La habitación era tan grande como una casa de tres dormitorios en Dallas, y recordaba que el salón era igualmente enorme. Nerviosa, entró en el cuarto de baño.
«Inmenso» no era suficiente para describirlo. Su apartamento entero podría haber cabido en él, y seguiría sobrando espacio. La longitud del tocador de mármol era dos veces la de la encirnera de su cocina. La bañera tenía chorros de hidromasaje y podría servir como piscina en un parque acuático. Además había un plato de ducha con mamparas de vidrio, toallas del tamaño de sábanas y todas las cosas que una mujer podría necesitar en un cuarto de baño.
Se movió lentamente en círculos e intentó imaginar cómo sería vivir en un sitio así permanentemente ¿sería posible acostumbrarse a tanto lujo?
Veinte minutos más tarde, se había duchado y lavado la cara. Tras vestirse y maquillarse, volvió al dormitorio y terminó de deshacer el equipaje. Después no le quedó otra cosa que hacer salvo explorar el resto la suite y pensar en lo que iba decirle a Reyhan cuando lo viera.
A la luz del día sabía que su relación con Reyhan era algo más de lo que sus padres le habían dicho seis años antes, cuando regresó a casa con el corazón destrozado. Pero ¿qué?
Salió del dormitorio y entró en el salón de la suite.
Los postigos estaban abiertos, ofreciendo una vista tan maravillosa del océano, el cielo y las copas de los árboles que Emma no se percató de la presencia de Reyhan. Pero cuando se volvió, lo vio sentado junto a la gran mesa del rincón. Estaba leyendo el periódico y él tampoco la había visto.
Su primer pensamiento fue volver corriendo al dormitorio, pero antes de que sus pies pudieran moverse, se sorprendió al quedarse inmóvil contemplando a Reyhan.
Era arrebatadoramente atractivo, pensó mientras recordaba cómo su aspecto la había fascinado la primera vez que se conocieron. Llevaba el pelo muy corto y sus fuertes pómulos enfatizaban la dureza de sus rasgos. Tenía las cejas juntas en una expresión severa, lo que le daba un aspecto intenso y peligroso. Emma recordó cómo siempre que estaba a su lado se sentía estúpida e incapaz de hablar, y esa sensación volvió a invadirla de lleno.
Puso una mueca al recordar cómo lo había acusado de querer casarse con ella para conseguir un permiso de residencia. Era un miembro de la familia real de Bahania. Podía moverse a sus anchas por el mundo. Y en cuanto a querer llevársela a la cama… Emma tenía sus dudas. La experiencia había sido un desastre, y tras un par de noches Reyhan no había vuelto a buscarla.
– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí? -Le preguntó él sin levantar la vista del periódico-. Te he pedido el desayuno, Emma. Ayer no comiste nada al llegar a palacio. No quiero que te pongas enferma.
Dejó el periódico y la miró. Su oscura y penetrante mirada pareció traspasarla.
– ¿Tienes miedo de mí? -Preguntó con una ceja arqueada-. Te juro que nunca he atacado antes de las diez o las once de la mañana. No es civilizado.
Emma miró el viejo carillón que había junto a la puerta.
– ¿Entonces estoy a salvo durante otros noventa minutos?
– Al menos.
Reyhan se levantó y apartó una silla. Sin saber qué otra cosa podía hacer, Emma se sentó y vio cómo él destapaba los platos que había en el aparador.
– ¿Qué te gustaría tomar?
– ¿Vas a servirme? -preguntó ella, parpadeando con asombro.
– Eres mi invitada. He enviado fuera a la criada, para que sólo estemos tú y yo.
¿Estaba insinuando que ella era su responsabilidad? Reyhan siempre había tenido unos modales asombrosos, y parecía que eso no había cambiado.
Emma se levantó y se acercó al aparador para examinar el surtido de alimentos. Había huevos, beicon, nata fresca, cruasanes, galletas y cereales.
– No puedo comerme todo esto -dijo.
– Yo te ayudaré -respondió él-. Por favor, empieza.
Ella tomó uno de los platos apilados a la izquierda, cuando se inclinó hacia delante, Reyhan se movió y le rozó el brazo con la mano. El repentino calor la hizo temblar y le puso la carne de gallina. Descubrió que quería tocarlo de nuevo, acercarse más a él y que también la tocara. Su mente se vio invadida por un montón de imágenes eróticas, y antes de saber lo que había pasando, notó que le costaba respirar.
Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida recuperó la compostura, vio la expresión amable de Reyhan y se retiró rápidamente.
Aquello no le gustaba, pensó frenética. No le gustaba nada cómo su corazón se desbocaba cada vez que él estaba cerca. No le había ocurrido antes. Reyhan la intimidaba tanto como la intrigaba.
Se sirvió unos huevos en el plato, junto a un poco de fruta, galletas y mantequilla, y volvió a la mesa a servir café para ambos. Reyhan esperó a que se sentara para sentarse él.
– ¿Has dormido bien?
– Sí, gracias.
– El doctor Johnson no cree probable que vuelvas a desmayarte. Opina que fue la falta de sueño y comida, junto a una pequeña deshidratación y el shock por volver a verme -dijo Reyhan, mirándola fijamente-. De haber sabido que reaccionarías así, te habría avisado con más tiempo. No era mi intención hacerte perder el conocimiento.
– Imagina lo que podrías conseguir si fuera tu intención -repuso ella.
Vio que volvía a arquear una ceja, pero se negó a dejarse intimidar, a pesar de querer encogerse de vergüenza y disculparse. Se concentró en el desayuno y hundió el tenedor en un trozo de mango. La tensión sexual se propagó por la habitación como una neblina erótica, pero Emma estaba decidida a ignorarla.
Tal vez siempre había reaccionado igual ante Reyhan pero nunca había sido consciente de ello. Tal vez cuando se conocieron había existido la misma poderosa atracción física, pero había sido demasiado joven e inocente para reconocerla. Lo único que había sabido en aquel tiempo era que lo amaba y temía con la misma intensidad. Era sorprendente que hubiese encontrado la fuerza para dejarlo.
Entonces recordó que no había sido ella quien lo había dejado. Había sido él quien la había abandonado, y ella quien se había refugiado en casa de sus padres. Ni siquiera había tenido el valor para decirle que no quería volver a verlo… aunque él tampoco se había esforzado mucho en contactar con ella.
– ¿A qué se debe ese suspiro? -le preguntó él.
– ¿He suspirado? No era mi intención.
– Estabas pensando en el pasado, ¿verdad?
– Me parece algo lógico en lo que pensar.
– Hablemos de ello -dijo él, asintiendo.
¿Había sido una declaración o una orden?
– ¿Y si no quiero?
La boca de Reyhan se torció en una mueca de regocijo.
– ¿Me estás desafiando?
– ¿Eso me va a costar cincuenta latigazos o permanecer encerrada en la torre?
– Nada tan aburrido -dijo él sorbiendo el café-. ¿Por qué no quieres hablar de lo nuestro?
– Supongo que será por instinto de protección – respondió ella encogiéndose de hombros-. Mis padres siempre me estaban protegiendo. Me costó mucho ganar mi independencia, y me pongo en guardia cuando alguien me da órdenes.
– Entiendo.
– Pero tienes razón. Tenemos que hablar de lo que ocurrió y de lo que va a ocurrir. Él asintió ligeramente.
– Si ése es tu deseo…
– Te estás burlando de mí.
– Me asusta tu voluntad de hierro.
Emma dudaba de que nada pudiera asustar a Reyhan. Y eso significaba que efectivamente se estaba burlando de ella. Interesante. No sabía que los príncipes reales tuvieran sentido del humor.
– ¿Crees que nuestro matrimonio fue real? -le preguntó él.
– No quiero creerlo, pero sí, lo fue. No tienes razón para mentir, y mi presencia aquí es prueba suficiente -se removió en la silla. Había estado casada durante seis años y no lo había sabido. Qué estúpida-. ¿Por qué te casaste conmigo? -le preguntó, sabiendo que no había sido por los motivos habituales. Había creído que Reyhan la había amado, pero su comportamiento demostraba lo contrario.
Reyhan masticó y tragó.
– Eras virgen -dijo tranquilamente-. De haberlo sabido, no te habría desflorado.
Al oírlo, Emma dejó caer el tenedor y se levantó de un salto.
– ¿Qué? -exclamó-. ¿Te casaste para acostarte conmigo? ¿Sólo se trataba de sexo?
– Siéntate, Emma. Estás exagerando.
Ella volvió a sentarse y le clavó la mirada, furiosa. No iba a permitir que nadie volviera a dirigir su vida.
– ¿Por qué estás tan indignada? ¿Crees que algún hombre se casaría sin pensar en acostarse con su mujer?
– Muchos hombres no piensan en otra cosa.
La expresión de Reyhan se tornó rígida y severa, y la miró con ojos entornados.
– Soy el príncipe Reyhan de Bahania. Cuando me casé contigo, no sólo te di mi nombre y mi protección, sino que también te honré convirtiéndote en una princesa de mi país. Si hubieras estado dispuesta a continuar nuestra relación, te habría traído aquí y habrías vivido en este palacio. Ni a ti ni a nuestros hijos os habría faltado de nada. Yo té habría sido fiel hasta la muerte, y tú habrías pasado a formar parte de la historia de mi pueblo. Creo que todo eso define lo que pensaba yo de nuestro matrimonio.
– Pero nunca me lo dijiste -le recordó ella-. Ni tampoco me preguntaste si era esto lo que quería para mí. ¿Qué pasa con mis planes y aspiraciones? Quedarme contigo habría cambiado mi vida para siempre.
– ¿Y eso es tan malo?
Emma pensó en su pequeño apartamento y en su tranquila vida. Recordó la conversación con Cleo de la noche anterior y lo que ella le había dicho sobre el palacio y los príncipes.
– No me diste elección -dijo-. Te casaste conmigo sin decirme la verdad, y luego desapareciste sin decir palabra.
Reyhan se recostó en su silla.
– Nuestra visión de lo que ocurrió difiere bastante, pero eso no importa. Lo que cuenta es el presente. Estamos casados, y eso es algo que ninguno de los dos quiere. Se necesita el permiso del rey para obtener el divorcio, y él ha insistido en que pases dos semanas aquí hasta que acepte la sentencia.
Los años que había pasado bajo la tutela de sus padres la habían convertido en una persona hipersensible a las órdenes. Su primer impulso fue decirle a Reyhan que tal vez no quisiera el divorcio y que quería seguir casada. Pero se contuvo antes de decir semejante estupidez. No conocía a aquel hombre ni quería tener nada que ver con él. Por supuesto que quería divorciarse y volver a su vida.
– No necesitaste su permiso para casarte, pero sí para divorciarte -le dijo-. Eso no tiene sentido.
– Sí necesitaba su permiso para casarme, pero lo hice sin consultárselo -respondió él.
Emma se quedó perpleja. ¿Había desafiado al rey casándose por ella? ¿Por qué?
¿Por sexo? ¿Acaso un príncipe guapo y rico no podía conseguir a cualquier mujer? ¿Por qué a ella? Tenía el presentimiento de que nunca conseguiría la respuesta a esa pregunta, así que eligió cambiar de tema.
– Entonces después del divorcio te casarás con otra mujer… ¿Ya has elegido a tu nueva novia? -le preguntó. Cleo le había dicho que no estaba comprometido, pero ¿estaría enamorado?
Reyhan negó con la cabeza.
– Mi matrimonio será concertado.
– ¿Quieres decir que otra persona elegirá a tu esposa? ¿Y si ella no te gusta?
Él se encogió de hombros.
– Eso no tiene importancia.
– Pero podría volverte loco.
– En ese caso, tendremos muy poco contacto. Mi deber es darle herederos al reino. Y no voy a eludir mi responsabilidad.
¿Su responsabilidad? ¿Y cuál había sido su responsabilidad cuando se casó con ella? ¿Y por qué accedería a casarse con alguien que no fuera de su agrado?
– ¿Tienes que pasar algún tiempo con tus posibles novias?
– No.
– Pero…
El se levantó con brusquedad.
– Tengo una reunión -la interrumpió cortésmente -. Por favor, considera tu estancia en Bahania como unas vacaciones. En dos semanas podrás volver a Texas como si nada hubiera pasado. Mientras tanto, si necesitas algo, pídeselo a los criados. Eres la invitada de honor del rey.
Asintió y salió de la habitación.
Emma se quedó desconcertada por unos segundos. Tal vez se fuera a casa, pero jamás olvidaría lo sucedido. En cuestión de horas, su vida había sufrido un vuelco dramático.
Se levantó y salió al balcón. Era una amplia terraza que se alargaba por todo el perímetro del edificio. Un lugar muy agradable para pasear, pensó Emma mientras se acercaba a la barandilla para observar los magníficos jardines.
Caminos de piedra serpenteaban entre lo que parecía un jardín inglés, y el gorgoteo de una fuente se confundía con el canto de los pájaros.
No era lo que ella había esperado de un país desértico. pero entonces recordó la planta desalinizadora que Alex le había enseñado en el trayecto desde el aeropuerto. Bahania producía casi toda el agua potable que la gente consumía. Interesante, pero no eran asuntos como aquél los que ocupaban su mente.
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