Durante mucho tiempo la verdad la había destrozado. Se había odiado por su propia debilidad ante Reyhan, y porque aún siguiera deseándolo, a pesar de haberla usado y abandonado. El tiempo fue lo único que la ayudó a sanar sus heridas.

– ¿El qué no fue de verdad? -preguntó él frunciendo el ceño.

– Nuestro matrimonio. Sólo lo hiciste para llevarme a la cama… Y para conseguir un permiso de residencia. Nada más decirlo, se dio cuenta de que había cometido un error. Reyhan pareció hacerse más alto e imponente a medida que su temperamento se avivaba. Su furia era tan tangible como el sofá en el que ella estaba sentada, y su expresión se tornó en una mueca de desprecio y desaprobación.

– ¿Un permiso de residencia? ¿Por qué habría yo de necesitarlo? Soy el príncipe Reyhan, heredero al trono de Bahania. No tengo que buscar asilo en ninguna parte. Éste es mi país.

– De acuerdo -aceptó ella, carraspeando. En su tiempo le había parecido una posibilidad lógica-. No te casaste conmigo por eso.

– Por supuesto que no. Fui a tu país para continuar mis estudios, y te honré dándote mi apellido y mi protección. Y en cuanto a llevarte a la cama, no valía la pena tanto esfuerzo para una recompensa tan miserable.

Emma se hundió en los cojines. La humillación se unió a su miedo. Por mucho que intentara bloquear los recuerdos de sus noches compartidas, seguían acosándola. Suponía que el papel que jugó ella en las mismas podría ser un buen ejemplo de lo que no había que hacer en una noche de bodas y en las noches siguientes.

Pero no era culpa suya. Había sido virgen, y él también debería haberlo hecho mejor. Pero si Reyhan no se había casado para conseguir un permiso de residencia ni tampoco para acostarse con ella, ¿por qué lo había hecho?

– ¿Estás seguro de que el matrimonio fue real? – le preguntó-. El abogado de mis padres dijo lo contrario.

– Ese abogado se equivocó -replicó Reyhan-. Eres mi mujer. Y ahora que estás en mi país y en mi casa, me tratarás con respeto y reverencia. ¿Entendido?

El impulso de salir corriendo cobró fuerza repentinamente.

– Reyhan, yo…

Pero no pudo acabar lo que fuera que iba a decir, porque en aquel momento una mujer joven, hermosa, pequeña y con curvas entró en la habitación.

– He oído que Emma ha llegado y que se ha desmayado delante de ti. ¿Es cierto?

Reyhan desvió la atención de Emma y la miró furioso. La mujer puso los ojos en blanco.

– Sí, sí, ya lo sé. Te sientes ofendido. Pero no olvides que yo di a luz al hijo de tu hermano mayor, así que más te vale ser amable conmigo.

– Me pregunto qué ve Sadik en ti.

– Soy una mujer ardiente y apasionada -dijo ella sonriendo mientras se acercaba-. Es una maldición, pero ahí estamos.

Emma no creía que pudiera sorprenderse más, pero Reyhan le demostró que se equivocaba cuando le sonrió a la mujer y la besó en la frente.

– ¿Puedes arreglar esto? -le preguntó él a la recién llegada.

– No sé si te refieres a Emma o a la situación. Si me preguntas, el que necesita aquí ayuda eres tú – alzó la mano antes de que él pudiera replicar-. Lo haré lo mejor que pueda. Te lo prometo. Y ahora, ¿por qué no nos dejas a solas? Responderé a las preguntas de Emma y la haré sentirse como en casa. Tú puedes irte a mejorar tu encanto.

– Soy encantador -dijo él arqueando las cejas.

– Deja que te dé un consejo. Eso de «soy el príncipe Reyhan de Bahania» está muy anticuado. Créeme. Sadik también lo intentó conmigo.

– Tu especialidad es crear problemas.

– Eso es cierto.

Reyhan asintió y salió de la habitación.

– ¿Eso está sucediendo realmente? -preguntó Emma, sintiéndose más cansada y confusa que en toda su vida.

– Desde luego que sí -le aseguró la mujer-. Ahora mismo estás sentada en el palacio real de Bahania -se dejó caer en el sofá junto a ella y sonrió-. Empecemos desde el principio. Hola, me llamo Cleo.

– Y yo Emma. Emma Kennedy. Cleo la recorrió con la mirada.

– Me encanta tu pelo. Mi cuñada Sabrina se lo tiñó de rojo una vez, pero no se parecía en nada a este color. ¿Es natural?

– Sí, lo es.

– El mío también -dijo Cleo, tirando de su pelo rubio, corto y en punta-. Una vez me eché reflejos dorados, a ver si podía parecer más elegante, pero fue una equivocación. Estoy condenada a ser una rubia hortera para toda mi vida. Pero no me importa. Quiero decir, soy una princesa, así que puedo ser real y hortera.

Emma se sentía como si hubiera entrado en un universo paralelo.

– Lo siento. Me temo que no te entiendo.

– Lo sé -dijo Cleo con una sonrisa-. Estoy hablando sin parar. Además, ¿qué te importa a ti mi pelo? Bueno, pues el asunto es el siguiente: estás en Bahania y Reyhan es un príncipe. Son cuatro príncipes en total. Murat es el mayor y el primer heredero al trono. El segundo es Sadik, mi marido, que está a cargo de las finanzas. Reyhan es el siguiente. Se ocupa de todo lo relacionado con el petróleo, y déjame que te diga que por aquí tienen de sobra. Luego está Jefri, que está organizando una fuerza aérea conjunta con nuestro país vecino, El Bahar. También está Zara, quien no supo que era princesa hasta hace un año. Vive en el desierto, pero ésa es otra historia.

– Oh -murmuró Emma, todavía más confusa-. Son muchas personas -tragó saliva-. ¿Y tú eres la princesa Cleo?

– En carne y hueso -dijo ella, acercándose más-. Soy de Spokane, Washington. Ya lo sé… no es exactamente la cuna de muchos miembros de la realeza. Tuve que aprender muchas cosas sobre el protocolo y cómo dirigirme a todo el mundo. Me dedico a las actividades benéficas, lo cual está muy bien, y tengo una nueva hija. Calah -su expresión se suavizó-. Es un encanto. Solo tiene tres meses.

Emma quería pedirle lápiz y papel para anotar toda aquella información.

¿Reyhan, un príncipe de Bahania? ¿Era posible? Y si lo era, ¿por qué se había casado con ella?

– ¿Sabes…? -Empezó a preguntar, pero tuvo que aclararse la garganta-. Hubo una boda hace unos años. Pensaba que tal vez… Mis padres contrataron a un abogado, que concluyó que el matrimonio no era real.

Cleo le dio una palmadita en el brazo.

– Lo siento. Por lo que he oído, es muy real. Estás atada y bien atada a Reyhan. Y él es igual que su hermano. Chapado a la antigua con esa presunción principesca, siempre exigiendo respeto y veneración… Oh, por favor. Bueno, puedo pasar lo del respeto, pero ¿veneración? Eso sí que no.

Así que estaba casada. Con un príncipe. Ella.

– Esto no tiene sentido -susurró-. No lo entiendo. ¿Por qué Reyhan se había casado con ella y luego había desaparecido? ¿Y por qué de repente la había hecho ir hasta allí? ¿Quería casarse con otra mujer? La idea le produjo náuseas, pero tenía que saberlo. – ¿Está comprometido? Cleo negó con la cabeza.

– No es eso. Después de que Calah naciera, el rey decidió que era el momento para que Reyhan le diera más nietos. Fue entonces cuando se supo que había una señora Reyhan perdida por ahí.

Emma volvió a sentir que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor.

Cleo la agarró de la mano.

– Sigue respirando -le ordenó en tono jocoso-. Se supone que tengo que ponerte las cosas más fáciles, no peores.

– No es por ti -dijo Emma-. Es por todo. No puedo creer lo que está pasando.

– No te sorprendas tanto. Lo bueno es que el palacio es precioso y que Reyhan tampoco está mal. Si puedes obviar todo eso del honor y la tradición, verás que tiene mucho sentido del humor. ¿No te parece estupendo?

¿Estupendo? ¿Acaso insinuaba que Emma tendría que pasar tiempo con él?

Sacudió la cabeza. Aquello no estaba sucediendo.

Era demasiado irreal.

Un hombre alto entró en la habitación portando un maletín negro.

– Doctor Johnson -lo saludó Cleo-. Aún hace visitas a domicilio.

– Así es, princesa Cleo -respondió él con una sonrisa-. Y lo seguiré haciendo.

Cleo se inclinó hacia Emma.

– El doctor Johnson es el médico de la familia real. Es muy bueno. Te gustará.

Emma miró los ojos azules del médico y sintió cómo su ansiedad se calmaba un poco.

El doctor Johnson se sentó frente a ella y le tomó la mano.

– ¿Cómo se siente? He oído que se desmayó.

– No sé lo que me pasó -admitió ella-. Estaba bien, y de repente me había caído.

– El príncipe Reyhan me ha puesto al corriente – dijo él, soltándole la muñeca-. Su pulso es normal. ¿Se le nublado la visión desde que recuperó la conciencia?

– No.

– ¿Habla con coherencia? -le preguntó el médico a Cleo.

– Sí. Está un poco noqueada, pero ¿quién puede culparla, dadas las circunstancias?

El doctor emitió un débil gruñido y sacó un esteacopio del maletín. Quince minutos después declaró que Emma estaba exhausta y un poco deshidrataba, pero nada más. Le dio algo para ayudarla a dormir y le dijo que volvería a examinarla al día siguiente.

– Se sentirá mucho mejor por la mañana -le prometió mientras se dirigía hacia la puerta.

Emma lo vio marcharse y luego asintió cuando Cleo se excusó para volver junto a su pequeña. Cuando se quedó sola, pasó la mirada por la lujosa suite y contempló la vista del océano.

Por mucho que quisiera creer al doctor Johnson, tenía el presentimiento de que la noche no iba a cambiar nada su situación.


Reyhan no quería hablar con su padre, pero el aviso que le transmitieron le hizo ver que no era un ruego sino una orden, de modo que se presentó en los aposentos privados del rey y se puso a pasear por el salón mientras intentaba sortear a media docena de gatos.

– ¿Qué piensas ahora que la has visto? -le preguntó su padre.

– Que Emma no debería haber venido. Se puede arreglar un divorcio sin su presencia.

– Me desafiaste al casarte con esa mujer. Seis años han pasado sin que ni siquiera la hayas mencionado. Quiero saber por qué.

Reyhan no tenía respuesta para ello, ni tampoco quería improvisar ninguna. Se acercó a la ventana y contempló los jardines. Volver a verla había sido peor de lo esperado.

Su padre se levantó y se acercó a él.

– Eres hijo mío y un príncipe -le dijo-. Y como tal, no se te permitía casarte sin mi consentimiento. Pero el mal ya está hecho. Antes de aprobar tu divorcio, quiero conocer a esta joven. Dos semanas, Reyhan. No creo que sea pedir demasiado.

Reyhan reconocía que la petición de su padre era razonable, y sin embargo habría dado lo que fuera con tal de mantenerse lejos de Emma.

Asintió y se dirigió hacia la puerta.

– Discúlpame, padre. Tengo que acudir a una reunión.

El rey asintió y Reyhan se marchó. Mientras se encaminaba hacia el ala administrativa de palacio, se preguntó cómo iba a soportar los próximos catorce días. Había mucho en lo que ocupar su tiempo: negociaciones por el petróleo, ocuparse de un pequeño grupo de rebeldes, revisar la lista de novias potenciales… Pero sabía que nada de eso le ocuparía la mente. Un único pensamiento lo atosigaba. Emma. El tiempo que habían estado separados no había conseguido borrar su necesidad por ella. Seis años atrás ella había sido su gran debilidad, y lo seguía siendo.

Se detuvo en la puerta de su despacho. Nadie lo sabría nunca, se prometió a sí mismo. Desearla y necesitarla casi lo había destruido en una ocasión. No volvería a pasar. En dos semanas, el rey les concedería el divorcio, ella se marcharía y él permanecería impasible. Que tuviera que vivir sin ella eran sólo una consecuencia insignificante. Había sobrevivido a eso demasiado tiempo, y podría sobrevivir el resto de sus días. Sobrevivir, no vivir. Se recordó a sí mismo que, en la mayoría de las veces, la supervivencia era más que suficiente.

Capítulo 3

Emma se despertó y confirmó que, a pesar de la promesa del médico, nada había cambiado ni mejorado durante la noche. Se sentó en la inmensa cama y se abrazó las rodillas al pecho. Recordaba que el médico le había recetado algo para dormir, haberse puesto el camisón y haberse desplomado en la cama. Y nada más.

Lo bueno era que se sentía más descansada. Lo malo… ¿Por dónde empezar? Había estado realmente casada con Reyhan durante todos esos años. Estaba en Bahania y él era el hijo del rey.

Sacudió la cabeza para despejarse. Se tomaría unos minutos para orientarse y luego se ocuparía del sinsentido que era su vida.

Se levantó y los dedos de los pies se le enroscaron en la alfombra, tan gruesa que podría servir como colchón. La habitación estaba decorada con tonos amarillos y azules, y el mobiliario era de madera oscura y tallada. Había un televisor, un reproductor de DVD y un amplio surtido de películas, así como una lista detallada de los numerosos canales vía satélite.

– Increíble -murmuró mientras acariciaba los pájaros y flores tallados en el mueble.