– No sabes de qué estás hablando.

– ¿Quieres apostarte algo?

Doyle la miró furioso, pero Billie se dio cuenta de que había tocado una fibra sensible. Tras unos segundos, Doyle parpadeó y se dirigió hacia la puerta.

– Avísame si decides que se merece una buena paliza -refunfuñó.

– Lo haré, y te agradezco que te preocupes por mí. Pero no tienes que hacerlo.

– Eres mi hermana.

Billie sonrió.

– Yo también te quiero.


– En esta fase aprenderemos a trabajar en equipo. Aunque no podemos predecir lo que hará nuestro enemigo, sí tenemos que saber lo que harán los demás pilotos de nuestro equipo. Es necesario desarrollar un sexto sentido para prever las reacciones y estrategias de nuestros compañeros.

Billie se detuvo delante de sus alumnos en el hangar principal. Llevaba hablando casi una hora, y al verla nadie notaría nada raro. Excepto Jefri. En todo el tiempo que llevaba allí sentado, Billie no lo había mirado ni una sola vez.

– Estrellarse en un simulador es más fácil que en el aire -añadió, con una sonrisa.

Los pilotos se echaron a reír, pero Jefri podía sentir su dolor, al igual que el suyo propio. Había intentado hablar con ella sin éxito, aunque no tenía mucho que decir. El problema de Tahira aún estaba por resolver.

– Bien -continúa Billie-. Pongamos en práctica la teoría en los simuladores.

Los pilotos se levantaron y la siguieron hasta los simuladores, donde los pilotos trabajaron individualmente contra el programa informático hasta que sólo quedó Jefri.

Éste se dirigió hacia el simulador. Billie preparó los controles, y se hizo a un lado para dejarlo entrar. Antes de sentarse, Jefri la miró.

– ¿Cuánto tiempo piensas seguir evitándome? -preguntó en voz baja, a pesar de que eran las dos únicas personas en la sala.

– Indefinidamente-respondió ella, y continuó con la explicación, ignorando todo tipo de referencia personal-. El programa es sencillo, no hagas tonterías. Pulsa el botón de empezar cuando estés listo.

Jefri se acomodó en el asiento y se concentró en los mandos. Después de familiarizarse con el simulador, tomó los controles y pulsó para iniciar el programa.

Inmediatamente se encontró en medio de un ataque. Había otros tres aviones de su equipo con él, y uno del enemigo. Uno de los aviones de su equipo señaló que había sido derribado. Instintivamente, Jefri giró a la izquierda, pero en el mismo segundo en que notó la sensación de movimiento se dio cuenta de que había cometido un error mortal. No estaba solo en el cielo y…

El parabrisas se hizo añicos y los controles se estremecieron en una pobre imitación de una explosión.

Billie saltó de la silla y corrió hacia el simulador.

– ¿A qué demonios estás jugando? -le preguntó enfurecida-. ¿Cómo has podido volar tan mal? Sólo has durado diez segundos.

Jefri sabía que tenía razón. Pero no podía concentrarse en el ejercicio.

– Es un equipo muy valioso, igual que mi tiempo. Si no estás dispuesto a tomártelo en serio, sal de ahí y deja sitio a los demás pilotos.

Billie echaba chispas por los ojos y respiraba aceleradamente. Incluso furiosa, estaba preciosa y llena de pasión. El deseo se apoderó de él. No sólo de tenerla en su cama, sino también de hablar con ella y acariciarla.

– Lo siento -dijo él.

No se refería sólo al ejercicio. Billie apretó los labios.

– No importa.

– Sí que importa -dijo él, y fue a tomarle la mano.

Billie se echó hacia atrás.

– No me toques. Estás prometido.

– No oficialmente.

– Para mí es bastante oficial. Además, es chocante que desees a alguien como Tahira y a alguien como a mí. Somos totalmente diferentes.

– ¿Quién ha dicho que deseo a Tahira?

Billie cruzó las manos a la espalda.

– Pediste alguien como ella.

– Me equivoqué.

Un destello de esperanza brilló en los ojos femeninos. Aunque sólo por una décima de segundo.

– Vas a tener que vivir con ese error -dijo ella-. Es una cuestión de honor.

Jefri torció el labio.

– Has estado hablando con mi padre.

– No me ha dicho nada que no supiera. Tomaste la decisión mucho antes de conocerme. Ninguno de los dos podemos hacer nada.

– Si pudiera cambiar las cosas, ¿querrías que lo hiciera? -preguntó él.

Billie lo miró durante un largo momento. Jefri intentó leerle el pensamiento, pero no pudo. Los ojos azules de la joven no desvelaban nada.

– No -dijo ella, por fin, y después se alejo.

Capítulo 11

Billie se sentía como si se hubiera unido al reparto de un intenso culebrón televisivo. Tenía todos los ingredientes: intriga, personajes reales, sexo apasionado y una joven inteligente e ingenua con el corazón destrozado.

Su única esperanza era que la vida volviera a la normalidad, pensó mientras caminaba hacia su habitación, deseando estar sola, sin intromisiones de su hermano, ni conversaciones con el rey ni en¬cuentros con Jefri. Sólo quería paz y tranquilidad.

Abrió la puerta de la suite.

– Soy yo -dijo a Muffin.

Como de costumbre, la perrita la saludó con unos ladridos, pero no corrió a recibirla. Porque estaba cómodamente acurrucada en el regazo de Tahira.

Billie la miró, incrédula. La joven estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá, rodeada de varias revistas de moda. La que tenía en las manos cayó al suelo cuando rápidamente apartó a Muffin y se puso en pie.

– Lo siento mucho -dijo Tahira, presa del pánico-. No quería molestar. He esperado fuera, pero la criada me dijo que entrara, y tu perro es tan bueno, y he visto estas revistas…

Tahira bajó la cabeza y retorció los dedos, arrepentida.

Billie dejó el bolso en la mesa y se quitó los zapatos. Se sentía vieja y cansada.

– No importa -dijo a la joven, sentándose en un sillón-. Siéntate, por favor.

La joven se sentó en el sofá.

– Eres muy amable.

La larga melena negra de Tahira le caía casi hasta la cintura y enmarcaba los delicados rasgos de la cara y su cuerpo frágil y pequeño. Billie no era muy alta, pero junto a la adolescente parecía casi un gigante.

La prometida de Jefri llevaba un vestido horrible. Era evidente que la educación principesca de las monjas no la había preparado para estar al día en el mundo de la moda, y Billie pensó que seguramente aquellas revistas femeninas en el suelo serían las primeras que Tahira veía en su vida.

– ¿Te gustan? -preguntó Billie, señalando las revistas.

– ¡Son maravillosas! -respondió Tahira, entusiasmada-. La ropa es magnífica, y las mujeres… yo nunca podré parecerme a ellas.

– Ni la mayoría de nosotras tampoco-dijo Billie, con una carcajada-. Ni siquiera debemos intentarlo. Pero están bien porque te dan ideas sobre ropa y accesorios.

– Yo no tengo ropa bonita -dijo Tahira-. En el colegio no nos dejaban vestir a la moda.

– Ahora ya no estás allí.

– Lo sé -Tahira suspiró-. Este palacio es tan diferente… Y hay tantos hombres…

– Supongo que no permitían la entrada de hombres en el colegio.

– ¡Claro que no! -exclamó la joven adolescente, escandalizada-. Sólo los sacerdotes. Y uno de los médicos era hombre, pero era muy mayor. Y el rey, que venía a verme una vez al año.

– ¿Y excursiones? ¿No hacíais excursiones en las vacaciones?

– Alguna vez, por la isla. Pero sólo en grupos, y nunca cuando había turistas.

A Billie le resultaba difícil imaginar una vida tan recluida y aislada. Dejó a Muffin en el suelo y recogió las revistas.

– Ya las he leído-dijo, ofreciendo el montón a Tahira-. Puedes llevártelas si quieres.

– ¿De verdad? -los ojos de la joven se iluminaron-. Eres muy amable.

«Menos de lo que crees», pensó Billie, encogiéndose de hombros.

– No es nada.

La adolescente abrazó las revistas.

– Tú pilotas aviones -dijo, con admiración-. El príncipe Jefri lo mencionó. A mí me da miedo volar -añadió, en voz baja-. Los aviones van muy deprisa, y muy alto.

– Con el tiempo te acostumbras -le aseguró Billie.

Tahira se acercó al borde del sofá.

– No es sólo volar -reconoció-. Muchas cosas me dan miedo. El príncipe Jefri, por ejemplo, Es tan alto y tan autoritario… Cuando habla me entran ganas de salir corriendo y esconderme detrás del sofá.

Billie reprimió el impulso de salir corriendo de la habitación. Esa no era la conversación que deseaba tener, y mucho menos con la prometida de Jefri. Pero tuvo la impresión de que la joven no podía pedir ayuda a nadie más.

– Cuando estoy con él nunca sé qué decir. Casi nunca digo nada. Y además, me parece que no le gusto mucho.

Billie contuvo un suspiro. No era justo. ¿Por qué ella? ¿Acaso no había más mujeres en el palacio? Cleo, la esposa del príncipe Sadik. O las secretarias, o las doncellas.

– Apenas os conocéis -explicó Billie, tratando de ser razonable -. Tenéis que estar más tiempo juntos.

Tahira no pareció muy convencida.

– Pensaba que lo sabría. Que cuando conociera al príncipe Jefri, el corazón me latiría más deprisa y me temblarían las rodillas.

Billie la miró.

– ¿Cómo sabes lo de las rodillas?

Tahira agachó la cabeza.

– Algunas chicas tenían familia e iban de vacaciones. Cuando volvían traían libros, historias sobre enamorarse y todo eso -se mordió el labio -. ¿Crees que está mal leer ese tipo de cosas?

– Claro que no.

– No estaba segura, y no se lo podía preguntar a nadie. Cuando conocí al príncipe Jefri, pensé… -la joven se interrumpió-. Bueno, como tú has dicho, no nos conocemos.

Billie intentó ver la situación con objetividad. Tahira era una joven tímida y agradable, aunque probablemente no la mujer que Jefri, un hombre testarudo, arrogante y maravilloso, necesitaba.

– Quiero que el príncipe se sienta orgulloso de mí. Estoy leyendo sobre política nacional e internacional para que en la cena de gala de esta semana pueda hablar sin que se avergüence de mí.

¿La cena de gala? Billie también estaba invitada, pero ahora que había aparecido Tahira ya no estaba tan segura de desear asistir.

Estaba empezando a sentir el principio de un dolor de cabeza, y no sabía cómo pedirle a Tahira que la dejara sola.

– No sé qué ponerme. No sé nada de moda ni de qué ponerme para una cena formal.

– Estoy segura de que hay tiendas maravillosas…

– Sí -dijo Tahira, entusiasmada-. El príncipe me ha dicho que vaya de compras. Tengo una cita mañana por la mañana. Quería pedirte que vinieras conmigo.

Billie cerró los ojos un momento, deseando poder decir que no.

– No soy experta en cenas oficiales -se excusó.

– Pero eres muy guapa, y tienes mucho estilo. Me encanta tu ropa.

Billie pensó que aquello era su castigo. Seguramente por haberse dejado seducir por Jefri. Al fin, decidió rendirse ante lo inevitable y terminar cuanto antes.

– Está bien. Te acompañaré.

La cara de la joven se iluminó.

– Muchas gracias. Eres muy amable. ¿Te parece buena hora a las diez?

– Desde luego.

Billie tendría que avisar a Doyle de que no iría al aeropuerto. Su hermano protestaría, pero no le importaba. Además, un día de compras con Tahira significaba un día lejos de Jefri, y en ese momento le parecía mucho más llevadero que tener que derribarlo a los mandos de un avión.

Puntualmente a las diez de la mañana del día siguiente y con Muffin en brazos, Billie salió a la entrada principal del palacio donde Tahira estaba esperándola.

La joven había cambiado el horrible vestido verde del día anterior por otro marrón igual de espantoso. Llevaba la larga melena negra recogida en una trenza a la espalda y la cara lavada, sin rastro de maquillaje. Billie pensó que con un retoque en las cejas, un poco de sombra de ojos y un toque de carmín la joven estaría mucho más atractiva. Un corte de pelo más moderno tampoco le sentaría mal.

– Bien, ya estás aquí.

Al escuchar la voz grave y sensual de Jefri a su espalda, Billie sintió que se le encogía el estómago y le temblaban las piernas. Miró a Tahira.

– ¿Tu prometido viene con nosotras?

– Sí. Cuando le dije que íbamos a ir juntas, se ofreció a acompañarnos -dijo la joven, suplicándole con los ojos que no la dejara sola con él.

Jefri se detuvo delante de ella, y Billie no pudo evitar reparar en lo atractivo que estaba con su traje a medida y lo mucho que deseaba perderse en sus brazos.

– Os acompañaré a la boutique -la informó-. Tahira necesita un guardarropa completo, incluida ropa formal. Hablaré con la persona indicada para que se ocupe de vosotras.

Eso era lo que mejor hacía, pensó Billie mientras él le puso una mano en la espalda y la llevó hacia el exterior. Organizar y ordenar, eso era lo que mejor se le daba. Por algo era un príncipe. Y ella, teniéndolo otra vez tan cerca, sería incapaz de pensar o funcionar con normalidad. ¿Por qué no habría ido al aeropuerto?