Desvió la mirada desde el jardín hacia su mano izquierda donde Reyhan le había puesto un anillo de oro tras la ceremonia. La había besado y le había prometido que cambiaría aquel anillo tan simple por cualquier otro que a ella le gustase. En aquel momento Emma había pensado que Reyhan estaba tan entusiasmado por la emoción que había hecho promesas que no podría cumplir. Ahora se daba cuenta de que le había dicho la verdad.
Pero ¿por qué no se lo había contado todo? ¿Por qué no le había dicho que era un príncipe y que su plan siempre había sido regresar a su país? ¿Y por qué sus padres no habían podido averiguar que estaba realmente casada? ¿Quién les había dicho que la ceremonia había sido una farsa, y por qué no habían puesto en duda esa información?
Aunque… ¿habría supuesto alguna diferencia? Se había quedado con el corazón destrozado, traumatizada y sin el menor interés en ser la esposa de Reyhan. Los pocos días que habían compartido como marido y mujer los habían pasado en la cama. Él la había deseado con una pasión abrumadora y desconcertante. Y aunque a ella no le había importado que la tocara, tampoco le había gustado especialmente. Reyhan había sido demasiado intenso, demasiado ansioso, demasiado… todo.
Ahora, el recuerdo de sus ojos oscuros mirándola con un deseo inconfundible le aceleraba el pulso y la respiración, lo cual era absurdo. No tenía ninguna razón para sentirse atraída por Reyhan. Apenas lo conocía. Ni siquiera estaba segura de que le gustase. Entonces, ¿por qué esperaba con impaciencia volver a verlo?
Reyhan se alejó del ala residencial del palacio y se dirigió hacia el ala administrativa. Caminaba deprisa, pero sus pensamientos seguían dejando atrás a sus pasos.
No había una parte de él que no ardiera de deseo por Emma. La necesitaba como necesitaba la amplia extensión del desierto. Ella era una parte de él, y sin embargo estaba tan lejos de su alcance como las estrellas.
Si sólo hubiera podido impedir que fuese a Bahania… Pero su padre había insistido en conocer a la mujer a la que había desposado y a la que había abandonado. Las órdenes reales no podían ser ignoradas por mucho tiempo, y al final se le habían acabado las excusas y Emma estaba allí… obsesionándolo. La deseaba con una desesperación inexorable, pero no podía tenerla. Ni antes ni ahora. Admitía que era la única mujer de la Tierra que podía ponerlo de rodillas. A él, un príncipe. Un hombre de poder y acción. Si Emma supiera cómo se sentía realmente…
Se recordó a sí mismo que no lo sabía, aunque tampoco la afectaría mucho si lo supiera. Había dejado muy claros sus sentimientos seis años atrás, y nada hacía pensar que esos sentimientos hubieran cambiado.
Sólo doce días más, se dijo. Podía superarlo, especialmente si la evitaba.
Llegó al ala administrativa y le pidió a su ayudante que lo acompañara a su despacho. Una vez allí, sacó su agenda y se dispuso a ocupar su tiempo todo lo que pudiera.
Emma se movía inquieta por la suite. Tal vez fuera la invitada de honor del rey, pero no sabía lo que eso le permitía y no le permitía hacer. La criada había desparecido y no sabía a quién más podía preguntar. Lo último que quería era entrar por equivocación en alguna habitación prohibida y encontrarse con la punta de una espada afilada.
Miró el teléfono y se preguntó qué pasaría si lo utilizaba. ¿Habría algún operador en el palacio? En las películas, siempre había un operador en la Casa Blanca, y aquel palacio era el doble de grande. Era lógico que se necesitara un operador.
Unos golpes en la puerta le evitaron tener que averiguarlo. Por un segundo el corazón le dio un vuelco de emoción. ¿Reyhan? ¿Había acabado su reunión y había decidido volver para hablar con ella?
¿Había…?
Abrió la puerta e intentó no parecer decepcionada cuando vio a Cleo. La pequeña rubia tenía un bebé en brazos.
– ¿Me recuerdas? -Le preguntó Cleo-. Nos conocimos anoche.
– Pues claro -respondió Emma con una sonrisa-. Viniste a rescatarme.
Cleo le devolvió la sonrisa.
– Alguien tenía que hacerlo. Esos príncipes… – sacudieron la cabeza-. No se imaginan lo intimidatorios que pueden llegar a ser. Y, entre tú y yo, no podemos dejar que lo sepan.
Entró en la suite y sostuvo en alto a su hija.
– Ésta es Calah. Voy a decir «¿no es preciosa?», y necesito que estés de acuerdo conmigo. Lo sé, lo sé. Todas las madres creen que sus hijos son preciosos. Odio responder al mismo cliché, pero así es.
Emma miró al bebé durmiente.
– Es preciosa, de verdad. Tu marido y tú vais a tener que defenderla con uñas y dientes de sus pretendientes.
– Sospecho que bastará la mirada amenazadora de Sadik -dijo Cleo. Se sentó en el sofá y le ofreció a la niña-. ¿Te gusta tenerlos en brazos o te hacen sentirte incómoda?
Emma se sentó junto a ella y tomó a Calah en brazos.
– Me encanta abrazarlos. Soy enfermera y trabajo en maternidad, por lo que siempre estoy rodeada de recién nacidos. Es una especialidad maravillosa, pero de vez en cuando siento la necesidad de que me trasladen a la unidad de pediatría.
– Ah, entonces te gustan los niños. ¿Lo sabe Reyhan?
– No lo creo -respondió ella. Reyhan tal vez quisiera herederos, pero no con ella.
– Interesante… Bueno, cuéntamelo todo sobre tu vida.
Emma meció suavemente al bebé y aspiró su dulce fragancia.
– No hay mucho que contar. Soy enfermera, vivo en Dallas y ahora estoy aquí. Pero ¿qué me dices de ti? ¿Cómo has acabado casada con un príncipe? Cleo puso los pies en alto y se recostó en el sofá.
– Bueno, ya te he dicho que soy de Spokane. Crecí pobre y huérfana y acabé en una familia adoptiva. Fue genial, porque gracias a ello conocí a Zara, la hija de mi madre adoptiva. Nos hicimos muy buenas amigas, como hermanas. Años después de que su madre muriera, Zara rebuscó en sus cosas y encontró unas cartas del rey de Bahania. Emma la miró boquiabierta.
– ¿Me estás tomando el pelo?
– No. El rey la conoció cuando era bailarina, y se enamoró perdidamente de ella. Por lo visto, el suyo fue un gran amor, pero la madre de Zara sabía que no podría durar, así que desapareció sin decirle nada.
– Qué triste.
– Sí, muy triste. Ella podría haberlo intentado, al menos. En cualquier caso, Zara encontró las cartas y las dos nos presentamos aquí para comprobar si el rey era realmente su padre. Y lo era.
– Tuvo que ser un shock para ambos.
– Lo fue. En un abrir y cerrar de ojos se había convertido en una princesa. Y además conoció a Rafe, que era americano además de jeque, y se casó con él. Pero eso es otra historia.
Emma se echó a reír.
– ¿Y tú te quedaste con Zara y luego te casaste con el príncipe Sadik?
– No exactamente. Él y yo… Bueno, fue una especie de combustión espontánea. Pero él era un príncipe y yo trabajaba en una copistería. No estaba hecha para ser princesa, de modo que regresé a casa. Pero tuve que volver aquí para la boda de Zara y Rafe. Yo estaba embarazada y no quería que nadie lo supiera. Sin embargo, el rey lo descubrió y también Sadik, por lo que tuvimos que casarnos. Fue horrible, porque no admitió que me quisiera, pero al final entró en razón y ahora somos muy felices.
– Es una historia sorprendente -dijo Emma.
– Lo sé -corroboró Cleo con una sonrisa. De pronto puso los ojos como platos-. Oh, debo advertirte que Zara y Sabrina están embarazadas. Creo que hay algo extraño en el agua, así que no se te ocurra beber nada que no esté embotellado -miró a su hija-. A menos que quieras tener tu propio bebé.
Emma tenía demasiadas preocupaciones, aunque un bebé… Desechó el pensamiento de inmediato. No era el momento.
– No creo que sea el mejor momento para mí – dijo-. Además, para eso se necesita a un hombre.
– ¿Es aquí donde debo recordarte que tienes un marido?
¿Uno que había dejado claro que ella no le gustaba en la cama?
– No, gracias.
– Lo entiendo -dijo Cleo, asintiendo-. Pero eso no significa que no vaya a pensar en ello. ¿Cómo os conocisteis Reyhan y tú?
– Fue en la universidad. Yo era estudiante de primer año. Técnicamente era una adulta, pero no emocionalmente -se encogió de hombros-. Fui hija única. Mis padres no quisieron tener más hijos, e incluso yo llegué de sorpresa. Pero estaban tan entusiasmados conmigo que decidieron mantenerme a salvo de todos los peligros, y eso significó tenerme encerrada. Por suerte, al acabar el instituto pude convencerlos de que me dejaran ir a una residencia universitaria que estaba a cuatro mil kilómetros de distancia.
– Pero Reyhan es mayor que tú -observó-. No pudisteis coincidir en ninguna clase.
– No nos conocimos en clase. Yo era muy tímida e introvertida y jamás habría tenido el valor para hablarle a un hombre. Volvía a casa después de salir de la biblioteca cuando un par de borrachos empezaron a abordarme. Ahora sé que no querían hacerme daño, pero entonces era tan inexperta que no supe qué hacer. Me invadió el pánico y empecé a suplicarles, lo que les pareció muy divertido. Muerta de miedo, eché a correr y entonces me choqué con Reyhan. Mis libros salieron volando por los aires. Creo que me puse a gritar y se armó un escándalo. Cuando todo se aclaró, los borrachos se habían marchado, y yo estaba convencida de que Reyhan me había rescatado de una muerte segura.
Cleo dejó escapar un suspiro.
– Qué romántico suena eso.
– Reyhan me pareció atractivo y misterioso. Y muy guapo. Me quedé atónita cuando me pidió una cita -cambió de postura al bebé, apoyándolo en su regazo.
– Pero dijiste que sí.
– ¿Habrías podido negarte tú?
– Seguramente no. El rescate es algo muy principesco -se echó a reír-. Me he acostumbrado a la realeza de Sadik, pero al principio fue muy difícil para mí.
– ¿Echas de menos la vida que llevabas antes?
– Ni por un segundo. No sólo porque ésta sea mucho mejor en todos los aspectos, sino también por Sadik. Lo amo -sus ojos azules brillaron con afecto-. A veces me vuelve loca, pero yo también a él. Además, nuestras diferencias mantienen el interés en la relación. Y él también me ama -miró a Emma-. Un príncipe guapo y arrogante puede ser difícil de tratar, pero cuando aman, lo hacen con todo su corazón.
Emma reprimió una punzada de envidia. Siempre había querido ser amada así por un hombre. Sus padres la habían querido, naturalmente, pero su amor los obligaba a protegerla de un mundo peligroso. Ella siempre había querido ser amada por lo que era, sin más.
– Bueno, ya está bien de hablar de mí y de mi pasado -dijo Cleo-. ¿No te emociona vivir en el palacio?
– Deberían ser unas vacaciones muy interesantes. Al menos así es cómo intento verlo.
– ¿Tu única oportunidad de ser una princesa?
– Algo así.
Cleo sonrió.
– ¿Y si descubres que te gusta demasiado y quieres quedarte?
– Eso es imposible. En cuanto pasen las dos semanas, volveré a Dallas.
A casa y a su rutina diaria. No se le había perdido nada en Bahania, se dijo a sí misma, ignorando la vocecilla interior que le susurraba que tampoco se le había perdido nada en Dallas.
Capítulo 4
Reyhan había esperado que el palacio le ofreciera el suficiente espacio para evitar a Emma, pero no había contado con las intromisiones de su padre. Ahora que el rey había delegado las tareas de gobierno en sus hijos, le quedaba demasiado tiempo libre para idear malvadas estratagemas con las que atormentarlos. Su nueva estrategia empezó con una invitación para que Reyhan y Emma cenaran con él.
Reyhan estudió el despreocupado e-mail. Sabía que las palabras «si te viene bien» eran sólo pura apariencia. Si se le ocurría negarse, su padre cambiaría la invitación por una orden expresa. Desafiar a un padre era sencillo. Desafiar a un rey era otra cuestión, especialmente cuando Reyhan necesitaba el permiso del monarca para el divorcio.
Por tanto, no le quedó más remedio que acudir a los aposentos privados de su padre aquella tarde, intentando no pensar en cómo podría sobrevivir durante varias horas en compañía de Emma.
Antes de que ella llegase, casi se había convencido a sí mismo de que todo era diferente. De que ya no sentía nada por ella, y de que aunque sintiera algo, ella ya no era la misma mujer. Pero habían bastado unos minutos con ella para reconocer que aún seguía teniendo poder sobre él, y que de algún modo conservaba aquella dulzura que una vez lo había cautivado.
Cuando llegó a la suite de su padre se puso firme. Era el príncipe Reyhan de Bahania. Real, poderoso y sin la menor debilidad. Sobreviviría a aquel encuentro y a lo que fuera, hasta que Emma saliese de su vida para siempre.
– Mi hijo -dijo su padre alegremente cuando Reyhan entró en el salón-. Cuánto me alegro de verte.
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