Marie suspiró, aliviada.

– Por supuesto.

Marie y sus ayudantes empezaron a sacar la ropa y zapatos que habían llevado. Como la princesa Sabrina les había dado sus tallas, no tuvieron problemas al respecto.

Pero Zara no tardó en descubrir que ninguna de las tres mujeres tenía sentido de la vergüenza, porque enseguida se encontró totalmente desnuda, sin más prenda que las braguitas. Y aunque ella reaccionó de forma recatada, cruzándose de brazos para que no vieran sus senos, nadie le prestó la menor atención.

– Eres muy delgada, así que deberíamos buscarte algo llamativo -dijo Marie-. En cuanto a tus pechos, son demasiado pequeños. Pero no es nada que no se pueda arreglar con un poco de relleno.

Marie le eligió un vestido morado francamente bonito, de seda, con una pronunciada abertura delantera que le llegaba casi a la cintura. Y aunque sus senos estaban perfectamente cubiertos por dos grandes tiras de tela, no podía girarse con rapidez sin que se viera demasiado.

– Vaya, tendremos que arreglarlo con papel celo…

– ¿Cómo?

– Lo pondremos por dentro para que el vestido se pegue a tu piel -explicó Marie-. Es un truco bastante habitual.

Cuando terminaron, ninguna de las dos quedó demasiado convencida. Así que optaron por buscar otro vestido.

Al final, se decidieron por uno más sencillo, también de seda, y de un tono color bronce.

– Éste me gusta mucho -dijo Zara.

– Te queda muy bien. Además, tengo zapatos a juego.

– Me encanta, pero tal vez debería preguntar a Sabrina si le parece adecuado para la cena…

– Estoy segura de que le encantará, pero pregúntaselo si quieres. Mientras tanto, me encargaré de tu hermana.

– De acuerdo.

Zara acababa de salir al corredor con intención de ir a buscar a Sabrina cuando cayó en la cuenta de que no sabía dónde ni cómo encontrarla. Justo entonces, se abrió la puerta de al lado y apareció Rafe.

– ¿Eres mago o algo así? ¿O es que tienes algún sistema para saber cuándo entro y salgo de las habitaciones? Siempre te las arreglas para encontrarte conmigo.

Rafe la miró de los pies a la cabeza.

– Estás preciosa. ¿Es el vestido para esta noche?

El cumplido de Rafe hizo que se sintiera muy bien.

– Sí, tres mujeres han aparecido con un montón de ropa para Cleo y para mí y quería preguntarle a Sabrina si este vestido es apropiado para la cena. Hay un par más que me gustan, pero éste me parece el mejor. ¿Dónde podría encontrarla?

– Está con su marido y no volverá hasta dentro de un par de horas. Pero si quieres, puedo darte mi opinión.

Zara lo miró, dubitativa.

– ¿Sabes algo de etiqueta?

– Lo sé todo. He asistido a docenas y docenas de cenas como la de esta noche. Enséñame los otros vestidos y te diré cuál me parece el más adecuado.


Quince minutos más tarde, mientras se encontraba en mitad del dormitorio de Zara, Rafe pensó que aquélla no había sido una buena idea. Aunque se había metido en el cuarto de baño para cambiarse, podía oír como se quitaba y ponía los vestidos y lo estaba volviendo loco. Habría dado cualquier cosa por poder tomarla entre sus brazos.

Sólo esperaba que la relativa oscuridad de la habitación, así como la falta de experiencia de la mujer, hicieran que no se fijara en su más que evidente erección.

Zara salió segundos después con un nuevo vestido, de color azul, y se miró en el espejo, dudando.

– No sé… Creo que el escote es demasiado pronunciado.

– Estás preciosa.

– ¿Hablas en serio?

– Por supuesto que sí. Todos los vestidos que he visto hasta ahora te quedan maravillosamente bien. De hecho, no entiendo cuál es el problema.

– No se. Es que me gustaría… parecerme a los demás. Sí. Me gustaría no llamar la atención -confesó.

– ¿Por qué?

– Porque soy una mujer normal y corriente. Mi piel es bonita, es verdad, y también lo son mis ojos. Pero mi boca es algo extraña y…

Rafe pensó que no sabía lo que estaba diciendo. Tenía una boca muy sensual, que habría besado con mucho gusto.

En ese momento se abrió la puerta del dormitorio y apareció Cleo.

– Ya lo he encontrado -dijo, sonriendo.

El vestido de Cleo era parecido al de su hermana, pero de un color azul cobalto, más intenso, que hacía juego con sus ojos. Además, la parte superior remarcaba sus generosos senos. Cleo era una especie de permanente y clara invitación a hacer el amor.

– Oh, vaya, si tú también has elegido un vestido azul, será mejor que me busque otro -dijo Cleo, al darse cuenta de la coincidencia.

– ¿Bromeas? No hagas eso. El tuyo te queda muy bien, así que seré yo quien cambie de vestido.

– ¿Estás segura?

Zara sonrió.

– Por supuesto que sí.

Entonces, Cleo se fijó en Rafe y dijo:

– ¿Qué haces aquí? ¿No te estás tomando demasiado en serio tu trabajo de guardaespaldas?

– He venido para darle mi opinión sobre los vestidos.

– Ya, claro…

Cleo lo miró con ironía y Rafe se preguntó si habría adivinado lo que sentía por su hermana. Pero la joven se marchó enseguida y no tuvo ocasión de sonsacarla.

– ¿La has visto? -preguntó Zara-. Tiene un cuerpo increíble… A su lado, parezco una judía verde.

– Eso no es verdad.

– Te agradezco que seas tan amable conmigo, pero ambos sabemos que es cierto. Me ponga lo que me ponga, nunca tendré la figura de Cleo.

Sin pensárselo dos veces, Rafe avanzó hacia ella y la obligó a mirarse en el espejo.

– Mírate bien. ¿Qué es lo que te disgusta tanto de ti? ¿Qué te gustaría cambiar?

– Todo.

– Pues yo no cambiaría nada.

Entonces, y sin considerar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, la atrajo hacia sí, la tomó entre sus brazos y la besó.

Capítulo 7

ZARA pensó que no podía ser cierto que Rafe la estuviera besando, e intentó mantener la calma. Pero aquello era un beso, no había duda alguna, y tan maravilloso que se sintió desfallecer.

Sus labios estaban muy calientes. Se abrazó a él con fuerza, saboreándolo, y entreabrió la boca para sentir el íntimo contacto de su lengua. Rafe, por supuesto, no la decepcionó. Y mientras la besaba, comenzó a acariciar su cuerpo.

Zara notó que sus pezones se endurecían. Sus senos podían ser pequeños, pero también eran increíblemente sensibles al contacto, y la combinación de tensión y de placer resultaba tan desconocida y nueva para ella, que se sentía a punto de perder el control. Deseaba que le bajara la cremallera del vestido y que le acariciara los pechos desnudos. Necesitaba que la tocara.

Entonces, él dejó de besarla en la boca y comenzó a descender por su cuello, poco a poco, hasta llegar a la parte superior de sus senos. Sin embargo, no hizo exactamente lo que Zara había deseado: en lugar de bajarle la cremallera, tiró del vestido hacia abajo, hasta la cintura. Luego, se inclinó sobre ella y comenzó a succionar uno de los pezones.

Aquello era como un sueño. Zara cerró los ojos, dominada por un intenso fuego interior, y se estremeció. No podía pensar. Apenas podía respirar. Sólo sabía que la enorme cama estaba muy cerca.

Pero Rafe no tenía intención de ir tan lejos. Volvió a tomar el vestido, y aunque ella esperaba que se lo quitara del todo, la cubrió de nuevo y la besó una vez más en la boca.

En ese momento, Zara sintió la dureza de su erección y no pudo creer que le hubiera provocado semejante reacción. Por desgracia, Rafe se apartó enseguida, caminó hacia el balcón y se quedó mirando el horizonte.

– Esto no debería haber pasado -se lamentó.

– Pero ha pasado -comentó ella-. Rafe… ¿estás armado?

– ¿Cómo?

– Que si llevas pistola.

– No.

– Ah… Entonces, ¿es que sientes verdadero interés por lo que hacíamos?

Rafe no entendió la pregunta y entrecerró los ojos.

– ¿Se puede saber de qué estás hablando?

– Bueno, ya sabes. Es que he sentido… algo.

Rafe lo comprendió entonces.

– No puedo creer que preguntes semejante cosa. Sí, estoy excitado. Eso es lo que has sentido. Y es lógico que lo esté, porque te deseo.

Zara se sintió la mujer más feliz de la tierra.

Él avanzó hacia ella, le puso las manos sobre los hombros y dijo:

– No me mires con esa cara de sorpresa. En tu cuerpo no hay nada malo. De hecho, creo que todo es perfecto. Te deseo, sí, es verdad. Y también es verdad que quiero hacerte el amor.

Aquello era lo más bonito que le había dicho un hombre en toda su vida. Además, ella también deseaba acostarse con él. Y por otra parte, imaginaba que Rafe tenía la experiencia suficiente como para conseguir que su primera vez fuera inolvidable.

– No sé en qué estás pensando -continuó él-, pero olvídalo.

– ¿Cómo?

– Lo digo en serio, Zara. Entre nosotros no puede haber nada. No he debido besarte… Tú eres una princesa y yo soy tu guardaespaldas temporal. Mi trabajo consiste en mantenerte a salvo de cualquier amenaza, incluida las sexuales y aunque procedan de mí.

– ¿Por qué? Es obvio que a los dos nos ha gustado. ¿Qué hay de malo en ello?

– Ambos sabemos dónde acabaríamos si siguiéramos adelante.

– No lo entiendo, la verdad. En todas las películas que he visto, el guardaespaldas siempre se acuesta con su cliente.

– Sin embargo, yo tengo muchos motivos para no caer en la tentación -insistió él-. Mira, yo no soy ningún príncipe azul. No creo en los compromisos ni en los para siempre. Vivo el momento y sigo adelante. De hecho, soy muy poco apropiado para ti. De modo que mantente alejada.

– Yo no he dicho nada de compromisos. Hablaba de sexo.

– Dudo que seas capaz de separar las dos cosas.

– En cualquier caso, así no podré saberlo nunca, ¿no te parece? Para una vez que encuentro un hombre a quien le gusto, resulta que no quiere acostarse conmigo porque es mi guardaespaldas -se quejó.

Zara se alejó de él y caminó al otro extremo de la habitación. Pero Rafe la siguió.

– Hay otra razón por la que no puedo ceder al deseo -le explicó-. Necesito mantener la cabeza sobre los hombros.

– No te entiendo…

– Eres la hija del rey. Y te aseguro que Hassan no sería precisamente indulgente con alguien que se atreviera a robarle la virginidad a su hija, sobre todo si sólo es un empleado como yo. El castigo sería muy severo.

– Eso es una estupidez. Dudo que te cortara la cabeza.

Rafe se encogió de hombros.

– Si no me crees, pregúntaselo tú misma.

Entonces, Rafe se dio la vuelta y salió de la habitación.


– ¿Todavía siguen cortando cabezas en este país? -preguntó Cleo un buen rato más tarde, cuando Zara le contó su conversación-. Qué alucinante…

– A mí no me parece tan divertido. Siempre he tenido mala suerte con los hombres. Tanta, que ahora corren el riesgo de perder literalmente la cabeza si se acercan a mí. Dudo que eso sirva para atraerlos…

– Bueno, no tienes que contarle a todo el mundo que eres la hija del rey…

– Pero si me conocen aquí, ¿cómo podré disimularlo?

– No sé, pero algo me dice que tu mala suerte con los hombres no puede durar mucho más. A fin de cuentas, tu situación no puede empeorar.

– No tientes al destino. Además, mi vida se ha complicado tanto… Rafe me ha advertido que muchos hombres querrán acercarse a mí sólo porque soy la hija del rey.

– Sí, seguro que sí, pero ya te las arreglarás. Eres una mujer inteligente.

– De todas formas tendré que tener cuidado, porque nunca estaré segura de si me quieren por mí o por mi dinero. Y en lo relativo a Rafe, sospecho que sé lo que quiere de mí -declaró con amargura.

Cleo la acarició en un brazo.

– No seas tan dura contigo. Que hayas conocido a unos cuantos estúpidos en el pasado, no quiere decir que no haya muchos hombres que no te encuentren increíble. Algún día conocerás al hombre adecuado para ti, a uno a quien no le importe perder la cabeza.

Zara rió.

– Sí, claro… ¿Quién se arriesgaría a morir sólo por acostarse conmigo?

– Pasará, ya lo verás.

Zara apreciaba el apoyo de su hermana, pero no la creyó. Rafe había conseguido volverla loca y resultaba más que evidente que se sentía atraído por ella. Pero al parecer, no lo suficiente: había hecho lo posible y lo imposible por alejarla de él.


Zara ya estaba preparada cuando llamaron a la puerta. Marie y sus socias la habían arreglado y maquillado una hora y media antes y habían hecho un gran trabajo. Casi no se reconocía a sí misma. Había sufrido una transformación completa que culminó con un elaborado peinado y un precioso collar de diamantes y zafiros.

Nerviosa, abrió la puerta. Rafe se encontraba en el pasillo. Se había cambiado y lucía un esmoquin que le quedaba muy bien.

– Estás perfecta -dijo él, con una sonrisa.