Venía de familia. Estaba claro que George Wolseley había robado el corazón de su joven secretaria y nunca se lo había devuelto.

– No lo dudo.

– A pesar del triple bypass se recuperó muy bien, pero nunca volvió a ser el mismo. Probablemente debió de haberse retirado, tomarse las cosas con más calma, pero realmente disfrutaba viniendo a la oficina. Si puedo demostrarle a Sebastian que soy capaz de manejar el material gráfico y encontrar nuevos diseños, tendrá que darme una oportunidad, ¿no crees? Porque a mi edad nunca volveré a tenerla.

– Blanche…

– Pero qué digo. Seguramente querrá a alguien más joven. Así que es mejor olvidar lo de las oportunidades. Tendré suerte si consigo otro…

– ¡Blanche!

La secretaria se detuvo en seco.

– Cielo santo, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado -dijo muy turbada.

– De acuerdo, Blanche. Sí, acepto la opción -declaró. No lo hacía por Sebastian, ni siquiera por sí misma, sino por otra mujer que estaba en apuros. Haría lo posible por contribuir a la venta de la empresa para que Blanche no lo perdiera todo-. La opción sobre el abecedario es tuya y será un placer conversar contigo.


Sebastian pasó la tarde del martes y la mayor parte del miércoles hablando con los comerciantes al por menor y, aparte de examinar una creciente colección de artículos de gran salida, todos producidos por la competencia, no aprendió nada útil, salvo que el público de cualquier edad parecía mostrar un apetito insaciable por las tarjetas con ositos y erizos.

También tuvo oportunidad de enterarse de que cualquier persona con acceso a un ordenador podría hacer lo que él había deseado: una tarjeta personalizada con el nombre de un niño. De hecho, tenían una inmensa ventaja sobre él, ya que podían utilizar el nombre que quisieran, por muy especial que fuera.

Fue en ese momento cuando se hizo una luz en su cerebro que brilló como un faro luminoso. Y había una sola persona con la que quería compartir su descubrimiento.

Una hora más tarde, Sebastian aparcó ante la casa de Matty sin hacer caso del cartel que indicaba «Sólo para Residentes». Bajó la escalera que conducía al sótano y tocó el timbre.

– ¿Quién es? -preguntó una voz con acento claramente extranjero.

Bueno, Matty ya le había advertido que podía recurrir a esos trucos cuando no quería recibir a nadie.

– Matty, soy Sebastian -dijo, con una sonrisa. Se produjo una pausa.

– Matty no está aquí.

– Muy divertido. Déjate de bromas y abre la puerta. Tengo algo importante que decirte.

– Ya le he dicho que Matty no está aquí -repitió la voz lenta y claramente.

Sebastian volvió a llamar. Luego golpeó con los nudillos, y luego la llamó a voces.

– Matty, no me hagas esto. ¡Ya sé cómo utilizar tus ilustraciones! ¡Mi idea es brillante!

El portero automático hizo un ruido y oyó la misma voz de antes.

– Márchese.

– De acuerdo. Mensaje recibido. Estás ocupada, llámame cuando tengas un momento libre.

Sebastian subió la escalera con la esperanza de que en cualquier momento se abriera la puerta. Sólo cuando llegó a la calle aceptó el hecho de que eso no iba a suceder, y observó que una agente del tráfico le dejaba la papeleta de una multa en el parabrisas.

– ¿Os dedicáis a la producción de papel de envolver?

– Sí, pero… ¿Qué piensas? -Blanche la miró desconcertada.

– Pensaba que si se pudiera aplicar la imagen ampliada sobre papel de tamaño estándar… -Matty negó con la cabeza-. No, la imagen aumentaría demasiado y aparecería punteada. Tendré que pensar en eso. Pero no veo ninguna razón para no ofrecer reproducciones, en cambio. La mayoría de las tiendas de tarjetas también venden regalos, y una tarjeta de cumpleaños con su correspondiente etiqueta, que haga juego con el regalo, podría ser muy sugerente. Valdría la pena probar con compradores importantes y…

En ese instante se dio cuenta de que Blanche ya no le prestaba atención. Miraba fijamente a la puerta.


– Así da gusto verlas. Tienen buen aspecto -comentó Matty, examinando las maquetas que el departamento de producción había hecho de los impresos botánicos.

– Creo que ésa es la diferencia entre nosotras. Donde yo sólo veo deterioro, tú ves antigüedad. Impresas sobre una tarjeta a juego tienen un aspecto fino y de gran calidad.

Capítulo 5

SEBASTIAN se detuvo un minuto en el umbral de la puerta antes de que las mujeres se dieran cuenta de su presencia, absortas como estaban en lo que hacían.

Se concedió un minuto entero de gracia para observar a Matty llevarse los dedos a los cabellos, desordenando algunos rizos, mientras examinaba con atención los impresos desplegados ante sus ojos.

Un minuto para observar el ceño que se fruncía y luego se alisaba cuando una idea la complacía.

Un minuto para sentir el agrado de verla en su terreno y para reconocer otra emoción: algo más oscuro, celos de que hubiera respondido a la llamada de Blanche cuando parecía que su propia llamada había caído en oídos sordos.

Era ridículo. ¿Celoso? En absoluto. Había que estar emocionalmente comprometido para sentir algo tan inútil, una pura pérdida de tiempo, en todo caso.

El brillo de los aretes de oro en las orejas y una camisa de seda de color ámbar, que sabía que combinaba perfectamente con el color de sus ojos, atrajeron su atención hacia la parte superior del cuerpo. Los hombros eran fuertes y los brazos, largos y ágiles. Un vaquero de color verde enfundaba las piernas que terminaban en unas botas de ante de color chocolate.

¿Cómo pudo haber pensado que era una mujer común y corriente? Estaba claro que aquella mujer irradiaba fuerza y poder.

Sebastian no se movió, ni siquiera hizo ruido; pero de pronto ella se volvió bruscamente, como si instintivamente hubiera sentido su presencia. Y tuvo otro instante de gracia cuando por un segundo ese rostro fue enteramente suyo antes de ocultarlo tras la máscara protectora, cálida e inteligente que hasta entonces él ignoraba que llevara habitualmente.

Un instante que le hizo creer que ella estaba tan contenta de verlo como él de encontrarla allí.

– Sebastian, creí que no vendrías hasta mañana.

¿Por eso había ido a la oficina? ¿Porque estaba segura de que él no estaría allí? ¿Intentaba evitarlo deliberadamente?

– Hola, Matty -saludó, más intrigado que ofendido.

– Hola -respondió ella.

En lugar de besarla en la mejilla como hubiera sido su deseo, se acercó a la mesa, a sabiendas de que un gesto tan casual como ése no tenía lugar en su relación con Matty.

– ¿Blanche te ha traído en calidad de asesora? -preguntó en tono fingidamente ligero al tiempo que tomaba una de las maquetas.

– Sí -Blanche intervino rápidamente antes de que ella pudiera negarlo. Matty se encontró atrapada entre exponer a Blanche o participar en la mentira-. Al menos he hecho la oferta. Aunque voy a necesitar un poco de ayuda para convencerla.

– Encantado de ayudarte, Blanche -dijo mirando fija-mente a Matty-. Estas ilustraciones tienen clase -comentó al tiempo que pensaba: «Igual que la mujer»-. También me gusta tu idea de imprimirlas en tarjetas, Matty.

– Gracias.

Sebastian no había apartado los ojos de ella, y ella le devolvió la mirada. Una mirada directa, desafiante. Tuvo la clara impresión de que estaba enfadada con él, aunque no podía imaginar cuál era la razón.

– Blanche, ¿por qué no consigues muestras de marcos y evalúas los costes?

– Voy de inmediato -dijo la secretaria antes de salir y cerrar la puerta.

Todavía con los ojos fijos en Matty, él volvió la tarjeta de modo que quedó frente a ella.

– Cuando encontré estas ilustraciones botánicas pensé que no eran más que basura.

– Estaban un poco manchadas solamente. Utilicé tu ordenador para hacerles un escáner y limpiarlas. El truco consiste en no limpiarlas demasiado para que no pierdan su pátina, sólo quitarles el aspecto raído.

– Un buen trabajo -aseguró, y al darse cuenta de que Matty tenía que esforzarse para mirarlo, se sentó junto a ella-. ¿He hecho algo que pudiera haberte contrariado, Matty?

Ella sintió una sacudida eléctrica cuando el hombro de Sebastian rozó el suyo. Desde el principio, se había dado cuenta de que había sido un error mirarlo con enfado, aunque se suponía que ese día no iría a la oficina. Blanche se lo había asegurado.

– ¿Qué te hace pensar que estoy enfadada? -preguntó. Pero él permaneció en silencio-. ¿Qué cosa podrías hacer que tuviera el más mínimo efecto sobre mí?

– No lo sé, Matty. Tu mirada fue elocuente. Pensé que éramos amigos.

– ¿Sí? ¿Y Blanche? ¿También es tu amiga?

– ¿Es por Blanche?

– La has ascendido, Sebastián. Está loca de contento, ansiosa por demostrarte su eficacia. Pero todo es una mentira. Vas a quitarle el puesto en unos meses y dejarla en la calle…

– Cuando me hice cargo de la empresa me encontré con esta situación. No podía… no puedo hacer otra cosa -le recordó.

– ¡Sí que puedes! -exclamó, consciente de su propia actitud poco razonable-. ¿Sabías que durante años había estado enamorada de George?

– ¿Te lo dijo?

– Claro que no. Pero se le nota en la voz, y en todo lo que dice de él. Y los hombres siempre lo saben. Él la utilizó, y ahora tú haces lo mismo.

– Al menos reconozco su eficacia, aunque sea demasiado tarde para poder hacer algo. ¿Preferirías que me hubiera marchado sin intentarlo?

– Preferiría que fueras sincero con ella, que le digas la verdad.

– No debí haberte contado los problemas de la empresa.

– No, no debiste. Aunque estás jugando con su futuro, no con el mío -puntualizó, y porque sabía que él estaba haciendo lo que creía correcto, dejó pasar el tema-. Pero no me hagas caso. Por lo demás, ¿qué sé yo? Estoy segura de que haces lo que crees que es mejor para todos. Bueno, pasando a otra cosa, parece que has conseguido algo, ¿no es verdad? Por eso has vuelto antes. ¡Cuéntame!

– ¿Antes de que se lo diga a Blanche? ¿Sería correcto? -preguntó, con una sonrisa.

– Probablemente, no -admitió, irritada al descubrir que también sonreía.

– ¿Blanche te contó lo que he estado haciendo? -preguntó Sebastian.

– Mencionó que habías ido a investigar un poco. Supongo que es lo básico cuando se emprende una nueva aventura.

– La investigación me ha abierto los ojos en cuanto a nuestro potencial. Por ejemplo, he descubierto que nuestro comprador más importante surte casi a ochocientas tiendas.

– Eso implica la producción de un tremendo montón de tarjetas.

– Pero no sólo tarjetas. Podríamos sacar al mercado cuadernos, libretas, agendas de direcciones, incluso bolsas de regalos o frascos de esencias con diseños como éste -dijo con entusiasmo al tiempo que indicaba las ilustraciones botánicas.

– Si ésa es tu gran idea, debo decirte que Blanche ya está en ello. Incluso tenemos un nombre para la colección: «Botanicals», ¿qué te parece? Es un nombre sencillo, de fácil memorización.

– Adjudicado- aprobó Sebastian al tiempo que le tomaba la mano y se la apretaba con firmeza, como si formaran un equipo.

Matty tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer en la trampa. Ellos no formaban un equipo. En Coronet Cards cada cual trabajaba para conseguir sus propios fines.

– Bueno, trabajo hecho. Blanche se puede encargar del resto.

– Ese trabajo está hecho. ¿Pero, qué pasa con los niños de tres a seis años? -preguntó Sebastian cuando Matty retiró la mano con suavidad-. ¿Habéis llegado a algo?

– Nada todavía, pero lo estoy pensando. Bueno, será mejor que vuelva a mi tablero de dibujo -dijo al tiempo que dirigía la silla hacia la puerta.

– Fui a tu casa antes de venir a la oficina.

– ¿Sí? ¿Por qué? -preguntó al tiempo que giraba hacia él, lo que hacía pensar que para ella era tan difícil marcharse como para él dejarla partir.

– Porque quería hablar contigo. Pero una mujer medio loca me dijo a través del portero automático «Matty no está aquí» -dijo dijo con un fuerte acento.

Matty se echó a reír.

– Connie no está loca, sólo es griega. Es el ama de llaves de Fran. Fue abandonada por un hombre que la trataba un poco mejor que a una esclava. Fran la llevó a su casa cuando la encontró desmayada de hambre en el parque. Tiene un corazón de oro y es maravillosa con los niños, y conmigo también. Así que ambas tenemos en común el haber sido rescatadas.

– ¿Fran te llevó a su casa tras el accidente?

– En cuanto terminé la rehabilitación, aunque lo hizo parecer como si yo le estuviera haciendo el favor de obligarla a enfrentarse al sótano de una vez por todas. Así que tras sacar los trastos viejos, se dedicó a ampliarlo y convertirlo en un apartamento con jardín. Y Connie todavía se comporta como si yo no pudiera hacer frente a las tareas domésticas. En cuanto salgo del piso, ya baja ella con la aspiradora en mano. Bueno, ¿así que pensaste que fui yo la que atendió tu llamada? -preguntó. Al ver que Sebastian ni lo confirmaba ni lo negaba, exclamó entre risas-: ¡Sí, lo pensaste!