– Tienes que salir un poco más -le respondió ella, sonriendo.
Él rió y le tomó la mano, entrelazando los dedos con los suyos, y la llevó hacia la mesa que les habían reservado.
– ¿Les parece bien aquí? -preguntó el maítre.
– Bien -dijo Jefri, justo antes de que Billie lo interrumpiera con un suave gritito mientras miraba a la mesa contigua.
– No puede ser -dijo, furiosa y humillada.
Doyle alzó la copa de vino, ofreciéndole un brindis.
– Hola, hermanita. Deberías probar la ensalada de la casa. Está buenísima, y eso que lo mío no son las ensaladas.
Billie no podía creerlo. ¿Qué hacía allí su hermano?
– No tienes ningún derecho a hacerme esto – dijo ella, con cuidado de no alzar el tono de voz.
– ¿Hay algún problema? -preguntó Jefri.
– Sí, él -Billie señaló a su hermano y deseó poder incinerarlo con la mirada-. Nos está espiando.
– Es cierto -dijo Doyle, que parecía más con¬ento que unas castañuelas-. Llamé a tu ayudante para preguntarle dónde ibais a cenar -dejó la copa de vino en la mesa-. Pero para que no lo decapites o algo así, le dije que mi hermana tiene alergia a ciertos alimentos y quería comprobar primero que todo estuviera en orden.
– No tengo alergia nada -exclamó ella, furiosa.
– Lo sé. A veces me gusta usar la imaginación – sonrió Doyle, y señaló la mesa con gesto invitador-. Sentaos. La comida es fantástica y la lista de vinos impresionante. Aunque supongo que tú ya lo sabes, ¿no? -guiñó un ojo a Jefri-. Vienes mucho por aquí.
Billie miró de la mesa de su hermano a la suya. Apenas había medio metro de distancia, y su hermano escucharía toda la conversación, que probablemente era lo que deseaba.
– Podemos pedir otra mesa -dijo Jefri -. ¿O prefieres que nos vayamos?
Billie imaginó a los clientes mirándolos de reojo durante la cena, y ella incapaz de tragar bocado con Doyle tan cerca. Suspiró.
– Prefiero volver al palacio.
Doyle entrecerró los ojos.
– Billie…
Esta lo interrumpió con un movimiento de cabeza.
– No te metas. Ya has hecho bastante.
– Ya sabes por qué.
– Eso no es excusa. Soy una mujer adulta, Doyle. Déjalo ya.
Una hora más tarde Billie y Jefri estaban sentados en el suelo de la suite de invitados donde se alojaba ella, con la espalda apoyada en el sofá, delante de la cena que les habían improvisado con las sobras de la noche anterior.
– ¿Mejor? -dijo él, sirviendo una copa de vino.
Billie estiró las piernas y movió los dedos de los pies. Aunque el vestido había sido fantástico, estaba mucho más cómoda en pantalón corto y camiseta.
– Mucho mejor. Aunque el peinado y el maquillaje son un poco exagerados para la ocasión.
Jefri también se había cambiado de ropa.
– Yo diría que estás perfecta.
Billie sonrió.
– Siempre tienes la frase perfecta. ¿Es algo que les enseñan a los príncipes? ¿A seducir mujeres y tratar con fotógrafos pesados?
– Nos enseñan muchas cosas, entre ellas a ser encantadores.
– Y tú lo eres, desde luego-dijo ella, untando una gamba en la salsa-. ¿La prensa suele seguirte a menudo?
– No tanto como antes. Supongo que hoy la atracción eras tú.
– Lo dudo. Ni siquiera saben quién soy.
– Digamos que les interesa mi última… acompañante.
– Ah.
¿Eso era ella? ¿Una… acompañante? ¿Parecido a una… novia?
– Cuando era joven, la prensa me seguía por todas partes. Aquí mi padre podía controlar algo, pero no cuando estaba en Europa o Estados Unidos. Sólo nos dejaban en paz cuando estábamos estudiando.
– Debe de ser duro ser tan famoso.
– Tiene sus compensaciones.
– Seguro. Como tener a todas las mujeres que quieras a tu disposición, ¿no?
Jefri tomó la copa de vino.
– Exageras mi reputación.
– No lo creo. ¿Me estás diciendo que nunca te ha rechazado ninguna mujer?
Al hacerle la pregunta lo estaba mirando, y Billie vio por una décima de segundo el dolor que cruzó sus ojos. Después Jefri sonrió.
– Nunca te diría eso -dijo.
Interesante. Había algo en su pasado, en su mirada, y quería saber qué era. Tendría que hacer una búsqueda en Internet para averiguar si había habido alguna mujer importante su vida.
– ¿Y tú? -preguntó él-. ¿Cuáles son tus secretos amorosos?
Billie estaba ofreciendo un trozo de pollo a Muffin y se detuvo. La perrita yorkshire prefirió no esperar y de un salto se hizo con la comida.
– ¿Secretos? -repitió ella, tratando de fingir una indiferencia que no sentía-. No tengo muchos.
Los ojos negros de Jefri parecían leerle el alma.
– Tienes que tener alguno. Aunque me gusta la preocupación de tu hermano por ti, creo que sus ansias de protegerte surgen de algo más que del simple amor fraternal. Tengo la sensación de que tiene sus razones para tenerte tan vigilada.
– Yo… No es nada de eso.
Jefri se encogió de hombros.
– Esta noche íbamos a cenar en un restaurante público, delante de un montón de gente, pero Doyle ha creído necesario vigilarte. ¿Por qué lo preocupa tanto tu seguridad?
Billie se debatió entre decirle la verdad o no durante ocho segundos, y después suspiró.
– Cuando era más joven tuve un par de experiencias desagradables -reconoció, sin mirarlo-. Una vez, cuando tenía diecinueve años salí con un grupo de pilotos a los que estábamos formando. Era la primera vez que no venía ninguno de mis hermanos. Todos bebieron mucho, excepto yo. Aunque era mayor de edad, todavía no me gustaban las bebidas alcohólicas. Incluso ahora, lo único que me gusta es un poco de vino, así que ni siquiera llego nunca a marearme un poco.
Jefri le tocó la pierna desnuda.
– Billie, por mucho que me gustan tus anécdotas, prefiero que continúes con lo que me estabas contando.
Billie se recordó que habían pasado casi diez años y que lo había superado. Además, había aprendido a no ponerse en situaciones peligrosas.
– Está bien, sí -dijo, sacudiendo ios hombros para relajarse-. Imagínatelo. Cinco hombres bastante borrachos y yo. Se pusieron cariñosos y cuando intenté detenerlos, no les gustó mucho. Dos de ellos me arrastraron a la parte de atrás de la camioneta e intentaron… Bueno, ya sabes.
Jefri se tensó de rabia y la expresión de su rostro cambió.
– No me violaron -se apresuró a asegurarle ella-. Enseguida aparecieron Doyle y Xander y los dos salieron huyendo. A mí me llevaron de vuelta a la base y todo quedó en un susto.
Jefri se preguntó cuánto no le habría contado. Una violación no era sólo la penetración. ¿La habían herido, marcado, o magullado?
– ¿Qué les hicieron a esos cerdos? -preguntó él, tratando de mantener el control.
– Mis hermanos les dieron una paliza que no olvidarán aunque quieran. Les dejaron la cara llena de cicatrices. Después fueron expulsados del programa.
– Tenían que haber acabado en la cárcel -masculló él, con una indignación que apenas lo dejaba hablar.
– Lo sé. Yo quería denunciarlos, pero estábamos en un país extranjero y las leyes eran diferentes -Billie sacudió la cabeza-. No importa. Ahora estoy mejor.
Jefri le rozó la mejilla con la mano.
– Dime sus nombres. Yo me ocuparé de traerlos aquí para que respondan ante la justicia y tengan el castigo que se merecen.
– ¿Qué castigo?
– Cárcel. Azotes. Quizá la muerte.
– ¿Muerte? -preguntó ella, abriendo mucho los ojos.
– Ningún hombre tiene derecho a abusar de una mujer. Nunca. Aquí ha sido así desde hace trescientos años.
– Una buena razón para vivir aquí -murmuró ella-. Escucha, agradezco tu preocupación, pero estoy bien. Eso fue hace nueve años. Lo he superado.
Jefri oyó las palabras pero no las creyó. Había una fragilidad en los ojos femeninos que hablaba de los fantasmas que todavía continuaban acosándola al bajar la guardia.
– Ahora entiendo la preocupación de tus hermanos.
– Al principio era normal -dijo Billie-. Yo estaba nerviosa y asustada, pero las cosas han cambiado. Ahora puedo cuidarme sola.
Quizá fuera cierto, pero no debería ser necesario.
– ¿Podemos cambiar de tema? -preguntó ella, tomando un poco de arroz.
– Claro. Deberías probar el pescado. Se pesca aquí.
Billie probó un bocado y después ofreció un poco a Muffin, mientras Jefri hacía un esfuerzo para olvidar lo sucedido. Aunque tenía sed de justicia, se dijo que no le correspondía a él impartirla.
Pero quería que le correspondiera, pensó. Quería tener derecho a defenderla con todo el poder de las leyes de su país y de su posición social. Quería protegerla tanto como reclamarla como suya.
Observó sus movimientos, y las largas piernas desnudas y torneadas eran una tentación difícil de resistir. La deseaba intensamente, pero sus planes acababan de cambiar. Necesitaba tiempo para entender el pasado y ver cómo influía en su relación. Tendría que ir mucho más despacio con ella.
¿Cuántos hombres había habido en su vida desde aquella horrible noche? ¿Cuántos amantes?
No muchos, probablemente. A pesar de toda su fuerza y energía, Billie seguía teniendo un cierto halo de inocencia.
– ¿Qué te pasa? -preguntó ella, entrecerrando los ojos-. Dime exactamente qué estás pensando.
Él se encogió de hombros.
– Nada importante.
– ¿Por qué sé que mientes? No tenía que haberte contado nada. Ahora vas a portarte como si fuera del cristal o algo así. ¡Qué típico de los hombres!
– Estás enfadada, pero no entiendo por qué.
Billie dobló las rodillas y lo miró con indignación.
– Ahora ya no vas a querer besarme, ni tocarme, ni nada, ¿verdad? Tenía que haberlo imaginado.
Jefri hizo un esfuerzo para no sonreír.
– ¿Eso es lo que crees?
– Por supuesto. Tienes miedo de que me ponga rara, o que crea que me estás atacando -dijo ella, con los hombros hundidos -. ¡Pues no! Eso pasó hace mucho tiempo y lo he superado por completo.
– Crees saberlo todo sobre mí.
Billie torció los labios.
– No eres tan inescrutable.
– Entonces tendré que demostrarte que te equivocas y mucho.
Y sin darle tiempo a responder, Jefri la abrazó y la besó.
Capítulo 7
Aunque Billie tenía que admitir que Jefri la abrazaba como si fuera un objeto delicado, no creía que fuera por su pasado. En los brazos posesivos y en la intensidad del beso había también mucha pasión.
Mientras le acariciaba la espalda con los brazos y le tomaba la boca, ella deseó relajarse contra él y dejarse llevar. Quería decirle que le acariciara no sólo la espalda, y que quizá podrían hacer algo más que besarse.
Hacía mucho tiempo que no había deseado a ningún hombre como lo deseaba a él.
Jefri ladeó la cabeza e intensificó el beso. Cuanto más la acariciaba, más la deseaba. Deseaba explorar las curvas sinuosas de su cuerpo y darle placer de mil maneras diferentes. Hundió los dedos en la rubia y larga melena rizada e imaginó a Billie besándole el pecho desnudo y rozándole el torso con el pelo. Cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y pegó los senos contra él, deseó tomarlos en la palma de las manos y después saborear los pezones duros y erectos.
Su propia erección empezaba a ser dolorosa, pero sin embargo no hizo más que besarla, a pesar de la clara invitación de Billie, pidiéndole más.
Para empezar, no estaba seguro de que su hermano no apareciera de un momento a otro. Y por otro, quería asegurarse de que Billie estaba completamente recuperada de la experiencia sufrida. Si todavía quedaban cicatrices y heridas, quería respetar sus límites.
Sin embargo, era muy difícil resistirse a ella cuando la sintió jadear en su boca.
– Eres una tentación -dijo él, echándose hacia atrás y mirándola a los ojos-. Difícil de resistir.
– Lo mismo puedo decir de ti.
– Entonces nos controlaremos juntos -dijo él, sonriendo.
– ¿Es necesario? -preguntó ella, con una mueca.
– De momento.
– ¿Eso es una provocación o una promesa?
– ¿Cuál de las dos quieres que sea?
Billie le tomó la mano y la puso sobre su seno. La curva del pecho le hizo arder hasta el alma y disparó su erección. Le acarició el pezón con el pulgar y los dos contuvieron el aliento.
Jefri fue hacia ella a la vez que ella se inclinaba hacia él. Él empujó la mesa de centro y los dos cayeron al suelo abrazados y empujados por un intenso deseo. Billie se tendió de espaldas y él se apoyó en un codo, sobre ella. Cuando Jefri deslizó la mano bajo la camiseta, ella sonrió.
Un fuerte golpe en la puerta los interrumpió.
Jefri contuvo una maldición.
– Supongo que será tu hermano -dijo-. Tenía la sensación de que vendría a verte.
– ¿Qué? -dijo ella, incorporándose-. Dime que no es verdad.
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