– ¿Y desde cuándo es un crimen cortarse el pelo? -preguntó, y de inmediato se dio cuenta de que había reaccionado exageradamente-. No es nada importante, Sebastian. Simplemente no podía arreglarme una melena tan larga tras el accidente. Eso es todo.
– ¿Así que te la cortaste sola ante un espejo? ¿Adivinaba lo ocurrido? ¿O tal vez Fran le hubiera contado a Guy los detalles de esa triste historia?
– Bueno…
– ¿Eso fue lo que sucedió?
Tenía un nudo en la garganta y, a pesar de que deseaba decirle que la dejara sola, que dejara de perturbarla, que dejara de obligarla a pensar en lo que había sucedido, su lengua se negó a responderle.
– Confía en mí, Matty.
¿Confiar en él? ¿Para qué? ¿Para que escuchara con atención lo que había hecho y quedarse mirándola como si de verdad le importara?
Y de pronto sintió que sí, que eso era lo que tenía que hacer. Contárselo todo.
– Estaba embarazada -murmuró, con voz apagada. Las palabras lograron atravesar la barrera del nudo en la garganta y de la lengua inerte-. Cuando me estrellé contra el muro estaba embarazada. No sólo perdí las piernas. También maté a mi bebé.
Capítulo 8
SEBASTIAN le soltó las manos, se puso de pie y se alejó. Ella cerró los ojos para no ver cómo se marchaba. Era lo que había deseado, aunque se sentía como si fuera a la deriva en las frías aguas de un mar oscuro.
– Matty, toma.
Sorprendida, alzó la vista.
– Pensé que te habías marchado.
Sebastian le tomó la mano y se la puso alrededor del vaso que le tendía.
– Bebe esto.
– Yo no…
– Ahora sí que beberás -dijo con suave firmeza-. Te lo prescribo como una medicina.
– No eres médico.
– No, pero de todos modos te pido que confíes en mí -declaró-. Con calma. Sorbo a sorbo -le advirtió al ver que apuraba la copa. Entonces, sacó el móvil de un bolsillo-. ¿James? Soy Sebastian Wolseley. ¿Podrías hacerme el favor de decirle al presidente que no podré ir a la cena esta noche…?
– No hagas eso -pidió Matty, con la voz ahogada.
– Sí -continuó él, sin hacerle caso-. Una emergencia familiar.
– ¿Qué has hecho? -preguntó cuando él hubo cortado la comunicación.
– Me he escapado de una tediosa cena con un grupo de tediosos hombres de negocios.
– ¿No ibas a cenar con Fran y Guy?
– Voy demasiado bien vestido para eso, ¿no te parece? ¿Te sientes mejor ahora?
– No deberías estar aquí.
– ¿Crees que me voy a marchar sólo con la mitad de la historia? -preguntó al tiempo que se inclinaba y le ponía las manos en la cintura.
– ¿Qué haces?
– Te voy a llevar al sofá y te mantendré abrazada hasta que termines lo que empezaste.
– No soy una inútil, puedes guardarte tu abrazo -replicó, alejándolo de ella.
Luego, con mucho esfuerzo, se acomodó en el sofá.
– ¿Has comido? -preguntó Sebastian al tiempo que colocaba la silla de ruedas muy cerca de ella.
– ¿Qué? No. No me mimes, Sebastian. No me lo merezco.
Él ignoró sus palabras y se quitó la chaqueta. Entonces, sin previo aviso, se sentó junto a ella y la acomodó contra su cuerpo con el brazo en torno a su cintura.
– Siento mucho que hayas perdido a tu bebé, Matty.
– No lo perdí, Sebastian, lo maté.
– Tuviste un accidente. Tu coche patinó en el hielo.
– Fue por mi culpa. No presté atención a la carretera…
– Has pagado un precio muy alto, Matty. Creo que no mereces seguir culpándote.
– ¿De veras? -preguntó, mordaz. Sebastian la miró con tanta compasión que estuvo a punto de echarse a llorar-. Creo saber mejor que tú lo que merezco. Y ahora es cuando me preguntas por el padre, ¿no?
– ¿Dónde diablos se encuentra?
– Felizmente casado con una mujer muy agradable. Esperan el nacimiento de su bebé de un momento a otro.
– ¿Y pensó que querrías enterarte de la noticia?
– Su madre me escribió en Navidad. No quiso que lo supiera por otras personas.
La verdad era que deseaba darle las gracias a Matty, pero ella no se lo dijo a Sebastian.
– Dime, ¿fue muy difícil convencerlo de que se alejara de ti?
Matty empezó a temblar, a pesar de la tibieza del cuerpo de Sebastian junto al suyo. Pero no temblaba de frío. Temblaba de miedo.
Le asustaba la capacidad de comprensión que tenía ese hombre.
– No tan difícil como deshacerse de ti. Escúchame, Sebastian. El accidente fue por mi culpa. Una negligencia criminal.
– ¿Exceso de velocidad? ¿Exceso de alcohol?
– Ninguna de las dos cosas. Eran las ocho de la mañana. Iba camino al trabajo con el móvil en la mano. Intentaba llamar a Michael para contarle las novedades, no podía esperar un minuto más para decirle que iba a ser padre -explicó. Él no dijo nada, pero apoyó los labios en la sien de Matty. Un beso de consuelo-. No se me había ocurrido que podía estar embarazada. No tenía náuseas ni ningún síntoma especial, y la falta del período la achaqué a mi disgusto por la partida de Michael. Su empresa lo había enviado a Chile para trabajar en el proyecto de un puente -dijo antes de hacer una pausa.
– ¿Y entonces?
– Antes de su partida, pasamos unas breves vacaciones en una casa rústica junto al mar. Fue a fines de otoño. Hacía demasiado frío para nadar, pero los días eran luminosos y las laderas de las colinas lucían un tono púrpura, cubiertas de brezo -continuó; perdida en los recuerdos.
Luego las palabras salieron con más fluidez. Le contó que habían paseado, hecho planes para el futuro y que ahí concibieron al bebé. Le contó cómo se habían conocido en una fiesta y que a ella le había parecido que de pronto todas las piezas de su mundo encajaban.
– Así es como uno se siente cuando encuentra a la persona adecuada. Es como si pasaras toda tu vida intentando meter algo donde no cabe, y de repente lo consigues -observó Sebastian con gravedad.
Ella se volvió a mirarlo. Él lo comprendía, desde luego que sí. Ningún hombre llegaba a la mitad de los treinta sin haber entregado el corazón al menos una vez.
– Eso es. Y cuando amas a una persona no te aferras a ella como si te estuvieras ahogando, no la hundes contigo en el agua simplemente porque estás muerto de miedo. El caso es que en ese tiempo me sentía cansada y ese día decidí pasar por una farmacia a comprar unas vitaminas antes de dirigirme al trabajo. Y de pronto me encontré mirando fijamente una caja que contenía un test de embarazo. Fue como si hubiese despertado repentinamente de un sueño. La compré, me encerré en un lavabo y descubrí que ahí estaba nuestro bebé.
El brazo de Sebastian la apretó imperceptiblemente, como si supiera lo mucho que dolían aquellos recuerdos.
– ¿Y qué hiciste?
– Estaba tan emocionada que lo único que quería era compartir con Michael lo que estaba sintiendo. Entonces lo llamé desde el aparcamiento.
– Seguramente en Chile era de madrugada.
– Pensé que podría despertarlo. Pero el teléfono estaba desconectado y no era un tipo de mensaje de los que se pueden dejar en un contestador. Era un día tan hermoso, Sebastian… Muy frío, pero cristalino. El color del cielo era de un tono entre azul y rosa, ¿sabes? Ese matiz de luz que se aprecia antes de que el sol se eleve sobre el horizonte. Vi como mi aliento se condensaba en el aire frío, por todas partes aparecían manchitas de hielo y sentí que era un momento mágico. Estaba tan feliz que decidí llamarlo de nuevo y dejarle un mensaje para que la primera voz que escuchara en la mañana fuera la mía… -murmuró mientras sus lágrimas empapaban la camisa de Sebastian-. La carretera estaba despejada y el móvil en el asiento de al lado, sólo desvié la mirada un segundo…
Entonces, el ruido sordo de las ruedas sobre el pavimento se transformó en un siseo y Matty de pronto no pudo controlar la dirección del vehículo, que fue a estrellarse contra un muro de ladrillos.
– ¿Y luego?
– Cuando recuperé la conciencia en el hospital, mi bebé había desaparecido y Michael estaba sentado junto a la cama. Y lloraba. De alguna manera supe que sus lágrimas no eran sólo por mí o por el bebé perdido, sino también por sí mismo.
– Se me parte el corazón -observó Sebastian, con rabia contenida.
– Yo lo comprendí. Realmente me apoyó muchísimo, incluso quiso dejar su puesto en Chile y venirse a Inglaterra para ayudarme en la rehabilitación.
– ¿Pero…?
– El tenía un trabajo fabuloso. ¿Y qué más podía hacer por mí sino sentarse a mi lado con los brazos cruzados?
– Así que lo enviaste de vuelta a su trabajo -adivinó Sebastian.
– Te he dicho que no podía hacer nada por mí. Si el bebé hubiera sobrevivido, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Tras un par de meses, le escribí para decirle que había conocido a un terapeuta en el centro de rehabilitación.
– ¿Y te creyó? ¿Se limitó a aceptarlo? ¿Es que no te conocía en absoluto?
– Debió de haberlo dudado, porque le pidió a su madre que viniera a verme. A ella le bastó una mirada para saber que mentía. Entonces me abrazó llorando y me dio las gracias.
– Oh, Dios…
– ¿Es que no lo ves? Más tarde, Michael se enamoró de una chica que, afortunadamente, amaba todas las cosas que a él le hacían disfrutar. Escalar, salir a navegar, dar largas caminatas… Él no cambió. Yo sí. Era un buen hombre, pero no quise que se sacrificara por mí, Sebastian.
– ¿Piensas que su vida a tu lado de algún modo se habría desvalorizado?
– Tiene una esposa, un bebé en camino. Una vida entera por delante…
– ¿Hay alguna razón que te impida tener hijos? Sé de atletas olímpicos en silla de ruedas que ganan medallas de oro y además tienen hijos.
– Ésa no es la cuestión, Sebastian. Yo tuve mi oportunidad y la perdí en un momento de descuido.
– Si tuviéramos sólo una oportunidad en la vida, la raza humana no habría podido progresar.
Aunque la conversación era muy penosa, al menos Sebastian parecía haber olvidado la razón que la había llevado a cometer aquella barbaridad con sus cabellos. Porque estaba claro que no tardaría demasiado en relacionarla con el mismo hecho que ocurrió en el cuarto de baño del centro de rehabilitación, del cual Fran había sido testigo. Matty había querido acabar con todo lo que quedaba de femenino en su aspecto. Había querido negar su propia esencia de mujer. No sería difícil que él adivinara la razón por la que había vuelto a hacerlo esa misma tarde.
– Tienes razón. Seguramente te mueres de hambre. Voy a limpiar esto y luego comeremos algo -dijo ella al tiempo que se secaba las lágrimas con la palma de la mano y sonreía con decisión.
Sebastian no quería moverse. Estaba muy bien así, con ella en el sofá. Entonces besó su cabeza, sobre los lamentables cabellos.
– Debo admitir que no he comido nada desde el almuerzo. Aunque me pareció oírte decir que no cocinabas.
– ¿Y quién ha hablado de cocinar? Voy a encargar una pizza.
Lo que Matty había hecho no hizo que se sintiera rechazado, más bien se sentía más fuerte, más seguro de ganarla, porque ella no lo habría hecho si él no le importara. Había intentado ahuyentarlo, pero él todavía se encontraba allí. Incluso le ofrecía comida.
– No, cariño, con un teléfono y una tarjeta de crédito cualquier tonto puede encargar una pizza. La verdad es que necesito con urgencia demostrarte que no todos los hombres somos unos inútiles y…
– ¿Me has llamado tonta?
– Y si tienes suerte dejaré que me ayudes en la cocina -continuó como si no la hubiera oído.
– ¿Dónde vamos exactamente? -preguntó Matty bruscamente el sábado por la mañana.
No lo había visto ni hablado con él desde la noche en que intentó ahuyentarlo y en cambio terminaron cenando un sorprendente plato de espaguetis a la carbonara que Sebastian preparó para ella. Más tarde, se despidió con un beso en la frente, como si ella hubiera sido una niña de seis años.
A partir de entonces, a falta de invitaciones para comer, cenar u otros compromisos relacionados con la alimentación, le pareció que él se había arrepentido de haberla alentado a dar rienda suelta a sus emociones sobre su camisa de etiqueta.
La única razón que lo había hecho volver esa mañana era porque la necesitaba para dar los últimos retoques a las tarjetas. Negocios, simplemente.
– Te seguiré, pero prefiero que me des la dirección por si te pierdo de vista.
– ¿Seguirme? ¿Y para qué querrías seguirme?
Estaba claro. Sería una soberana estupidez compartir con él durante largo rato el estrecho espacio de un coche. Aquella noche, con la cara apoyada en su pecho, había oído los violentos latidos del corazón bajo su mejilla, así que no ignoraba el peligro.
El único motivo para acompañarlo era Blanche y el resto del personal de Coronet. Y quizá también lo hiciera un poco por ella. Tenía que pensar en su propio futuro. Un futuro que no incluía a Sebastian Wolseley.
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