– Así era más interesante. Y te ha permitido hablar con más libertad, si me permites que te tutee. Después de derribar a mi hijo, creo que estoy en mi derecho.
– Por supuesto. ¿Tengo que inclinarme o arrodillarme? -preguntó, titubeando.
– Ninguna de las dos cosas. Soy el rey Hassan de Bahania -dijo, con un formal movimiento de cabeza-. Bienvenida a mi país.
– Gracias. Su país es muy hermoso -Billie suspiró-. Supongo que tendré que disculparme por mi aversión a los gatos.
Un fuerte aullido interrumpió la conversación. Billie se puso en pie de un salto y salió corriendo, justo cuando un gato negro y blanco pasó volando delante de ella. Billie se hizo a un lado para evitar a la horrible criatura, pero resbaló y perdió el equilibrio.
De repente, un par de fuertes abrazos la sujetaron por detrás. Alguien la puso en pie, rescatándola de lo que habría sido una dolorosa caída. Billie contuvo el aliento al sentir los músculos duros como piedras, el increíble calor corporal y los fuertes latidos de su corazón.
Volvió la cabeza y se encontró con Jefri, que la miraba a unos centímetros de distancia.
– Me temo que tu perra ha vuelto a meterse en líos -dijo él, incorporándola-. Creo que le gustan. Los líos.
Billie se alisó el vestido con las manos.
– Me parece que con tantos gatos, no le queda otro remedio que protegerse -respondió ella. Pero entonces recordó la presencia del rey y tragó saliva-. Aunque los gatos son preciosos, por supuesto – añadió casi sin voz.
Jefri la miró extrañado, pero no dijo nada. El rey parecía divertido. Se acercó y tomó a la pequeña Muffin en brazos.
– Así que tú eres la alborotadora -dijo, mirando a la perrita a la cara-. Me temo que tienes que aprender cuál es tu lugar del mundo.
Billie cruzó los dedos para que no fuera una jaula. O las mazmorras.
– Viaja siempre conmigo. Está un poco consentida.
– Ya lo veo -dijo el rey, dejando a Muffin en el suelo. Le dio unas palmaditas en la cabeza-. Quisiera invitarlos a usted y a su hermano a cenar esta noche -añadió, incorporándose -. Si puede dejar a la pequeña en su habitación, claro.
¿Cenar con un rey? Eso no pasaba todos los días. De hecho no le había pasado nunca.
– Por supuesto-dijo Billie, y recorrió mentalmente su armario-. ¿Formal? ¿Informal?
– Sólo estará la familia -respondió él.
Lo que no aclaraba ni confirmaba la presencia del superbombón, el príncipe Jefri.
– Bien. ¿Quiere informar a su hermano?
Billie pensó en la reacción de su hermano. No le haría mucha gracia.
– Dejaré que lo haga usted -dijo ella, sabiendo que su hermano no se atrevería a rechazar la invitación de un rey-. Estará encantado.
Jefri torció la boca. ¿Le estaría leyendo el pensamiento?, pensó Billie.
No, se dijo. A los hombres como él no los preocupaba lo que pensaran las mujeres. Lo que querían… ¿qué querían de las mujeres los hombres como él?
Pero como no era ni una top model ni la heredera de ninguna fortuna ni grande ni pequeña, no tenía muchas posibilidades de averiguarlo.
– Entonces a las siete y media -dijo el rey.
– Allí estaré.
Billie se agachó, tomó a Muffin en brazos y volvió a su habitación. Si iba a cenar con el rey tenía que retocarse el peinado.
Jefri terminó de hacerse el nudo de la corbata y estudió la chaqueta, buscando pelos de gato.
– Prueba con esto -le dijo su hermano Murat lanzándole un cepillo de pelo.
– Gracias.
– ¿De verdad tiene un perro? -preguntó Murat, desde el sofá.
– Es más bien una rata con pelo.
Claro que a Billie parecían gustarle mucho los roedores, pensó recordando la tragedia de la raton-cita.
– ¿Y te ha derribado en pleno vuelo?
Jefri se puso la chaqueta y se volvió a mirar a su hermano.
– No literalmente.
– Eso ya lo veo -Murat sonrió-. Estoy impaciente por conocerla.
– Es imprevisible.
– Suena interesante.
Jefri no dijo nada. Sólo miró a su hermano, que se levantó, se desperezó y sonrió.
– Soy el príncipe heredero -dijo, como si Jefri no lo supiera-. Puedo tener lo que quiera.
– A ésta no.
Su hermano arqueó una ceja.
– ¿Por qué no?
Jefri esbozó una sonrisa.
– Es mía.
– Ah. ¿Lo sabe ella?
– Aún no, pero lo sabrá muy pronto.
– En ese caso, te deseo suerte, hermano.
– No la necesitaré.
Nada se interpondría entre él y Billie. Primero aprendería todos sus secretos, y después la haría suya en su cama.
Capítulo 3
Como a la mayoría de las niñas, a Billie le encantaba disfrazarse de mayor cuando era pequeña, así que ahora no iba a dejar pasar la oportunidad de arreglarse para una cena en el palacio de un rey acompañado de su real familia. Además, una de las ventajas de su trabajo era que cada dos años asistía a la Feria Aérea de París, lo que significaba que después de admirar los últimos avances tecnológicos para aviones con sus hermanos, ella se iba de compras a las boutiques más elegantes de la capital francesa.
Ahora se había puesto una de sus adquisiciones más exquisitas, un vestido de noche violeta oscuro que caía elegantemente hasta el suelo. Con unos pasadores se había recogido el pelo hacia atrás, dejando que la melena rubia y ligeramente ondulada cayera en cascada sobre su espalda. En los pies, unas sandalias plateadas de tiras de tacones altísimos la hacían sentirse como una diosa amazona.
– ¿Qué te parece? -preguntó a Muffin, enseñándole dos pendientes diferentes -. Éstos cuelgan más, pero éstos brillan.
Muffin ladró.
– Opino exactamente lo mismo. El brillo es mejor -dijo, y se puso los pendientes más pequeños de circonitas.
Se echó unas gotas de perfume y, satisfecha con el resultado, metió una bolsa de plástico en el bolso y prometió a Muffin traerle alguna exquisitez.
Lo difícil sería trasladar la carne o lo que fuera del plato a su bolsito, pero lo había hecho cientos de veces y casi nunca la habían pillado.
– Bien, pórtate bien. No volveré tarde.
Billie puso el reproductor de DVD en marcha y se dirigió a la puerta.
Al salir al pasillo del hermoso palacio rosa, tuvo la sensación por primera vez de ser casi una princesa.
– Mucho mejor que un disfraz de Halloween – murmuró, echando a andar hacia el ascensor.
Mientras esperaba, oyó una puerta que se cerraba y el sonido de pasos. Segundos más tarde, Jefri caminaba hacia ella.
– Buenas noches -dijo él, impresionante en su esmoquin negro.
Billie suspiró para sus adentros. No se había equivocado. Una cena familiar en círculos reales no significaba que se pudiera asistir en pantalones vaqueros.
Cuando Jefri se detuvo junto a ella, hizo un esfuerzo para no desvanecerse. Casi todos los hombres estaban bien en esmoquin, pero si uno ya era guapo de por sí la diferencia era espectacular. Y Jefri no era una excepción. El pelo negro cepillado hacia atrás marcaba aún más sus angulosas acciones, y el cuello blanco y los puños de la camisa resaltaban el bronceado de su piel.
Por su parte, Billie evitaba el sol en la medida de lo posible. Más que broncearse se quemaba, y no quería llegar a los cincuenta con una piel con aspecto de cuero curtido.
Ser consciente de lo blanca que era ella y lo moreno que era él la hizo estremecer. Y también imaginar a los dos desnudos y entrelazados en una cama, como actores de una película porno.
– Hola -dijo ella, moviendo los dedos-. Estás muy elegante.
Jefri le tomó la mano y se la llevó a los labios. Le besó los nudillos.
– Estás preciosa -dijo él-. La hermosura de mi país palidece comparada con tu belleza.
Sí, claro. Una frase hecha propia de un príncipe. Un poco anticuada, quizá, pero que funcionó. Billie sintió las rodillas de mantequilla y el corazón desbocado.
Las puertas del ascensor se abrieron y Jefri le puso la mano en la espalda para hacerla entrar. El pulgar y el índice cayeron sobre su piel desnuda. Y a ella se le puso la carne de gallina.
– Veo que has dejado a Muffin en la habitación – dijo él.
– Me ha parecido lo mejor. Siempre tengo remordimientos cuando salgo a divertirme sin ella, pero la he dejado viendo una película.
Jefri pulsó el botón de la segunda planta.
– ¿Perdona? -No podía haber oído bien -. ¿Tu perra está viendo una película?
– Sí. Y debo decir que la colección de DVD's que tienes es fantástica. Me ha costado mucho decidir, la verdad, pero al final le he puesto Una rubia muy legal 2 porque le encanta Brusier. Es el perro de la película.
Jefri no dejó de mirarla a la cara ni un momento, pero parpadeó.
– No lo entiendo. Eres la misma mujer que pilota un reactor de caza mejor que nadie -dijo, como si fueran cosas incompatibles.
Las puertas se abrieron y los dos salieron al pasillo.
– Sí, ésa soy yo.
– ¿Y le has puesto una película a tu perra?
– No veo qué relación hay entre las dos cosas.
– Yo tampoco. Por aquí.
Jefri la llevó por un largo pasillo, a cuyos lados había un gran número de puertas y habitaciones.
– Me han dicho que tu hermano no podrá venir esta noche -dijo Jefri.
– Ha llegado el resto del equipo y quería supervisarlo todo. Si quieres mi opinión, no le apetece arreglarse para la cena. Él se lo pierde. Estoy segura de que la comida será exquisita.
– Espero que todo esté a tu gusto.
La voz masculina fue una caricia en su piel, y Billie se sintió rara, inestable. Tenía que controlarse. Con los tacones que llevaba, un paso en falso sería fatídico.
Al final del pasillo giraron a la izquierda y entraron en lo que debía de ser el pequeño comedor informal para las informales cenas familiares. Para ella, era como cenar en las zonas acordonadas del Museo Británico.
En el centro de salón había una inmensa mesa. A juzgar por el número de sillas pegadas a las paredes, allí cabían al menos treinta personas. Dos estatuas antiguas flanqueaban un gran tapiz que mostraban la escena de una mujer joven en una barca. A juzgar por el vestido, la escena debía de pertenecer al siglo XVII.
Tres lámparas de araña iluminaban la mesa, pero en lugar de bombillas tenían velas. A un lado, en una mesa auxiliar, había un cubo de hielo con champán y varias botellas sin abrir de distintos vinos tintos y blancos, así como varias botellas de licor. Dos hombres con sendas bandejas de canapés esperaban en la entrada, y no había ni un gato a la vista.
– Es increíble -dijo Billie.
– Me alegro de que te guste. ¿Champán?
– De acuerdo. Mañana no vuelo hasta última hora de la mañana.
Jefri abrió la botella y sirvió dos copas.
– Por nuevas aventuras -dijo, brindando con su copa-, y los que las comparten.
Billie pensó que no era el momento para su habitual «de un trago», y sonrió antes de beber un sor-bito.
Un hombre alto que Billie no conocía entró en el salón. A juzgar por su atractivo físico y regio porte, Billie imaginó que sería otro de los príncipes de la familia.
«Bingo», se dijo cuando Jefri se lo presentó.
– Mi hermano mayor, el príncipe heredero Murat.
Billie tenía el bolso en una mano y la copa de champán en la otra. Durante un segundo horrible, pensó que quizá tenía que agacharse o hacer una reverencia. No sabía qué se esperaba de ella. Pero entonces Murat se inclinó hacia ella y le dio un suave beso en la mejilla.
– Bienvenida, señorita Van Horn. Mi hermano se ha quejado largo y tendido sobre su dominio de los cielos pero no ha dicho nada de su excepcional belleza.
Cualquiera habría imaginado que el beso del atractivo príncipe heredero que algún día se sentaría en el trono del reino tendría algún efecto en ella. Sin embargo no fue así. Ni se le aceleró el corazón ni le temblaron las rodillas. La reacción era exclusivamente con Jefri, así que no podía ser sólo por el rollo del príncipe guapo, rico y con palacio. Billie decidió archivar la información para analizarla más tarde.
– A los hombres no suele gustarles que les gane una mujer-dijo ella, con una sonrisa-. Es una cuestión de vanidad. No me lo tomo a título personal.
– Billie está convencida de que nunca le ganaré. Pero pronto le demostraré lo contrario.
Murat miró de uno a otro.
– No la veo muy preocupada, hermano. Será mejor que te conformes con superarla en otras cosas.
En ese momento el rey entró en el comedor junto a una mujer embarazada y lo que Billie tomó por otro guapo príncipe de la familia.
– Quizá mi hermano tenga razón y deba buscar otro tipo de victorias contigo -le susurró Jefri al oído.
Sus palabras, combinadas con el cálido aliento en la nuca, la estremeció.
– Venid, os presentaré a nuestro último tesoro -dijo el rey, llevando a la pareja hacia ellos-. Billie, mi hijo Reyhan y su bella esposa Emma.
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