– Entonces, tuviste que encargarte de ella…
Zara rió.
– Cleo se enfadaría mucho si te oyera hablar en esos términos. A los dieciséis años ya era toda una mujercita, perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Vivíamos juntas y cuidábamos la una de la otra.
– Pero por la edad que tenías, supongo que ya estabas en la universidad…
– Sí. Nos llevamos la grata e inesperada sorpresa de que Fiona tenía un seguro, suficiente para pagar mis estudios y los de Cleo si hubiera querido ir a la universidad -explicó Zara-. Pero Cleo no quería estudiar y se buscó un trabajo.
– ¿Y por qué decidiste dedicarte a la enseñanza?
– Porque no sabía lo que quería hacer -confesó-. Un día me tocó dar clase a un grupo de alumnos, y aunque al principio estaba muy nerviosa, la experiencia me gustó y decidí dedicarme a ello.
Rafe la miró y se preguntó cuántos alumnos se habrían enamorado de aquella mujer.
– Vivo en una casa de campo, rodeada de colinas -continuó ella-. Allí no hay mucho que hacer, y la ciudad más próxima está a doscientos kilómetros. Como te puedes imaginar, no se parece nada a Bahania.
– Ni al palacio -le recordó.
– No, pero no quiero pensar en eso. No estoy preparada, no tengo ni los conocimientos diplomáticos ni las habilidades sociales suficientes para asistir a la cena de mañana… ¿qué pasará si ofendo a alguien importante y provoco un conflicto internacional?
– Los conflictos internacionales no son tan fáciles de provocar como crees -le explicó-. El mayor peligro que correrás es otro: la posibilidad de que algún jeque se enamore de ti y pretenda secuestrarte.
Ella rió.
– Oh, vamos, lo dudo… Además, te recuerdo que eres mi guardaespaldas y que debes cuidar de mí.
– Lo haré lo mejor que pueda.
Rafe pensó que él mismo la habría secuestrado con mucho gusto. Contempló su bello perfil y se preguntó qué lo atraía tanto de ella. No lo sabía, pero fuera lo que fuera, era tan intenso como para romper su norma de no mantener relación alguna con personas que no vivieran como él. Y debía de ser algo muy especial: por si todo eso fuera poco, también era virgen y la hija de un rey.
– Hablando de jeques… ¿Por qué estabas vestido como uno esta mañana?
Rafe no quería responder a esa pregunta. Así que cambió de conversación y preguntó, a su vez, algo que la dejó sorprendida:
– ¿Por qué eres virgen?
Capítulo 6
HORRORIZADA y humillada, Zara se levantó de un salto y lo miró. Su cara estaba tan roja que agradeció la oscuridad de la noche.
– No puedo creer que te hayas atrevido a hacer una pregunta así. Eso es una cuestión personal y no pienso hablar de ello ni contigo ni con nadie.
Rafe no pareció intimidado en absoluto.
– Fuiste tú quien sacó ese tema hace horas. Me lo confesaste, ¿recuerdas? Y no es algo que se olvide con tanta facilidad.
– Pues deberías olvidarlo. No es asunto tuyo.
Zara pensó que la curiosidad de Rafe era irritante. Pero acto seguido, se dijo que tal vez obedecía a una motivación oculta: tal vez le gustaba y se interesaba por ella. La idea bastó para llenar su imaginación de todo tipo de fantasías. Sin embargo, tenía los pies en la tierra y sabía que aquel hombre estaba fuera de su alcance.
– Vamos, Zara, puedes contármelo. ¿Cómo es posible que una mujer tan bella, atractiva y sexy siga siendo virgen a los veintiocho años? Seguro que has vivido muchas aventuras…
Zara se sorprendió mucho. Acababa de decirle que era sexy y le gustó tanto que tuvo que recordarse que Rafe estaba trabajando y que sólo intentaba ser amable con ella. Además, no podía creer que se interesara por ella. De las hermanas Paxton, la única que llamaba sistemáticamente la atención de los hombres era Cleo. Había sido así desde siempre.
– Muchas menos de las que crees -puntualizó ella.
– No te creo.
– ¿Pretendes humillarme de forma deliberada?
– No. Pretendo entenderte de forma deliberada.
Zara se apoyó en la barandilla del balcón, de espaldas al mar. Sabía que Rafe no intentaba humillarla y en el fondo deseaba que la encontrara atractiva de verdad, pero era demasiado insegura para creerlo.
– Nunca he tenido mucha suerte con el amor. Era demasiado alta, demasiado delgada y demasiado inteligente. Por otra parte, cambiábamos constantemente de casa y no tenía tiempo de hacer amigos. En cuanto a la universidad, ya me estaba acostumbrando cuando murió mi madre y Cleo se vino a vivir conmigo. Digamos que aquello terminó de estropear mi vida emocional.
Ella se detuvo un momento y añadió:
– ¿Seguro que quieres oír esto?
– Seguro.
– Está bien… Luego nos mudamos a Washington, donde vivo actualmente, y salí con varios hombres, aunque ninguno era especial. Entonces conocí a Jon.
Rafe estiró las piernas y dijo:
– Algo me dice que ese tipo no me caería bien.
– No sé… Era encantador. Trabajaba como administrativo en la universidad y nos llevamos muy bien desde el principio. De hecho, me cambió. Consiguió que me sintiera más atractiva con sus comentarios o incluso recomendándome la ropa que me quedaba mejor.
– ¿Un hombre hablando de ropa? Seguro que quería quitártela.
– Bueno, él nunca… No fuimos amantes, si es lo que quieres decir. Pero había otras compensaciones, y cuando me pidió que me casara con él, acepté.
– ¿Te casaste?
– No, pero estuvimos comprometidos una larga temporada.
– ¿Larga?
– Dos años.
– ¡Dos años! ¿Bromeas? ¿Estuviste saliendo dos años con un hombre y no te acostaste con él?
– Sí, bueno, es que decidí esperar…
– ¿A qué? ¿A la guerra nuclear? -se burló.
Zara suspiró.
– Está bien, te seré sincera: Jon nunca intentó hacer nada conmigo y yo no me atreví a tomar la iniciativa. Pero tres días antes de la boda, Jon me pidió que rompiéramos el compromiso. Digamos que había una cuestión importante que debía resolver.
Rafe lo adivinó en seguida.
– Era homosexual.
– ¿Cómo lo has sabido?
– Cualquiera lo habría adivinado. Estuvo dos años contigo y no intentó nada, ni una sola vez. No es lógico -respondió-. Pero, ¿qué pasó al final?
– Me hundí al saberlo. Además, la universidad es un mundo muy pequeño y todo el mundo lo supo enseguida. Cuando volví a salir con otros hombres, tenía miedo de que ellos pensaran que los iba a convertir en homosexuales.
Rafe rió.
– Qué tontería. Seguro que no pensaron eso en absoluto.
– Supongo que no, pero para entonces ya había llegado a una edad demasiado avanzada para ser virgen. Los dos últimos hombres con los que salí, salieron corriendo cuando se lo conté. Y ahora, ¿qué puedo hacer? Si soy la hija del rey, nadie querrá acostarse conmigo. Ser una princesa virgen no es mi idea de pasarlo a lo grande.
Rafe volvió a reír. Se estaba divirtiendo de lo lindo.
– Claro, para ti es fácil reír. No eres tú quien ha vivido como si estuviera en una pecera. No eres tú quien tiene que confesárselo a las personas con las que sales… Dios mío, no pido tanto -declaró-. No pretendo acostarme de una sola vez con todo un equipo de fútbol. Sólo me gustaría que un hombre me viera desnuda antes de que me muera.
Rafe no podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación ni que se expresara en semejantes términos. Pero fuera como fuese, se habría prestado voluntario para verla desnuda con mucho gusto. E incluso le habría dejado que lo tocara.
– Tienes una expresión muy extraña -dijo ella.
– Claro.
Empezaba a estar bastante preocupado. Mantener aquella situación bajo control iba a resultar más difícil de lo que había imaginado.
– Deberías tener cuidado -continuó él -. En cuanto se sepa que eres hija de Hassan, tu mundo cambiará por completo.
– Ni siquiera sabemos si soy su hija.
– ¿Es que todavía lo dudas?
– Bueno, me gustaría dudarlo… aunque en el fondo, sé que lo soy.
– Ten cuidado de todas formas. Los medios de comunicación se fijarán en ti y entonces aparecerán todo tipo de hombres que querrán aprovecharse de tu situación.
Zara sonrió.
– Yo no tengo nada que ofrecer. Ser hija de Hassan no cambiará eso.
– Te equivocas. Tienes contactos con la familia real. Tu padre es rey y tú serás princesa. Además, Hassan te hará rica en un abrir y cerrar de ojos.
– Si me hubieran dicho algo así cuando estaba en casa, me habría dejado llevar por la imaginación y habría pensado en todo lo que se puede hacer con dinero. Pero ahora, eso sólo me asusta. ¿Puedo hacer algo para impedir que me dé dinero?
– No lo creo. Es muy tozudo.
– Genial. Es decir, que ahora voy a empezar a ser popular por motivos equivocados… ¿Y cómo podré saber si la gente se interesa por mí o sólo por ser hija del rey?
– No tengo respuesta para esa pregunta.
Zara asintió.
– Bueno, es muy tarde y debemos dormir un poco. Has sido encantador al quedarte aquí y darme conversación, pero supongo que estarás deseando volver a la cama.
Rafe estaba deseando ir a la cama. Pero no precisamente solo.
– Buenas noches, Zara.
– Buenas noches.
Cuando Zara desapareció en el interior de su suite, Rafe se volvió a sentar en el banco y contempló las estrellas.
Estaba demasiado excitado para dormir. Y cuando por fin consiguió cerrar los ojos, faltaban pocos minutos para el amanecer.
A la tarde siguiente, poco antes de las dos, alguien llamó a la puerta de las estancias de Zara y Cleo. La mañana había transcurrido sin más sobresaltos que una intensa reunión con su padre, el rey, quien le había proporcionado libros e informes sobre diversos aspectos de la vida en Bahania. Pero Sabrina no había cumplido su promesa de prestarles algo de ropa.
Cleo abrió la puerta y enseguida entraron tres mujeres que hablaban en francés, seguidas por un tropel de criados con un montón de cajas, que dejaron por todas partes. Estaban llenas de ropa, zapatos y lencería.
– Hola, me llamo Marie -dijo una pelirroja, sonriendo a Zara-. Ya veo que eres la princesa… Te pareces mucho a Sabrina. Y ésta debe de ser tu hermana…
Marie estrechó la mano a las dos sorprendidas hermanas y acto seguido se fijó en el pelo de Cleo.
– Tienes un cabello precioso. Es natural, ¿verdad?
– Sí. Pero, ¿qué es todo esto?
– Sabrina nos llamó esta mañana y nos dijo que necesitáis ropa para la cena y que debéis estar perfectas.
Zara no había querido pensar en la cena hasta ese momento. Estaba asustada y temía hacer el ridículo.
– No lo entiendo. Efectivamente, necesitamos un par de vestidos -dijo Zara-. Pero habéis traído mucho más…
– La princesa Sabrina ha insistido en que renovemos totalmente vuestro vestuario. Me ha dicho que venís de un clima frío y que no estáis preparadas para el calor de Bahania.
Zara apretó los labios y bendijo a Sabrina por haber actuado con tanto tacto. Evidentemente, no había querido decir eso; pensaba con razón que ni Cleo ni ella sabían vestir de forma elegante, pero había buscado una excusa para no tener que dar explicaciones.
Zara se acercó a las cajas y echó un vistazo a uno de los vestidos. Todavía llevaba la etiqueta, así que miró el precio. Costaba doce mil dólares.
– No podemos aceptarlo -le dijo en voz baja a su hermana-. Es demasiado.
Cleo frunció el ceño.
– ¿Se puede saber qué te pasa? Entiendo que preferirías gastarte ese dinero en pagar el alquiler de la casa y en comida, pero no vas a pagarlo tú. Y además, necesitamos la ropa.
Marie debió notar su preocupación, porque se acercó a ellas, después de intercambiar unas palabras en francés con sus compañeras, y preguntó:
– ¿Qué ocurre? ¿No os gusta la ropa? Os aseguro que son originales de los mejores diseñadores del mundo. Si queréis que cambiemos algo, lo haremos con mucho gusto.
– No se trata de la ropa -dijo Zara-. Es que no podríamos permitírnosla y no quiero aceptar semejante regalo.
– Querida Zara… la princesa ha sido muy explícita al respecto. Ha dicho que necesitáis un vestuario nuevo. Y si rechazas la ropa, pensará que no estás satisfecha y es muy posible que nos despida a todas -explicó Marie con total sinceridad-. Sin el patrocinio de la familia real, mi boutique no sobreviviría. Así que te ruego que aceptes el regalo aunque sólo sea por hacernos un favor.
– Una argumentación indiscutible -observó Cleo.
– Pero no estoy segura de que deba creerla -comentó Zara en voz baja.
– Hagamos una cosa. Quedémonos sólo con lo necesario para esta noche y digámosle que estamos demasiado cansadas para elegir más ropa ahora mismo.
Zara asintió. La propuesta de su hermana tenía sentido.
– Está bien. Empecemos con la ropa de esta noche y dejemos lo demás para otro momento -dijo a Marie.
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