Rafe se levantó también y salió al pequeño balcón desde el que se contemplaba gran parte del centro de la ciudad. Estaban a finales de mayo y hacía un calor terrible, pero Zara se había apoyado en la barandilla, completamente ajena a ello, con la mirada perdida.

– No quiero que le digas nada al rey – dijo ella.

– No tengo elección -dijo él.

– ¿Por qué? Ya tiene una hija y no necesita otra -declaró, mirándolo-. Además, dudo que yo fuera una buena princesa.

– Lo harías bien, no te preocupes.

Rafe no sabía qué decir. Tenía la impresión de que Zara estaba a punto de romper a llorar.

– Entonces, ¿ahora crees que soy hija del rey?

– Sí, Zara. Creo que es muy posible que lo seas.

– Nunca pensé que pudiera ser así… sólo quería tener una familia de verdad, con primos y tíos y esas cosas -declaró, mientras contemplaba la ciudad-. Pero había imaginado una familia normal, no esto.

Rafe la miró y pensó que su perfil era precioso. Sin poder evitarlo, clavó la mirada en sus labios y en la curva de su cuello. Y en ese momento, sintió un estremecimiento que iba mucho más allá de un simple interés profesional por aquella mujer.

– Si quieres, podría facilitarte las cosas actuando como intermediario -se ofreció él-. Podría llevar las cartas y el anillo al rey y enseñárselos en privado. Tú no tendrías que estar presente y nadie mis lo sabría.

Ella se mordió el labio inferior.

– Supongo que ahora ya no puedo dar marcha atrás, ¿verdad?

– No habrías venido aquí si en el fondo no hubieras tomado ya una decisión -comentó él-. Tú misma has desencadenado los acontecimientos al presentarte en palacio.

– Sí, pero desear algo y hacerlo son dos cosas bien diferentes. Tal vez sería mejor que Cleo y yo nos marcháramos.

– Si haces eso, te arrepentirás el resto de tu vida.

– Puede que eso no sea tan malo. Aunque sé que tienes razón… Estoy aquí y quiero saber la verdad, así que acepto tu ofrecimiento. Si puedes llevarle las cartas y el anillo, te lo agradecería. Creo que no podría soportar que me rechazara en persona. Además, tampoco creo que fuera capaz de hablarle a un rey.

Rafe no tenía la menor idea de cómo reaccionaría el rey al saberlo, pero ahora estaba convencido de que Hassan era el padre de Zara, lo que podía implicar muchas complicaciones.

– ¿Y cómo sabes que te devolveré las cartas y el anillo?

Zara le sorprendió con una respuesta increíblemente ingenua:

– ¿Para qué los querrías tú?

– Oh, vamos, Zara… Eres tan confiada que no deberías viajar sola.

– No viajo sola, viajo con mi hermana.

– Ah, sí. Es como un ciego guiando a otro ciego.

Zara lo miró con cara de pocos amigos y se puso tan derecha como pudo, pero no le impresionó en absoluto. A fin de cuentas, él media más de un metro ochenta y cinco y era mucho más alto que ella.

– Cleo y yo nos las hemos arreglado perfectamente bien sin tu ayuda -le recordó.

– Ya lo veo. Y supongo que el detalle de que os atacaran en el palacio también formaba parte de vuestro plan -se burló.

– Eso ha sido culpa tuya, no mía.

– En una situación como la vuestra, hay que estar preparado para cualquier contingencia -observó.

Zara pensó que tenia razón, pero había una cosa que quería preguntarle y decidió hacerlo.

– ¿Es verdad que me parezco a la princesa Sabra?

– Tanto como para confundir a un guardia nuevo.

– Pero no a ti…

– No, no a mí. Siento haberte atacado, por cierto.

– Descuida, es lógico que lo hicieras. Pensaste que yo era una amenaza.

Al mirarla, Rafe se preguntó cómo era posible que hubiera pensado que aquella mujer podía suponer algún tipo de amenaza. Pero eso era lo que había hecho.

– Entonces, crees que existe la posibilidad de que sea la hija del rey, ¿no es cierto? -preguntó de nuevo, como para asegurarse.

– Si, eso creo. Por cierto, ¿qué sabes de tu nombre?

– No gran cosa, al margen de que es poco habitual en mi país. Pero si hubieras conocido a mi madre, no te sorprendería. No se puede decir que fuera la persona más convencional del mundo, ni mucho menos.

– Tu nombre no es simplemente original. Zara también era el nombre de la madre del rey Hassan.

Zara se estremeció como si de repente hiciera frío y Rafe lo comprendió de sobra. Había ido a Bahania para conocer a su padre e iba a recibir mucho más de lo que había imaginado.


Cuando Rafe se marchó, Zara comenzó a caminar de un lado a otro, nerviosa.

– Ha dicho que llamará en cuanto hable con el rey y que tal vez pueda verlo esta misma tarde. Pero, ¿qué clase de hombre podría ver a un rey con tanta facilidad?

– Un hombre con muchos contactos -dijo Cleo, sonriendo-. Pero no entiendo que te lo tomes a la tremenda… ¿Qué podría pasar? Si resulta que no eres hija del rey, disfrutaremos de unas vacaciones y volveremos tranquilamente a casa.

Zara sabía que su hermana tenía razón, pero en el fondo detestaba la idea de volver a casa sin padre.

– No pensé que pudiera ser tan complicado.- confesó.

– Si lo piensas bien, no es tan complicado. No ha cambiado nada.

Zara se sentó en la cama y pensó que Cleo se equivocaba en muchos sentidos. La vida no le parecía la misma desde que Rafe Stryker se había arrojado sobre ella. Ahora no podía dejar de pensar en sus preciosos ojos ni en lo que había sentido con su leve contacto.

– ¿Quién crees que es Rafe? Al principio vestía como un jeque, pero obviamente es de Estados Unidos.

– Da igual quién sea mientras haga lo que ha prometido. Olvídate de él y piensa en el palacio… ¿No te gustaría vivir en él? Es precioso.

– Es demasiado grande -dijo Zara.

Cleo suspiró.

– ¿Qué voy a hacer contigo? Tienes la oportunidad de tu vida y no dejas de poner pegas. Estamos hablando de convertirte en princesa, algo que no pasa todos los días… Y por supuesto, estamos hablando de no tener que volver a preocuparnos por el dinero -le recordó su hermana-. Hasta hace poco tiempo, éramos tan pobres que vivíamos al día.

– Lo sé.

– Podrías ser rica…

– No quiero ser rica, sólo quiero tener una familia.

– Bueno, puedes tener una y ser rica además.

Zara rió.

– ¿Es que no puedes pensar en otra cosa?

Cleo sonrió.

– Sí, pero los diamantes llaman mucho la atención…

– Di lo que quieras. Sé que en el fondo quieres lo mismo que yo: una familia de verdad.

– Es posible. Pero la realeza tampoco me sentaría mal.

– ¿Crees que Rafe trabaja para el rey? -preguntó, mientras se cruzaba de piernas.

– Eh, deja de pensar en ese tipo… En primer lugar, estás a punto de saber si el hombre más rico del país, un rey de carne y hueso, es tu padre. Y en segundo lugar, debo recordarte que tienes muy mala suerte con los hombres.

– Lo sé, lo sé… Pero a pesar de eso, me pregunto si estará libre.

Cleo le arrojó una almohada a la cabeza.

– Basta ya, hermanita. Olvídate de eso y piensa en la posibilidad de ser una princesa.

– Está bien.

Sin embargo, Zara no siguió el consejo de Cleo. En cuanto se tumbó en la cama, su imaginación voló a un hombre alto, de aspecto peligroso y con una mirada que llegaba al alma.

Capítulo 3

EN lugar de ir a ver directamente al rey, Rafe fue en primer lugar a su despacho y encendió el ordenador. Quería investigar la posibilidad de que Zara Paxton fuera hija ilegítima del rey Hassan.

Aunque en gran parte estaba convencido de la verosimilitud de su historia, la única prueba que tenia era su instinto. Sabía que el rey visitaba Nueva York con frecuencia desde hacia varias décadas y que podía haber mantenido una relación amorosa con una estadounidense, así que pensó que podía echar un vistazo a los datos financieros del monarca en busca de posibles compras de joyas. Pero se dijo que seria mejor que se lo preguntara.

Sacó el anillo que se había guardado en el bolsillo y lo miró a la luz de la media tarde. Después, volvió a leer la inscripción y se preguntó cuánto afecto habría sentido el rey por aquella mujer. Ninguna de sus amantes le duraba demasiado tiempo, y en cuanto a sus sucesivas esposas, sólo había estado realmente enamorado de una de ellas.

En cualquier caso, sólo había una forma de descubrirlo.

Llamó a la secretaria del rey y preguntó si podía concederle unos minutos. Por fortuna, el monarca no tenía ningún compromiso inmediato y poco después tomó las cartas y el anillo y se dirigió a su encuentro.

Su Alteza el rey de Bahania creía en las primeras impresiones. Por eso, su despacho era tan grande como un campo de fútbol, estaba lleno de obras de arte y daba a un precioso jardín en mitad del cual se veía una gran fuente de mármol blanco. Ante 1as puertas dobles de la sala montaban guardia cuatro soldados, vestidos con trajes de época. Y una vez dentro, tres secretarias protegían al rey de visitantes inesperados.

Rafe saludó a los guardias al aproximarse. Cuando le abrieron las puertas, un gato persa aprovechó la ocasión para salir y frotarse contra sus pantalones. Rafe lo maldijo. Nunca le habían gustado los gatos. Le gustaban los perros, pero el rey era un fanático de los felinos y por supuesto no le había comentado nada al respecto.

Akil, el anciano ayuda de cámara que llevaba con el rey desde hacia décadas, se aproximó al verlo y sonrió.

– Señor Stryker… Bienvenido. El rey lo está esperando y lo recibirá ahora.

Rafe se llevó una mano a uno de los bolsillos para asegurarse de que el anillo seguía allí y se dirigió hacia una puerta medio abierta, a la izquierda de la sala. En cuanto entró, hizo una reverencia y dijo:

– Alteza…

El rey Hassan estaba sentado tras su impresionante escritorio. Generalmente llevaba trajes hechos a mano cuando estaba trabajando y aquel día no era una excepción.

– ¿Qué te trae por aquí, Rafe?

Rafe tuvo que quitar a un gato de la butaca para poder sentarse, y cuando lo hizo, el animal le saltó al regazo. Estaba deseando dejar aquel trabajo y volver a su empleo normal. Al menos, a su jefe tampoco le gustaban particularmente los gatos.

– Hay un asunto inusual que debemos tratar.

Hassan arqueó una ceja. Estaba a punto de cumplir sesenta años, pero parecía mucho más joven. Apenas tenía unas cuantas canas en la barba y en su rostro se veían pocas arrugas, pero Rafe ya había aprendido que podía parecer terriblemente severo y distante.

Rafe llevaba una buena temporada en el palacio en calidad de consejero de seguridad de Bahania, que acababa de firmar un acuerdo para crear unas fuerzas aéreas conjuntas con los vecinos países de El Bahar y la Ciudad de los Ladrones. Pero a pesar de ello, todavía no se había formado una idea exacta del carácter del rey y no sabia cómo podía reaccionar.

– ¿Algún asunto de seguridad?

– No, es algo personal. Todavía no lo he hablado con nadie, y huelga decir que jamás diré nada al respecto si desea que guarde silencio.

Hassan sonrió levemente.

– Estoy intrigado. Continúa.

Rafe dudó. Estaba a punto de entrar en aguas peligrosas.

– Esta mañana, una joven vino al palacio. Estaba en una visita guiada y uno de los guardias se fijó en ella por su notable parecido con la princesa Sabra.

Hassan asintió y Rafe siguió hablando.

– He hablado con la joven en cuestión, quien recientemente ha descubierto ciertos papeles que pertenecían a su madre. Son cartas, de hecho. Y cree que pudieron haber sido escritas por usted.

– ¿Quién es? -preguntó el rey, repentinamente serio-. ¿Cuántos años tiene?

– Se llama Zara Paxton y tiene veintiocho años.

El rey carraspeó y extendió una mano para que le diera las cartas. Rafe se las dio y supo, por su reacción, la verdad: había reconocido el apellido y la edad de la joven.

El rey comenzó a leer las cartas, una a una. Cada vez estaba más pálido, y aprovechando la ocasión, Rafe se quitó de encima al gato.

Cuando terminó de leer, le enseñó el anillo.

– Fiona… -dijo el rey, mirando a Rafe-. Es su hija. ¿Dónde está?

– Zara se aloja en un hotel de la ciudad. Parece ser que su madre murió hace unos años y que ella descubrió las cartas y el anillo hace poco tiempo, a través de su abogado. Cree que usted podría ser su padre.

Hassan se levantó y Rafe hizo lo mismo.

– Por supuesto que es mi hija. Fiona y yo estuvimos juntos durante dos años… Mi hija. Después de tanto tiempo, mi hija está aquí… No puedo creerlo. ¿Y dices que se parece a Sabrina?

– Tienen los mismos rasgos y el mismo color de pelo, aunque Zara es más delgada y lleva gafas.

Hassan sonrió.

– Mi querida Fiona era cegata como un topo, pero muy coqueta. Nunca se habría puesto gafas… Tanto era así que tenía que acompañarla a todas partes para que no tropezara con algo. Pero vamos, salgamos de aquí. Quiero verla ahora mismo.