– Lo mismo digo, padre.

El buen humor del rey advirtió a Reyhan que su padre estaba tramando algo y que no debía bajar la guardia.

Se acercó al bar y se sirvió un whisky. Luego, fue hasta el sofá orientado hacia las puertas del balcón y se sentó lo más lejos posible del gato que descansaba en el cojín central.

– Emma llegará de un momento a otro -dijo su padre, acariciando al enorme gato persa que tenía en el regazo.

Reyhan se había ofrecido para escoltarla él mismo, pero el rey le había dicho que primero prefería hablar en privado con él, así que esperó pacientemente.

– Tu mujer es una joven muy guapa.

Reyhan asintió. Nunca había pensado en Emma como en «su mujer». De haberlo hecho, la habría reclamado, a pesar de los deseos de Emma por alejarse de él lo más posible. Habría querido poseerla, tomarla, estar con ella… Había sido más seguro para ambos estar separados por medio mundo. Se había obligado a pensar en ella sólo en contadas ocasiones, normalmente de noche, cuando no podía dormir y los sonidos del Mar de Arabia se confundían con los ecos de su voz aterciopelada.

– He organizado la cena de esta noche para poder conocerla -dijo su padre.

A Reyhan no le gustó cómo sonó eso.

– Se irá dentro de unos días.

– Hasta entonces, es mi nuera. Y ése es un parentesco importante.

Reyhan no supo si su padre lo decía en serio o si sólo intentaba crear problemas. Sobre la primera posibilidad no había más que recordar los lazos tan estrechos que mantenía con Cleo, la mujer de Sadik. Cleo pasaba mucho tiempo en compañía del rey. Si lo mismo sucedía con Emma, su padre tal vez no accediera al divorcio. Y Reyhan sabía que no podía seguir casado. No con ella. No con aquel deseo abrasándolo por dentro.

Antes de que se le ocurriera alguna razón para alejar a Emma de su padre, se oyeron unos golpes en la puerta. Reyhan se levantó y se preparó para el impacto que supondría volver a verla.

– Adelante -respondió el rey en voz alta.

Una joven empujó la puerta, entró e inclinó la cabeza. Emma la siguió y se detuvo, insegura.

Reyhan dejó su vaso y se acercó a ella. Mientras se aproximaba, se fijó en el vestido verde esmeralda que se ceñía a sus sensuales curvas, en el elegante peinado de sus cabellos rojizos y en el maquillaje que realzaba sus ojos y su boca. Emma no necesitaba ningún complemento para parecer hermosa, y sin embargo el resultado hacía lucir aún más su belleza natural.

Las llamas del deseo se avivaron en su interior. Reyhan intentó ignorarlas y se concentró en la excitación y la aprensión que reflejaban los verdes ojos de Emma, cuya tímida sonrisa expresaba la lucha entre las dos emociones.

Cuando se detuvo junto a ella, la tomó de la mano. En cuanto los dedos se cerraron en torno a los suyos, la punzada que sentía en el pecho se agudizó hasta hacerse insoportable. Ignorando el doloroso deseo, se puso la pequeña mano de Emma en el pliegue de su brazo y la condujo hacia su padre, que dejó el gato y se levantó.

– Padre, ésta es la princesa Emma, mi mujer. Emma, te presento al rey Hassan de Bahania.

Sintió cómo ella se ponía rígida al oír la palabra «princesa» y se preguntó si se habría parado a reflexionar sobre cuál era su posición allí. Mientras estuvieran casados, ella era miembro de la familia real.

– Encantado -dijo el rey mientras tomaba la mano libre de Emma para besarla-. ¿Te gustaría beber algo? ¿Champán? Deberíamos brindar por este momento.

– No… no me apetece nada. Gracias. El rey la apartó de Reyhan y la hizo sentarse en el sofá, junto al siamés que estaba durmiendo. Él se sentó en el extremo opuesto, mientras que Reyhan ocupó el sillón, desde donde podía observar el perfil de Emma, la línea esbelta de su cuello, la longitud de sus brazos desnudos… Y mientras la observaba, recordó las noches que habían pasado juntos. Cómo se había sentido ella cuando él la tocaba. Su sabor al besarla. La tensión y humedad de su cuerpo virginal cuando la hizo suya por primera vez.

Las imágenes tuvieron el resultado esperado, por lo que se vio obligado a cambiar de postura en el sillón. Tenía que acabar con aquellos pensamientos, se dijo. El recuerdo de lo que fue y no volvería a ser sólo podía provocarle sufrimiento físico.

– Háblame de ti -dijo el rey-. ¿Eres de Texas?

Emma asintió.

– De Dallas. Allí he vivido casi toda mi vida, salvo cuando fui a la universidad.

– ¿Tienes hermanos y hermanas?

– No. Mis padres desistieron de tener más hijos después de que yo naciera -respondió con una sonrisa-. Fui una sorpresa para ellos.

La dulce curva de sus labios golpeó a Reyhan como un puño en la garganta. Intentó relajar los músculos y respiró hondo. Emma se marcharía pronto y él podría olvidarse por completo de su existencia.

– Una grata sorpresa -dijo el rey.

– Así es -afirmó Emma, riendo-. Mis padres me dejaron muy claro lo mucho que me adoraban – su expresión se ensombreció ligeramente-. Fueron extremadamente protectores.

– E hicieron bien. Una hija como tú es un tesoro extraordinario.

– Gracias -murmuró ella inclinando la cabeza.

Reyhan vio el ligero rubor de sus mejillas. De modo que aún seguía ruborizándose… Cuando se conocieron, todo lo que él hacía la ponía colorada, ya fuera un cumplido, un beso o un susurro de deseo.

Emma había sido la mujer más inocente que él había conocido en su vida.

– En cualquier caso, me lo pusieron muy difícil para tener una vida propia -siguió ella-. Los quiero mucho, como es natural, pero había muchas cosas que quería hacer -su voz se tornó melancólica-. Fueron muy estrictos en cosas como los bailes del instituto y las citas.

El rey arqueó las cejas y Reyhan se apresuró a intervenir.

– Muchos institutos occidentales celebran bailes para los estudiantes.

– Una costumbre peligrosa -observó el rey-. Ahora sabes por qué te envié a Inglaterra para completar tus estudios.

– A un internado masculino -replicó Reyhan secamente-. Fue muy emocionante.

Emma lo miró y sonrió, y por un breve instante se produjo una conexión entre ambos. Reyhan casi pudo ver las chispas que saltaban y sintió cómo subía la temperatura.

– ¿Dónde conociste a mi hijo? -preguntó el rey, rompiendo el hechizo.

– En la universidad. Era mi primer año. Tuve que suplicarles a mis padres que me dejaran ir. Estaba muy entusiasmada, pero también asustada.

– ¿Y él te enamoró?

Emma tragó saliva, más ruborizada aún, y asintió.

– Sí. Fue muy… encantador. Reyhan pensó en el joven que había sido a los veinticuatro años. Había deseado a Emma y la había perseguido sin tregua hasta conseguirla. Y, al descubrir que era virgen, se había casado con ella.

– El vuestro fue un noviazgo muy corto -dijo el rey.

Emma miró a Reyhan.

– Bueno, yo… nosotros…

– Ella no sabía quién era yo -dijo Reyhan-. Fui el único que te desafió, padre. La culpa y la responsabilidad son sólo mías.

Emma pareció asombrarse por su confesión, pero no dijo nada.

– Pero estuvisteis muy poco tiempo juntos -dijo el rey.

– Ya sabes por qué -respondió Reyhan-. Tuve que volver a casa por la muerte de Sheza -miró a Emma-. Mi tía.

– Pero luego no regresaste a por tu mujer.

Lo había intentado, pensó Reyhan amargamente. Había intentado ponerse en contacto con ella, pero Emma se había negado a saber nada de él. La única explicación que sus padres le dieron fue que Emma se arrepentía del matrimonio y que no quería volver a verlo. Y Reyhan tuvo que convencerse a sí mismo de que el dolor que había sentido sólo había sido por su orgullo herido. Que nunca había amado realmente a Emma.

– El pasado ya no importa -dijo, intentando mostrar una despreocupación que no sentía-. ¿Qué sentido tiene hablar de eso ahora?

– Porque me gustaría saberlo -respondió su padre, y miró a Emma-. Entonces, después de que las cosas no salieran bien con Reyhan, ¿volviste con tus padres?

Reyhan no la salvó de esa pregunta porque él también quería saber la respuesta.

– Yo… eh, me quedé con ellos hasta que empezó el siguiente semestre y entonces volví a la universidad. Para entonces, Reyhan se había marchado.

Era cierto. Una vez que él supo que la había perdido, cumplió con los requisitos para obtener su título y volvió a Bahania. Y no volvió a intentar contactar con ella.

– ¿Y a qué te dedicas ahora? -preguntó el rey.

Emma pareció confusa, como si pensara que el rey ya debería saberlo.

– Soy enfermera. Trabajo en la unidad de maternidad de un hospital en Dallas -se removió en el sofá y sonrió-. No fue fácil conseguirlo. Mis padres se oponían a que viviera por mi cuenta, pero yo sabía que era el momento. Ahora tengo un buen trabajo y puedo mantenerme sin depender de nadie.

– ¿Qué? -preguntó Reyhan, poniéndose rígido.

– ¿Has eludido tu responsabilidad? -le preguntó el rey a su hijo, mirándolo furioso.

– De eso nada -respondió él, mirando a Emma. No lo sorprendía que trabajara. Muchas mujeres preferían ocupar su tiempo con un trabajo, especialmente cuando no tenían niños a los que cuidar. Pero Emma actuaba como si realmente necesitara el dinero-. No necesitas trabajar para mantenerte.

– Disculpa -lo increpó ella-. ¿Cómo sabes tú lo necesito y lo que no?

– Te dejé mantenida económicamente.

Emma se recostó en el sofá, intentando poner toda la distancia posible entre ella y un Reyhan enfurecido no le importaría tanto su enfado si supiera por qué estaba tan furioso. Pero aquello no tenía sentido. Reyhan no le había dejado ni un centavo.

– No hiciste nada cuando te marchaste -lo acusó, y puso una mueca de disgusto cuando él pareció enfurecerse aún más.

– Cuando nos casamos, abrí una cuenta para tu uso personal. Doscientos cincuenta mil dólares, a ser repuestos cuando el saldo bajara de cien mil.

¿Doscientos cincuenta mil dólares? ¿Reyhan le había dejado esa fortuna?

– No lo entiendo -susurró.

– ¿Qué te parece tan difícil de entender?

– ¿Por qué te molestaste en hacer eso? -preguntó ella. La cabeza le daba vueltas y no le encontraba sentido a nada.

– Soy el príncipe Reyhan de Bahania y tú eres mi mujer -respondió él, poniéndose aún más rígido-. Eres responsabilidad mía. Cuando no hiciste uso del dinero, pensé que era el orgullo lo que te lo impedía. Te mandé una carta pidiéndote que lo reconsideraras, y entonces el dinero se sacó de la cuenta. Fue el turno de Emma para enojarse.

– Espera un momento. Yo no sabía nada de ese dinero, así que no pude sacarlo de la cuenta ni gastarlo.

– Claro que lo sabías. Cuando te negaste a verme, hablé con tu padre y le di el número de cuenta.

¿Su padre?

– ¿Viniste a verme?

– Por supuesto.

No. No había ocurrido así. Emma recordaba muy bien haber estado hecha un ovillo en su cama, en casa de sus padres, rezando porque Reyhan se pusiera en contacto con ella. Pero él jamás le escribió ni la llamó por teléfono, y desde luego no le hizo una visita.

A menos que se hubiera presentado mientras ella estaba… enferma.

– Estuve enferma por un tiempo -dijo. Enferma del alma, añadió para sí misma.

– En realidad, fui varias veces.

¿En serio? ¿Cómo era posible que sus padres no se lo hubieran dicho?

Era lógico que no hubieran querido decirle nada de las visitas de Reyhan, pero nunca le hubieran ocultado lo del dinero. La querían y siempre hacían lo mejor para ella.

– No te creo -dijo-. Ni tampoco me creo lo del dinero. Si yo lo sabía, ¿quién sacó el dinero de la cuenta? Mis padres no, desde luego. Ellos jamás harían algo así. Esto no tiene sentido. Desapareciste de mi vida durante seis años, y luego me traes hasta aquí sólo para decirme que quieres el divorcio. ¿Por qué debería creer algo de lo que digas?

– Porque yo nunca miento.

Emma miró al rey, pero éste parecía más divertido que disgustado. Estupendo. Ella ya estaba lo suficientemente disgustada por los dos.

– Mentiroso o no, insultaste a mis padres -le espetó a Reyhan-. No sé en qué consiste este juego, pero yo no pienso seguir jugando.

Se levantó y salió del salón.

Tras recorrer veinte metros por el pasillo, la asaltó el incómodo pensamiento de haber ofendido al rey por escaparse de ese modo. Se detuvo, sin saber si volver a disculparse o seguir alejándose. Antes de que pudiera decidirse, oyó pasos tras ella y enseguida apareció Reyhan.

Obviamente estaba furioso. Sin decir palabra, la agarró del brazo y la llevó hasta la suite de Emma. Cuando la soltó, una vez dentro, ella tuvo la extraña necesidad de no moverse. Incluso pensó por un instante en arrojarse a sus brazos y suplicarle que la abrazara. Como si un abrazo suyo pudiera arreglarlo todo…

En vez de eso retrocedió un paso y se preparó para oír la acusación de Reyhan.