– Eras muy joven, gatita -dijo su padre.
– Demasiado joven -añadió su madre.
– Reyhan dice que me envió una carta diciéndome que no fuera orgullosa y que aceptara el dinero. A partir de entonces, alguien empezó a sacar dinero de la cuenta regularmente. ¿Qué hicisteis con ese dinero?
– No lo gastamos -se apresuró a decir su madre, aparentemente indignada-. Únicamente lo transferimos a otra cuenta. Sigue todo ahí, cariño. Te enseñaré los extractos bancarios cuando vuelvas a casa.
Emma se sentía agotada. Había sido una tarde con demasiadas emociones.
– ¿Pensabais decirme la verdad alguna vez?
– Por supuesto -dijo su madre.
– Te queremos -añadió su padre.
– ¿Cuándo? Oh, dejad que lo adivine… Cuando pensarais que fuese lo bastante mayor.
– Exacto.
Tenía veinticuatro años y era independiente. Tenía un trabajo, un apartamento y algo parecido a una vida propia. ¿A qué estaban esperando sus padres?
Estaba segura de que en el fondo habían pensado decirle lo que había ocurrido, pero lo habían pospuesto lo más posible. En parte porque no querían que se enfadara con ellos, y en parte porque no querían que volviera con Reyhan. Empezaba a sospechar que habrían hecho cualquier cosa con tal de mantenerla con ellos. Incluso mentir sobre su matrimonio.
– ¿Por qué me dijisteis que mi matrimonio era una farsa? -les preguntó.
– No estábamos seguros -dijo su madre-. El abogado que contratamos no pudo verificarlo. Nos pareció que era lo mejor.
– ¿El qué? ¿Decirme que no estaba casada cuando sí lo estaba? ¿Y si me hubiera enamor ado de otra persona y me hubiese vuelto a casar? Habría sido una bígama.
– Si te hubieras comprometido en serio con alguien, te lo habríamos dicho -le aseguró su padre-. Emma, tienes que entendernos. Sólo queríamos lo mejor para ti.
Eran las palabras que llevaba oyendo toda la vida. Durante mucho tiempo las había creído, pero ahora no estaba tan segura. ¿Sus padres querían lo mejor para ella o para ellos mismos?
– Tengo que irme -dijo-. Os llamaré cuando vuelva a casa.
– ¡Emma, no! -exclamó su madre, frenética-. No puedes quedarte ahí. Estás muy lejos.
– Volveré dentro de dos semanas. No os preocupéis. Todo va bien.
– Pero, Emma…
– Os quiero -dijo ella, y colgó.
Sola, confusa y exhausta, se acurrucó en el extremo del sofá y se preguntó cuándo su vida se había vuelto del revés y qué iba a hacer para volver a encauzarla.
Capítulo 5
A la mañana siguiente, Emma se despertó con la cabeza llena de preguntas y un dolor agudo en el estómago. Sabía que lo último era el resultado de los sueños eróticos que había tenido con Reyhan. En ellos, él la poseía una y otra vez y ella sucumbía dichosamente y participaba de la pasión.
Inquieta y un poco asustada, decidió ignorar el mensaje que su subconsciente intentaba mandarle en sueños. En aquel momento tenía otros problemas más serios… como lo que le había dicho a Reyhan y la verdad que él le había contado.
Se duchó y vistió rápidamente, pero se saltó el desayuno. Le debía una disculpa a Reyhan, y los nervios que le revolvían el estómago no le permitirían comer hasta ofrecérsela.
Después de que la joven criada le indicara dónde estaba el despacho de Reyhan, salió al pasillo principal y se dirigió hacia el ala administrativa de palacio.
Diez minutos y varios rodeos después, llegó a lo que parecía una oficina muy animada y se acercó al hombre de mediana edad que estaba sentado tras el mostrador de recepción.
– Quisiera hablar con el príncipe Reyhan -dijo.
La expresión del hombre permaneció inalterable, pero a Emma le pareció que se fijaba con desprecio en su vestido barato.
– ¿Tiene una cita? -le preguntó.
Ella negó con la cabeza, y el hombre agarró el teléfono.
– Llamaré a su ayudante para que compruebe su agenda. ¿A quién debo anunciar?
Emma estuvo a punto de decir su nombre, pero su orgullo estaba por los suelos. No era culpa suya que no pudiera permitirse ropa elegante. Además, se había aseado y maquillado a conciencia. Así que levantó ligeramente el mentón y le clavó la mirada al hombre.
– A su esposa.
El hombre alzó las cejas, completamente colorado y con la boca abierta.
– Por supuesto, alteza -asintió reverentemente y se apresuró a marcar un número en el teléfono. Cuando recibió respuesta, anunció a Emma y colgó-. Por aquí, princesa Emma -dijo al tiempo que se levantaba y hacía una reverencia.
Emma se sentía insignificante para reclamar un título por una relación que apenas existía, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.
El hombre la condujo a una zona abierta y espaciosa, desde la que se accedía a los despachos privados. Se disculpó por hacerla esperar y desapareció. Emma se entretuvo observando un mapa a color que cubría una pared. Vio la capital y el océano. El Bahar también aparecía en el mapa, y había varias marcas a intervalos irregulares. Se acercó para estudiarlo con detenimiento y entonces sintió un cosquilleo en la nuca. Se volvió y vio a Reyhan avanzando hacia ella.
El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Era tan alto y guapo, tan poderoso, con un imperio bajo su mando… Un brillo ardía en sus ojos oscuros, pero se apagó antes de que Emma pudiera definirlo. Entonces Reyhan se detuvo frente a ella, mirándola fijamente, y Emma fue incapaz de seguir pensando. Sólo podía respirar, aspirar su fragancia masculina y desear que volviera a besarla.
– Emma -la saludó él con voz baja y sensual.
– Reyhan.
– Ahora que hemos dejado claro quiénes somos, tal vez podrías explicarme la razón de tu presencia en mis oficinas.
– ¿Qué…? Oh -miró a su alrededor. La gente trabajaba fingiendo que no prestaban atención, pero era obvio que no les escapaba ni una palabra-. ¿No podríamos hablar en privado?
– Desde luego.
La tomó del brazo y la llevó a un enorme despacho. Un escritorio de madera tallada dominaba el centro de la sala. Una exquisita alfombra oriental delimitaba el área de reuniones, y había una pared entera cubierta con estanterías.
Emma vio otro mapa detallado frente a la ventana y tres ordenadores.
– ¿Para qué es? -preguntó, señalando el mapa.
– Muestra la localización de los pozos petrolíferos aquí y en El Bahar.
– Hay muchos.
– Sí -confirmó él con una ligera sonrisa.
Emma había oído que Bahania era un país muy rico, y ahora podía ver por qué.
– Nuestra producción de petróleo es mi especialidad -añadió él-. Por eso fui a Texas a estudiar.
– Supongo que los texanos también somos expertos en eso -dijo ella, pensando en todo el petróleo de su estado.
– Así es.
La condujo hacia el sofá y le indicó que se sentara. Él se sentó enfrente y adoptó una expresión paciente.
Era curioso lo frío y lejano que parecía, pensó Emma. Como si el deseo no lo afectara.
¿O tal vez se había imaginado ella sus reacciones? ¿La habría besado únicamente para demostrarle que aún tenía poder sobre ella, sin que para él significara nada?
Emma no tenía la suficiente experiencia para discernir entre una posibilidad u otra. Y era una lástima, porque seguro que Reyhan sabía exactamente cómo lo estaba viviendo ella.
– ¿De qué querías hablar conmigo? -le preguntó él.
– Anoche hablé con mis padres -dijo. Esperó a ver si él decía algo, pero no fue así y continuó-. Tenías razón… sobre todo. El matrimonio, el dinero, tus intentos por contactar conmigo.
Reyhan no parecía sorprendido ni enojado.
– Siento haber dudado de ti – susurró ella.
– Es normal que dudaras -dijo él-. A tus padres los conoces desde siempre, mientras que conmigo sólo estuviste unas pocas semanas. Desaparecí tras la boda sin darte ninguna explicación. Tus padres sospecharon de mí y se temieron lo peor.
– Sí, eso se les da muy bien -corroboró Emma, sorprendida por la comprensión de Reyhan-. Tendría que haberles preguntado, pero tenía miedo.
– ¿De que yo te buscara?
– De que no lo hicieras. De que te hubieras olvidado de mí.
El la miró fijamente.
– Eso es imposible, Emma. Y yo también podría haberme esforzado más en contactar contigo. Sospecho que tu padre hizo lo posible por impedirlo, pero el caso es que me fui. Pensé que con el tiempo descubrirías lo ocurrido y entonces me llamarías.
Había más que eso, pensó ella. Reyhan era un hombre orgulloso. Jamás suplicaría por algo. Ni siquiera por ella. Y posiblemente por ninguna mujer.
– Debería haber sido más curiosa -dijo-. Pero en vez de eso tomé el camino fácil y creí a mis padres. Observó las líneas duras del rostro de Reyhan. ¿Quién era aquel hombre que se había casado con ella y luego había desaparecido? Si ella no hubiera sido tan joven e inexperta. Si se hubieran conocido como iguales… Seis años antes ella lo había intrigado al principio, pero él se cansó enseguida de su inocencia infantil. ¿Y ahora?
No tenía respuesta para eso, aunque estaba más que dispuesta a aceptar otro beso.
– Así que, después de todo este tiempo, al fin podemos hacer las paces con el pasado -dijo ella-. En unos días el rey autorizará el divorcio.
– Sí.
La aceptación de Reyhan fue un duro golpe para Emma, que se reprendió a sí misma por ser tan ingenua. No podía tener ningún interés en él. Lo que tenía que hacer era olvidarse de todo y empezar de nuevo. Encontraría a otra persona, alguien más parecido a ella, y formaría una familia. Aquél era su destino… no un príncipe arrebatador en un país extranjero.
Se levantó y él hizo lo mismo. Había mucho que decir, y al mismo tiempo ya estaba dicho todo. Lo que podría haber sido sería un misterio para siempre.
– Me preguntaba si sería posible visitar el palacio -dijo ella.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó él con el ceño fruncido.
– No es probable que vuelva a Bahania en el futuro. Me gustaría aprovechar al máximo mi estancia aquí y ver algo del palacio y de la ciudad.
– Puedes moverte a tus anchas por el palacio.
Ella se echó a reír.
– Gracias, pero vagar sin rumbo por ahí no es la idea que tengo de pasarlo bien. Me gustaría saber algo del palacio. Su historia, por ejemplo. ¿No se ofrecen visitas guiadas?
– Yo te llevaré a donde quieras ir.
– Es muy amable por tu parte, pero no es necesario. Ya sé que estás ocupado.
Por supuesto que le encantaría pasar tiempo con Reyhan, pero él tenía otras responsabilidades que la incluían a ella.
– Hasta que nos divorciemos eres mi mujer. Te enseñaré el palacio y la ciudad. Empezaremos hoy después de comer.
– Eso parece más una orden que una sugerencia.
Él sonrió.
– Has sido tú la que ha mencionado la visita. Yo solamente me amoldo a tus planes.
– En ese caso, estoy impaciente -dijo ella alegremente-. ¿A qué hora?
– ¿A las dos en punto te parece bien?
Emma se echó a reír.
– No se puede decir que tenga una agenda llena. Estaré lista a esa hora.
Él le tomó la mano y se la llevó a la boca. En el último segundo, le dobló los dedos y presionó los labios contra la cara interna de la muñeca.
El contacto húmedo y ardiente le provocó a Emma un escalofrío por todo el brazo. La tensión invadió su cuerpo y las rodillas le flaquearon peligrosamente.
– Hasta las dos, entonces -dijo él, soltándola.
Emma salió rápidamente del despacho, porque su única alternativa parecía arrojarse en sus brazos y suplicarle que no la soltara. Una sensación que no podía ignorar, ni tampoco explicar.
Reyhan se presentó puntualmente a las dos. Pero mientras que él ofrecía un aspecto increíble con su traje, Emma había pasado un mal rato eligiendo su ropa. Quería parecer sexy, glamorosa y atractiva. Todo un reto teniendo en cuenta el contenido de su equipaje. Su atuendo más elegante consistía en pantalones caquis, faldas largas y tops sencillos. No era exactamente la moda que captara la atención de un príncipe.
Un príncipe que quería divorciarse de ella, se recordó a sí misma con una sonrisa mientras se alisaba la falda. Reyhan le había dejado muy claro que quería echarla de su vida. No era exactamente lo que haría un hombre fascinado por sus encantos.
– ¿Qué te interesa más? -Le preguntó él cuando ella salió de la suite-. En algunas salas abiertas al público se exhiben unas colecciones de joyas antiguas impresionantes.
– Seguro que son preciosas -dijo ella-, pero me interesan más los muebles antiguos y los tapices.
Reyhan alzó una ceja, pero no hizo ningún comentario. Tal vez no la creía, pensó ella, pero ése no era su problema. Le gustaban las joyas como a cualquier mujer, naturalmente, pero no estaban en su país.
– Muy bien -aceptó él-. Empezaremos por la sección más vieja del palacio. La estructura original se construyó a finales del siglo X. Desde entonces, el palacio rosa ha experimentado sucesivas remodelaciones y ampliaciones. Una vez, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, la hija de un acaudalado mercader fue secuestrada por el hijo bastardo del rey de Bahania y la retuvo prisionera en palacio para pedir un rescate. Al cabo de un tiempo, en vez de liberarla, se enamoró de ella. Se casaron y fueron felices juntos. Para su décimo aniversario, él le regaló una capilla… una representación en miniatura de una catedral que ella había visto una vez en Francia. Empezaremos por ahí.
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