– ¿Con quién sueles viajar? No creo que te falte compañía.

De pronto, Sebastian pensó que hacía mucho tiempo que le faltaba. No se trataba de citas, sino de la auténtica compañía de una mujer con la que un hombre pudiera conversar.

– Suelo viajar con la última mujer con la que esté saliendo. Para ser sincero, no me importa mucho quién sea.

– No es una manera muy amable de referirte a ella.

– Prefiero salir con mujeres que no esperen amabilidad por mi parte. Es menos complicado.

– Todos esperamos consideración, Sebastian -observó, y él tuvo la sensación que acababa de abrir la puerta a su mundo y que, a pesar de su brillante carrera y su alto estilo de vida, ese mundo estaba vacío-. ¿No hay nadie especial?

– No, Matty.

Hacía rato que habían abandonado la carretera principal y ya se internaban por una estatal.

En ese momento, Sebastian vislumbró la casa solariega de sus padres a través de los árboles, pero antes de llegar a ella, cruzó una verja y se internó por un patio pavimentado donde se encontraban las caballerizas que Josh utilizaba como taller.

Tras apagar el motor, se quedó sentado un instante en silencio, pensando en que tenía que hablarle de Helena.

– Una vez tuve alguien especial, pero no funcionó.

Matty sintió una mezcla de celos y de compasión.

– ¿Estuviste casado? -preguntó, con la esperanza de que su interés pareciera simple cortesía.

Después de todo, ya se había dado cuenta de que un hombre de esa edad tenía que haber estado enamorado una o dos veces en su vida.

– La iglesia ya estaba reservada, la encantadora novia había pasado horas escribiendo las invitaciones y las amonestaciones estaban hechas -le informó. Eso explicaba su conocimiento sobre el tema, pensó Matty-. En suma, un desastre, porque no llegamos al altar.

Ella no pensó en el problema de cancelar todo lo que se había organizado, sino en que la mujer que él amaba hubiera cambiado de parecer a última hora. Sin pensarlo, cubrió la mano de Sebastian con la suya.

– Lo siento -murmuró.

Él la miró con una sonrisa irónica.

– No malgastes tu piedad en mí, Matty. Temo no haber sido el hombre que Helena quería que fuera.

Matty se la imaginó alta, con cabellos de un tono rubio oscuro, con todos los atributos que Sebastian buscaría en una esposa.

– ¿Eso fue cuando te marchaste de Londres para ir a América?

– Sí, pero ya me habían ofrecido el empleo. Fue cuando le dije lo que quería hacer, cómo veía mi futuro. Y quedó bastante claro que nuestras aspiraciones eran muy diferentes. Pensé que me conocía bien y que yo la conocía a ella. Parece que ambos nos equivocamos.

– Ella canceló la boda.

– No, Matty. Lo hice yo.

A pesar de la tibieza del sol, Matty sintió un escalofrío.

– ¿El trabajo significaba mucho para ti?

– No tuvo nada que ver con el trabajo.

– Entonces, no…

– ¡Seb! -la puerta del establo se abrió de par en par y un hombretón se acercó a ellos.

«No comprendo», pensó Matty. O tal vez sí comprendiera…

– ¿Os, vais a quedar ahí sentados todo el día? -preguntó el hombre, y al ver que ninguno de los dos se movía, añadió-: Vamos, todo está preparado para vosotros. Tú debes de ser la talentosa Matty. Bea se sentirá muy aliviada de poder conversar con alguien juicioso a la hora de comer -dijo con una amplia sonrisa.

– ¿Comer? -intervino Sebastian rápidamente-. No, Josh, tengo otros planes.

– Ella insistió, querido muchacho. Ha estado trabajando al calor de los fogones toda la mañana. No apuesto un centavo por mi vida si os dejo marchar sin haberos alimentado.

– Debe de ser cosa de familia -observó Matty al tiempo que le estrechaba la mano-. Sebastian también tiene la obsesión de alimentar a la gente.

– Matty, éste es Josh. Sé buena con él, el pobre diablo está casado con mi hermana.

¿Qué planes tenía Sebastian? A Matty no se le había escapado el hecho de que él no le había consultado si quería comer con su familia. Probablemente no quería que ellos se enteraran de su atracción hacia una mujer en silla de ruedas. Matty deseó que el detalle no le causara tanto dolor.

– Eso ya lo sé. Lo que ignoro es con cuál de ellas -replicó con ese tono despreocupado que le era tan útil para evitar que la gente tuviera piedad de ella.

– Con Beatrice. Cuando tiene un buen día prefiere que la llamen Bea -la informó Josh.

– Intentaré recordarlo. ¿Hoy es un buen día?

Josh se echó a reír sin soltarle la mano, esperando que ella se apoyara en él para salir del coche.

Pero antes de que Matty pudiera dar explicaciones, Sebastian se adelantó.

– Déjamelo a mí, Josh. Matty necesita su silla.

– ¿Silla?

– Silla de ruedas -aclaró Matty al tiempo que buscaba en su bolso-. Sebastian no tiene mucha experiencia, así que nos llevará algún tiempo. Mientras tanto, ¿quieres ver el disco que hemos actualizado? -sugirió al tiempo que se lo tendía.

– De acuerdo, se lo entregaré al chico maravillas.

Finalmente, Sebastian se acercó con la silla de ruedas y la puso junto al coche.

– Veamos, chica lista, ¿quieres que te ayude a instalarte en la silla o quieres presumir? Tienes un minuto para decidirte.

– Cuando estoy en mi coche lo único que tengo que hacer es utilizar el elevador.

– Pero como eso no va a suceder, ¿por qué no me rodeas el cuello con los brazos y yo hago el resto? Porque la tentación podría transformarse en hábito.

– Porque no necesito que me lleves en brazos como si fuera un bebé. Y porque deberías cuidar tu espalda. Mira, toma mi bolso y deja la silla muy cerca de mí -ordenó al tiempo que le daba un pequeño empujón.

– ¿Necesitas que me quede?

– No, gracias -replicó, aun sabiendo que no era del todo cierto.

La verdad era que necesitaba un buen par de manos a una distancia segura.

Sebastian se limitó a asentir y luego se volvió con la intención de seguir a Josh, que se encaminaba al establo.

Había sido su orgullo el que había rechazado la ayuda que le ofrecía. Y el orgullo quedaría muy herido si se cayera y tuviera que llamarlo para que la ayudaran a levantarse del suelo.

Con un gran esfuerzo, finalmente logró acomodarse en la silla y luego maniobró para poder cerrar la puerta del coche.

Cuando lo hubo hecho, se dio cuenta de que Sebastian no se había marchado. Se había quedado muy cerca por si necesitaba ayuda.

– Eres asombrosa.

Matty sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al pensar que no merecía su bondad.

– No ha sido nada -replicó con brusquedad.

– Si tú lo dices… Ven a ver lo que Danny y Josh han hecho.

Capítulo 10

MATTY pasó la hora siguiente trabajando con Danny, el pálido y magro joven que había hecho maravillas con la programación sin tardar casi nada. Juntos suprimieron las últimas imperfecciones mientras Sebastian y Josh trabajaban en los costos.

– Te manejas muy bien con el ordenador-la elogió Danny-. Si hubieras venido antes, lo habríamos terminado durante la semana.

– Matty tenía cosas más importantes que hacer, Danny -intervino Sebastian. Ella se sintió culpable. Le había pedido que lo acompañara, pero había estado más interesada en protegerse de él que en ocuparse del sistema informático-. ¿Cuánto más vais a tardar? Bea acaba de avisar de que la comida está lista.

Danny negó con la cabeza.

– Id vosotros. Necesito revisar el sistema a fondo si queréis llevároslo esta misma tarde.

– ¿Te traemos algo de comida? -preguntó Matty, que en el fondo deseaba quedarse con él para no tener que enfrentarse a la terrible hermana de Sebastian.

Danny negó con la cabeza, absorto en lo que hacía, así que lo dejaron trabajando y fueron a la cocina, donde Bea los esperaba con los platos en la mesa.

Josh y ella vivían en una gran casa campestre detrás de las caballerizas, con sus dos hijas adolescentes y muchos perros.

Lejos de mostrarse aterradora, Bea la recibió con simpatía y, a diferencia de Josh, no demostró la menor sorpresa al ver la silla de ruedas.

– ¿Necesitas ayuda? -preguntó con toda naturalidad.

– No, puedo manejarme sola, gracias.

Más tarde, mientras las mujeres cargaban el lavavajillas y los hombres se disponían a volver al taller, Bea sugirió que tomaran el café en la terraza para disfrutar del paisaje marino.

– Éste es un lugar encantador -comentó Matty.

– Nos gusta, y mis padres viven un poco más lejos de modo que podemos estar pendientes de ellos, les guste o no -dijo mientras señalaba hacia la gran mansión entre los árboles que Matty había vislumbrado al llegar-. Ahí está. Le habría pedido a Sebastian que te llevara a ver los jardines, pero habría sido un esfuerzo inútil.

Matty observó que era una imponente casa solariega.

– Hermosa mansión…

Bea le tendió un plato con dulces.

– ¿Quieres ayudarme con esto? Las niñas han estado experimentando con recetas para el puesto de bizcochos que van a instalar en la fiesta del verano. ¿Tú también vives en Londres?

– ¿También? Ah, te refieres a Sebastian. Sí -respondió, y al ver que Bea hacía una mueca, añadió-: Vivo en un lugar encantador. Es un apartamento en el jardín de la casa de mi prima Fran y su marido Guy. Ellos viven en las plantas superiores. Aunque debo admitir que me muero por trasladarme al campo.

– A la mayoría de las personas que viven en la ciudad les sucede lo mismo, porque suelen venir en días de sol. Aunque no es tan bonito en pleno invierno con el barro, la nieve y el viento.

– Viví en el campo hasta que fui a la universidad.

– ¿Sabes conducir?

– Sí, tengo un coche especialmente adaptado. Intenté venir en él, pero Sebastian me raptó.

– Es inútil vivir en el campo si uno no sabe conducir. Especialmente cuando se tienen necesidades especiales.

– No es divertido vivir en ninguna parte cuando se tienen necesidades especiales.

– ¿Cómo os conocisteis?

Matty se dio cuenta de que aquello no era tanto una conversación como un interrogatorio. Y decidió que ésa sería la última pregunta. Tenía deseos de decirle que no era asunto suyo, pero seguramente Bea pensaba que sí era asunto suyo si su hermanito se liaba con una mujer parapléjica que no le causaría más que sufrimientos.

– El año pasado mi prima Fran se casó con Guy. Hace poco celebraron la recepción de la boda y Sebastian fue a la fiesta.

– ¿Guy Dymoke? ¿Está casado con tu prima?

– Sí. ¿Lo conoces?

– No mucho, pero venía a ocasionalmente a la casa familiar a ver a Sebastian.

– Bueno, ya que lo conoces, no hace falta que continúes con la entrevista. Estoy segura de que te daría buenas referencias sobre mí.

Bea la miró un instante y luego se echó a reír.

– No hace falta, querida. No hace falta. Es bueno ver a mi hermano con alguien que lo hace sonreír. Desde Helena… -Bea se paró en seco.

– Me habló de Helena.

– Ah, entonces lo comprendes. Sebastian cambió totalmente. Antes era muy divertido, pero tras la ruptura se volvió insensible a cualquier emoción. Como si sólo quisiera ponerse fuera del alcance de cualquier persona -dijo. Matty comprendió su temor al compromiso, el temor a la cercanía del otro. Y al parecer lo había extendido a su familia-. Cuando Louise me llamó para hablarme de ti…

– ¿Louise?

– Es la mayor, la hermana sesuda. Somos tres hermanas. Louise, Penny, que vive en Francia, y yo. Aunque de pequeño Sebastian era molesto como un grano en el trasero, ninguna de nosotras quiere volver a verlo tan herido, Matty.

– No voy a hacerle daño. La nuestra es una relación de negocios. La empresa requirió mis servicios como asesora -aseguró, más para convencerse a sí misma que a Bea. De acuerdo. ¿Y el beso en el parque? ¿Y ese vals tan íntimo antes de salir de casa? Ella sabía cómo se había sentido. Pero, ¿y él? Matty decidió que, fuera como fuese, eso tenía que acabar-. Intento colaborar para que Coronet salga adelante y Sebastian pueda reanudar su vida en Nueva York lo más pronto posible.

– Está haciendo un trabajo excelente -se oyó la voz de Sebastian, que se acercó a la mesa y tomó un trozo de bizcocho-. Danny está imprimiendo montones de tarjetas. ¿Quieres ir a verlo?

Oh, Dios. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué había oído?

– Yo también voy – dijo Bea, con naturalidad. Estaba claro que el hecho de que su hermano la hubiese sorprendido hablando de su bienestar no la incomodaba en absoluto-. Sebastian, lleva el plato con el bizcocho. Estoy segura de que ese chico no come. No me extrañaría que se alimentase de la luz que arroja la pantalla del ordenador -añadió antes de echar a andar delante de ellos.

Cuando se quedaron solos, Sebastian se volvió hacia Matty.