– Por supuesto que me agradaría que viajaras conmigo si quieres, pero sé que muchos hombres odian que los lleve una mujer.
– No es el sexo del conductor lo que podría objetar, sólo su forma de conducir. En todo caso, había pensado que vinieras en mi coche.
– Desgraciadamente, no es tan sencillo, Sebastian. Para empezar, algunos coches son más cómodos que otros para entrar y salir. Por otra parte, mi silla de ruedas ocupa mucho espacio. ¿No dijiste que el coche que te habían prestado era viejo?
– Y lo es. Pero no dije que fuera pequeño. Si puedo meter tu silla sin dificultad, ¿vendrás conmigo?
– De acuerdo, trato hecho -accedió antes de empezar a moverse.
– Espera un poco. ¿No sería mejor comenzar con la silla de ruedas? Así que lo primero que haremos será esto -decidió al tiempo que se inclinaba y ponía las manos bajo los brazos de Matty-. Sería mucho más fácil si me rodearas el cuello con los brazos.
– ¿Qué? No hace falta… Yo…
– Confía en mí, Matty, sé lo que hago -aseguró al tiempo que la ¿Izaba de la silla.
Entonces, sin poderlo evitar, los brazos de Matty volaron alrededor de su cuello y, antes de darse cuenta, estaba en posición vertical, con los brazos de Sebastian sosteniéndola con firmeza contra su pecho.
– Tú no puedes… yo no debería… -empezó a decir.
– Podemos hacer todo lo que deseemos, Matty. No es tan malo, ¿verdad?
¿Malo? ¿Cómo iba a ser malo sentir el cálido aliento en la mejilla y su rostro a unos centímetros del suyo?
Aunque sí, era malo.
La mano en torno a la cintura la ceñía contra su cuerpo de tal modo que entre su piel y la de Sebastian no hubo nada más que seda y algodón. De pronto, sintió que sus pechos se excitaban mientras su instinto femenino, tan antiguo como el tiempo, la urgía a besarlo, a atraerlo hacia sí y nunca dejarlo marchar.
Era demasiado para sus buenas intenciones. ¿Podía sentir Sebastian la respuesta de su cuerpo? ¿Sabía el efecto que ejercía en ella?
Una sonrisa que nació en los ojos de él, y lentamente invadió todo su rostro, fue la respuesta que ella necesitaba.
– Mi dama, ¿quiere bailar conmigo? -murmuró.
Como no fue capaz de responder ni de mirarlo, Matty optó por ocultar la cara en su cuello. Y cuando pudo reunir fuerzas para decirle que no hiciera tonterías, Sebastian ya canturreaba un vals como para sí mismo.
– ¡No! -exclamó al darse cuenta de que iba en serio.
Pero ya era tarde. Con un brazo en torno a la cintura y el otro bajo sus brazos, la ciñó contra su cuerpo y, cantando, empezó a moverse lentamente en grandes círculos, aproximándose cada vez más a la puerta.
Matty no estaba bailando exactamente, pero cada partícula de su cuerpo revivió repentinamente y deseó echarse a reír.
Al llegar a la puerta, la tomó en brazos.
– Es una bailarina sorprendente, señorita Lang, y estoy impaciente por bailar un tango con usted.
– No sin que lleves una rosa entre los dientes.
– Tienes razón. Y ahora sujétate bien -dijo al tiempo que la llevaba a la puerta totalmente abierta y a la luz del sol.
Cuando empezaron a subir la escalera, Matty deseó que no se hubiera cansado mucho con el baile. Como para confirmar sus pensamientos, los músculos del cuello de Sebastian se tensaron y ella sintió en la mejilla su pulso acelerado.
Y al llegar al nivel de la calle, vio a una agente de tráfico que abría la puerta de un Bentley de época cuyas curvas voluptuosas e inmensos faros plateados brillaban a la luz del sol. Mientras Matty continuaba con la boca abierta, Sebastian cruzó la calle.
– Cuidado con la cabeza -dijo mientras la colocaba con todo cuidado en el asiento delantero-. ¿Todo bien? ¿Necesitas cojines? -preguntó sin soltarla mientras ella se acomodaba.
Sin esperar respuesta, Sebastian se inclinó hacia los asientos traseros y, tras sacar unos cojines pequeños, los acomodó en torno a ella.
Matty deslizó las manos sobre la suave piel de la tapicería.
– ¿Ésta es tu idea de un coche viejo?
– Siempre ha estado en la casa familiar, desde que mi abuelo lo adquirió en tiempos inmemoriales. Desde luego, es más viejo que yo.
– Y desde luego que tú eres un anciano.
– Estoy en la plenitud de mi vida -respondió, con los labios muy cerca del rostro de ella.
Ya no podría huir de su cercanía, pensó Matty sin respirar, con la secreta esperanza de recibir otro beso robado.
– Cuando dijiste que lo habías pedido prestado a tu familia me imaginé algo menos… fastuoso.
– ¿No me digas que por primera vez te he dejado impresionada? -preguntó con una sonrisa irónica.
– El coche es lo que me ha impresionado. Por Dios, Sebastian, puedo abrocharme el cinturón sola, no estoy completamente impedida -rezongó y, antes de que se diera cuenta, Sebastian volvió a besarla.
Capítulo 9
FUE UNA caricia breve, como el fogonazo de un relámpago. El beso fue leve, pero su energía la dejó clavada en el asiento. La había tomado por sorpresa, eso era todo.
– ¿Así está bien, señor?
– No podría estar mejor -respondió Sebastian mientras se enderezaba para volverse a la agente de tráfico, que aún sostenía la puerta-. Sólo un minuto mientras voy a buscar la silla de Matty.
– No hay problema, señor.
Para él no había ningún problema. Estaba claro que Sebastian la tenía en la palma de su mano.
– No te olvides de mi bolso. Está en el sofá. ¡Y cuando salgas, cierra la puerta con llave! -dijo a voces.
Y cuando se dio cuenta de que parecía una esposa mandona, optó por cerrar la boca.
– Lamento mucho haberle puesto una multa el otro día. Si hubiera sabido que era tu amigo, habría llamado a tu puerta.
– No te preocupes, Sue.
Tras saludar a Sebastian con la cabeza cuando se acercaba a ellas, la agente se alejó.
– ¿Es éste? -le preguntó a Matty al tiempo que le entregaba el bolso. Entonces acomodó la silla en la parte trasera del coche y luego se sentó ante el volante-. Y no olvidé cerrar la puerta con llave -añadió al tiempo que le alborotaba el pelo-. Bonito corte de pelo a lo garçon.
El día anterior, Matty se había apresurado a ir a la peluquería antes de que Fran se diese cuenta del desastre que había hecho con su pelo.
– Se supone que estas cosas a los hombres les pasan inadvertidas.
– ¿De veras? ¿Y ahora qué vas a hacer con las manos? Siempre estás jugando con tu pelo.
– Entonces tendré que pensar en otra cosa.
– ¿Por qué no pones música? Los discos compactos están en la guantera -Sebastian se volvió a ella con una sonrisa antes de concentrarse en la carretera.;
Al verse sin su silla de ruedas, de pronto Matty se dio cuenta de que se había entregado totalmente en manos de Sebastian.
No había tenido intenciones de acompañarlo, incluso le había dicho que no era necesario. Pero Blanche la había llamado por teléfono con un montón de preguntas de parte del ingeniero de programación. Sebastian no se encontraba en la oficina y nadie sabía dónde se había metido. Entonces, Matty empezó a temer que todo el proyecto fracasara. Después había tenido que preocuparse del material gráfico para el resto de los artículos de la gama del abecedario. Luego, del papel de envolver, del friso y de otras iniciativas que finalmente tuvo que llevar ella misma a la oficina para asegurarse de que Blanche lograra tenerlo todo a tiempo.
Empezaba a quedarle claro que Sebastian se había arrepentido de su intento por sacar a flote la compañía y, a pesar de que le había pedido que dejara el sábado libre para él, fue ella la que tuvo que llamarlo finalmente y verificar a qué hora partirían.
Después de haber hablado con él empezó a sospechar que, tal vez, le hubiera permitido deliberadamente tomar la iniciativa. Aunque aquello era ridículo; todo saldría bien. Podría conducir su propio coche y de ese modo marcharse cuando quisiera, sin Sebastian.
Sin embargo, a pesar de sus intenciones, la intoxicación sensorial producida por él había hecho que olvidara todo lo relacionado con el sentido común.
Repentinamente, una ola de pánico se apoderó de ella y por más que intentó ocultarlo, debió de hacer algún ruido, porque Sebastian se volvió hacia ella.
– ¿Pasa algo?
– No -dijo, pero de inmediato se arrepintió porque no era verdad-. Sí.
Sebastian se detuvo en el bordillo sin hacer caso del cartel que lo prohibía.
– Dime qué sucede. ¿No te acostumbras a mi modo de conducir? -preguntó, preocupado.
– ¡No! No se trata de ti. Soy yo, Sebastian. No me acostumbro a estar sin mi silla. No tengo control sobre lo que pueda ocurrirme -explicó con ansia, intentando hacerle comprender lo que sentía-. Para todo lo que quiera o necesite tendré que depender de ti, y no te conozco lo suficiente como para hacerlo.
– Es cierto. Pero hago lo imposible para remediarlo. Pensé que empezábamos a hacer progresos en ese sentido.
Ella negó con la cabeza.
– Por favor, no me lo pongas más difícil. Sabes que nunca podrá ser así.
– ¿Tienes miedo?
– Sí. Realmente tengo mucho miedo -Matty optó por decir la verdad, porque era importante que él la comprendiera-. Sé que nunca harías nada para hacerme daño deliberadamente, Sebastian. Sólo que no lo has pensado a fondo.
– Durante los últimos dos días he pensado mucho, Matty. Sea lo que sea lo que desees, lo que necesites, tú marcarás el ritmo. ¿Te sentirías mejor si te llevo a casa? -preguntó-. Cuando te presioné para que me acompañaras, sólo pensaba en mí y lo siento. No volveré a hacerlo. Si prefieres que utilicemos tu coche para que te sientas más segura, lo haremos.
– ¿Estás preparado para llevarme de vuelta a casa y cambiar el coche?
– No quiero que te sientas incómoda. Esperaba que hoy nos divirtiéramos. Algo así como un nuevo comienzo para ambos, pero al parecer no he empezado con buen pie -confesó. Matty se dijo que no debía olvidar que se trataba de un nuevo comienzo… en los negocios-. Tú decides, Matty. ¿Qué dirección tomamos? ¿Adelante o hacia atrás?
– Adelante. La vida es demasiado corta para volver sobre nuestros pasos -declaró dando la conversación por terminada. Luego abrió la guantera para sacar un disco.
Durante un segundo Sebastian no se movió, con la vista fija en ella; pero al verla concentrada en los discos, puso el coche en marcha y continuaron el trayecto.
Ella había intentado protegerlo. Ser su amiga. Enviarlo lejos antes de que la novedad dejara de serlo y él recordara que su verdadera vida estaba en Nueva York. ¿Podría amarrarse a una mujer necesitada, pegajosa y exigente?
Con manos temblorosas, puso uno de sus discos favoritos y cuando la voz de Sinatra la invitaba a volar hacia la luna, se volvió hacia Sebastian.
– Háblame de Nueva York -le pidió con una sonrisa mientras sentía que de pronto su tensión se evaporaba tras haber decidido dejar de proteger a ambos del futuro.
Era mejor disfrutar del presente. Disfrutar de un viaje en un coche como aquél. Disfrutar del hecho de que, para variar, la miraran con envidia y no con piedad.
Cualquier cosa que sucediera ese día, o en el resto de su vida, tendría que agradecérsela a Sebastian.
– ¿Nunca has estado allí? -preguntó, mirándola más aliviado.
– No, pero había hecho planes… -alcanzó a decir antes de que desapareciera su sonrisa.
– No hay nada que te impida ir cuando quieras -afirmó en un intento por recuperar la sensación de que estaban juntos, de que eran dos personas viviendo una aventura-. Los planes se pueden volver a hacer. Todo lo que se necesita es un poco de organización.
Sabía muchas cosas de ella, pero todavía había campos minados que podían explotarle en la cara al primer descuido.
Necesitaba que Matty confiara de él, que le contara cuáles habían sido sus sueños antes del accidente para demostrarle que la mayoría de ellos todavía podían convertirse en realidad.
– Lo sé. Y lo haré algún día. Muy pronto, si tu treta con las tarjetas me convierte en una mujer rica.
– Te encantará -comentó callándose el ofrecimiento de llevarla-. Es una ciudad llena de vida y de energía.
No quería que se ocultara tras esa máscara protectora que utilizaba como un escudo. La próxima vez que le preguntara si quería tontear con ella en los arbustos no lo diría bromeando. Quería que lo dijese porque verdaderamente lo sentía.
– ¿Dónde vives? -preguntó.
Sebastian reconoció el truco. Hacerle hablar para permanecer en silencio. Muy bien, al menos era un comienzo, pensó.
Le habló de su amplio apartamento, de su trabajo, de su vida, de los fines de semana en la playa y de los veranos en Cape Cod Matty lo escuchaba con atención y era tan fácil conversar con ella que llegó a olvidar que era él quien tenía que hacerle hablar.
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