– No, no lo es -dijo él.
– No lo entiendes -dijo ella, sintiendo que empezaban a arderle los ojos.
– Sí que lo entiendo. Ven. Vamos a bailar otra vez.
Tahira quiso alejarse, pero él le tomó la mano y la llevó otra vez a la pista de baile.
¿Su obligación? No, ella siempre había querido casarse con el príncipe. Toda su vida.
– Deja de pensar -le susurró Doyle al oído, pegándola a él.
Tahira se relajó contra el cuerpo masculino y poco a poco su mente se tranquilizó y sólo quedaron la música y el hombre.
Desde las sombras, Jefri observaba a Tahira bailar con Doyle. Llevaban juntos casi una hora. Intentó sentirse celoso, pero no pudo. Lo único que tenía eran remordimientos cada vez que la oía reír.
Cuando estaba con él, Tahira nunca reía, ni siquiera sonreía, y apenas hablaba. Sabía que la culpa era suya, por no haber intentado establecer una relación más agradable y fluida con ella. Había estado demasiado ocupado culpándola por no ser Billie.
Ahora Billie estaba bailando con el primer ministro británico, que en aquel momento echaba la cabeza hacia atrás y se reía con ella.
Los celos se apoderaron de él. Sintió ganas de cruzar el salón y arrancarla de sus brazos. Quería insistir en que nadie bailara con ella, ni hablara con ella, ni la tocara. Sólo él podía tener esos privilegios. Pero era un deseo imposible. Estaba comprometido con otra.
Miró a las dos mujeres. Tan distintas, pensó. No tenían nada en común. Si pudiera elegir…
Pero no podía. Su padre había elegido a Tahira para él, porque él se lo había pedido, y la situación ya no tenía vuelta atrás.
Capítulo 13
No había pensado en diseñar mi propia ropa – comentó Tahira mientras extendía la tela-. Cuando Billie me lo mencionó ni siquiera sabía por dónde empezar, pero las hermanas me enseñaron a coser hace años y en el bazar he podido comprar unas telas maravillosas. ¿Qué te parece ésta?
Jefri miró el rollo de tela roja con hilos dorados entretejido que había extendido sobre la mesa de centro.
– Es muy bonita -dijo, sin saber qué decir.
– No te gusta -dijo ella, bajando la cabeza-. Piensas que es una tontería.
– No, en absoluto -le aseguró él, tratando de no herir sus sentimientos, aunque lo cierto era que no veía el momento de salir de allí.
– Billie me dijo que es importante que encuentre algo que me guste -continuó ella-. Algo que hacer mientras tú te dedicas a tus responsabilidades de gobierno. No me estoy quejando, por supuesto. Nunca me quejaría.
Cierto. Tahira nunca se quejaría, ni nunca diría nada en contra de las opiniones de su prometido. Era obediente y amable, y en el mes que había pasado desde la cena de gala Jefri había llegado a la conclusión de que no le quedaba otro remedio que mantener su palabra y conocerla mejor.
Peor aún, Tahira y Billie se habían hecho amigas, y cada vez que estaba con la joven destinada a ser su esposa, Tahira no hablaba más que de su admirada Billie.
– Me alegro de que hayas encontrado algo que te interese -dijo él.
– Mi único interés es complacerte.
– Por supuesto.
– ¿Deseas algo más de mí?
– No.
Mientras la joven continuaba explicando lo que quería hacer con aquellas telas, Jefri recordó el entrenamiento de aquella mañana. Había durado cuatro minutos contra Billie, y al encontrarse de nuevo en la pista ella lo felicitó.
– Has mejorado mucho.
– Pensaba que algún día sería lo bastante bueno como para ganarte-reconoció él.
– Nadie llega a ser tan bueno -dijo ella, y le sonrió.
Durante el fugaz momento que duró la sonrisa, el mundo había sido perfecto. Pero enseguida ella le dio la espalda y se alejó, como si no lo conociera. Como si nunca hubieran sido amantes.
Jefri entendía su necesidad de alejarse de él. El dolor de desear y no poder tener era demasiado intenso. Él continuaba soñando con ella, y había noches en las que sentía el impulso de llevársela lejos de allí y desaparecer para siempre con ella. Deseaba llevársela al desierto y vivir allí siempre, felices y alejados del mundo.
– Disculpa -dijo de repente, interrumpiendo la frase de Tahira, a la que no estaba escuchando.
– Oh, sí. Claro -parpadeó ella, un poco perpleja.
Jefri salió de la habitación y se dirigió al despacho de su padre, en una de las alas opuestas de palacio. Allí, el rey de Bahania estaba sentado en un sofá junto a la ventana.
– Qué sorpresa -dijo el rey, en tono alegre-. ¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?
Jefri aspiró profundamente.
– No puedo casarme con Tahira, padre. Lo he intentado. Durante el último mes he pasado tiempo con ella, he intentado conocerla. Hemos paseado juntos, incluso hemos ido de picnic a la playa. Es una joven encantadora con todas las cualidades que pedí.
El rey frunció el ceño.
– ¿Entonces cuál es el problema?
– Estoy enamorado de otra mujer.
Jefri guardó silencio antes de continuar. El rey esperó.
– De Billie.
– Entiendo.
Jefri no podía adivinar qué era lo que su padre estaba pensando y se apresuró a explicar que Tahira y él nunca podrían ser felices, que la joven debía buscar su propio camino y estudiar una carrera si así lo deseaba.
– Además, no me ama -concluyó.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Se lo has preguntado? ¿Vas a romperle el corazón y destruir su vida?
Algo en la actitud de su padre le hizo pensar que el rey trataba de decirle algo, aunque no claramente. Algo sobre Tahira que él desconocía.
– No puedes dejarla así -insistió el padre-. Arruinarías su reputación.
Irritado, Jefri se puso en pie.
– Encontraré otra manera.
El rey no dijo nada, y el príncipe salió del salón bajo la atenta mirada de su padre. Cuando la puerta se cerró tras él, el soberano sonrió.
– Todo despejado -dijo-. Ya puedes salir.
Algo se movió detrás de un sillón orejero. Dos ojitos castaños miraron a un lado y a otro con precaución.
– Ya se ha ido -dijo el rey, dando unas palma-ditas en el sofá a su lado.
Muffin saltó desde el suelo y se acurrucó en el sofá. El rey le acarició el lomo.
– Bien, todo está saliendo según el plan. Es sólo cuestión de tiempo. Pronto tendremos exactamente lo que queremos.
Tahira estaba sentada en los jardines, haciendo un esfuerzo para no llorar. Sabía que algo estaba mal. El príncipe Jefri estaba molesto con ella, a pesar del esfuerzo que había hecho en todo momento por escucharlo.
Entonces, ¿por qué la situación entre ellos eran más tensa que al principio? ¿Y por qué llevaba dos días evitándola?
– Las mujeres hermosas no deben llorar.
Tahira dio un respingo al escuchar la voz de hombre que reconoció al instante. Se volvió en el banco de piedra y vio a Doyle que caminaba hacia ella.
Hacía dos semanas que no lo veía, y aunque sabía que estaba mal, le encantó volver a verlo y esperó que se quedara un rato a hablar con ella.
– No estoy llorando -dijo, a la vez que se limpiaban las lágrimas que descendían por su mejilla.
Doyle se sentó a su lado en el banco.
– ¿Por qué estás tan triste?
– Por nada. Estoy bien.
Ahora que él estaba a su lado estaba mucho mejor. Lo miró a la cara y la suave sonrisa en los labios masculinos le hizo esbozar otra a su vez. Deseó perderse en sus profundos ojos azules y no encontrar jamás el camino de regreso.
– Dime, ¿cómo está mi princesa favorita? – preguntó él, tomándole las manos en las suyas.
– No soy una princesa -respondió ella, a la vez que trataba de zafarse de él.
Pero Doyle no la soltó.
Tahira miró a su alrededor para cerciorarse de que estaban solos. Nadie podía verla de la mano de otro hombre que no fuera el príncipe Jefri. Aunque el príncipe nunca había intentado ni siquiera rozarla. Cuando se dio cuenta de que estaban en una zona bastante aislada y apartada de los jardines, se relajó y disfrutó del contacto de la piel del hombre en la suya.
– ¿Qué ocurre?-preguntó él, llevándose la mano a la boca y besando los nudillos.
Tahira sintió el cálido contacto de los labios hasta lo más hondo de su ser. ¡Le había besado la mano! Como si… Como si…
Ni siquiera podía pensar. Nadie la había besado nunca. ¿Por qué? ¿Por qué la había besado, y por qué ella se había estremecido?
– ¿Qué… qué me has preguntado?
Doyle sonrió.
– ¿Por qué estás escondida en los jardines y procurando no llorar?
– Oh. Eso -Tahira liberó su mano de la de él y suspiró -. Creo que al príncipe Jefri no le gusto mucho.
– Eso no suena muy bien, ahora que estáis prácticamente prometidos.
– ¿Cómo que prácticamente? -repitió ella, sin entender-. Estamos prometidos.
– ¿Te lo ha pedido?
– Bueno, no.
– ¿Te ha dado un anillo?
Tahira se miró la mano izquierda.
– No.
– En mi mundo, eso significa que todavía no estás prometida.
– Aquí sí -dijo ella-. Me educaron para casarme con un príncipe. Jefri pidió a su padre que le buscara una esposa -hundió los hombros -. Me temo que lo he defraudado.
– Imposible.
– Es cierto. No tenemos nada de qué hablar, y la situación entre los dos es siempre muy tensa.
Tahira quiso poder mencionar que el príncipe nunca le había tomado la mano ni intentado besarla, pero no fue capaz de reconocerlo delante de Doyle.
– No tienes mucha experiencia en las relaciones de pareja -le dijo él-. Quizá la situación te parece peor de lo que en realidad es.
En absoluto.
– No-dijo ella-. Me gustaría ser más como tu hermana. Billie tiene una profesión y es independiente. Es maravillosa.
– Tampoco hay que exagerar -sonrió Doyle-. ¿Por qué no puedes tener una profesión si quieres?
– Tendría que ir a la universidad.
– ¿Y?
– Jamás me lo permitirían.
– ¿Por qué no?
Tres sencillas palabras. Tres sencillas palabras con la capacidad de alterar el tejido mismo de su mundo.
¿Podría? ¿Se le permitía expresar sus preferencias y tomar sus propias decisiones?
– Me educaron para casarme con un príncipe – repitió ella.
– Los tiempos cambian. Estamos en un nuevo siglo, y puedes ser mucho más que una mercancía ofrecida a un hombre -le aseguró él-. Aunque tengo que advertirte una cosa. Cuando salgas del palacio, descubrirás que el mundo es una jungla en la que muchos hombres querrán perseguirte como si fueras una presa.
Tahira frunció el ceño, sin entender sus palabras.
– Muchos hombres te desearán -continuó él.
– Creo que el príncipe Jefri no me desea.
– Entonces es un tonto.
– No puedes decir eso de un príncipe.
– Claro que puedo. Lo voy a repetir. Es un tonto -repitió Doyle, y antes de darle tiempo a entender lo que estaba pasando, se inclinó sobre ella y le acarició la boca con los labios.
Tahira no lo podía creer. Doyle acababa de besarla. Así, de repente, sin avisar ni nada. Una caricia rápida y fabulosa.
– Pareces soiprendida.
– Lo estoy.
– A ver si lo adivino. Nunca te han besado antes.
– El rey me besa en la mejilla.
– No es lo mismo -Doyle se acercó a ella y le sujetó la barbilla-. Vamos a repetir otra vez. Esta vez, cierra los ojos.
Tahira así lo hizo. Su único aviso fue el aliento masculino en su boca, y después su boca. Los labios de Doyle le acariciaron suavemente los suyos, mientras la mano que le sujetaba la barbilla descendió hasta su cintura. Tahira sintió la presión de cada dedo en la piel, y después lo notó separarse de ella.
– Ponme las manos en los hombros.
Tahira abrió los ojos, asustada.
– No deberíamos hacer esto.
– ¿Por el príncipe?
Ella asintió.
– Déjalo que se busque una chica él solo.
– Yo soy su chica.
– No hasta que vea el anillo. Ahora, ponme las manos en los hombros y prepárate para otro beso o vete corriendo de aquí como una buena futura princesa.
Tahira lo miró. La elección estaba muy clara. Despacio, con timidez, levantó los brazos hasta apoyar las dos manos en los hombros masculinos. Doyle era grande, musculoso y sólido. Y eso le gustó. Le gustaban muchas cosas de él.
– ¿Qué te ha parecido el beso? -preguntó él.
Tahira bajó la mirada y se sonrojó.
– Me ha gustado mucho.
– ¿Lista para más?
Tahira asintió.
– ¿Sabes cómo se besan los amantes?
Una exclamación de sorpresa y excitación salió de su garganta. Claro que lo sabía. La había leído en libros, y a veces se lo había oído decir a otras chicas.
– Tahira, mírame.
Ella se obligó a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. La expresión de amabilidad la relajó.
– Eres una mujer preciosa. Me gustas y quiero seguir besándote. Si eso hace que tu vida sea más complicada, lo siento, pero lo que me preocupa es que te sientas a gusto. No quiero forzarte a algo que te haga sentir mal.
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