– ¿Ése es el trato?

– Ése es el trato.

– ¿Y mientras tanto?

– Mientras tanto iremos a Nueva York, señor pez gordo de la banca.


No nevaba, pero todo estaba blanco, cubierto de escarcha. Los colores eran brillantes, claros y centelleantes. Las campanas repicaban alegremente y las voces del coro elevaban al cielo un canto de esperanza, de un nuevo comienzo.

Matty llegó en la silla de ruedas hasta la puerta de la iglesia, pero en el atrio tomó las muletas de manos de Fran y se alzó sobre sus pies. Había estado practicando durante semanas, cuando Sebastian se encontraba en la oficina. Y la noche anterior había practicado en la iglesia, acompañada de Fran.

Por él, más que por ella, en ese día tan especial iba a demostrar todo lo que era capaz de hacer.

Fran acomodó la pesada túnica de terciopelo crema que le caía desde lo hombros y cubría los aparatos ortopédicos de las piernas.

En cuanto al cabello… Había pensado en extensiones de modo que pareciera largo; pero ya no era la chica de entonces. En cambio, su pelo muy corto estaba adornado con mechas doradas, púrpuras y rosa, tal como lo exigía la ocasión.

– ¿Lista? -preguntó Fran, siempre a su lado. Su amiga, su apoyo.

– Lista -afirmó al tiempo que asentía ligeramente con la cabeza en dirección al sacristán, que hizo una seña a alguien invisible.

Y la música empezó a sonar. Lenta y majestuosamente, triunfante, paso a paso, Matty empezó a avanzar utilizando las caderas para mover las piernas una después de la otra, balanceando su peso en ellas, haciendo una pausa, reanudando los pasos. Seguramente sería la marcha nupcial más lenta de la Historia, pero Sebastian era el más paciente de los novios. Su sonrisa estimulaba cada uno de sus pasos por la nave y su premio fue que pudo permanecer sobre sus pies y mirarlo a la cara mientras pronunciaba los votos de amor y lealtad hacia él durante el resto de su vida.

Liz Fielding

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