Entonces, se puso a revisar el contenido del bargueño sin el menor interés. Ni siquiera deseaba estar en ese país, pero era inútil postergar lo inevitable.
El primer cajón contenía una cantidad de antiguos dibujos botánicos, manchados y algo deteriorados en los bordes. Lo único favorable era que se trataba de ilustraciones cuyos derechos de reproducción habían caducado hacía uno o dos siglos atrás. El segundo cajón contenía una serie de personajes de canciones infantiles.
Después de hacer una revisión a fondo, llegó a la conclusión de que Coronel era una empresa en decadencia. Hacía unos tres años que funcionaba a ritmo lento.
Si le hubieran pedido su opinión, habría sugerido buscar un comprador preparado para hacerse cargo de la empresa a fin de añadir la marca comercial Coronel a la lista de sus posesiones. O liquidarla antes de que empezara arrojar pérdidas demasiado graves.
Por el momento no tenía abierta ninguna de esas posibilidades, así que no le quedaba más alternativa que cambiar la política de la empresa.
– ¿Te encuentras bien?
Matty alzó la vista de su segundo intento por dibujar la escena de la playa y descubrió a Fran en el umbral de la puerta con el bebé en un hombro y una mirada de preocupación.
– Muy bien -mintió-. O lo estaría si pudiera recordar cómo es una playa para poder pintarla.
– ¿Por qué no vamos todos a la costa mañana y así refrescas la memoria?
– Creí oírte decir que mañana llovería.
– Eso fue cuando intentaba hacerte salir al jardín. Estás un poco pálida. Te esforzaste mucho para hacer de la celebración un día especial. Me parece que fue demasiado.
– ¡Tonterías! Deberías estar en alguna parte disfrutando de tu luna de miel, señora Dymoke, en lugar de preocuparte por mí.
– Bien sabes que hemos estado casados casi un año antes de planear la recepción. A este paso nos habremos jubilado del amor antes de poder ir de luna de miel.
– Deberías sacar tiempo para disfrutar de unas vacaciones con Guy, Fran.
– Es mala época para salir. Por lo demás, ¿por qué desperdiciar este tiempo maravilloso cuando tenemos la excusa perfecta para escaparnos en busca del sol en enero? -comentó al tiempo que besaba la frente del bebé dormido-. Y entonces esta pequeña dará menos trabajo.
– ¿Va a ser una luna de miel familiar?
– Claro que sí. Nos alojaremos en la casa de un amigo de Guy. Y me han dicho que cuenta con personal de servicio para todo. Así que ni siquiera tendré que cambiar pañales. Aunque me gustaría…
– Tienes todo lo que podrías soñar, Fran -Matty intervino antes de que su prima le dijera que se sentía culpable por dejarla sola-. Y por una vez podré trabajar sin que me interrumpan a cada rato -dijo. Justo en ese momento sonó el timbre-. ¿Y ahora qué?
– Tienes visita -dijo Fran.
– ¿Sí? -preguntó Matty a través del portero automático.
– Servicio de Comida sobre Ruedas, señora. Como no puede comer conmigo, le he traído el almuerzo.
Los ojos de Fran se agrandaron.
– ¿Es Sebastian Wolseley? -cuchicheó.
– Tiene que ser él. Es el único con quien me he negado a comer hoy.
– ¿Qué hiciste?
– Hay que tratarlos mal para que se porten bien -declaró intentando reír, aunque sabía que no podía engañar a Fran con su aparente despreocupación.
No debería preocuparse, pero hacía mucho tiempo que no pensaba en un hombre más de cinco minutos seguidos. Y había desperdiciado mucho más de cinco minutos pensando en Sebastian Wolseley; por tanto, sí que le preocupaba el asunto.
– Y al parecer la regla funciona -replicó su prima, aparentemente divertida-. ¿Y dejarlo en la puerta también forma parte del plan?
Estuvo tentada de hacerlo. Le había dicho que estaba ocupada y él no le había hecho caso. Eso demostraba falta de respeto… o algo.
– ¿Adonde vas? -preguntó tras presionar el botón del portero automático y ver que Fran se dirigía a la puerta.
– ¿Piensas que me voy a quedar y hacer de dama de compañía? -preguntó Fran justo cuando Sebastian aparecía en la sala desde el vestíbulo. Entonces, extendió una mano graciosamente mientras aceptaba un beso en la mejilla-. Hola, Sebastian. ¿Cómo te encuentras en el piso? ¿Necesitas algo?
– Todo está bien, Francesca. Os estoy muy agradecido. Incluso el hotel más cómodo pierde su encanto después de una semana -comentó al tiempo que miraba al bebé-. Así que ésta es la hermana de Toby, ¿verdad? -dijo al tiempo que extendía un dedo para que la pequeña lo apretara.
– Saluda, Stephanie. Bueno, ahora nos despedimos. Guy se pondrá en contacto contigo más tarde para organizar una cena.
– Encantado.
– Matty, si cambias de opinión sobre lo de mañana, házmelo saber -dijo antes de dejarla a solas con Sebastian.
– ¿Mañana? -preguntó él al tiempo que apartaba la vista de la madre con su pequeña para mirar directamente a Matty.
Ella se encogió de hombros.
– Fran quiere que pasemos un día en la costa. Pero le he dicho que estaba demasiado ocupada. Y ella sí me ha escuchado.
– Yo también. Dijiste que pensabas tomar un bocadillo -replicó al tiempo que le entregaba una bolsa con la etiqueta de una pastelería muy cara-. Quise ahorrarte el trabajo de prepararlo.
Ella tomó la bolsa con la vista fija en él.
– ¿Es idea mía o los bocadillos pesan más que de costumbre? -preguntó al tiempo que examinaba el contenido.
– Como no sabía si eres vegetariana, o alérgica a los mariscos o si odias el queso, pensé que sería mejor traer una variedad.
Había más bocadillos de los que una persona podría comer en una semana. Matty eligió uno al azar. Era de salmón ahumado con crema de queso en pan de centeno. Sí, había que reconocer que el hombre tenía buen gusto.
– Sólo para futura referencia, Sebastian: en la improbable ocasión de que sientas la tentación de volver a hacer esto, te advierto que no soy vegetariana, me encantan los mariscos y creo que el queso es alimento de los dioses -declaró en tanto le tendía la bolsa-. Gracias por el detalle. Lo disfrutaré más tarde, cuando acabe mi trabajo.
– Mmm.
Entonces, con el bocadillo en la mano, se alejó rápidamente hacia el tablero con la esperanza de que él interpretara el gesto como una despedida. Con la esperanza de que desapareciera de su vida.
Al ver que no se daba por enterado, aunque no esperaba que lo hiciera y, si hubiera sido sincera consigo misma, habría reconocido que tampoco lo deseaba, intentó expresarse con más dureza.
– Conoces el camino de salida, ¿verdad?
Capítulo 3
SEBASTIAN movió la cabeza de un lado a otro, no porque no pudiera encontrar la salida, sino por el desinterés que demostraba ella. Parecía que sus intentos por cautivarla no daban resultado.
– Eres única.
Al menos se dignó a obsequiarlo con una sonrisa.
– Gracias.
– No me des las gracias. No es un cumplido -dijo, aunque ambos sabían que sí lo era.
Él admiraba ese talento para mostrarse imperturbable. Admiraba la capacidad de Matty para no dejarse impresionar por la muestra de humildad de un hombre bastante poco inclinado a tales demostraciones, O tal vez hubiera adivinado que él no estaba habituado a recibir un «no» por respuesta.
– No te molesta que llame un taxi antes de que me eches a patadas, ¿verdad?
– ¿Has venido en taxi?
– No. ¿Por qué?
– Sólo me preguntaba por qué no has venido en tu coche después de la agonía que has tenido que sufrir para conseguirlo -dijo intentando controlar una sonrisa y el deseo de pedirle que se quedara.
– Porque preferí venir andando. ¡Maldición! No…
– Bien hecho. ¿Y por qué no te vuelves andando?
Sebastian notó que ella disfrutaba con su incomodidad. No podía hacer el idiota intentando evitar palabras tan delicadas como «andar» como si fueran minas enterradas.
– Porque me desmayaría por desnutrición. Pero no te preocupes, si lo prefieres esperaré el taxi en la calle.
– ¿Después de toda la molestia que te has tomado para traerme el almuerzo? ¿Crees que podría ser tan descortés?
– Al parecer, sí. Si me lo agradecieras siquiera un poco, me habrías invitado a compartir tu almuerzo.
Ella se llevó una mano al corazón.
– No sabes cómo lo siento. ¿Querías quedarte?
– Bruja -exclamó Sebastian, sin poder evitar la risa.
Por eso estaba allí. Porque desanimado como se encontraba, ella era capaz de arrancarle una sonrisa.
– Eso está mejor.
– ¿Prefieres que te insulten a que te cautiven?
– Desde luego. La seducción es… fácil. En cambio el insulto es más recio y mucho más sincero. Siéntate y haz tu llamada.
Sebastian se acomodó en el sofá y fingió buscar el número de una compañía de taxis en la agenda telefónica de su móvil.
– ¿Así que ése es el secreto? -preguntó como si estuviera más interesado en encontrar el número que en su respuesta-. ¿Tengo que insultarte para poder pasar un breve rato contigo?
– Tienes que hacer una llamada. La conversación no está incluida en el trato.
Matty no se dejó engañar. Sebastian Wolseley no tenía intención de llamar un taxi, sólo se tomaba su tiempo con la esperanza de que ella le pidiera que se quedara.
¿Por qué? ¿Qué quería de ella?
Una invitación a comer, después los bocadillos… No insistiría tanto si no quisiera algo.
– El teléfono está ocupado. Oye, el sábado te pedí que cenaras conmigo y tú me rechazaste por charlar con una periodista. Hoy te he invitado a comer al restaurante más romántico de la ciudad y has alegado que estabas muy ocupada. Y ahora ni siquiera piensas invitarme a compartir tu almuerzo, aunque yo lo haya traído.
– Tú lo has dicho: soy una bruja. Y el próximo truco mágico es que te voy a convertir en un sapo si no te marchas en treinta segundos.
– ¿Estás segura? -preguntó. No la había engañado con la freta del teléfono, así que decidió marcar el número antes de llevárselo al oído. Aunque esa vez sí que estaba ocupado-. ¿No tendrías que besarme para deshacer el hechizo?
Matty deseó que la sugerencia no fuese tan atractiva. Ya le resultaba bastante difícil desviar la mirada de su boca para que él le diera más ideas…
– Por el amor de Dios -dijo bruscamente, desesperada por borrar la imagen de esos labios de su mente-. Ya puedes dejar de fingir que estás llamando un taxi.
– ¿Fingir? -exclamó con exagerado horror, aunque sin lograr impresionarla.
– Sí, fingir. Como no he tenido nada más que interrupciones durante toda la mañana, bien puedes quedarte a comer uno de esos bocadillos. Luego, cuando me cuentes qué deseas, te echaré, tengas o no un medio de transporte.
– ¿Qué te hace pensar que quiero algo más que tu compañía?
– No olvides que puedo leer los pensamientos. Iré a buscar unos platos. ¿Quieres beber algo? -preguntó al tiempo que maniobraba la silla de ruedas en dirección a la cocina.
– Encontrarás una botella de Sancerre fría en la encimera.
– ¿Sancerre? -comentó al tiempo que se volvía a mirarlo con severidad, como si fuera un pillo que algo se traía entre manos.
Él se limitó a sonreír.
– Sé lo que significa esa mirada. Me ofrecería a descorchar la botella, pero estoy muy cómodo aquí.
– No tenías intención de marcharte, ¿verdad? -preguntó intentando evitar una sonrisa.
– No, pero ambos sabemos que realmente no ibas a echarme.
– Mi error ha sido dejarte entrar.
– No tenías más opciones desde el momento en que atendiste al timbre de la puerta -replicó. Al darse cuenta de que no le convenía mostrarse presuntuoso, se apresuró a añadir-: Tú nunca serías capaz de una grosería semejante.
– Claro que sí -le aseguró-. No te imaginas cómo puedo deshacerme de los visitantes cuando no quiero que me perturben. Soy capaz de imitar perfectamente el inglés de Connie, el ama de llaves griega de Eran. Aunque en este caso no lo habría hecho.
– Gracias.
Antes de reunirse con él, Matty abrió la botella y sacó un par de platos del armario de la cocina.
– Los vasos están en el aparador, si no es mucho trabajo para ti. ¿Y qué pasó con el piso?
– ¿El piso? -repitió Sebastian mientras sacaba los vasos y luego tomaba la botella que ella le tendía.
– Fran te preguntó cómo te encontrabas en el piso.
– Ah, sí. Guy me lo ofreció hasta que encuentre algo propio. Por eso me arrancó de la fiesta del sábado, para entregarme las llaves.
– Verdaderamente sois buenos amigos, ¿no es así? -observó tras llevar su bocadillo de salmón a la mesa mientras él elegía uno de la bolsa.
– Así es.
– ¿Puedes sacar de ese cajón un par de cuchillos y unas servilletas? -le pidió. Sebastian le tendió ambas cosas-. Gracias. Pero dijiste que volvías a Nueva York.
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