– Vamos a que te lean el futuro -dijo Paul-. A ver si tus cartas dicen algo sobre Lacey…
– Te aseguro que no.
– Bueno, pues a lo mejor la adivina puede decirte si vas a tener suerte con una mujer dentro de poco.
– ¿Por qué no vas tú, a ver si te puede decir si vas a tener suerte dentro de poco?
– Yo ya lo sé -Paul puso una picara sonrisa-. Tengo una cita esta noche con una chica que se llama Melinda. La conocí ayer en el supermercado. Coincidimos comprando brócoli.
– A ti no te gusta el brócoli.
– Muy cierto. Pero me gustaba tanto la mujer que estaba comprándolo, así que mereció la pena gastarme tres dólares en esa porquería.
– Tengo la sensación de que cada semana estás con una mujer diferente.
– Así es. ¿Y sabes por qué? Porque salgo mucho. A lugares donde hay mujeres. Mujeres que quieren conocer hombres. Deberías probarlo alguna vez.
– Yo salgo con mujeres -aunque tenía que admitir que no mucho, y que las últimas citas que había tenido habían sido con mujeres atractivas físicamente pero poco interesantes-. ¿Y no te cansas de ir a discotecas? ¿Ni de las primeras citas? ¿De intentar encontrar a una mujer con la que se pueda hablar de verdad?
– ¿Hablar? -Paul negó con la cabeza-. Parece que tengas noventa y dos años, en lugar de treinta y dos. Sé que últimamente has estado entregado a tu trabajo, pero no imaginaba que la situación estuviera tan mal. ¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con alguien?
«Hace demasiado tiempo», pensó Evan. Y aunque dos últimas veces que lo había hecho se había sentido satisfecho físicamente, había terminado con un sentimiento de vacío interior. Algo que no terminaba de comprender y que, desde luego, no tenía intención de explicarle a Paul.
– No voy a hablar de esto.
– Desde que te separaste de Heather, te has convertido en un adicto al trabajo. Han pasado seis meses. Ya es hora de que dejes de lamentarte por una mujer que no era la adecuada para ti.
– No me estoy lamentando. Sólo estoy ocupado. He tenido que dedicar mucho tiempo a controlar la reforma del edificio Fairfax.
– Ningún chico está tan ocupado como para no poder acostarse con alguien.
– ¿Quién dice que no lo haya hecho?
– ¿Te has acostado con alguien?
– Por supuesto.
– ¿Desde que te separaste de Heather?
– Sí.
– Bueno, eso me tranquiliza. ¿Cuántas veces?
Evan suspiró con impaciencia.
– Dos.
– ¿Dos veces? ¿En los últimos seis meses? Madre mía, se te va a caer lo que tienes en la entrepierna. La reforma ya ha terminado, y ha llegado la hora de que empieces a vivir de nuevo.
– Nunca he dejado de hacerlo.
– Sin duda has dejado de divertirte -dudó un instante, y añadió-: Heather ha continuado con su vida, Evan. Tú tienes que hacer lo mismo.
Evan se pasó las manos por el rostro y respiró hondo.
– Mira, agradezco que te preocupes por mí, pero no se trata de seguir adelante con mi vida. De veras, no tengo roto el corazón.
– Ella te fue infiel.
– Y me enfadé. Pero no se me partió el corazón. El trabajo me ha tenido muy ocupado y, sinceramente, no he conocido a una mujer que me haya interesado lo suficiente como para hacer el esfuerzo. Pero en cuanto la conozca, y aprovechando que ahora tengo más tiempo, no la dejaré pasar.
Y lo decía en serio. En realidad, después de separarse de Heather, y tras el enfado inicial, se había sentido aliviado. Heather era una de esas mujeres que, en teoría, tenía que haber sido perfecta para él. Procedía de buena familia, había asistido a un buen colegio, era muy atractiva y tenía un buen puesto de trabajo. Ambos tenían muchas cosas en común, y habían disfrutado en la cama. Sin embargo, Heather le había sido infiel, demostrándole falta de sinceridad y de integridad.
– Bueno, me alegra oír que estás preparado para salir con chicas otra vez -dijo Paul-. Y el momento es perfecto. Hoy es San Valentín, así que vamos a asegurarnos de que no pases la noche solo. Venga, crucemos el jardín para comprobar si Lacey no es la mujer acabará con tu mala fortuna…
– Ella no…
– Entonces, quizá la adivina nos pueda dar una pista sobre quién es. Hay cientos de mujeres rondando por aquí.
– ¿Estás loco? No creo en esas tonterías de adivinos.
– Bien. Le preguntaré yo por ti -sonrió Paul-. En cuanto le diga a Lacey que estás loco por ella.
– ¡Maldita seas! Eres como el hermano pesado que nunca he tenido. O querido. ¿Siempre has sido tan pesado?
Paul sonrió de nuevo.
– No pensarás que soy un pesado después de acostarte con ella. Y me apuesto a que también estarás de mucho mejor humor.
Evan sabía que Paul tenía razón. Una buena aventura entre las sábanas le serviría para descargar tensión y mejorar su humor. ¿Pero pedirle ayuda a una adivina? Ridículo. Aquella noche saldría a uno de los clubes de Los Angeles a ver lo que se encontraba.
«Ya sabes lo que te vas a encontrar. Lo has visto, y has tenido citas docenas de veces», pensó.
Era cierto. Y la idea de hacerlo otra vez no le hacía ninguna ilusión. Pero a menos que quisiera que Paul llevara a cabo su amenaza, y sabía por experiencia que estaría dispuesto a hacerlo, tenía que ponerse en marcha.
Al ver que su amigo ya estaba a mitad de camino, salió corriendo detrás de él. Mientras se acercaban a la adivina, que se anunciaba con el absurdo nombre de Madame Karma, Lacey se levantó de la silla y se volvió. Su mirada se encontró con la de Evan y él estuvo a punto de tropezar. Ella entornó los ojos un instante y después se dirigió a Paul con una sonrisa.
– Paul, me alegro de verte -le dijo, y levantó una mano para cubrirse los ojos del sol-. ¿Echas de menos el café doble y sin espuma?
– Eso, y una de tus deliciosas galletas -se frotó el vientre-. Las mejores que he probado nunca.
Ella sonrió de tal manera que Evan no pudo evitar fijarse en sus labios sensuales y en los hoyuelos que se le formaban a los lados. Maldita sea, a él siempre le habían gustado las mujeres con hoyuelos. Y era injusto que aquella mujer en concreto tuviera un par de hoyuelos tan sexys. Ella dejó de sonreír, y al sentir que lo miraba, Evan levantó la vista también.
– Evan.
– Lacey -la saludó.
Ella miró a Paul otra vez y preguntó:
– ¿Se conocen?
– Somos muy buenos amigos desde la universidad -dijo Evan.
Ella arqueó las cejas.
– ¿Ustedes?
– Parece que te sorprenda el hecho de que tenga un amigo.
– Supongo que sí, al menos que sea una amigo agradable.
– Yo soy muy agradable con la gente que no acaba con mi paciencia constantemente.
– Quizá seas una persona impaciente. Quizá deberías pasarte al descafeinado. A lo mejor te ayuda a relajarte.
– De hecho, me considero un hombre muy paciente, teniendo en cuenta todo lo que he tenido que aguantar últimamente -contestó él, mirándola fijamente.
– ¿Paciente? Ésa no es la palabra que yo asociaría con un hombre que se opone a la estética juguetona de mis escaparates.
– Evidentemente, no tenemos el mismo concepto de lo que es una estética juguetona. Aproximarse a la desnudez es algo que va más allá de lo que considero apropiado para Fairfax.
Ella se sonrojó.
– Mis maniquíes están completamente vestidos.
– Sí, de una manera que es tan evidente como una bofetada.
– Una bofetada… -sonrió ella-. ¿Eso es una invitación?
– No sabía que tuvieras tendencias violentas.
– Sólo con la gente que me pone nerviosa.
– Hablando de ponerse nervioso… -indicó la tienda con el pulgar-. Ese escaparate es…
– ¿Provocativo? ¿Interesante?
– Estaba pensando en algo más como: excesivo.
– Gracias. Acepto el cumplido.
– No ha sido un cumplido.
– El hecho de que te hayas fijado en el escaparate es un cumplido en sí mismo.
– Evidentemente, la última conversación que tuvimos acerca de moderar el contenido de los escaparates cayó en oídos sordos.
– No, te oí.
– Ah. Entonces es que no sabes la diferencia entre oír y escuchar.
– Sé la diferencia. Pero también sé el significado de «ignorar».
– Evidentemente.
– El problema está en que tú no sabes lo que significa la palabra «juguetona». Sospecho que no lo sabrías aunque saltara y te mordiera el trasero.
– Sin duda porque no me conoces.
– ¿No? Es extraño. Tengo la sensación de que te conozco muy bien.
Ella no añadió la palabra «desgraciadamente», pero era evidente que lo había pensado.
– Yo también tengo esa sensación -murmuró él-. Qué afortunados somos.
– Yo no elegiría esa palabra, pero está claro que nunca estamos de acuerdo. -Creo que la próxima vez que lo estemos será la primera.
– Al menos, en eso estamos de acuerdo. Y puesto que hablamos en tono conciliador… -indicó hacia la multitud con la barbilla-. La fiesta está siendo un éxito. Quien la haya organizado ha hecho un gran trabajo.
– Gracias.
Ella arqueó las cejas.
– ¿Tú has organizado todo esto?
– Pareces sorprendida.
– Lo estoy. No me parecías un hombre de los que organizan fiestas.
El estuvo tentado a preguntarle qué clase de hombre creía que era, pero decidió que no quería saberlo, sobre todo porque dudaba de que la respuesta fuera a ser un cumplido.
Con una sonrisa, contestó:
– Gestionar propiedades no es lo único que se me da bien.
– Lo sé. También eres muy bueno incordiando a los inquilinos. Y al parecer, conoces el nombre de un buen organizador de fiestas.
– Parte de ser un buen gerente consiste en tener capacidad de delegar.
– Aja. Así que ¿pasarás a tomar un café? Tenemos una galleta especial para San Valentín que a lo mejor te gusta. Tiene forma de labios -le dedicó una sonrisa-. Yo la llamo Muérdeme.
Paul se aclaró la garganta como para ahogar su risa y Evan se volvió hacia su amigo. Maldita sea, se había obligado por completo de la presencia de Paul. Y de la de Madame Karma.
– Gracias, pero delegaré la parte del café en Paul -Evan se volvió hacia la adivina y se fijó en que lo miraba con interés. Extendió la mano y dijo-: Madame Karma, soy…
– Evan Sawyer -dijo la mujer en voz baja.
Antes de que él pudiera recuperarse de la sorpresa de que supiera su nombre, ella le agarró la mano y lo miró fijamente.
– Tu aura… -murmuró, apretándole la mano entre las suyas-es excepcionalmente brillante. Y fuerte. ¿Me permites que te lea el futuro?
– Por eso he venido -dijo Evan, ignorando la mirada que le estaba echando Paul.
Madame Karma miró a Lacey, y después a él otra vez.
– Estupendo. Comencemos -le soltó la mano y gesticuló mirando a Lacey-. Aléjate, cariño. El señor Sawyer y yo tenemos mucho de qué hablar.
A Evan no se le ocurría nada que pudiera decirle a Madame Karma, pero puesto que parecía que no tenía alternativa, decidió que lo mejor era que le leyera el futuro cuanto antes. Él escucharía y asentiría; después le daría las gracias y se marcharía. ¿Tan malo podía ser?
Capítulo 3
Era casi medianoche cuando Lacey cerró la puerta de Constant Cravings y cruzó el jardín, para dirigirse al aparcamiento de varias plantas que había en el edificio. El olor a lluvia todavía permanecía en el ambiente a causa de la repentina tormenta que había caído. Por suerte, cuando empezó a llover la fiesta estaba tocando a su fin. De hecho, la tormenta había ayudado a que aumentaran sus ventas, ya que muchos de los asistentes habían acudido a refugiarse en Constant Cravings.
A pesar de que le dolían los pies y la espalda después de un largo día de trabajo, Lacey no podía evitar sentirse entusiasmada. Ese día había batido el récord en ventas y había conseguido tres encargos importantes.
A las nueve de la noche, después de poner el cartel de «cerrado» en la puerta, había empezado a hornear las galletas para el día siguiente y a terminar el papeleo que tenía pendiente. Quizá no fuera la manera más romántica de pasar la noche de San Valentín, pero sabía que le daría menos problemas que los hombres.
Al entrar en la planta baja del aparcamiento, se dirigió al ascensor y apretó el botón para subir. Después, se apoyó contra la pared. Oyó que arrancaban el motor de un coche y, momentos más tarde, vio que un monovolumen de color crema se dirigía hacia la salida. Cuando el coche pasó junto a ella, se percató de que el conductor era Evan Sawyer.
– Buen viaje -murmuró ella cuando él dobló la esquina.
Era evidente que también había estado trabajando hasta medianoche del sábado, y en el día de San Valentín. No le extrañaba que un hombre como él no tuviera una cita en la noche más romántica del año. «Tú tampoco tienes ninguna cita para la noche más romántica del año», le recordó una vocecita.
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