Tahira pensó que se le iba a salir el corazón del pecho. A Doyle le gustaba.
– Creo que puedes besarme -dijo ella.
– Buena decisión – murmuró él, justo antes de apoderarse nuevamente de su boca.
Billie paseó por una parte del palacio que no conocía. Era su día libre, y aunque había pensado pasarlo en la ciudad, una inesperada tormenta la había dejado encerrada en palacio. Por eso, tomó a Muffin en brazos y salió a dar un largo paseo y recorrer los maravillosos edificios que conformaban el conjunto del palacio.
En la cuarta planta encontró lo que parecía un aula en la que había pupitres y una pizarra. En las estanterías, docenas y docenas de libros infantiles así como un montón de muñecos y juguetes educativos.
Mientras Muffin olisqueaba por las esquinas, Billie entró en una espaciosa sala de juegos. Del techo colgaban varias maquetas de aviones.
– Craso error-susurró ella, imaginando perfectamente quién los había construido y colgado allí.
Un suave sonido llamo su atención. Eran notas de música y dirigió sus pasos por el pasillo hacia el lugar de donde procedía la música, que cada vez se oía más alta. Abrió una puerta y se encontró en un cuarto de niños de estilo antiguo. Allí, Emma, la esposa de Reyhan, a la que le faltaba poco para dar a luz, estaba de pie junto a una cuna. En la mano tenía una caja de música abierta.
– Hola -dijo, al ver entrar a Billie-. ¿Estás explorando el palacio?
– Un poco. Está lleno de sorpresas. Y no me apetecía salir.
Emma echó una ojeada por la ventana.
– A mí cuando llueve me pasa lo mismo. No quiero ni poner un pie en la calle. Pero Reyhan tenía que venir a la ciudad para una reuniones y ha insistido para que lo acompañara.
Billie contempló la prominente barriga de la mujer.
– ¿Cuándo sales de cuentas?
– Dentro de tres semanas -sonrió Emma.
– No me extraña que tenga miedo de que des a luz cuando él no esté.
– Le prometí que no lo haría, pero no quiso hacerme caso -Emma cerró la cajita de música-. Además, me gusta más el palacio del desierto. Es más acogedor que éste.
– A mí éste me parece maravilloso -dijo Billie, riendo-. Y no te cuento mi cuarto de baño. Es mi debilidad. ¿Qué va a ser? ¿Lo sabes?
Emma se acarició la barriga.
– Prefiero que sea una sorpresa -dijo-. Reyhan está convencido de que será un chico. Claro que Sadik también lo estaba y Cleo dio a luz a una niña. Ahora ya me da igual lo que sea. Sólo quiero que salga cuanto antes.
Billie nunca había creído en los famosos relojes biológicos ni en la presión para formar una familia, pero en ese momento sintió un gran vacío en las entrañas.
– Y dime, ¿estás disfrutando de tu estancia aquí? -preguntó Emma.
Billie asintió.
– Mucho. Me encanta mi trabajo y los pilotos de la Fuerza Aérea tienen mucho talento.
– Me han dicho que les ganas siempre. ¿Es cierto?
– Oh, sí. Les encanta.
– Lo dudo -dijo Emma, riendo-. ¿Cómo se lo toma Jefri?
– Con mucha filosofía -respondió ella-. Al principio no se lo podía creer, pero creo que ya lo ha superado. La mayoría de los hombres son incapaces de aceptarlo.
Emma la miró.
– A ver si lo adivino. Los únicos hombres con los que te relacionas son pilotos.
– Por supuesto.
– Tiene su lógica, claro, pero no te queda más remedio que relacionarte con hombres incapaces de aceptar tu superioridad.
– En pocas palabras, sí.
Aunque no Jefri.
«No pienses en eso», se dijo. «No pienses en él».
– ¿Qué pasará cuando quieras casarte? -preguntó Emma.
– No lo sé. Al principio pensaba que tendría que dejar mi profesión y dedicarme a algo más tradicional en tierra firme, pero después me di cuenta de que no puedo dejar de ser quien soy sólo por estar casada. Supongo que tendré que seguir buscando hasta que encuentre a alguien que sea lo bastante extraordinario como para entenderlo.
– Tendrá suerte de tenerte.
– Gracias.
Emma abrió la boca pero volvió a cerrarla.
– Bien, tengo que irme. Dentro de un par de horas voy a tomar el té con Cleo. Por favor, acompáñanos.
– Será un placer.
– Bien. Hasta luego.
Emma salió de la habitación y Billie cerró los ojos, dejando que el dolor se apoderara de ella. Si…
Si Jefri no hubiera hablado con su padre… Si Tahira no hubiera aparecido… ¿Qué habría ocurrido? Ella se hubiera enamorado de él, porque eso parecía ser su destino. ¿Y él? Billie quería creer lo que veía en los ojos masculinos cada vez que la miraba. Quería saber que hubieran podido estar juntos para siempre, felices y enamorados.
Por un momento se imaginó tan embarazada como Emma, en esa misma habitación, preparando la cuna de su hija. Una hija con su estilo y los ojos de Jefri. Se lo imaginó detrás de ella, abrazándola y susurrándole que la amaba.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
Llamó a Muffin y cuando ésta apareció, la tomó en brazos y la abrazó.
– Tenemos que ponernos guapas -dijo-. Vamos a tomar el té con un par de princesas.
Se secó la lágrima y juró mantenerse fuerte.
Capítulo 14
– No lo entiendes -dijo Jefri, furioso y frustrado con su hermano.
– Lo entiendo perfectamente-dijo Murat sentado en el sofá y bebiendo whisky-. Estás prometido a Tahira pero enamorado de Billie. La solución es fácil. Pasa de Tahira.
– No puedo.
– Habrá un poco de escándalo, pero si estás enamorado de la otra mujer…
– Arruinaré la reputación de Tahira.
– Se recuperará.
– ¿Desde cuándo eres un cerdo con las mujeres?
– No lo soy. Sólo estoy sugiriendo que lo seas tú.
Jefri vio el destello divertido en los ojos de su hermano y sintió ganas de arrojarle el vaso de cristal a la cara.
– No me estás ayudando.
– Lo sé, pero la verdad es que no quieres ayuda, quieres una solución mágica. No existe. Tendrás que elegir. Entre un momento difícil con Tahira o una vida desgraciada a su lado. Aunque tengo que admitir que si decides decantarte por el honor y el deber, darás la espalda a Billie. Y yo, entre muchos, estaré más que interesado en ayudarla a olvidarte.
Jefri no recordó haberse movido, pero de repente se encontró sujetando a su hermano por la camisa.
– Es mía -bramó, furioso.
– ¿Te ha dado fuerte, eh? – Murat arqueó una ceja-. No me gustaría estar en tu lugar.
Jefri lo soltó y se incorporó.
– No debería haber hecho eso. Perdona.
Tomó el vaso y se sirvió otro whisky.
– Pronto te tocará a ti -dijo-. En cuando yo esté prometido, padre empezará a buscarte mujer.
– Tengo la sensación de que ya ha empezado – dijo su hermano mayor, en tono sombrío.
– ¿Y en todo este tiempo no te ha atraído ninguna?
– Muchas, pero ninguna demasiado tiempo.
– ¿Y…?
Murat interrumpió la frase que apenas había empezado a pronunciar.
– No pronuncies su nombre.
– Han pasado diez años.
– Como si han pasado doce siglos. No pronuncies su nombre -repitió.
Jefri bebió un trago, pero no habló. Incluso después de tanto tiempo, su hermano seguía sin querer escuchar el nombre de Daphne. Interesante.
Sin embargo, eso lo hizo pensar en algo más. Diez años después de ser abandonado al pie del altar por la mujer que amaba, Murat todavía no se había recuperado. Sadik y Reyhan estaban totalmente enamorados de sus esposas. ¿Era un rasgo genético? ¿Acaso estaba destinado a amar a una única mujer durante el resto de su vida? Y si eso era cierto, ¿podría sobrevivir estando casado con otra?
Ni siquiera destruir toda la fuerza aérea de Bahania la hizo sentirse mejor. A pesar de todo, había sido un buen día. Jefri había aguantado casi seis minutos, y se sentía orgullosa de él.
Mientras caminaba por el pasillo de hormigón hacia el centro de entrenamiento del aeropuerto, Billie calculó el tiempo que les quedaba hasta terminar el programa. Unas tres semanas. Diecinueve días exactamente. Aunque todavía no había logrado decidir si eso era bueno o malo.
Por un lado, podría continuar con su vida. Dejar de pensar en Jefri continuamente y decidir qué quería hacer con su vida. ¿Era feliz? ¿Qué otras cosas deseaba conseguir? Además, el dolor que sentía continuamente desaparecería, si no del todo, al menos gradualmente.
En el lado negativo de la balanza, estaba el hecho de que en cuanto saliera del país no volvería a ver a Jefri. Al menos no en persona. Seguramente volvería a verlo en revistas y periódicos, e incluso en las noticias. Alguna televisión por cable retransmitiría su boda. Billie sacudió la cabeza. No lo vería. Tahira era una joven muy agradable, pero ella no podía soportar la idea de verla casada con Jefri.
Por lo menos su hermano la había dejado tranquila. En las últimas semanas apenas se había metido con ella, aunque tampoco lo había visto mucho.
Sonriendo, dobló la esquina y casi se desplomó al ver al hombre caminaba hacia ella.
Incluso bajo las luces fluorescentes del pasillo y con el uniforme de vuelo y las botas, estaba guapísimo. Irresistible.
Billie se detuvo en el centro del pasillo vacío. No podía moverse. Con todos los sentidos en alerta máxima, el cuerpo le temblaba y su cerebro dejó de funcionar. Todo por su cercanía.
Él aminoró la marcha hasta detenerse a su lado. Se miraron a los ojos, los cuerpos tensos, y ella intentó pensar en algo que decir. Algo importante. Al final, se decidió por algo fácil.
– Has estado muy bien.
Él asintió.
– He aprendido mucho de ti.
– Ahora podrás ganar a los malos.
– Si quieren atacar nuestros pozos petrolíferos, estamos preparados.
A Billie le pareció más demacrado. Como falto de sueño. Igual que ella. Enamorarse y terminar con el corazón destrozado era la mejor dieta de adelgazamiento que había conocido.
Estaban solos en el pasillo de piedra, y en el silencio casi se podían escuchar los latidos de sus corazones.
– ¿Vas a…?
– Creía que…
Hablaron los dos a la vez. Ella agachó la cabeza.
– Sigue -dijo ella.
– No. Tú primero. Por favor.
Ella lo miró y se preguntó qué podía decirle. ¿Que lo sentía? No era cierto. No se arrepentía de nada, y lo único que sentía era que estuviera prometido a otra mujer. Pero incluso sabiendo lo que sabía ahora, no se arrepentía de lo que había ocurrido. Jefri la había acariciado como ningún hombre lo había hecho nunca, y lo que hicieron fue mucho más que hacer el amor.
– Me alegro de haberte conocido -susurró ella.
La expresión masculina se tensó.
– Yo también. Eres una mujer extraordinaria.
Ninguno de los dos dijo lo evidente. Que si las cosas hubieran sido diferentes… pero no lo eran.
– Jefri, yo…
No sabría decir cuál de los dos se movió primero, pero un segundo después estaban abrazados y besándose.
Jefri le encontró la boca con la suya a la vez que la abrazaba y la apretaba contra su cuerpo. Ella se pegó a él sin reservas, entregándose por completo, deseando poder ser parte de él para siempre. Quería sentir su calor, su fuerza. Quería conocerlo por completo.
Por un momento todo era perfecto, pensó ella, echando la cabeza hacia atrás y entreabriendo los labios. Él se apoderó de su boca al instante y la acarició con la lengua.
Juntos ascendieron por una espiral de placer en una danza diseñada para excitar e incitar. Ella se sujetó a sus hombros, para evitar caerse. Él le hundió los dedos en la espalda, como temiendo que fuera a desaparecer.
Si hubiera podido hablar, Billie le habría dicho que no quería irse. Nunca. Que sus brazos serían siempre su hogar. Pero para hablar tenía que interrumpir el beso. Y eso no podía hacerlo.
No supo cuánto rato estuvieron allí, besándose, abrazándose y deseándose. Ella le hundió los dedos en los cabellos, y él le besó la mandíbula y la garganta, en una escalada de deseo que los dejó a los dos jadeando.
Por fin, él se separó y le enmarcó la cara con las manos.
– ¿Por qué me dejas? -preguntó él, con la voz pastosa por la emoción.
Billie no le preguntó cómo sabía que tarde o temprano se iría.
– Tú tienes una vida aquí y yo pertenezco a otro mundo.
– ¿A los cielos? -preguntó él.
– Más o menos.
Jefri le acarició las mejillas con los pulgares, secando las lágrimas que Billie no había notado caer.
– Te quiero, Billie -dijo, en voz baja-. Con toda mi alma y todo mi corazón. Tienes mi corazón en tus manos. Trátalo bien.
Billie esperaba alguna admisión de sus sentimientos por ella, pero nunca aquello. Las lágrimas empezaron a fluir con rapidez.
– Yo también te quiero. Más que a nada en el mundo-sollozó. Después dio un paso atrás y se secó las lágrimas-. Qué tontería.
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