– Bueno, yo sí he visto muchas condesas -terció Eric- y debo decir que coincido con Hubert. Estás preciosa -Le cogió la mano, se la llevó a los labios y le envió un mensaje con los ojos que le provocó una oleada de placer.

Hubert continuó adelante, y siguió lo que parecía una fila interminable de gente que quería darle la enhorabuena. Por fin tuvo delante a Margaret, que le tendió ambas manos.

– Oficialmente ya somos hermanas -le dijo con lágrimas en los ojos-. Y tú ya eres oficialmente una condesa.

Sammie le dio un apretón con las manos y sonrió para ocultar su tristeza por no haber tenido la oportunidad de conocerla mejor.

– Es cierto que somos hermanas. Y, cielos, yo son condesa… Es una perspectiva que encuentro un poco… aterradora.

Margaret dirigió una mirada fugaz a su hermano y luego le ofreció a Sammie una ancha sonrisa.

– No tienes de qué preocuparte, ya has cumplido la tarea más importante de una condesa: has hecho al conde muy feliz.

Sammie notó la mano de Eric en la espalda

– Así es

Observó cómo Eric abrazaba a su hermana y se le encogió el corazón cuando él cerró los ojos para sentir lo que iba a ser su último abrazo. Después se volvió hacia la siguiente persona que aguardaba para darles la enhorabuena.

Adam Straton. Le acompañaba otro hombre que ella no conocía. Aparentaba más de treinta años, era de buena constitución, de cabello rubio oscuro y exhibía un aire serio y un gesto severo en la boca. Los dos hombres parecían tensos, con una mirada que no indicaba el deseo de dar ninguna enhorabuena. Su atención estaba fija en Eric, que en ese momento sonreía a su hermana.

A Sammie el corazón comenzó a palpitarle, a medida que el miedo iba invadiéndola y el estómago parecía hundírsele como un peso muerto. Se esforzó por esbozar una sonrisa cordial y abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera pronunciar palabra Straton se dirigió a Eric:

– ¿Le importaría acompañarme un momento, lord Wesley? Mi ayudante Farnsworth y yo necesitamos hablar con usted. En privado.

Eric y el magistrado intercambiaron una larga mirada y a continuación el conde asintió lentamente.

– Desde luego -Rodeó con un brazo la cintura de Sammie y le dio lo que ella interpretó como un apretón alentador. Luego se inclinó a besarla en la mejilla- No olvides nunca -le susurró al oído- lo mucho que te quiero.

La soltó y ella apretó los labios para reprimir el agónico “¡No!” que amenazaba con escapar de su garganta.

Sintió miedo cuando los tres hombres penetraron en el sombrío interior de la iglesia y desaparecieron de la vista.

– Me gustaría saber qué es lo que está sucediendo aquí -murmuró Margaret

Sammie tenía el estómago encogido por el pánico.

Creía saber lo que estaba sucediendo.


Con el corazón desbocado, Eric entró en el despacho del vicario y miró a Straton y a Farnsworth con fingida indiferencia. Tras unos segundos de incómodo silencio, cruzó los brazos y enarcó las cejas.

– ¿De qué querían hablar conmigo? -preguntó, inyectando una pizca de impaciencia en su voz.

Straton sacó lentamente del bolsillo un trozo de tela negra y se la entregó. Aquella seda familiar tenía un tacto frío, en contraste con la sensación de calor que le producía el miedo que lo atenazaba. Mantuvo una expresión serena y preguntó:

– ¿Qué es esto?

Farnsworth se aclaró la garganta.

– Es la máscara del Ladrón de Novias. La encontré oculta en el escritorio de su habitación, milord.

Aquellas palabras reverberaron en su mente, y cerró la mandíbula con fuerza para contener el rugido de angustia que deseaba lanzar. “¡Ahora no!” Ahora que acababan de entregarle la felicidad en bandeja de oro, ahora que Samantha y él estaban tan cerca de escapar.

Ahora que tenía tanto por lo que vivir.

Posó su mirada en Straton esperando encontrar una expresión dura, pero el magistrado miraba por la ventana con un gesto que Eric sólo pudo describir como atormentado. Siguió su mirada y se dio cuenta de que la atención de Straton estaba fija en Margaret, que estaba no muy lejos de allí, a la sombra de un roble enorme.

Con los puños apretados, en uno de ellos la tela arrugada, Eric permaneció inmóvil como una estatua, con todos los músculos en tensión, aguardando a que lo detuvieran. No había manera de refutar la prueba que sostenía en la mano y además no podía por menos de respetar a Straton y Farnsworth por su ingenio.

Sus pensamientos volaron a Samantha y se le contrajo un músculo en la mejilla. Maldición, sin duda estaría frenética. Experimentó un profundo pesar por lo que iba a tener que afrontar ella a consecuencia de su arresto y posterior ejecución. Pesar por no tener ya la oportunidad de ser su esposo, de reír y amar con ella. Pero al menos había asegurado económicamente su futuro: la condena de Wesley era una mujer sumamente rica. Rezó para que se fuera de Inglaterra, dejase atrás el escándalo y comenzase una nueva vida.

Su atención se centró nuevamente en el magistrado. Straton continuaba con la vista fija en la ventana. Estaba pálido y sus manos formaban dos puños a los costados, con los nudillos blancos. Transcurrió casi un minuto entero de un silencio ensordecedor.

Por fin Straton se volvió hacia su subordinado.

– Un trabajo excelente, Farnsworth -le dijo-. Ha aprobado usted el examen de forma verdaderamente admirable.

Eric sintió el mismo desconcierto que dejó en blando el semblante de Farnsworth.

– ¿El examen, señor? -repitió el ayudante, rascándose la cabeza.

– Sí. Hace ya algún tiempo que había puesto el ojo en usted para una posible promoción, pero me resultaba necesario poner a prueba su destreza; seguro que lo comprenderá.

– Pues… en realidad no…

– Lord Wesley, que ha mostrado un gran civismo al ofrecer su ayuda durante esta investigación, ha sido tan amable de permitirme hacer uso de su casa. -Straton juntó las manos a la espalda y prosiguió-: Siguiendo mis instrucciones, el conde escondió esa máscara, que es una réplica de la del Ladrón de Novias confeccionada por mí a partir de descripciones de testigos, en Wesley Manor. Yo sabía que si sus capacidades deductivas eran lo bastante agudas para encontrar la máscara, Farnsworth, merecía usted esa promoción. -Se volvió hacia Eric- ¿Así que un compartimiento secreto bajo su escritorio, milord? Un escondrijo diabólicamente ingenioso. Le agradezco mucho su ayuda.

Eric no salía de su asombro. Sólo una vida entera acostumbrado a dominar sus emociones le impidió mostrar la misma reacción estupefacta que Farnsworth. Seguro que no había oído bien ¿de qué demonios estaba hablando Straton?

Adam se volvió hacia su ayudante y le tendió la mano.

– Felicitaciones, Farnsworth. Su promoción conlleva que se encargue de un nuevo caso, unos presuntos contrabandistas. Mañana por la mañana le informaré debidamente de su misión.

Con el semblante ahora sonrojado en una mezcla de perplejidad y orgullo, Farnsworth estrechó la mano de su jefe.

– ¡Gracias, señor! Me siento abrumado -Su sonrisa se desvaneció-. Naturalmente, la mala noticia es que aún seguimos sin apresar al Ladrón de Novias. -Miró a Eric con gesto contrito-. Creía que usted era nuestro hombre, lord Wesley. Le ruego que acepte mis excusas.

Sin confiar en su propia voz, Eric se limitó a inclinar la cabeza por toda respuesta.

– Sí, por desgracia el Ladrón de Novias sigue en libertad -confirmó Straton. Se volvió hacia Eric y le dirigió una mirada absolutamente seria-. No obstante, juro que no toleraré más secuestros. Si el Ladrón de Novias comete el error de actuar de nuevo, me encargaré de que lo ahorquen.

Una verdad increíble se abrió paso poco a poco entre la confusión que experimentaba Eric: Straton lo dejaba en libertad. Si bien no cabía duda respecto de la advertencia del magistrado en relación con futuros secuestros, era innegable que Straton le había salvado la vida.

Farnsworth apoyó una mano en el hombro de Straton a modo de consuelo.

– Así se habla, señor. Atrapará al Ladrón de Novias cuando vuelva a dejarse ver.

Straton y Eric intercambiaron una larga mirada. Después, el magistrado dijo:

– No deseamos entretenerlo más, excelencia. Nuestros mejores deseos para usted y su esposa.

Eric consiguió de algún modo encontrar la voz para decir:

– Gracias

Farnsworth abrió la puerta y salió del despacho. Cuando el magistrado hizo además de seguirlo, Eric lo detuvo:

– Quisiera hablar un instante con usted, Straton.

Adam se quedó en el umbral y a continuación volvió a entrar y cerró la puerta. Eric contempló al hombre que acababa de salvarlo de la horca y dijo simplemente:

– ¿Por qué?

Straton se recostó contra la puerta y Eric se dio cuenta de que de nuevo dirigía la mirada hacia la ventana, por la cual se veía a Margaret bajo el majestuoso roble. Miró a Eric una vez más y le respondió:

– He tenido una conversación muy instructiva con su hermana

Eric se tensó

– Margaret no sabe nada de esto

– Sí, lo sé. Pero ahora entiendo por qué usted hacía… lo que hacía. No pudo salvarla a ella, de modo que salvaba a otras. -Cruzó los brazos y sus ojos relampaguearon- Me ha dicho que si ella hubiera tenido la oportunidad de escapar de su matrimonio, la misma libertad que ofrece el Ladrón de Novias, la habría aprovechado sin vacilar. Y se habría ahorrado estos años de infelicidad.

– Y si usted cree que eso no me carcome cada día, está muy equivocado

– Ahora que sé que ella sufrió a manos de ese canalla, eso me va a carcomer a mí, cada día. -Straton apretó los puños a los costados y sus labios formaron una delgada línea-. Hasta esta mañana, creía que casarse con un miembro de la nobleza era lo mejor que podía sucederle a una mujer. Y si dicho matrimonio era arreglado, en fin, el padre se limitaba a hacer lo mejor para ella -Soltó una risa amarga- Pero para lady Darvin no fue lo mejor. Ahora lo entiendo, ahora veo que una mujer no debe ser obligada a casarse en contra de su voluntad, ni ser forzada a pasar su vida con un hombre al que aborrece, un hombre que podría maltratarla. No he podido imaginarlo a usted ahorcado por salvar a otras mujeres de un destino como ése. En realidad, aplaudo el autodominio que demostró no habiendo matado a ese bastardo de Darvin. Yo no puedo decir que hubiera tenido un autocontrol semejante al suyo.

Adam respiró hondo y prosiguió:

– Poco a poco irá disminuyendo el interés por el Ladrón de Novias cuando se deje de hablar de él. Dentro de unos meses, comunicaré al Times que en vista de que no se ha denunciado ningún secuestro más, me veo obligado a suponer que el Ladrón de Novias ha abandonado sus actividades delictivas. Y en ese momento también animaré a la Brigada contra el Ladrón de Novias a que se disuelva y devuelva los fondos de la recompensa a los hombres que los han aportado.

Señaló la máscara que Eric aún aferraba.

– Queme eso. Y ocúpese de que yo nunca más vuelva a oír hablar del Ladrón de Novias. Pero si decide continuar ayudando a las mujeres por medios legales, puede contar conmigo para lo que pueda servirle.

Eric se guardó en el bolsillo la máscara de seda.

– Considere desaparecido al Ladrón de Novias. En efecto, pienso continuar ayudando a esas mujeres por medios legales, pero aún no he perfilado todos los detalles. Cuando los tenga, se lo comunicaré.

Aspiró hondo. En su mente veía ya su futuro, y el de Samantha, extendido ante él como un festín.

– No sé como darle las gracias… -De pronto se detuvo. En realidad, sí sabía cómo- Dígame, Straton… ¿usted siente algo por mi hermana?

El magistrado se ruborizó

– Lady Darvin es una dama encantadora y…

– No nos andemos con rodeos. Deme una respuesta sincera. ¿Siente algo por ella?

Straton apretó los labios

– Sí -admitió

– ¿La ama?

Eric observó cómo Straton hacía esfuerzos por decir algo, hasta que por fin afirmó bruscamente con la cabeza.

– Pero no tiene que preocuparse de que vaya a intentar nada a ese respecto -dijo con un hilo de voz-. Soy consciente de que no soy un candidato adecuado para una dama como su hermana.

Eric se acercó al juez

– Una dama como mi hermana se merece a un hombre que la ame, un hombre al que ella ame a su vez. No es eso lo que tuvo con su noble esposo. Por lo tanto, yo diría que ya es hora de que tenga a un hombre verdaderamente noble -Le tendió la mano-. Tiene usted mi bendición.

Straton titubeó y a continuación se la estrechó con fuerza.

– Jamás pensé que… No imaginaba que… -Una expresión de asombro se extendió por su rostro-. Ella es todo lo que he deseado siempre.

A Eric le vino a la cabeza una imagen de Samantha

– Sé exactamente lo que quiere decir.