer, sino porque así podría casarse por conveniencia y tener herederos. No quería volver a enamorarse… ¿quizá porque aún seguía enamorado de ella o porque la primera vez las cosas habían acabado muy mal?
Pensó en todo lo que había pasado tiempo atrás. En cómo se había escondido de él, como una niña temerosa de ser castigada. En cómo había dejado que sus padres la convencieran de que él no la quería.
Ahora decía ser una mujer muy distinta a aquella joven asustada, pero ¿estaba dispuesta a luchar por lo que quería? Si amaba a Reyhan necesitaba decírselo. Si quería una oportunidad para que su matrimonio funcionara, tendría que luchar por él.
Dejó el informe y se puso en pie. No iba a esperar ni un segundo más. Los dos se pertenecían mutuamente y ella iba a hacer que Reyhan lo viera. No importaba cuánto tiempo le llevase.
Corrió escaleras abajo. Al llegar a la planta baja, lo llamó a gritos y lo buscó por todas partes. Al irrumpir en el dormitorio que habían usado, lo vio salir del cuarto de baño.
Sólo llevaba una toalla envuelta a la cintura y el vendaje. A Emma se le hizo un nudo en la garganta al recordar la última vez que habían estado así, cuando él la rechazó. Decidida a no dejarse vencer por el miedo al rechazo y al orgullo de Reyhan, se irguió y lo encaró.
– Tenemos que hablar -le dijo.
Los ojos de Reyhan ardieron con un fuego que ella reconoció, haciéndola estremecerse.
– No.
La respuesta no la asustó. Reyhan no iba a salirse con la suya… ya no. Aquello era demasiado importante como para dejar que su orgullo ganase. Si de verdad no la amaba, Emma tendría que pasar por el momento más humillante de su vida, pero tenía que arriesgarse si quería conseguirlo todo.
– Sé que me deseas -dijo, atravesando la habitación para detenerse frente a él.
– El deseo no significa nada -replicó él, dándole la espalda-. Es sólo una reacción.
– ¿Una reacción a todas las mujeres o sólo a mí? – se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros desnudos-. ¿Qué ocurre cuando te toco, Reyhan? Sé lo que me ocurre a mí. Mi interior se derrite y todo mi cuerpo se estremece por un deseo que apenas puedo controlar -le acarició la columna-. Mi respiración se acelera y las llamas prenden por todas partes.
Reyhan tenía la piel suave y los músculos inflexibles, pero cuando los dedos de Emma llegaron al borde de la toalla, se estremeció.
– Eres tan hermoso y fuerte… -murmuró ella, y le dio un beso en la espalda-. ¿Soy sólo yo? Dímelo.
Él se giró con un rugido que podría haber sido de furia o de pasión, o quizá de ambas cosas. La agarró y tiró de ella hacia él, sin preocuparse por su herida de bala.
Emma también estaba más que dispuesta a ignorar la herida, y recibió el beso de Reyhan con una pasión voraz. No hubo besos preliminares ni dudas. Él tomó posesión de su boca y presionó los labios contra los suyos con tanta fuerza que la hizo arquearse contra él.
Más, pensó ella frenéticamente mientras se aferraba a él y le devolvía el beso. Lo quería todo.
La lengua de Reyhan le envolvió la suya mientras él intentaba quitarle la ropa. Emma sólo llevaba una camiseta y unos vaqueros, pero suponían demasiado obstáculo cuando todo lo que tenía que hacer era tirar de la toalla para desnudarlo.
Y entonces él estuvo desnudo y ella no se preocupó más por su propia ropa. No cuando podía deslizar la mano entre ellos y tocar su erección.
Cuando sus dedos se cerraron en torno al miembro, él gimió y maldijo en voz baja.
– ¡Quítate esta maldita ropa! -exigió.
Ella lo miró a los ojos y se rió suavemente.
– ¿Tan impaciente estás?
– Me moriré si no te tengo ahora mismo.
– Bien. Porque así es exactamente como me siento yo.
Se quitó la camiseta y las sandalias mientras él le desabrochaba los vaqueros. Lo siguiente fue el sujetador, y por último las braguitas.
Al segundo siguiente Emma estaba en la cama y Reyhan encima de ella.
– Te deseo -murmuró él con voz jadeante-. Emma, te necesito.
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